Las nuevas tecnologías agudizan la tendencia humana a la distracción. ¿Cómo concentrarse en un mundo hiperconectado y extremadamente exigente?
La firma consultora Deloitte estimó en 2,5 trillones (es decir, dos y medio millones de billones) el número de imágenes digitales que circularon por la web en 2016. Un dato revelado por Youtube: cada minuto los usuarios de la plataforma suben 400 horas de video. Un estudio de la Universidad de Nottingham, en Inglaterra, encontró que los adultos jóvenes usan el celular unas 85 veces desde que se despiertan hasta que se duermen, lo que suma unas cinco horas al día. Una investigación de McKinsey asegura que un empleado promedio dedica más del 60% de sus horas laborales a la búsqueda y consulta por internet, y alrededor del 30% de su tiempo lo usa para responder correos electrónicos.
El consumo obsesivo de todo ese barullo digital constituye una adicción neuronal, advierte la ciencia. Psicólogos y neurocientíficos han puesto en boga términos que dan cuenta de nuestra progresiva dispersión en el día a día: multitasking y procrastinación son dos de los más conocidos. Y los baby boomers, la generación X y los millenials han caído en su influjo.
Cal Newport, profesor de Ciencias de la Computación en Georgetown, es un aplicado divulgador de los beneficios de la concentración y el trabajo a fondo. A sus 35 años ha publicado cuatro libros, tiene un doctorado y ha escrito decenas de ensayos académicos, gracias, en palabras suyas, a su “compromiso con la profundidad”. En su libro Deep Work, Newport dice algo que podría parecer una obviedad, pero que no lo es tanto en este mundo lleno de distracciones: “para producir a nuestro nivel superior necesitamos trabajar durante periodos prolongados concentrados en una tarea, sin distracciones. Dicho de otro modo, lo que optimiza nuestro desempeño es trabajar a fondo”.
A juicio de Newport, los trabajadores mejor entrenados en evitar las distracciones serán cada vez más valorados por las organizaciones que forman parte de la llamada economía del conocimiento.
Para producir a nuestro nivel superior necesitamos trabajar durante periodos prolongados concentrados en una tarea, sin distracciones. Lo que optimiza nuestro desempeño es trabajar a fondo.
La lucha del hombre contra las distracciones del mundo
La lucha contra las distracciones y la búsqueda de concentración han existido siempre. Si bien es cierto que Miguel de Cervantes o Albert Einstein no tenían teléfonos multiusos que los desenfocaran de las actividades que más sentido les aportaban a sus vidas, sus biografías revelan que estaban abocados a otro tipo de distracciones —la familia, la discapacidad, la guerra, la religión, el exilio—, y pese a ellas sus empeños produjeron frutos. Y como ellos dos otro montón de personas a lo largo de la historia.
En nuestros días, pareciera que todo conspira contra la concentración: Facebook, Instagram, Twitter, Whatsapp, oficinas abiertas, anuncios publicitarios omnipresentes, juegos, desplazamientos largos de la casa al trabajo, presiones sociales y laborales. No poder enfocarnos y perder el tiempo en actividades insustanciales nos llevan al estrés y a la sensación, al final del día, de que no avanzamos en nuestros objetivos profesionales.
Al tener toda clase de plataformas a la mano, hacemos en internet muchas cosas que hace una década no hacíamos. Como escribió hace un par de años el neurocientífico Daniel J. Levitin en el diario británico The Guardian: “Estamos haciendo el trabajo de diez personas diferentes mientras seguimos tratando de mantenernos al día con nuestras vidas, familias, carreras, hobbies y series de televisión favoritas”.
Desengancharnos del ruido virtual no es fácil. Todos hemos visto noticias sobre investigaciones que han concluido que recibir likes o notificaciones, o simplemente responder correos electrónicos eleva la producción de dopamina y oxitocina en el cerebro, de la misma forma en que lo hacen ciertas drogas.
¿Qué va a pasarle al cerebro si seguimos distraídos, sumidos de noche y de día en un océano infinito de emoticones, memes, fotos y videos virales? ¿El bombardeo incesante de estímulos multimediales nos hará cada vez más torpes en los ámbitos laboral y personal?
Un caso particular
Una de las personas con mayor capacidad para concentrarse que he conocido es el escritor cubano Leonardo Padura. Si bien hace breves pausas cada cuarenta minutos para estirar las piernas, Padura es capaz de enfocarse en una misma tarea —escribir— durante cinco horas cada día, como lo pude comprobar la mañana de 2013 en que estuve viéndolo trabajar en su casa de La Habana. En su aptitud para la atención focalizada radica gran parte de su fórmula para terminar libros tan exigentes como El hombre que amaba a los perros o La novela de mi vida. El primero, un éxito de librerías en toda América Latina y España, tiene más de 500 páginas.
No le faltaría razón a quien señalase que el caso de Padura es una excepción, dado el limitado acceso a las nuevas tecnologías en Cuba, una circunstancia que, cómo dudarlo, le ha permitido a este premiado escritor concentrarse de manera profunda en su trabajo. Sin embargo, lo cierto es que, aun en sociedades hiperconectadas, hay quienes logran eliminar o al menos reducir sustancialmente las distracciones durante bloques prolongados de tiempo. Para confirmarlo, ahí está el caso de Jonathan Franzen, uno de los principales escritores de Estados Unidos, quien acostumbra a hipnotizar enormes audiencias con sus novelas de 600 páginas y más: Franzen no tiene ninguna presencia en redes sociales y ha advertido en numerosas tribunas el peligro que representa para la productividad y la creatividad el estar permanentemente conectado.
Un caso típico
Evoquemos un caso típico y local. Pongamos que se llama Santiago, tiene 34 años, es publicista y trabaja en una agencia. Llega a su oficina a las 9 a.m. Enciende el computador, pero antes de empezar a trabajar se acuerda de que no ha comprado los pasajes de avión para sus vacaciones. Durante 20 minutos busca ofertas, pero recuerda que debe preparar una propuesta para un cliente. Empieza a escribir y le suena una notificación en el teléfono: es un meme que llega a uno de los seis grupos de Whatsapp en los que está metido. Entra a Facebook por décima vez en la mañana —la primera fue tan pronto se despertó— para compartir ahí el meme que le llegó al Whatsapp. Empieza a hacer la propuesta para el cliente, pero le llega otra vez una notificación del correo: tiene cinco mensajes nuevos en la bandeja de entrada. Comienza a responderlos mientras se dice la mentira de que antes del almuerzo terminará la propuesta para el cliente. Dos reuniones más, tres llamadas, un café con la nueva compañera de Mercadeo, chats de Whatsapp, likes y tweets, y se le fue el día. Sale a las 6:30 p.m. y apenas avanzó una página.
“El problema no es solo del individuo. El entorno cumple un papel importante. La sociedad de consumo está hecha para robarle la atención a la gente”, dice William Jiménez, un profesor de Psicología de la Universidad de Los Andes que dirigió en 2013 una investigación sobre la procrastinación, es decir, el hábito de postergar el deber. En el estudio participaron 500 alumnos de diferentes carreras.
“Aquí los estudiantes están bombardeados de información y no son capaces de resistir. Pero me parece que la psicología pone demasiado énfasis en la exigencia de autocontrol, y debería haber más énfasis en los diseños de ambientes que eviten eso”, dice Jiménez, quien, preocupado por la dispersión en su trabajo académico, decidió hace algunos años cerrar su cuenta de Facebook y empezar a planear su tiempo de una manera más rigurosa. “Es importantísimo saber priorizar. Soy muy estricto con el tiempo, de una forma en que no lo era antes. Ahora dedico las primeras dos horas de la mañana a leer, y durante ese bloque de tiempo, tremendamente relevante para mí, no reviso el correo”.
El cambio constante de tareas nos lleva a la ansiedad, lo que eleva los niveles de cortisol, la hormona del estrés, que puede conducir a comportamientos agresivos e impulsivos. Por el contrario, explica el doctor Levitin en su artículo para The Guardian, al permanecer en una misma tarea nuestro organismo requiere de menos energía y se reduce la necesidad cerebral de glucosa.
“Sencillamente, el cerebro no es apto para hacer dos cosas a la vez, y hacer una cosa a la vez requiere de atención e inversión de tiempo. Pero somos una cultura que lo quiere todo rápido: hacer un posgrado en un año, aprender inglés en un mes”, me dijo en su consultorio Mauricio Trujillo, un neuroterapeuta especializado en Estimulación Cognitiva y Neurofeedback, una técnica para tratar el déficit de atención.
Según un estudio del Journal of Experimental Psychology de la Asociación Norteamericana de Psicología, el multitasking representa hasta un 40% del tiempo productivo de una persona, y resta energía, tiempo, eficiencia y nos lleva a cometer errores.
Una evidencia sorprendió en 2012 a David Strayer, un catedrático de Psicología de la Universidad de Utah que llevaba 25 años estudiando la atención. En un laboratorio de Londres descubrió que hay personas multitasking. Las llamó supermultitaskers, pero sólo representaron el 2% de los 700 casos estudiados. El 98% de los participantes se equivocó en la mayoría de pruebas que exigían realizar más de una tarea a la vez. Strayer cree que la habilidad para el multitasking es, probablemente, genética.
Leonardo Palacios, profesor de Neurología de la Universidad del Rosario y médico de la Clínica Reina Sofía, ha visto en años recientes cómo personas sanas de la Generación M (nativos digitales afectados por la multitarea) están presentando problemas de memoria. “Lo que pasa es que, siendo individuos saludables, el acceso a tantos estímulos hace que sean ineficientes”.
¿Qué hacer, por dónde empezar?
Como lo ha demostrado la neuroplasticidad, el cerebro es el único órgano que nunca deja de desarrollarse. Por eso la concentración es una habilidad que se puede entrenar. Los estudiosos del cerebro y de los comportamientos humanos insisten en que para mejorar la atención es preciso eliminar o delegar tareas superficiales y reemplazarlas por tareas sustanciales, decir NO cuantas veces sea necesario, dormir bien, meditar, jugar ajedrez, escuchar música o reducir las horas frente a las pantallas y cambiarlas por interacciones reales. Otros sugieren hacer una lista de prioridades, apagar el celular por momentos durante el día, cuando necesitamos estar concentrados, y evitar o regular estrictamente el tiempo que pasamos en redes sociales.
¿Cuál es el tiempo máximo que puedo estar concentrado en la misma tarea? ¿Cuáles son mis distractores principales? ¿Qué le da sentido a mi vida y cuáles son mis prioridades? Esas son algunas de las preguntas que deberíamos estar haciéndonos todos hoy en día.
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