Ya sabemos que el uso excesivo de dispositivos móviles y pantallas en general puede causar problemas en niños y adultos. ¿Qué hacer para prevenirlos o moderarlos?
“Los nativos digitales son los primeros niños con un coeficiente intelectual más bajo que sus padres”, declaró el neurocientífico Michel Desmurget, director de investigación del Instituto Nacional de la Salud de Francia, en una entrevista a la BBC en 2020. Y aunque esto podría ser una afirmación alarmista teniendo en cuenta que existen diferentes pruebas y enfoques para medir el coeficiente intelectual y la inteligencia, existen estudios que actualmente respaldan la afirmación.
Según una revisión científica del departamento de psicología de Temple University (Massachussets), “se ha demostrado en numerosas investigaciones que los hábitos de uso de dispositivos electrónicos en el presente tienen un impacto negativo en procesos cognitivos como la memoria, el pensamiento, la atención y la capacidad para controlar las emociones”. En pocas palabras, la tecnología evita que el cerebro trabaje para resolver problemas cotidianos.
Los niños menores de tres años no deberían estar expuestos a pantallas.
Daño cognitivo
Aunque muchos piensan que el daño cognitivo resultante del uso de dispositivos electrónicos es causado por la exposición a la radiación que estos emiten, lo cierto es que dicha radiación corresponde a la amplitud del espectro no ionizante, lo que quiere decir que es de baja energía y no puede dañar las células humanas. “Hasta el momento ningún estudio ha comprobado que exista daño alguno, sin importar que se duerma cerca de él o se use de manera prolongada”, dice Edwin Forero, neurólogo pediatra y profesor universitario adscrito a Colsanitas.
Por otra parte, existe una clase de estudios llamados funcionales, en los que se compara sujetos por la cantidad de tiempo que permanecen frente a una pantalla; niños y adolescentes en su mayoría. En dichos estudios se ha observado un entorpecimiento del proceso normal de aprendizaje debido a que, en primer lugar, “los niños invierten el tiempo recibiendo estímulos pobres de pantallas cuando podrían ocuparlo en una actividad que enriquezca aún más el cerebro en esa edad tan importante para su desarrollo”, advierte Forero.
En ese sentido, las diferencias son cruciales. El entorno real no solo se percibe con todos los sentidos, sino que te obliga a interactuar con él. “Cuando juegas con otros niños o hablas con tus padres, estás desarrollando habilidades sociales que no tendrías de otra manera”, añade el neurólogo. En general, los niños que pasan un mayor tiempo conectados tienen el riesgo de experimentar periodos de concentración más cortos y dificultad para cumplir tareas, lo que se evidencia en su desempeño académico. Por esta razón, los niños menores de tres años no deberían estar expuestos a pantallas.
El dato
Está comprobado que la luz artificial que emiten las pantallas pueden producir insomnio cuando se usan durante la noche.
Cerebros perezosos
Otra forma en que el cerebro se ve afectado por la tecnología es que ésta evita que realicemos procesos cognitivos complejos como los que se ejecutan al buscar una dirección o hacer cálculos matemáticos. Para Nidia Preciado, psicóloga de Colsanitas experta en adicciones, “es un error pensar que al evadir tareas simples tendremos espacio en nuestro cerebro para habilidades que consideramos de mayor importancia”. Lamentablemente, el cerebro no funciona como las máquinas, que tienen lugar para una cantidad de información limitada. Lo que en realidad sucede en estas circunstancias en las que buscamos atajos mentales es que pueden perderse destrezas como la orientación y la memoria a corto plazo.
Adicciones y otros trastornos
Para la doctora Preciado, “gracias a que podemos hacer casi cualquier cosa con nuestros dispositivos móviles, estos se vuelven una herramienta vital, con todas las implicaciones que eso conlleva”. Entretenimiento, redes sociales, apuestas en línea, compras por internet. En definitiva, los teléfonos inteligentes se convierten en una fuente de actividades potencialmente adictivas.
Una conducta compulsiva relacionada con las tecnologías nace cuando una persona no puede controlar el tiempo que pasa haciendo uso de ellas, lo que no solo le trae problemas sociales y laborales, sino además malestar cuando se lleva mucho tiempo desconectado. “El paciente tiene pensamientos ansiosos sobre estar ‘en línea’ que merman cuando por fin logra realizar esa publicación o ver ese contenido”, señala la psicóloga. Normalmente, el cerebro libera dopamina (la hormona de la satisfacción) cuando entra en contacto con estímulos positivos, ofreciendo una recompensa por nuestras acciones. Sin embargo, ciertos estímulos pueden modificar la química del cerebro generando la adicción. Entonces, a través de otras hormonas como el cortisol (hormona del estrés), el cerebro demanda el contacto recurrente con aquello que nos da dicha satisfacción, exigiendo cada vez más frecuencia e intensidad.
Aunque cualquier persona puede desarrollar conductas compulsivas relacionadas con las redes sociales u otras fuentes de entretenimiento en internet, generalmente son las personas con baja autoestima o trastornos como ansiedad o depresión las más vulnerables. En un intento por sobreponerse a las circunstancias, estas personas buscan interacciones sociales e impulsos que difícilmente obtienen en la vida real.
Al final, este comportamiento se vuelve un círculo vicioso. Después de un shot de dopamina causado por likes, casi siempre hay un declive de este neurotransmisor y una tendencia depresiva. Adicionalmente, se genera estrés al anticipar las posibles reacciones al contenido publicado. Comentarios negativos o reacciones no esperadas pueden debilitar la autopercepción, sobre todo en adolescentes.
De la misma manera, está comprobado que la luz artificial que emiten las pantallas pueden producir insomnio cuando se usan durante la noche, agregando un factor de riesgo cognitivo relacionado con la calidad del sueño.
Los niños que pasan un mayor tiempo conectados tienen el riesgo de experimentar periodos de concentración más cortos y dificultad para cumplir tareas.
Usuarios conscientes
Si bien no existe un tiempo de exposición considerado problemático, para el doctor Forero el tiempo en pantalla no debería ser superior a una hora al día dividida en varios momentos para niños, y un par más para adolescentes, eso sí, bajo supervisión y teniendo en cuenta sus necesidades escolares.
En el caso de los adultos, lo mejor que se puede hacer para evitar excesos es “automonitorearse”. Algo que es posible incluso con el mismo dispositivo a través de aplicaciones que pueden medir o controlar el tiempo usado para algunas herramientas, o bloquear completamente su acceso a petición del usuario. Algunas de estas son Appblock y Forest.
Por supuesto, no se trata de satanizar los dispositivos móviles. Al contrario, es deber del usuario buscar una relación sana con ellos. “Podemos hacer uso de las redes sociales para conectarnos con gente en la distancia, pero no podemos olvidar las que están presentes en el momento”, comenta la psicóloga. Finalmente, el cerebro es altamente adaptable, lo que le permite sacar beneficio de la tecnología y desarrollar otras habilidades cognitivas como la búsqueda efectiva de información, el pensamiento crítico y la capacidad de analizar datos.
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