Aunque no es una fórmula y cada quien debe descubrir lo que mejor le funciona, el baile intencionado ha probado ser una gran herramienta para gestionar las vivencias emocionales difíciles, así como la tensión y el estrés del día a día.
Bailar para procesar nuestras emociones no es algo muy común en occidente, pero puede ser muy efectivo. Distintas investigaciones han demostrado que el baile ayuda con la depresión y la ansiedad, así como con los síntomas del síndrome de estrés postraumático. Su eficacia, sin embargo, va más allá de las endorfinas que produce el cuerpo cuando se ejercita: en realidad el baile tiene poderes curativos.
En su libro “El cuerpo lleva la cuenta” (2014) el psiquiatra holandés Besse Van Der Folk establece que para recobrar el equilibrio mental allí donde hubo experiencias traumáticas, trabajar con el cuerpo puede ser más eficaz que la terapia verbal y el uso de medicamentos.
Además del ejercicio que implica el bailar, la danza contiene una dimensión expresiva y un elemento simbólico que ayuda a la gente a procesar lo vivido, darle significado e integrarlo a su historia personal. A lo largo de su carrera el Dr. Van Der Folk ha observado cómo las danzas tribales, la danza con tambor y la danza movimiento terapia han ayudado a pacientes que pasaron por experiencias traumáticas de guerra de forma más eficaz que cualquier fármaco conocido.
Aunque no es una fórmula y cada quien debe descubrir lo que mejor le funciona, el baile intencionado ha probado ser una gran herramienta para gestionar las vivencias emocionales difíciles, así como la tensión y el estrés del día a día. Aquí tres historias que lo comprueban:
Volver al momento presente
“Si uno lo piensa, esta idea de que para pasarla bien en una fiesta tiene que haber consumo de alcohol y sustancias es muy rara”, afirma Mayra Hernández, La May, DJ y fundadora de Ecstatic Dance Colombia. “Aunque uno lo normaliza, la vida nocturna se vive en realidad como una forma de huida”, comenta.
Mayra se encontró con el Ecstatic Dance durante una temporada que pasó en el centro de bienestar Hridaya Yoga en México, donde conoció esta práctica como una forma de meditación en movimiento. Después de una mala experiencia con sustancias psicoactivas en un festival musical, mientras atravesaba una ruptura amorosa, Mayra se dio cuenta de que vivía desconectada de sí misma y de que necesitaba buscar otro estilo de vida. Así se terminó acercando al yoga y a la meditación.
Su encuentro con el Ecstatic Dance, sin embargo, fue lo que le resultó más revelador, “para mí significó un despertar de mi cuerpo”, recuerda Mayra, “sentí muchas cosas que nunca antes había sentido y me di cuenta de que el baile y la música, mis dos grandes pasiones, podían ser usadas como herramientas de introspección y sanación”.
Entre los acuerdos del Ecstatic Dance se encuentran no consumir drogas ni alcohol, no usar móviles ni cámaras, no hablar y bailar descalzos. No es una técnica, sino un espacio para expresarse libremente e indagar en el propio cuerpo a través del baile. El DJ de la sesión debe crear una curva musical para guiar la experiencia de los asistentes y al final se lleva a cabo una relajación para que la gente pueda procesar e integrar todo lo vivido y sentido en ese espacio.
Después de entrenarse como DJ de Ecstatic Dance y facilitadora en México y en Guatemala —la May mezcla música electrónica y folclor colombiano con composiciones propias—, Mayra decidió traer el Ecstatic Dance a Colombia, hace aproximadamente cinco años. “Sin duda es una forma muy poderosa para aprender a estar en el momento presente, salir de nuestros pensamientos e integrar el cuerpo”, cuenta.
Recuperar el sentido del ritmo
“Con la música en vivo uno siente el tambor en los latidos del corazón”, dice Jairo Cuero Castillo, profesor de danzas afromandingas desde hace más de veinte años. “El tambor genera una sensación de unión y correspondencia”, añade.
En las danzas afromandingas el tambor en vivo imita lo que hace el bailarín y el bailarín puede escuchar lo que acaba de hacer su cuerpo. Así las comunidades celebraban su conexión con la Tierra, la naturaleza y los demás. “Estas danzas son enérgicas e intensas”, explica Jairo. Por eso recomienda a sus alumnos nuevos ir subiendo el ritmo poco a poco.
Provenientes del África Occidental del Imperio Mali (siglo XIII a XVII), las danzas afromandingas acompañaban a las comunidades en los distintos momentos de la vida, la cosecha, los matrimonios, los nacimientos y las muertes; y servían para que los danzantes se conectaran con algo más grande que ellos: algo que, señala Jairo, no tiene la danza recreativa de occidente.
Jairo dicta clases en el espacio Danza Común en el centro de Bogotá tres veces a la semana, y suele ver llegar a sus alumnos con caras largas que van cambiando a medida que avanza el baile. Los entiende. Sabe que la ciudad es dura y no hay muchos espacios para procesar la desconexión del afán y las preocupaciones diarias. “Cuando llegué de Tumaco a Bogotá a los dieciséis años, al otro día ya me quería ir. Pero encontré un grupo de danza afro en la universidad que me salvó la vida y me ayudó a procesar lo que estaba viviendo”, cuenta.
Al final, después de seis semestres de ingeniería dejó la universidad para dedicarse de lleno a la danza. Para Jairo la danza afro tiene un componente espiritual que no encuentra en ningún otro lugar, “nada como bailar para sentirse conectado”.
Encontrar un vocabulario
“Ir a terapia a hablar de las emociones puede ser muy difícil”, explica María Andrea García, psicóloga y terapeuta de danza movimiento. “A veces uno todavía no encuentra las palabras para expresarse. Pero el movimiento es sincero y a través de él podemos acceder al inconsciente”, comenta.
María Andrea se encontró con la Danza Movimiento Terapia (DMT) en Londres cuando se fue de intercambio mientras estudiaba psicología en el 96. Inmediatamente conectó con esta forma de psicoterapia, porque siempre le pareció que la psicología no podía quedarse solo en la palabra y el pensamiento sino que había que ir al cuerpo. Así terminó especializándose en el área en la Universidad de Roehampton.
Este tratamiento nació en 1966, cuando se creó la Asociación Americana de Danza Movimiento Terapia. Tiene sus raíces en el trabajo de bailarines estadounidenses y europeos que desde mediados del siglo XX empezaron a experimentar con las posibilidades terapéuticas de la danza, y luego unieron su trabajo al de psicólogos y psiquiatras.
Esta terapia permite indagar en el cuerpo y reconocer las emociones que quedan ahí, de la mano de un terapeuta profesional. La idea es que puedan crear una nueva respuesta corporal a situaciones vividas en el pasado, y generar nueva comprensión de sí mismos, de su historia y de su camino.
En el 2010 María Andrea trajo por primera vez esta disciplina al país para aplicarla con víctimas del conflicto armado a través de varias oenegés. Desde entonces también ha promovido la formación de terapeutas en esta rama para la que no existe educación formal en Colombia. Actualmente es presidenta de la Asociación Colombiana de Danza Movimiento Terapia, que agrupa a profesionales formados en DMT. “Cuando sufrimos nos desconectamos de lo que sentimos y esta terapia se trata de volver a unir”, explica.
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