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Crianza frente al mar

Crianza frente al mar

Fotografía
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Una doula y madre de tres hijos comparte su experiencia de criar a Yaku, Kai y Wayra en las playas del Caribe colombiano. Entre olas, tutoras y vientos, la autora sortea los retos del homeschooling y estudia formas alternativas de crianza.

A mediados del 2010, mi entonces compañero David y yo llegamos a vivir a Puerto Colombia, un municipio costero a pocos minutos de Barranquilla. Yo tenía cinco meses de embarazo de nuestro primer hijo. Un año atrás había intentado vivir en Bogotá, pero el frío, el gris y las miradas desconfiadas terminaron echándome de la capital. En ese punto, David me regaló el impulso de volver: nos instalamos en Puerto, luchamos para abrir nuestra escuela de deportes náuticos y comenzamos a formar una familia de seres marinos en la playa. 

Yaku, el primero de nuestros hijos, nació en diciembre de 2011. En ese momento quise priorizar mi experiencia como madre y me alejé de mis actividades laborales en la ciudad. En mi caso fue una elección autónoma: cuando Yaku cumplió seis meses, puse en pausa mi profesión como comunicadora y me enfoqué totalmente en maternar. Según un estudio realizado en España en 24.000 personas mayores de 21 años, el 58% de las mujeres renuncian a su carrera al momento de convertirse en madres. 

Mientras organizábamos nuestra nueva vida, quedé embarazada otra vez y, en 2012, nació Kai. En lugar de aferrarse a la estabilidad para sostener la familia creciente, David decidió arriesgarse: dejó su trabajo de oficina, con sueldo fijo, y apostó de lleno por la vida de incertidumbre de los deportes náuticos. En 2014, mientras surfeábamos esa ola, nació Wayra, la niña que trae el viento. 

Yaku, Kai y Wayra. Sus amigos los llaman Los Yakawa. En quechua, Yaku significa “agua” y Wayra, “viento”; Kai significa “sol” en wayuunaiki y, en una lengua nativa de Hawái, “océano”. Yaku ya es un adolescente de piernas largas, tronco esbelto y una mirada profunda que deja notar su personalidad analítica y discreta. Kai es risa fuerte y energía explosiva; su inteligencia corporal le permite destacar en todos los deportes. Wayra mira de reojo y se tarda en entrar en confianza; es una niña astuta que forja su carácter entre la delicadeza femenina y la valentía que requiere la interacción con un entorno lleno de niños varones. Los tres son muy unidos, se cuidan y se retan entre sí. A esta manada mamífera le sumamos tres perros y tres gatos que son parte fundamental del bienestar de todos en la casa.  

Cuando se vive tan cerca del mar, la naturaleza y sus ciclos rigen los ritmos de la vida y es difícil ir al paso del resto del mundo. Pronto nos dimos cuenta de que el sistema educativo convencional, sus exigencias y horarios, no coincidía con nuestra manera de vivir. Al ir encontrando otras familias con los mismos cuestionamientos, llegué a la Red en Familia Colombia, junto a quienes entendí que no estaba loca, que no era la única con estas ideas. Empecé a estudiar sobre metodologías alternativas de educación como el modelo Montessori, la filosofía Reggio Emilia, el método Pikler y la metodología FACE (Fundación para la Actualización de la Educación), ubicada en Tenjo, Cundinamarca. 

La decisión estaba tomada: los niños no iban a ir al colegio. Ahora había que enfrentar los cuestionamientos de la familia y de una sociedad que poco conoce sobre formas alternativas de educación. Mientras las abuelas lo recibieron con prevención, pero lo apoyaron al entender nuestro modelo de educación no-escolarizada, mi padre fue tajante al expresar que no estaba de acuerdo aunque lo respetaba.

Cuando se vive tan cerca del mar, la naturaleza y sus ciclos rigen los ritmos de la vida y es difícil ir al paso del resto del mundo.

Las ventajas de este modelo son claras en cuanto a libertad y autonomía, pero asumimos con responsabilidad lo que dicen los estudios acerca de sus complejidades sociales. La psicóloga Viviana Zapateiro, adscrita a Colsanitas, afirma: “A los niños con educación en casa les cuesta un poco más manejar la crítica y la frustración, y desarrollan menos habilidades sociales. Pero todo depende del manejo que den los padres, porque se trata de preparar a los hijos para los retos de la vida real, y es importante exponerlos a situaciones que los saquen de su zona de confort”. Respecto a las ventajas, la doctora reconoce que la educación en casa “respeta los tiempos y el desarrollo de las diferentes inteligencias y formas de aprendizaje, promueve el autoaprendizaje y la curiosidad, y disminuye la exposición a situaciones de estrés”. 

Nuestros hijos se han educado en casa, en familia y en comunidad. Cada vez más familias optan por educar fuera del sistema y diseñan el camino educativo que mejor se ajuste a sus necesidades. En nuestro caso, tenemos una agenda de actividades semanales que se define cada tres meses. El plan educativo de nuestra familia es una combinación entre la guía de las tutoras, lo que los niños eligen y lo que mamá y papá proponemos. Para construir esta agenda tenemos en cuenta las temporadas de viento, porque las dinámicas familiares en la playa cambian dependiendo de esas corrientes. 

Este trimestre los niños están entrenando surf dos veces por semana, asisten a clases de teatro y nos encontramos semanalmente con la comunidad homeschool de Barranquilla. Dos veces por semana, una maestra de AEP (apoyo escolar personalizado) trabaja con ellos los temas académicos fundamentales –clases de matemáticas, escritura y comprensión lectora–, para que al cumplir 18 años tengan los conocimientos para presentar el examen de validación del bachillerato y las pruebas Saber del ICFES. 

Por otro lado, vivo muy atenta a las oportunidades que me regala el entorno para que los niños tengan experiencias de aprendizaje significativas. Son claves los encuentros con nuestro círculo de amigos adultos expertos en temas que puedan enriquecer a los niños. Así ocurre con nuestra vecina Carolina Posso, bióloga, junto a quien ellos amplían sus estudios sobre la naturaleza, o con amigos fotógrafos, quienes les enseñan a usar sus equipos y a conocer la sensibilidad estética de su trabajo.

Respecto a las cámaras, las pantallas y los celulares, sabemos que la tecnología es una aliada poderosa, pero también exige límites, presencia y atención. En nuestra familia el entorno nos da la ventaja de ser un espacio real en el cual ellos se sienten plenos sin estar siempre conectados. Así, alternan las horas en el mar con el tiempo en pantallas: soy a la vez madre de nativos digitales y de animales marinos.

Los tres niños, los tres perros, los tres gatos y yo nos movemos con libertad en estas playas que nuestros cuerpos conocen tan bien como nuestros sentidos. Cada tarde: observar las aves que pasan, sentir el viento en la piel, caminar descalzos sobre la grama húmeda del parque y tomar una respiración profunda. Respecto a este contacto consciente de aprendizaje a través del entorno, son valiosas las palabras del pediatra Camilo Luna, adscrito a Colsanitas: “Somos seres del medio ambiente y estar en entornos naturales proporciona el aumento de la vitamina D y en los niños el crecimiento de los huesos y un entendimiento mayor del cuerpo en relación con el entorno. Así mismo, paisajes como la playa brindan experiencias visuales y auditivas que generan bienestar y favorece el neurodesarrollo”.

El plan educativo de nuestra familia es una combinación entre la guía de las tutoras, lo que los niños eligen y lo que mamá y papá proponemos.

Para algunas personas, ver desde afuera a esos tres niños que surfean varias veces por semana y que no están escolarizados puede parecer un acto subversivo. Para mi padre y buena parte de su generación, por ejemplo, resulta incomprensible lo que hacemos y ven con prevención el efecto que puede tener sobre los niños. Una persona cercana sintió lo mismo y llevó su preocupación al extremo de denunciarnos.

En 2018, una nota llegó a nuestra puerta: “Presentarse ante la comisaría de familia. Motivo: los niños a su cargo están siendo privados del derecho a la educación y están en deteriorado estado de salud”. Me sentí triste y enojada; nunca supimos quién hizo esa denuncia. Tras un proceso de evaluación sobre el estado de los niños, las conclusiones confirmaron su bienestar físico y psicológico. La comisaria de familia que llevó el caso se nos acercó inicialmente con escepticismo y preocupación, pero después de escucharnos, conocer a los niños y entender la metodología educativa que llevamos a cabo, cerró el proceso conmovida por el trabajo y la entrega con la cual acompañamos la formación de nuestros hijos.  

Cuando menciono que educo a mis hijos en libertad, la mayoría de veces es confundido con permisividad. Educar en libertad requiere mucho más compromiso de parte de los padres porque es una invitación a estar en constante atención y observación para intervenir en el momento adecuado. Es una forma de educar en la que niños y adultos están del mismo lado, respetando los procesos de desarrollo de los niños y las responsabilidades de los adultos. 

Respecto a las cámaras, las pantallas y los celulares, sabemos que la tecnología es una aliada poderosa, pero también exige límites, presencia y atención. 

Cuando termina la temporada de viento y las olas están en calma, el agua se vuelve transparente y nuestro ritmo disminuye. En temporada de veda, ellos tienen sus hábitos que no incluyen a papá y mamá. Cuando eran más pequeños los llevábamos a pescar y a observar a los pescadores locales. Ahora van solos. Piden los implementos necesarios, cruzan la calle que nos separa de la playa, caminan por el espolón de piedras gigantes hasta llegar a la punta y ahí lanzan la carnada y esperan. Permitir esto no fue fácil, pero es un ejercicio que me reta a confiar en ellos y recordar que pronto no se ausentarán por un par de horas, sino que irán solos por la vida, quizá muy lejos de mí. Quizá les resulte más fácil separarse de mí que del mar.

Garzas blancas, pelícanos pardos y playeritos menores habitan en las playas de Puerto Colombia. Son aves nativas, no migratorias. Han hecho de estas arenas oscuras y de estos atardeceres mecidos por el viento un hogar. Yaku, Kai y Wayra son hijos de Clary y de David, criados por las playas de Puerto Colombia. Y sé que con lo que han aprendido podrán emprender un largo viaje.