Cárdenas es el artífice de una de las obras más rigurosas de la pintura colombiana. A sus 85 años sigue trabajando y acaba de presentar su nueva exposición titulada ‘Cotidiano’ en la Galería El Museo, en Bogotá, que estará hasta el 22 de julio.
“Siempre le he tenido envidia a la música, porque la música se le mete a la gente por todos los lados sin que se dé cuenta. Es más difícil que el arte haga eso. Hay que engañar al espectador para que se acerque, se convierta en parte de la obra y piense por qué está ahí parado”, dice Santiago Cárdenas Arroyo. Es la premisa de este artista que ha logrado mostrar una nueva dimensión de lo cotidiano mientras involucra a las personas en los cuadros hasta que sientan la tentación de tocarlos.
Sucedió en 1972, cuando presentó en la Segunda Bienal de Coltejer, en Medellín, la obra Enchufe en la pared, un cuadro de dos metros de alto por cuatro de largo parecía tan realista para la gente, que trataba de desconectar el cable para comprobar que era una pintura. También pasó con las tres pizarras que llevó a la Bienal de São Paulo, todos creyeron que eran tableros de verdad, y muchos rayaron y escribieron sobre el lienzo.
Cárdenas es un ilusionista, un genio de la falsificación de la realidad que “en vez de contentarse con ser la más avanzada de las fotocopiadoras —puesto que tiene una técnica que le pueden envidiar multinacionales poderosas como la Xerox y la Cannon— ha preferido el camino más peligroso y arduo de convertirse en un artista. Por su propio camino, claro está”, escribió Antonio Caballero en un ensayo publicado en 1989.
La pintura ha sido la gran aventura de su vida. Nació en Bogotá, en 1937, y a los diez años se radicó con su familia en un suburbio cercano a Nueva York, donde su padre, periodista e ingeniero civil, dirigió la revista Selecciones. De niño se la pasaba dibujando y a los 14 años, inspirado en su tía Mariana Concha y su prima Ester Cárdenas, ambas artistas, sintió el profundo deseo de seguir sus pasos.
Al terminar el colegio ganó una beca para estudiar arte en Nueva York, pero sus padres le dijeron que lo pensara bien, que era mejor escoger una profesión en la que pudiera conseguir un trabajo estable. Arquitectura era la carrera que más podía asimilarse a lo que quería, y Santiago escogió que fuera en la Rhode Island School of Design, en Providence, donde podía tomar clases de otras disciplinas artísticas.
Interior con cristal, óleo sobre lienzo, de 1974. Foto cortesía Galería El Museo.
Aunque le costaron trabajo las matemáticas, obtuvo buenas calificaciones. Estuvo un año en arquitectura, hasta que un profesor le dijo que sería un gran artista, y le propuso cambiarse a artes plásticas. Cárdenas aceptó y fue tan feliz en el proceso, que olvidó contarles a sus padres. En unas vacaciones fue a visitarlos, les llevó sus dibujos y quedaron sorprendidos al no ver un solo plano. “Al principio estaban choqueados, pero tuvieron muy buen tino y me dijeron que, si eso era a lo que quería dedicarme, siguiera adelante”, recuerda.
Una vez obtuvo su diploma, en 1960, quería producir obra, pero no sabía qué hacer. A pesar de haber estado cuatro años estudiando, de que todos le decían que tenía talento, de haber sacado notas sobresalientes y ganar varios concursos, no tenía ni idea de ser artista. Regresó a la casa de sus padres, dibujó tarjetas de Navidad en una imprenta e hizo avisos de publicidad para marcas locales, pero su interés estaba lejos de ser un artista comercial para ganarse la vida. Quería ser como Picasso o Matisse.
En esas, un primo suyo entró al ejército estadounidense. No había guerra en ese momento, y supo que estando allí tenía posibilidades de que lo llevaran a Europa. Era la oportunidad que buscaba para conocer los tesoros del Prado, del Louvre y todas las maravillas del Renacimiento italiano. Lo siguió y contó con suerte, pues lo mandaron a Alemania y apenas pisó suelo germánico quedó obnubilado al ver una exposición de Francis Bacon.
Pero odió la milicia. Le parecía que la guerra era la mayor estupidez y detestó el ejército porque le enseñaron a matar, y él no tenía alma asesina. De repente descubrió que podía presentarse a una universidad para hacer un posgrado y salir meses antes de que terminara el servicio obligatorio. Mandó sus papeles y su portafolio a la Universidad de Yale, aplicó a la maestría en pintura y lo recibieron con media beca.
Se fue feliz para Connecticut y se metió de lleno en el mundo del arte. Estaban de moda los artistas pop: muchos iban de Nueva York y Chicago a dictar clase y, además, Josef Albers, que traía todo el conocimiento de la Bauhaus, fue profesor suyo. Paralelo a su programa académico, tomó clases en la facultad de filosofía de la misma institución, estudios que han sido definitivos en su obra.
“La filosofía es el centro en el que ha gestionado la síntesis de aprendizajes que caracteriza a su proyecto, siendo en este aspecto la fenomenología su herramienta de mayor valor. De allí que con un dominio técnico sorprendente escudriñe el comportamiento de la luz a partir de lo que va marcando en las situaciones más sencillas de la cotidianidad: la huella de una escritura o de una lección sobre un tablero, una sombra, un reflejo, el más común de los objetos, un gancho, un paraguas…”, explica María Iovino, curadora de Cotidiano, exposición individual de Cárdenas que presenta la Galería El Museo, en Bogotá, hasta el 22 de julio. Muestra en la que, valga la pena mencionar, no se recomienda tocar las obras.
En 1964 Cárdenas regresó a Colombia. Marta Traba, quien mandaba la parada en la escena artística, le abrió las puertas con alfombra roja. Recién aterrizó hizo una exposición en el Museo de Arte Moderno de Bogotá y rápidamente ingresó como docente a la academia. Revolucionó la escuela de Bellas Artes de los Andes promoviendo el arte como una disciplina intelectual y filosófica que anulaba la incorrecta concepción decorativa, dictó clases en la Jorge Tadeo Lozano y estuvo en la Universidad Nacional hasta que cumplió 60 años de edad y lo obligaron a jubilarse.
Hoy, próximo a cumplir 86, sigue produciendo obra. Le fascina el jazz, Mozart, Bach y Beethoven, pero se sienta frente al lienzo en silencio, de diez de la mañana a seis de la tarde con un receso de dos horas para almorzar y reposar un rato. “Ahora que estoy mucho más viejo tengo menos fuerza y ánimos de los que tenía antes, que andaba todo el día dictando clases y trabajaba en el taller hasta las dos de la mañana”, dice.
Fiel a la técnica del óleo, continúa pintando porque piensa que esa es su vida y su misión. Vive con su esposa, Cecilia. Llevan más de 56 años juntos y dice que la clave del matrimonio ha sido el respeto: “uno tiene que respetar a la otra persona. Y respetar sus ideas y sus necesidades, que son muy diferentes a las de uno. Cecilia me respeta a mí porque nunca se mete a decirme qué es lo que tengo que hacer, y yo tampoco a ella. Creo que eso nos ha salvado bastante”.
En cuanto a las complicaciones de salud dice, jocosamente, que una de las razones que los mantiene en su casa, y por la cual no se han ido a vivir a la finca que construyeron en Villa de Leyva, es porque su clínica de cabecera queda a pocas cuadras. Maneja por Bogotá y por carretera, va al supermercado, se viste de jeans y acaba de montarse en un avión para estar en Ginebra en la confirmación de su nieto menor, Benjamín, que lo nombró padrino.
La edad finalmente es un número. Santiago Cárdenas tiene un espíritu joven que se alimenta de la curiosidad, de la lectura y del deseo de mantenerse activo. El día que tenga que irse de este mundo podrá dejar el plano terrenal con la certeza de que su obra marcó un hito en el arte latinoamericano y que, como García Márquez, logró confundir la realidad con la ficción. Un verdadero maestro del ilusionismo que hipnotiza a sus espectadores.
Galería El Museo
Calle 80 No. 11-42
Bogotá
Horarios
Lunes a viernes de 9:30 a.m. a 6:30 p.m.
Sábados de 11 a.m. a 6:30 p.m.
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