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Lo que he aprendido de los gatos

Ilustración
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Los gatos son animales únicos.
Una observadora dedicada comparte las enseñanzas que le han dejado los gatos con los que ha vivido.

Nueve años en el calendario juliano, el que nos rige actualmente, equivalen a 52 años gatunos, según páginas de internet que hacen las cuentas con metodologías no muy claras. Nueve años son media vida para un gato. Y en ese tiempo he podido observar a esos salvajes que voluntariamente metí a mi casa. He sido testigo de lo mejor y lo peor de ellos; y ellos de mí.

He visto, también, que gozan de muy mala fama entre quienes no se han rendido ante sus pequeñas patas, y que gran parte del rechazo que sienten algunos humanos hacia ellos viene de la intolerancia y la incomprensión hacia sus formas de expresión. Del desconocimiento de su naturaleza misma. 

Después de estarlos observando durante al menos nueve años, creo que estos animales son verdaderos maestros. Y que si más seres de nuestra especie estuvieran dispuestos a entenderlos, seríamos capaces de derrumbar, también, los muros que construimos entre nosotros. Estas son las lecciones que me han dado estos animales de la especie Felis catus.

No es no

Los gatos son muy claros a la hora de expresar el consentimiento. Una caricia no pedida en un lugar que les disgusta puede terminar fácilmente en un mordisco, un rasguño, una patada o un gruñido. La incisiva repetición de ese acto puede llevarte al hospital. Mi yo de hace unos años hubiera dado lo que fuera por ser así de clara cuando los hombres me tocaron sin mi consentimiento. Una parte de mí sigue tratando de aprenderlo. 

Observo esa actitud que tienen y la respeto. Obedezco siempre los límites que me ponen y aprendo ponerlos también yo. Me mofo cuando alguien ignora esta enseñanza e insiste en sobrepasar las líneas que los gatos trazaron, y me molesto cuando les amonestan por reaccionar. Ojalá la sociedad nos permitiera a las mujeres ser como las gatas. 

El amor no tiene un único lenguaje

Los gatos tienen formas particulares para expresar cariño. Como cuando estás leyendo recostada en la cama y llegan aparentando indiferencia. Te dan un tope de cabeza en la mano para que la pases sobre su cuerpo entero, mientras disimuladamente se recuestan en tu pecho, ronronean y te miran fijamente entrecerrando los ojos hasta quedarse plácidamente dormidos sobre ti.

Yo lo sé: soy tosca. Cuando he querido expresar el cariño que siento hacia alguien, no sé bien cómo hacerlo. No soy verbal. No soy física. Me quedo, más bien, paralizada ante la inmensidad de sentimientos y emociones. 

Y en eso, quizá, sí me parezca a los gatos. Soy más de pequeñas manifestaciones que solo quienes llegan a conocerme bien las entienden como una muestra de cariño. El amor es como un juego que muchas veces se juega en silencio.

No tratar de controlar lo incontrolable

Los videos más virales en las redes sociales son aquellos donde un gato actúa con lo que pensaríamos nosotros es pura consciencia y maldad. Como cuando encuentran un objeto sobre una mesa y deliberadamente deciden tirarlo al suelo, aun cuando ya han comprobado la fuerza de gravedad y les supliques que no lo hagan. O cuando se duermen en cualquier lugar menos en el cojín de algodón hipoalergénico que le compraste para que esté a gusto. O cuando, sentada a la mesa, roban tu comida escondidos bajo el mantel. Ejemplos hay cientos.

Pero la verdad es que no, no actúan con maldad. Los gatos son como son y ya. Y podemos desgastarnos peleando con ellos o podemos examinarlos y tratar de comprender el aparente sinsentido de algunas de sus acciones. Y tratar de buscar la verdad detrás de lo que hacen, porque puede que sí, que haya una explicación, que ellos estén tratando de comunicarnos algo que en nuestro antropocentrismo no estamos viendo. 

Puede que rasguñen con fuerza el sofá sin mirar el rascador de dos metros que les compraste porque, ignorante, lo pusiste en un lugar donde no funciona. Y si orinan en la entrada de la casa, puede que esté poniendo un grafiti que diga “ESTA ES MI CASA. PROHIBIDOS OTROS GATOS” o, más grave aún, tengan un problema de riñones.

Aunque a veces, y solo a veces, luego de fracasar en los intentos por resolver lo que necesitan con escucha activa y diálogo —y una visita de emergencia a la veterinaria por si acaso—, puede que sí, que les falte un tornillo y solo hagan las cosas para divertirse con un poco de maldad. Total, de alguna forma tienen que matar las 10 horas que pasan despiertos en las cuatro paredes donde les encerramos. Hay cosas que simplemente no podemos controlar y los gatos definitivamente nos enseñan a aprenderlo. A veces un poco a la fuerza.

Busca tu forma de libertad

Lo que más se elogia de los gatos es su libertad y cómo nos hacen sentir que tienen algo que nosotros no. “Le otorgamos al gato la libertad que tanto desea porque nos gustaría poder concedérnosla a nosotros mismos”, dice con razón Stéphanie Hochet en Elogio del gato. Ostentan, además, una alta autopercepción y autoestima, un completo desdén por la validación ajena y unas ganas irrefrenables de simplemente llevar la contraria, en ocasiones.

Esta conducta en parte tiene una explicación científica. Los gatos fueron domesticados hace relativamente poco, algo así como 4.000 años, mientras que los perros llevan con los humanos más de 10.000. Felis catus es aún un salvaje. “El más salvaje de todos los animales, que andaba solo y lo mismo le daba un lugar que otro”, escribió Rudyard Kipling en el cuento “El gato que andaba solo”.

Y no hacen nada que no quieran hacer. En medio de los márgenes que les hemos impuesto al hacerlos convivir con nosotros siguen encontrando la manera de demostrarnos que son libres y viven bajo sus propias reglas. Lo que daría yo por poder vivir así. 

Mantén la curiosidad

La curiosidad no mató al gato, lo hizo conocer. No importa que las bolsas del mercado sean siempre las mismas y que contengan siempre las mismas frutas y verduras. Ellos, sin falta, van a querer olerlas, revisar lo que entra a la casa y comprobar que sí, que efectivamente es la misma bolsa que sale invariablemente conmigo al mercado.

Es esta, quizá, la enseñanza que más valoro en mi día a día laboral. Porque la curiosidad eterna es el sustrato con el que se construyen las historias. Es el mirar distinto, mirar una y otra vez, oler, escuchar, confirmar. ¿No es eso el periodismo? ¿No es eso lo mejor de estar vivos?

- Este artículo hace parte de la edición 190 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.

Luisa Fernanda Gómez

Periodista de Bienestar Colsanitas.