En esta clínica los pacientes reciben un trato digno y humano que les ayuda a sanar. Además, parte del tratamiento consiste en participar en diferentes actividades artísticas que les permiten expresarse y avanzar en sus procesos.
I
“He estado en diferentes clínicas y esta es, para mí, la mejor”, me dice Hasbleidy, o Hass como la llama el grupo de pacientes internos que conversan tranquilamente en el enorme jardín de la Clínica Campo Abierto, ubicada al norte de Bogotá. Le digo que, solo por el ambiente del lugar, puedo imaginarlo. Hass, delgada, cerca de la treintena, de ojos claros penetrantes y voz potente, sonríe. Vuelve a tomar la palabra mientras los demás la escuchan con respeto. “Aquí no ves a los pacientes sedados que caracterizan a ciertos psiquiátricos donde, a la menor reacción emocional, te dopan.” Todos asienten, serios. “Te reciben cuando atraviesas una crisis, pero te tratan como a un ser humano, como alguien normal, no como si fueras un loco o un enfermo incapaz. Te dan a entender que el mundo afuera no va a cambiar, que las dificultades de la vida van a seguir ahí, pero que tú puedes cambiar, aprender, ganar herramientas para enfrentarlo”.
Además de los tratamientos individualizados, les enseñan herramientas de mindfulness para ayudar a sobrellevar las crisis.
Cuando les pregunto qué palabra usarían para definir su experiencia aquí, José, de aspecto juvenil, tez bronceada, pelo crespo oscuro y mirada brillante, me dice: “Tranquilidad”. Todos sonríen y asienten de nuevo. “Cuando estás muy mal y llegas a una clínica donde ves un trato de control, vigilancia, dopaje y tensión entre personal y pacientes, eso no te ayuda nada. De hecho, hace todo mucho más difícil. El trato humano y cálido de este lugar te hace sentir como una persona más y también que tienes el espacio para poder procesar lo que te está pasando, encontrar la calma, respirar mejor y darte fuerzas para volver afuera”.
José y Hasbleidy regresan a sus casas esta tarde. Ambos se sienten indudablemente mejor, aunque saben que ni aquí ni en ningún lugar hay cura para sus afecciones. Se aferran, me dicen, a nuevas lecciones y herramientas para ponerse en pie y salir adelante. Ambos se sienten un poco ansiosos. “Al fin y al cabo venir aquí es suspenderse del mundo en un espacio seguro. Respirar por un momento”.
II
Cruzar la puerta fue desconcertante. La clínica funciona en un par de edificaciones pequeñas con un jardín enorme lleno de árboles, prados, enredaderas, suculentas y arbustos. Las personas estaban leyendo en silencio. Parecía más un espacio para retiros que una clínica psiquiátrica en Bogotá.
Nos recibe Andrea Caballero, médica cirujana especialista en psiquiatría, magíster en bioética clínica y directora científica de la Clínica Campo Abierto: “Aquí manejamos una política interna de cero coerción. No hay pabellón bajo llave: incluso los pacientes con mayor riesgo de hacerse daño a sí mismos o a los otros pueden deambular por la clínica. Nosotros aumentamos nuestra protección y la atención que les prestamos”, apunta.
Cuando hay pacientes que atraviesan momentos muy violentos, la inmovilización o la sedación son únicamente el último recurso, y sólo después de agotar una veintena de estrategias más. Nunca se mantiene por más de dos horas y durante ese tiempo se va liberando gradual y rápidamente para evitar la sensación de represión. “Nos gusta tener una actitud y una relación mucho másEntre las afecciones más comunes por las que ingresan están el trastorno afectivo bipolar, depresión, esquizofrenia, demencia y el trastorno mental y del comportamiento secundario al consumo de sustancias psicoactivas. Mientras nos invita a pasar por la sección de más alto riesgo —una sala mediana y de puertas abiertas que tiene su propio jardín—, le comento a la doctora Caballero que me sorprende la calma. “Aquí hemos intentado hacer las cosas de manera diferente, acoger las reflexiones y críticas al poder psiquiátrico de Foucault y otros investigadores. Buscar formas dignas y estimulantes para humanizar la medicina en el trato a la enfermedad mental”. cercana con los pacientes”, insiste la doctora.
La cifra
15 pacientes que se encontraban internos fueron los primeros en recibir las clases de arte en 2019.
Nos cuenta que cada paciente tiene a su disposición un equipo de enfermería, psiquiatra tratante, psicólogo, terapeuta ocupacional y trabajador social durante su estancia —en promedio de doce días—, coordinados alrededor de un programa de tratamiento individualizado a partir de su diagnóstico, situación personal y pronósticos. Y esto sin mencionar que el personal de seguridad, cocina, terapia ocupacional, enfermería y psicología ofrecen un trato verdaderamente familiar que llama la atención de cualquier visitante y que los pacientes recalcan con insistencia.
Además de los tratamientos individualizados, les enseñan herramientas de mindfulness para ayudar a sobrellevar las crisis y tienen un espacio con suculentas, el jardín de la calma, donde acuden a cuidar las plantas para disminuir la ansiedad. “Nuestro trabajo muchas veces consiste en acompañar el difícil proceso que para tantos es recuperar el sentido de vida. Y los clubes y las clases de artes y humanidades han mostrado ser una gran herramienta”, añade Caballero.
III
En marzo de 2019, de la mano de voluntarios, la Clínica Campo Abierto inició sus primeras clases de arte. Vincularon a 15 pacientes que se encontraban internos. Sin embargo, cuando los pacientes fueron dados de alta, siguieron asistiendo. De hecho, sus obras fueron expuestas en la Biblioteca Julio Mario Santodomingo. “Fue muy especial porque muchos visitantes tuvieron la oportunidad de hablar con personas que sufren de una enfermedad mental y descubrir que comparten mucho más de lo que creen”, comenta la doctora.
Después de la exposición, pasaron a oficializar las clases, que se volvieron clubes, y consiguieron dos profesores más. Nacieron el club de materas, el de trabajo con madera y el de costura y tejido. Estos espacios, orgánicamente, estrecharon lazos sociales, crearon grupos de apoyo y mejoraron las habilidades y rutinas de autocuidado de los pacientes.
Y fue con este precedente que la clínica quiso darle la oportunidad a otras artes: música, ilustración, escritura creativa y danza. En octubre de 2019, nació la iniciativa Pensarte, en alianza con la Pontificia Universidad Javeriana: los pacientes comenzaron a recibir clases de arte de profesores universitarios. “Fue increíble que, por primera vez, una EPS en Colombia aprobara el financiamiento de las clases para reconocer el trabajo de estos profesores; porque es muy usual que este tipo de apuestas se queden en el voluntariado y en un reconocimiento menor”, agrega Caballero.
Campo Abierto parece más un espacio para retiros que una clínica psiquiátrica en Bogotá.
“Las clases de música, ilustración y danza son muy especiales, porque permiten una expresión no verbal de lo que están viviendo y sintiendo los pacientes. Les ofrecen otros canales. También las de escritura creativa y las del Ficcionario”.
La doctora recuerda un caso muy especial que ilustra bien el poder de las palabras. “Fue una adulta mayor que no habló con ninguno de los especialistas en diez días. Un día, en clase de escritura creativa, de repente se puso de pie y comenzó a leer un escrito impresionante. Estaba pasando por una depresión muy compleja y el taller de escritura sirvió para que finalmente se comunicara. Desde ese momento fue mucho más fácil acompañarla y ayudarla en su proceso”.
IV
El Ficcionario es una de las apuestas más interesantes que han desarrollado en la Clínica Campo Abierto. Su nombre viene de “ficción” y “diccionario”. Ha sido una apuesta por encontrar y crear palabras —verdaderos poemas en muchos casos— para nombrar mejor, más personal y precisamente el mundo y lo que los pacientes sienten. Hasta el momento, han logrado sacar dos ediciones. La última, ya incluye palabras para todas las letras del abecedario, fruto de un trabajo colectivo asombroso. Una en especial me cautiva: sivilino: “Mirar por la ventana y sentir la humedad del llanto interno”.
No es fácil procesar y comprender las cosas que vivimos. Esta es una verdad que a todos, de algún modo u otro, nos ha calado en algún momento, y la enfermedad mental es tal vez una de las experiencias más desafiantes que alguien pueda enfrentar en su vida. Una de las más complejas para poner en palabras. Pienso en eso cuando converso con Kimberly León, productora multimedia de 23 años, que se ha internado en la Clínica Campo Abierto varias veces por su trastorno afectivo bipolar, el más frecuente entre los ingresos de la clínica.
“Nuestro trabajo muchas veces consiste en acompañar el difícil proceso que para tantos es recuperar el sentido de vida”.
Kimberly toca la viola y desde que iniciaron las clases ha participado en varios de los programas de Pensarte y en el Ficcionario: “Me ha ayudado a centrarme en mi trastorno independientemente de que quiera o no aceptarlo, desde la experimentación con mi creatividad. Soy muy dispersa y estar aquí es estar en una burbuja que me protege. Me ha ayudado a entender cosas. Por ejemplo, que estar centrada es como llevar el ritmo en la música, independientemente de lo que suceda o estés haciendo. Todas estas clases te ayudan a poner mejor en palabras y en otros lenguajes lo que te pasa”.
V
Al final de la visita, le pregunto a la doctora de dónde vino su idea de probar todo esto. “A diferencia de otras áreas de la medicina, en la psiquiatría no tenemos la representación mental de lo que padece el paciente. Nos consultan por cosas que no hemos experimentado. Los médicos somos muy esquemáticos con las definiciones y es muy útil para el manejo clínico, pero descomplejiza la realidad. A veces las palabras no alcanzan”.
Cuenta que en su tesis de maestría exploró la posibilidad de ofrecer y sustentar el suicidio asistido para pacientes con alzhéimer y, como es tan difícil hablar con estos pacientes, se centró en investigar y abordar la importancia de escuchar las narrativas de quien padece una enfermedad. “El problema es que cuando alguien olvida las palabras, nos quedamos sin herramientas. Y también ahí me di cuenta de que esa escasez del lenguaje no es solo en el caso del alzhéimer. En la clínica, más tarde, pensé en conformar proyectos que ayudaran a cerrar esta brecha”. Y es lo que ha hecho desde entonces.
Ficcionario
- Amin: máximo sentimiento de amor hacia otra persona.
- Amorismo: sensación de dolor causada por excesiva ternura.
- Compasol: amistad tan fuerte que es capaz de calentar el corazón de quien la siente.
- Dispartición: sentirse fuera de lugar consigo mismo.
- Lumicegente: persona que sabe que hay luz pero no la puede ver.
- Orindón: respirar poco a poco y sentir la nostalgia de la niñez.
- Solmar: creencia de una persona de estar acompañado cuando en realidad se siente sola.
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