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Eduardo Arias

La isla desierta

Ilustración
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Detenerse un momento en la cotidianidad para pensar en el catálogo de sensaciones que llevaría a una isla desierta parece un gran ejercicio de la memoria del corazón.

Muchas veces se les pregunta a las personas qué llevarían si les tocara irse a vivir a una isla desierta. Por lo general en esa pregunta se les pide que escojan un solo libro o disco. Yo siempre me he puesto a pensar cuál sería ese disco o ese libro que me llevaría y mi respuesta depende del día en que me la haga y del estado de ánimo que tenga en ese determinado momento. Pero también me pregunto de qué me serviría llevar un disco o un libro que a los 15 días o tres semanas me tendría hasta la coronilla y quedaría confinado en algún oscuro rincón de la isla.

Por eso, si me desterraran a una isla desierta, preferiría más bien poder llevar sensaciones. No recuerdos o evocaciones de objetos, paisajes, sonidos, sabores u olores, sino la posibilidad física de percibir esos colores y sus formas, esos sonidos, olores, sabores… tener a mano algunas de las sensaciones que me han acompañado en mis casi 65 años de vida.

De los sonidos que más me gustan no haría falta llevar los del mar, el viento y la lluvia. Muy probablemente en la isla habrá aves marinas, entonces con algo de suerte podría oír el canto de las gaviotas. Llevaría el sonido de los pájaros de los bosques tropicales, el de la gran mayoría de los instrumentos musicales, aunque si tuviera que escoger uno elegiría el sonido del violonchelo. También llevaría el sonido de los trenes que se mecen cuando avanzan por los rieles y el de las turbinas de los aviones.

Me gustaría subir a la colina más alta de la isla y ver aterrizar jumbos 747. Y desde allá también me gustaría poder ver las montañas de Cundinamarca tal como se ven desde el Alto de la Tribuna, el Tablazo, el Alto de Rosas, el Boquerón de Chipaque. Poder ver desde allí bosques de niebla andinos y páramos. Y desde la playa, poder ver los cerros orientales de Bogotá.

De las decenas de sabores que tanto me gustan me encantaría llevar aunque fuera el del chocolate, el del queso, el del arequipe y, sobre todo, el sabor del jugo de naranja, y por el ladito el del jugo de mandarina.

Eduardo Arias

Con el sabor de la naranja y la mandarina me llevaría ese olor de la vegetación que uno empieza a sentir cuando viaja por tierra desde Bogotá hasta lugares más cálidos. Un olor que he sentido muy pocas veces pero que me gustaría llevar a la isla desierta es el que se siente en el parque de San Antonio en Cali a las 4:30 de la tarde, cuando empieza a soplar una brisa que trae esa mezcla de olores a dulce y a madera quemada de los trapiches. También me gustaría llevar un olor dulzón que sentía de niño, el olor a ozono que se desprendía de los tubos de los televisores y de los amplificadores de sonido de aquel entonces anterior a los transistores. Un olor que desapareció por completo de mi vida hace ya muchísimos años. 

También me encantaría llevar el olor que desprenden los equipos electrónicos recién comprados cuando uno los saca de la caja. Tal vez me gusta por lo emocionante que resulta instalar un amplificador o un computador y encenderlo por primera vez. 

Me gustaría poder llevar a esa isla lo que siento cuando camino descalzo por un prado mojado por el rocío de la mañana. También me gustaría llevar el suave aterciopelado de la piel de un durazno, de la gamuza. Y también esa sensación imposible de describir cuando los dedos se posan sobre el teclado de un piano. 

¿Con este catálogo de sensaciones podría pasar lo mismo que con el libro o el disco? La verdad, no lo sé. Nunca me canso de ver las montañas de Bogotá con las que convivo a diario, jamás me ha hastiado el jugo de naranja, todavía me embobo cuando veo pasar sobre Bogotá los cada vez más escasos jumbos 747, nunca ha dejado de emocionarme el sonido de un violoncelo. De todas formas, al hipotético viaje a la isla desierta también llevaré el álbum Let it bleed de los Rolling Stones. Por si las moscas.

(Continuará)

Eduardo Arias

Periodista y escritor. Miembro del consejo editorial de Bienestar Colsanitas.