Tres años de pandemia y muchos meses de confinamiento y medidas extraordinarias nos dejaron algunas lecciones alrededor de la salud mental de nuestros hijos.
Todavía recuerdo el día en que pensé que me había contagiado por primera vez de coronavirus. A tres meses del encierro mantenía una dinámica muy sana para el desarrollo social de mi hijo, pero que ponía al límite mis nervios. Salíamos a los parques con tapabocas y jugábamos con otros niños y otras mamás. No compartíamos comida, no permitíamos que los niños se quitaran el tapabocas y las adultas no nos acercábamos mucho.
Después de una mañana de juegos me escribió mi vecina: “hace dos días le hice una prueba de coronavirus a mi hija y el resultado acaba de llegar, es positivo. Así que esta mañana, cuando nos vimos la niña ya estaba contagiada”. De inmediato traté de rescatar de mi mente todos los momentos que habíamos transcurrido junto a ellas. “¿Compartieron una mandarina? Sí. ¿La peló la mamá de la niña?, ¿la trajeron pelada desde la casa?, ¿mi hijo tocó un gajo después de la niña?, ¿la niña se echó antibacterial antes de comer? Si recuerdo la risa de la niña es porque estaba sin tapabocas, entonces estamos todos contagiados…” y unas 800 aseveraciones más que llenaban mi mente de un pánico casi tan grave o peor que el mismo virus. Así estuve un año entero.
La paranoia y el estrés que me producía cualquier posible riesgo creo que me encerró en la cifra de la Organización Mundial de la Salud, la cual revela que durante el primer año de la pandemia la prevalencia de ansiedad y depresión aumentó un 25 %. Y aunque este artículo debe abordar la salud mental de los niños y jóvenes, no es posible hablar del tema sin empezar por la salud mental de las mamás, los papás y los cuidadores. Por eso me fui a conversar con Catalina Ayala, psiquiatra de niños y adolescentes de EPS Sanitas, para entender mejor la relación entre la salud mental de un niño y la de sus padres. Aquí están mis preguntas y sus respuestas.
¿Qué tanto depende la salud mental de un niño de su madre, padre o cuidador principal?
Mucho. Mínimo un 33 %, porque la salud mental es un equilibrio entre las series complementarias (concepto de Sigmund Freud). Es decir, es un balance entre la biología, la genética y el ambiente. Yo puedo vivir en un lugar donde todo es maravilloso, donde encuentro el terreno más fértil para crecer emocionalmente, pero si en mi familia todos tenemos una carga de trastorno afectivo bipolar, entonces esa genética va a influir por más ambiente tranquilo que exista. También puede ocurrir que la genética me favorece, que el ambiente es adecuado, pero que biológicamente hay algo que me genera una alteración, por ejemplo, un desequilibrio hormonal o un desorden en algunos neurotransmisores. En otros casos puede suceder que la persona no tiene ninguna carga genética que la predisponga a un desorden mental, que su biología está bien, pero si el ambiente no es propicio entonces está expuesta a alguna dolencia emocional o mental.
¿Pero esa dependencia emocional de los hijos hacia los padres va cambiando con el tiempo?
Sí. Para un recién nacido la madre es todo. Si esa madre falta, alguien deberá cumplir su rol porque de lo contrario el bebé no puede sobrevivir. Luego el niño va adquiriendo movilidad e independencia, pero requiere límites, enseñanzas y cuidados de sus padres que apoyen su autonomía. En esta etapa las figuras de autoridad siguen siendo súper importantes. Ya en la adolescencia se necesita, por ejemplo, que sus papás toleren y se mantengan firmes a los desafíos del joven y se adapten a esta nueva relación en la que él ya los reconoce como seres humanos de carne y hueso. Ya no son madres superhéroes o padres infalibles, en la adolescencia entra el ojo crítico. En esta etapa se alcanza el pensamiento abstracto que resulta muy parecido al del adulto, así que los jóvenes empiezan a entender que los papás también cometen errores y ese proceso requiere padres y madres sólidas.
¿Cuál fue la mayor afectación mental para los niños en la pandemia?
Creo que sus procesos de neurodesarrollo se vieron muy afectados por la falta de estimulación y el encierro. Y lo veo a diario en consulta, sobre todo en los menores de cinco años. Llegan muchos que se han retrasado en el habla, el gateo o que no caminan, y esto se presenta porque los seres humanos necesitamos que el ambiente nos motive y estimule a hacer ciertas cosas. Si el niño está en la casa y la mamá le hace todo sin esperar siquiera que el niño lo pida, este no va a tener ninguna necesidad de hablar, por ejemplo. Por eso una de las primeras recomendaciones que damos en casos de retraso del habla es “métalo al jardín, porque ahí el niño va a recibir muchos estímulos que lo van a motivar”. Durante el confinamiento esta estimulación se vio muy comprometida.
¿Es posible recuperar ese “tiempo perdido” en la pandemia?
Sí, los niños con el tiempo se ponen al día en el aprendizaje, lo he visto con mis pacientes y lo he visto como mamá. Aunque son niños que “perdieron” casi dos años de juego y de aprendizaje, a medida que se van integrando de nuevo a las rutinas propias de su edad van llegando a lo que se espera de su potencial para la edad.
¿Los niños más pequeños van a recordar de manera latente esta época?
Habitualmente antes de los cinco años tenemos muy pocos recuerdos y son muy vagos. Además, la edad coincide con un proceso neurológico de poda, de reestructuración de la mente, esto hace que los niños hagan una especie de reinicio en sus recuerdos. La mayoría de los recuerdos de una persona corresponden a etapas posteriores a los cinco años. Aunque puede haber recuerdos muy concretos previos, sobre todo los que han tenido un impacto emocional para ellos.
¿Cuáles son los aprendizajes más poderosos que nos han quedado sobre la salud mental de los niños y adolescentes?
La humanidad ha estado siempre recuperándose de sucesos trágicos como epidemias, guerras y desastres naturales, entre otros eventos. La capacidad de resiliencia del ser humano es enorme, somos capaces de resurgir de las cenizas. El aprendizaje dependerá de lo que hagamos con esto que nos pasó. La salud mental no puede pasar de moda. Mira, una anécdota: hace poco me invitaron a un congreso médico al que nunca había asistido porque siempre los personajes más importantes eran el internista, el cardiólogo, el oncólogo… y les dije en la ponencia: “no pueden olvidar que los psiquiatras también somos médicos”. Y claro es que ahora la salud mental está de moda porque debido a la pandemia todos fuimos conscientes de lo importante que es atenderla y priorizarla. Creo que toda crisis es una oportunidad, y esta no es la excepción.
¿Cuáles fueron los problemas mentales que empeoraron en la pandemia?
En los adolescentes, los trastornos de ansiedad, los cuadros depresivos y los trastornos de alimentación. En los niños aspectos más de aprendizaje y neurodesarrollo.
¿Cómo puedo identificar que mi hijo está padeciendo un cuadro de ansiedad o que es propenso a él?
Primero que todo es clave entender que presentar ansiedad en algunos momentos es normal, porque es una respuesta emocional. Por otro lado, actualmente nos estamos readaptando a la vida de “antes”. Eso es normal y eso no requeriría una consulta. Los que podemos entender como signos de alarma son:
- Si el niño falla en su funcionalidad. Es decir, si esa situación de ansiedad hace que no pueda rendir en el colegio, o si en la parte social está aislado, si no logra retomar esos planes que son normales para la edad. O si padece trastornos de sueño o la alimentación.
- Si está manejando mal sus emociones y esto, por ejemplo, lo lleva a hacerse daño (cutting), o de pronto a hacerle daño a alguien más. Nadie tiene por qué lesionarse a sí mismo en el afán de “regular una emoción”: si esto pasa es porque la emoción está desbordada, no cuenta con mejores recursos para manejarla y requiere un apoyo.
¿Cómo podemos ayudar a estos niños a manejar la ansiedad?
- La ansiedad es una emoción de incertidumbre, así que algo que funciona muy bien es mantener algunas rutinas y estructuras fijas. Evitar por ejemplo las siestas en el día después de los tres o cuatro años, ya que la mayoría de los niños a esa edad ya no la necesitan y puede afectar el sueño continuo nocturno. Se deben respetar los ciclos circadianos y estimular el buen sueño en la noche. Es ideal que los niños puedan dormir 12 horas o más. Los adolescentes, entre 8 y 12 horas. El sueño continuo es vital para el desarrollo, porque la hormona de crecimiento se secreta en la noche, después de horas continuas de sueño.
- El mindfulness o los ejercicios de conciencia plena. No se trata de hacer una gran meditación, es simplemente realizar las actividades con los cinco sentidos. Desayunar sin televisor, sin celulares, sin dispositivos electrónicos. O ir a un parque y hacer un ejercicio de agradecimiento por el simple hecho de volver a esta actividad. La pandemia nos ayudó a valorar más lo cotidiano y a sentirnos agradecidos, y esto es muy positivo. Podemos invitar a nuestros hijos a hacerlo con nosotros, hacerlos conscientes de las maravillas de la vida.
- Tener experiencias en familia y estar abiertos a hablar de las emociones. Dar espacio para todas las emociones, no interrumpirlas o negarlas porque las emociones son como la energía, se va transformando. Las emociones no se pueden apagar. Entonces, si un niño llora o está triste, podemos preguntarle ¿qué te preocupa?, ¿qué es lo malo que podría pasar?, ¿cuál es la probabilidad de que eso pase?, ¿qué puedo hacer para que te sientas mejor? Y también confirmarle que nosotros también pasamos por esas emociones, que no somos súper mamás o papás, para que los niños no se sientan como bichos raros cuando atraviesan un malestar emocional. Las emociones no son negativas. Son alertas que todos necesitamos para sobrevivir y lo importante es aprender a manejarlas.
*Editora de Bienestar Colsanitas.
Dejar un comentario