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Bienestar Colsanitas

No pude con el grupo de mamás en Facebook

Ilustración
:

El grupo virtual de mamás al que pertenecí por años me estaba disparando el estrés. Esta es la historia de cómo una mente ansiosa como la mía no soportó la neurosis de más de 13.000 mujeres hablando juntas sobre crianza y maternidad.

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En septiembre de 2018, apenas anuncié entre mis conocidos que estaba embarazada de mi primer hijo, M, la esposa de un buen amigo, me contó sobre el grupo cerrado exclusivo para madres en Facebook al que ella y otras miles de mujeres pertenecían. “Tienes que meterte ahí”, dijo. “Todas mis amigas que son mamás están en el grupo y seguro las tuyas también”, añadió. 

Gracias a esas promesas de valor tan bien presentadas por M, acepté sin dudas la invitación que ella misma envió a mi cuenta. Unos días después, estaba adentro: a los 4 meses de mi primer embarazo me convertí en miembro de un grupo cerrado de más de 13.000 madres en Facebook. 

Lo que había dicho M era cierto. La mayoría de mamás que conocía estaban ahí. Mis primas, mis amigas del colegio, las de la universidad, mi suegra y hasta exnovias de mis exnovios que ahora tenían otras vidas y preguntaban por marcas de teteros. Se trataba de un grupo homogéneo de mujeres radicadas en Colombia y otras en el exterior, de un contexto socioeconómico parecido y con las mismas preguntas, reflexiones y angustias sobre el tema que las congregaba: la crianza de sus hijos.  

Luego de scrollear de arriba a abajo el contenido del grupo, noté que abundaban los posteos de ventas de ropa usada, cunas, esterilizadores y juguetes a precios razonables. Pero llamó mi atención que la mayoría de publicaciones eran preguntas acompañadas –me atrevo a decir que siempre- por gritos de ayuda: 

–¡Auxilio!, ¡no puedo más!, ¿cómo hago para que mi bebé pase la noche derecho?

–#mamádesesperada ¿Cómo manejan ustedes las pataletas de sus hijos?

– ¡Tengo una teta a punto de explotar! ¿Será mastitis? Muero del dolor

–¿Creen que este color de popó es normal? ¡Mi pediatra no me contesta! (adjunta foto del pañal untado de mierda)

–Yo amo a mis hijos, ¡pero les juro que hoy no quiero ser mamá! 

– Busco niñera interna, ¡urgente, por favor!

Las preguntas, sin importar el tema, solían desencadenar una secuencia de respuestas más o menos así:

Pregunta:

– ¡Hola! ¿Qué tipo de yogur le dan a sus hijos de un año?

Respuestas: 

  –yogur normal

  –yogur griego 

  –yogur griego SIN AZÚCAR

  –Mi pediatra nos prohibió el yogur griego porque tiene mucha proteína para el hígado de los chiquis

  –Pues mi pediatra sí lo recomienda, pero sólo dos veces por semana

  –Soy nutricionista y te comparto este paper publicado recientemente sobre los efectos del yogur griego en los niños menores de 2 años (link al paper)

  –¡Haz tú misma el yogur en la casa! Escríbeme y te doy la receta. 

  –Les doy el yogur normal que venden en el supermercado y nunca les ha pasado nada.

 –No puedo creer que todavía haya mamás que le dan lácteos a sus hijos, ¡está comprobado que traen muchos problemas de salud!

Pasaba con el yogur, con la lactancia materna, con la alimentación, la crianza respetuosa, el sueño del bebé, la elección del colegio, los cuidados durante el posparto, o cualquier otro tema. 

La conversacion GrupoMamas CUERPOTEXTO

Siempre he sido una mujer ansiosa. Ante momentos que traen cambios grandes o situaciones donde no tengo el control, mi mente se comporta como una licuadora sin tapa que va expulsando un montón de pensamientos nocivos. Y casi nunca logro apagarla a tiempo, antes de que ese mazacote mental me vuelva la vida un 8. Así que pasarme los días leyendo esa cantidad abrumadora de preguntas desesperadas, solitarias y urgentes, fue como subir esa licuadora a la máxima potencia. Pronto me llené de miedo y comencé a preguntarme si tendría lo necesario para ser mamá. 

El grupo buscaba ser una red de apoyo para mujeres madres, algo crucial en este mundo donde se nos obliga a cumplir con lo imposible: hacerlo todo, hacerlo bien y hacerlo sin quejas. Ser la madre perfecta, una esposa dispuesta, dueña de un cuerpazo aún después de parir, ser excelente trabajadora y, como si fuera poco, ser inquebrantable. Eso, sumado a tener que maternar cada vez más solas y sin “tribu” me hacía pensar que el grupo cumplía con la misión de ofrecer la sensación de compañía: “sabemos que estás en la mierda, pero tranquila que en la mierda estamos todas”. 

De hecho, recuerdo haberme sentido acompañada por momentos. En las madrugadas, cuando le daba teta a Efraín en medio de un silencio helado y el resto de la ciudad dormía, el brillo del celular y las voces virtuales de otras madres se convertían en las únicas centinelas de esas horas de posparto donde la oscuridad no sólo era una condición de luz, sino un nuevo lugar amenazante.

Creo que fue por esa sensación de compañía que seguí consultando el grupo privado y siendo parte de él durante mi segundo embarazo, tres años después del primero. Supongo que, en mi angustia por ser la mejor mamá para mis hijos, seguí leyendo obsesivamente y a diario esa maraña interminable de preguntas y tratando de encontrar los mejores consejos, los productos de más calidad y, más allá de eso, hallar la fórmula para cuidar bien a mis hijos. Esa búsqueda incansable se convirtió casi en una obsesión para mí. 

Lucas, mi segundo bebé, nació en abril de 2022 en medio de un pico de enfermedades respiratorias que duró el año entero. Esto, sumado al cuadro de defensas bajas que el encierro por pandemia generó en los niños más pequeños y a un invierno inclemente, produjo una saturación de los servicios de urgencias de los hospitales en Bogotá y un sobrecupo en las áreas de atención pediátrica. Durante meses, el grupo se leía así: 

– ¡Ayuda! Llevo cinco noches durmiendo en una silla Rimax al lado de mi niña hospitalizada y todavía no tenemos habitación. 

– ¡Por fa cuiden a sus hijos! Estoy en Urgencias con el mío y no se imaginan: ¡está atestado de niños enfermos y parece el apocalípsis!

– #PicoRespiratorio Sigan mandando a sus hijos con tapabocas al colegio, ¡mi pediatra dijo que el pico no baja por ahora!

– Acabamos de salir de 10 días de hospitalización por neumonía y sólo vengo a decirles que hagan lo que sea para cuidar a sus hijos ¡Estoy que no puedo más!

–Hemos estado tres veces en el hospital en apenas dos meses ¡Estoy que tiro la toalla!

La percepción del desastre se agrandaba por estadística: en un grupo de más de 13.200 madres, cientos de ellas publicaban al mismo tiempo (¡cientos de mamás!, ¡al mismo tiempo!) sus historias de enfermedades horrendas y clínicas colapsadas. 

A mí, que estaba pasando un postparto doloroso en la casa, me parecía que allá afuera todo era caos y destrucción. Con un hijo en preescolar, expuesto a todos esos virus y un bebé recién nacido, mi ansiedad comenzó a engordar a toda velocidad.

Cuando Efraín traía una nueva gripa del colegio y se la prendía a Lucas (más o menos cada 15 días durante un año), mi cabeza comenzaba a fabricar películas de terror y usaba todo el drama del grupo de mamás para armarles el guión. Si Efraín y Lucas tenían un tris de fiebre, o cualquier moco incipiente, yo no podía ver la luz. Sucumbía ante la angustia imaginando que también pasaríamos noches en vela en los pasillos de un hospital, que todo era grave, que algo muy malo podía pasarle a mis niños. 

Sufría y me sentía floja. Leyendo las hazañas de esas mamás creía que ellas eran fuertes, que sí podían con todo y que yo, con ataque de nervios apenas por un moco asomado, nunca iba a poder. Sentía que le estaba fallando a mis hijos y eso me rompió. La licuadora hizo corto: después de seis años invicta, volví a tener un ataque de pánico. 

En vista de esto, a finales de 2022 hice lo que debí hacer años atrás: salí del grupo privado de madres. Por un arranque de autocompasión y animada por mi psicólogo, hice clic en “abandonar grupo”, borré el acceso directo y cualquier rastro que hubiera de él en mi cuenta de Facebook y en mi vida. 

Ahora no sé si los hospitales siguen colapsados, o si el yogur griego es nocivo. Supongo que he dejado de enterarme de miles de cosas, pero creo que era lo que necesitaba: dejar de buscar el secreto para ser la mamá perfecta, porque en realidad no existe. Unas pocas amigas de carne y hueso, de las que salvan la vida, me han estado enseñando que soy suficiente, y que fallarle de vez en cuando a mis hijos es también enseñarles a ser humanos en todo su esplendor.  

Ahora que materno más silenciosamente logro escuchar mejor a mi propio instinto y cuando mis hijos se enferman, puedo recordar que todo va a estar bien.

*Lina Tono es publicista, periodista, esposa y mamá. Lleva 14 años trabajando como copywriter y de vez en cuando escribe crónicas periodísticas y artículos de opinión. Publicó en 2019 su primer libro llamado Ropa Interior y ha participado con relatos en varias compilaciones de cuentos cortos. Detesta el cilantro, los aviones le dan pavor, y alguna vez viajó por el mundo bailando con una banda de cumbia gótica.

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