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dismorfia corporal

Un abecé del trastorno dismórfico corporal

Ilustración
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Cada vez más el entorno nos presiona sobre cómo lucir. Sin embargo, todos contamos con herramientas para construir una autopercepción más amable del cuerpo.

“No reconocía mi reflejo. No distinguía formas, ni en mi cuerpo, ni en mi rostro. No sabía si estaba gorda o flaca. Era muy confuso mentalmente. Durante estas crisis, me aferraba al recuerdo de cuando me sentía bien con mi propia imagen. Era un truco que inventaba para sentirme mejor”. Así describe Carmen una de sus peores épocas con la dismorfia corporal. Un trastorno que empezó a partir de sus 11 años y un fantasma que viene y va a lo largo de su vida. 

La dismorfia corporal, también conocida como trastorno dismórfico corporal y dismorfofobia, está clasificada por la Asociación Americana de Psiquiatría dentro del grupo de trastornos obsesivos compulsivos. Está principalmente caracterizada por una percepción distorsionada y exagerada de uno o más defectos físicos, reales o imaginarios, y una obsesión por la apariencia. Los especialistas coinciden en que empieza a manifestarse durante la adolescencia, y afecta a mujeres y a hombres por igual. 

Carmen recuerda que, desde muy pequeña, empezó a captar mensajes externos sobre cómo debía verse su cuerpo: “escuchaba a mi abuelo y a otros hombres reaccionar ante las mujeres con muchas curvas. Me producía miedo volverme voluptuosa. Durante la pubertad mis caderas y trasero se hicieron más prominentes y esto produjo por primera vez una atención masculina que me halagaba y a la vez me asustaba. Desde entonces, me siento atrapada entre la aprobación externa y mis propios estándares de belleza: cómo quisiera verme yo”. 

No se conocen causas concretas del trastorno. La psicóloga clínica Lady Milena Caldas, adscrita a Colsanitas, comenta que una experiencia negativa, como sufrir bullying por una característica física específica en el colegio, puede generar fijaciones para toda la vida. Estas creencias negativas pueden reforzarse más adelante con eventos en los que la persona experimente rechazo o una interacción desagradable, y lo relacione directamente como una consecuencia del “defecto” que cree tener.

También pueden influir rasgos de personalidad como ser muy perfeccionista, tener familiares cercanos con dismorfofobia o un trastorno obsesivo compulsivo, un entorno social muy exigente o sufrir ansiedad o depresión. 

Las revisiones constantes al espejo, ocultar obsesivamente los supuestos defectos, buscar con frecuencia la aprobación de los demás con respecto a la apariencia física, las comparaciones constantes con otros y el aislamiento son algunos síntomas típicos. 

El espejismo de las pantallas

En un pasado no muy lejano se discutía la manera en que los medios de comunicación y la publicidad promovían cuerpos irreales e inalcanzables a través de herramientas gráficas como los retoques de fotografía con Photoshop.

En la actualidad todos tenemos a la mano en nuestros celulares recursos para “mejorar” o alterar nuestra propia imagen. Y no hay que ir hasta ninguna parte para exponerse a patrones de belleza irreales: están en nuestros teléfonos, en las redes sociales. Las aplicaciones para modificar fotos de rostro y cuerpo y los filtros de belleza se han popularizado en los últimos años, y no han tardado en verse las consecuencias. 

El primer antecedente conocido fue la “dismorfia de Snapchat”. Según un estudio de la Academia Estadounidense de Cirugía Facial, Plástica y Reconstructiva, en 2017 el 55 % de los cirujanos plásticos trataron a personas que buscaban "mejorar su apariencia en selfies", en comparación con apenas el 13 % en 2013. 

Más recientemente, los filtros de Instagram y TikTok tomaron protagonismo como principal referencia estética para varias generaciones. Por ejemplo, el Bold Glamour, un filtro de TikTok que se viralizó y se llegó a utilizar este año más de 15 millones de veces en un mes. El filtro engrosa labios, resalta las cejas, suaviza las líneas de expresión, marca los pómulos y estira los ojos. Una apariencia difícil de lograr sin una o varias intervenciones quirúrgicas. 

El asunto de los filtros está impactando tanto la salud mental colectiva que hace dos años en Noruega se introdujo una ley que exige a anunciantes en internet e influenciadores que señalen si una fotografía ha sido retocada. A la iniciativa se unieron varios países europeos, debido al aumento en las tasas de enfermedades mentales asociadas a la exposición a redes sociales. Las consecuencias incluyen pensamientos suicidas, depresión grave, fobias sociales y trastornos alimenticios como la anorexia nerviosa y la bulimia.

La psiquiatra Rosana Gluck, adscrita a Colsanitas, sugiere que debemos ser muy cuidadosos al relacionarnos con las redes sociales:  “evitar el lugar de la idealización y de la expectativa, del querer ser como el otro. Entender que todos somos individuos y que nadie es perfecto”.

Regresar a uno mismo, reconocerse

Curiosamente, para Carmen la interacción con las redes sociales y poder experimentar con los filtros ha funcionado positivamente. Desde niña empezó a maquillarse y a usar los colores como un medio para jugar con sus rasgos y como otra forma de explorar su autoimagen. En internet encontró una enorme comunidad virtual de artistas del maquillaje que le mostraron una vía para volver a mirar su rostro desde lo creativo y artístico y a entender la belleza como un concepto que trasciende los estándares impuestos. Muchos de estos maquilladores que Carmen sigue y admira declaran también haber sufrido dismorfia corporal.

La doctora Lady Milena Caldas sugiere recuperar la atención hacia cualidades o partes de nosotros que nos agradan; asimismo, hacer cualquier actividad placentera que involucre el cuerpo puede servir para contrarrestar la dismorfia: “actividades como el yoga o la danza pueden ayudar mucho.  Hay señales de alarma cuando ciertos hábitos obsesivos limitan la vida cotidiana de la persona, allí es preciso buscar ayuda profesional”. 

La terapia cognitivo conductual (TCC) grupal o individual suele ser un recurso usado en terapia para atender la dismorfia, ya que apunta a identificar los pensamientos, emociones y comportamientos que afectan al paciente. Algunas de las técnicas empleadas son:

1. Psicoeducación: informar al paciente sobre el trastorno que sufre para motivarlo e involucrarlo de manera profunda y activa en su recuperación. 

2. Técnica de exposición: enfrentarlo gradualmente a los estímulos que le provocan ansiedad y preocupación con técnicas de relajación y respiración. 

3. Técnica de prevención de respuesta: poner límites claros en las conductas obsesivas. Por ejemplo, fijar un tiempo determinado para vestirse y maquillarse, o salir a la calle sin mirarse antes al espejo.

4. Técnica de exposición al espejo: acompañar al paciente en el acto de observarse. Pedirle que describa su físico de la manera más objetiva posible, qué partes le agradan o desagradan, qué sentimientos afloran, etc.

5. Reestructuración cognitiva: cuestionar estos pensamientos erróneos sobre el cuerpo y sustituirlos por concepciones más funcionales y constructivas.

Una de cada 50 personas sufre este trastorno, el 80 % de ellas tiene pensamientos suicidas y el 25 % ha intentado suicidarse, según un estudio de 2020 de la Fundación internacional de TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo).

Si identifica, en usted o en una persona cercana, alguno o varios de los síntomas de dismorfia mencionados, intente reducir el uso de redes sociales y revise sus hábitos de arreglo personal y autopercepción. Si se siente incómodo o que la situación se sale de control, busque el acompañamiento profesional de un psicólogo o psiquiatra.

* El nombre de la fuente ha sido modificado.

Carolina Antonia Rojas

Periodista, copywriter, profesora de yoga y ciclista urbana.