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Aprender braille

Aprender braille para acercar distancias

Fotografía
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El braille, un lenguaje cuyo piloto fue diseñado para la guerra, puede ser una herramienta para recuperar la confianza, apaciguar los miedos y enfrentar las sombras.

Cerca de la biblioteca pública La Marichuela, en la localidad de Usme, en Bogotá, está uno de los murales hápticos del colectivo Bastón Blanco. Dice “Resistencia” tanto en braille como en texto gráfico y, de fondo, tiene la wiphala, símbolo de resistencia de los pueblos étnicos andinos. Los relieves, los punticos que dictan la lectura, son en realidad casquillos de gases lacrimógenos. Wilmer Báez, fundador del colectivo, los recogió durante el estallido social de 2021. Esa fue su respuesta a los excesos del ESMAD que, en ese entonces, ocasionó 103 lesiones oculares, según un informe conjunto de Temblores ONG, Amnistía Internacional y el Programa de Acción por la Igualdad y la Inclusión Social de los Andes. El mural es un manifiesto: ante la violencia estatal, el braille como una forma de seguir la luz, de reponerse. 
“Quizás no deberíamos esperar a quedarnos ciegos para aprenderlo”, dice Wilmer. Él, además, lo usa para escribirse cartas con Daniela, su sobrina. Hace diez años le descubrieron un tumor en el cerebro.

La operación para extirparlo le generó una lesión que se terminó de complicar con el descubrimiento de un glaucoma degenerativo. Daniela percibe luces, el movimiento de algunas sombras. El braille ha sido un medio de adaptación a ese momento en el que tendrá que acudir por completo a otros sentidos para relacionarse con los demás. Las cartas con su tío son un ejercicio afectivo y práctico, uno de los pocos que le permite confiar en un mundo cada vez más ajeno. Hace dos años, Daniela abandonó el colegio porque no soportaba el bullying de sus compañeros. Lo que solo confirma la exclusión a la que se exponen ella y todas las personas con limitación visual. Brecha que podría acortarse si, entre otras cosas, se enseñaran distintas formas de lenguaje que no privilegien únicamente lo gráfico. Algo así como una segunda lengua materna que, en lugar de abrir un diálogo extranjero, estableciera puentes con personas que habitan la misma cotidianidad desde otras sensibilidades.

Wilmer salía en las noches, luego de que los manifestantes y la policía se cansaran, y llenaba costales enteros con desechos. Lo que para algunos fue una noticia lejana, para él estaba pasando en frente de su casa. Recoger esos casquillos, un gesto revolucionario que implica reconocer la materialidad de la violencia, le hizo caer en cuenta de lo fácil que resulta dañar un ojo con los dispositivos, en teoría inofensivos, del ESMAD. Pero más que centrarse en el dolor, Wilmer ha seguido ahondando en el gesto reparador de recoger lo que queda: “El braille es una forma de recordarle a todos que la ceguera es un límite con el que se puede seguir viviendo. El braille es una herramienta que les permite adaptarse”. En sus talleres, Wilmer comienza tapando los ojos de los asistentes e invitándolos a percibir con otros sentidos. Para él, la enseñanza de este lenguaje permite establecer un vínculo entre quienes ven el mundo con sus ojos y quienes lo interpretan con otras facultades, escalas y metáforas. Lo que de alguna manera implica, sobre todo para la mayoría vidente, caer en cuenta de una cotidianidad sin imágenes, pero plagada de otros materiales simbólicos.

Para Keiry, el braille ha sido una forma de perder el miedo. Hace unos años llegó de Barranquilla a estudiar ingeniería ambiental en Bogotá. En el 2018, el día de su cumpleaños, estaba participando en una protesta estudiantil en la Universidad Distrital. Ese 8 de noviembre había acordado verse con unos amigos, pero en la marcha un perdigón le alcanzó el ojo derecho. En ese momento comenzó un periplo por varios hospitales de la ciudad en búsqueda de un especialista que pudiera atenderla. Al final, no hubo forma de salvarle el ojo. “El braille me ayudó a confiar en que, si bien no me pueden reparar por completo, tampoco me van a dejar ciega completamente”, dice. 

Keiry se conoció con Wilmer en la Escuela de Arte Taller Sur, una casa cultural que ofrece talleres artísticos gratuitos. Entre ellos, clases de braille. Keiry ya ha avanzado en el proceso de aprender esa escritura. No ha sido fácil, pero ha insistido porque, al igual que Daniela, la sobrina de Wilmer, tiene glaucoma. Llegará un día en que no vea por ninguno de sus ojos y quiere estar preparada. “Sin miedo”, insiste, aunque por supuesto que le preocupa. Habrá un momento en que no pueda disimular. En su oficina, la única persona que sabe que no puede ver por uno de sus ojos es la de recursos humanos que la entrevistó. Ha escogido no comentarlo porque, quizás, esa sea una razón que le impida ascender dentro de la empresa y, en general, aprovechar otras oportunidades laborales.

El  primer prototipo de este lenguaje fue diseñado por Charles Barbier. Su idea era crear un sistema de comunicación militar nocturno, pero fue descartado por lento e inexacto.

Muchos coinciden con Keiry: aprender braille no es nada fácil, sin embargo, puede ser divertido. Remite a los días en que se comenzó a deletrear, en los que un conjunto de dibujos adquirieron una gramática por primera vez. La lengua materna se renueva, así como todo lo que se había nombrado con ella, y escribir o leer se vuelve tan extraño como palpar superficies en un cuarto oscuro. De hecho, es conveniente aprender braille con los ojos cerrados. No apelar a una memoria visual, sino a una corporal, que es en la que quizá se alojen los recuerdos más vívidos de la experiencia humana. Algo que se entiende mejor si se remite a los orígenes del braille, cuyo primer prototipo fue diseñado por Charles Barbier. Su idea era crear un sistema de comunicación militar nocturno, pero fue descartado por lento e inexacto. Louis Braille, de una forma similar a como lo hizo Wilmer en Usme, recogió las bases de un arma militar para idear un alfabeto que estableciera puentes con una porción significativa de la humanidad que se encuentra aislada. 

En Colombia, según el DANE, en 2021 había dos millones de personas con limitación visual. Una cifra que supera la población de Cartagena o Bucaramanga. No es claro, sin embargo, cuántas de estas personas leen o escriben en braille. Lo que sí resulta evidente es su exclusión social: baldosas podotáctiles que conducen al vacío en el Transmilenio, fachadas que invaden el andén como trampas ineludibles. La incomprensión de los otros, como la que enfrenta la sobrina de Wilmer en su colegio. Quizás el braille sea una herramienta necesaria para acercar las distancias. Este, como todo lenguaje, permite intuir con más precisión una cotidianidad que las sombras hacen parecer extraterrestre. Se trata de un proceso de traducción, de acompañamiento.

En Colombia, en 2021 había dos millones de personas con limitación visual. Una cifra que supera la población de Cartagena o Bucaramanga (DANE).

“Aprender a defenderse”, así describe Aurora García su proceso con el braille. “Aunque leer con los punticos se me dificulta”. Ella también tiene glaucoma degenerativo. Usa unas gafas especiales que le ayudan a notar algunas figuras. Pero aclara que, si bien la visión había sido un motivo de consulta médica recurrente, lo que aceleró todo fue la muerte de su hija en un accidente automovilístico. Desde que la llamaron para contarle la noticia, su vista empezó a deteriorarse. De no ser por el braille, agrega, se hubiera suicidado: “Había dicho que si perdía del todo las vistas, no quería seguir viviendo”. Solo que su sobrina le insistió para que aprendiera a leer y a escribir de otra forma, y casi la llevó de la mano a un curso de Wilmer. Con eso, cuenta, “es que le he ido perdiendo un poco el miedo al algodón blanco que yo veo”.