Aunque la expectativa de vida se ha prolongado en el último siglo,
han incrementado enfermedades como la osteoporosis, que afecta a millones de personas.
La columna vertebral de mi madre se había ido inclinando lentamente, como la rama de un árbol al que le pesan las hojas. Cada vez que la visitaba esa era la señal más incontestable de su fragilidad, de la vejez. Aún así, a sus 80 años a veces parecía tener más energía que el resto de la familia, su memoria era intachable con fechas y nombres, era independiente y mantenía sus rutinas intactas solo que a paso más lento.
Un día de julio de 2022 nos contó que sentía un dolor en la espalda. Apareció de repente. Pero como sufría ocasionalmente de espasmos musculares decidió esperar. Al día siguiente había empeorado. Y al día siguiente ya era insoportable. Un médico domiciliario la examinó y la remitió a urgencias pensando que podía tener alguna complicación intestinal, porque para ese momento su abdomen estaba tenso.
En el servicio de urgencias de una clínica en Bucaramanga los médicos y enfermeras se enfocaron en el problema del abdomen, a pesar de lo mucho que insistimos en que revisaran la columna. La dejaron esperando por horas en una silla y luego en una camilla nada apropiada para alguien con un dolor insoportable en la columna. Después de la primera horrible noche en esas circunstancias decidimos sacarla de allí, comprar una cama hospitalaria y, siguiendo el consejo y guía de otros amigos médicos, manejar la situación en casa. Mi hermana menor es médica. No es una recomendación para los que atraviesen una situación similar, pero fue nuestra decisión. Otra noche en urgencias habría sido desastrosa.
En 2012 había 1.423.559 colombianos con osteoporosis.
Para 2050 esa cantidad aumentará en un 35 %.
Luego de una resonancia magnética y la revisión de un ortopedista, supimos que la vértebra T12, la última de las 12 vértebras dorsales de las 33 que forman la columna, había colapsado como un viejo edificio. Aunque las fracturas espontáneas en personas mayores pueden tener diferentes causas como artritis, cáncer, problemas renales o intestinales y desajustes en la tiroides, entre otras, la osteoporosis es siempre la primera sospechosa en mujeres mayores de 50 años.
La osteoporosis, aunque suene irónico, es una manifestación del progreso de nuestra civilización. A mitad del siglo XX la esperanza de vida en el mundo rondaba los 50 años. Hoy la expectativa de vida global sobrepasa los 73 años, una edad que desafía nuestra propia historia evolutiva. Tanto así que más del 70 % de todas las fracturas afectan a mujeres mayores de 65 años.
El patólogo y cirujano francés Jean Lobstein fue el primero en utilizar el término osteoporosis en 1835, según el recuento de esta enfermedad que hacen M. Lorentzon y R. Cummings en un artículo titulado “Osteoporosis: la evolución de un diagnóstico”. Lobstein aparentemente la usó para referirse a una afección genética que altera la producción de colágeno tipo 1, uno de los ingredientes esenciales en la formación de hueso.
La Asociación Colombiana de Osteoporosis y Metabolismo Mineral, en su último consenso, definió la osteoporosis como “un trastorno esquelético caracterizado por un compromiso en la fortaleza del hueso y una predisposición aumentada en el riesgo de fractura”.
La historia de mi madre la comparten millones de mujeres. Es un desafío monumental para la salud pública. En Colombia se estimó que para el año 2012 había 2.609.858 mujeres con osteopenia y 1.423.559 con osteoporosis. La osteopenia es el paso previo a la osteoporosis. Según el Consenso Colombiano de Osteoporosis, para 2050 estas cifras podrían incrementarse cerca de un 35 %.
La lotería de la vida quiso que en el caso de mi madre la primera fractura fuera en la columna y de manera espontánea. Las fracturas de cadera también son muy comunes, e incluso más incapacitantes. Más del 50 % de las pacientes no recuperan su función física tras este tipo de fractura. Para muchas otras mujeres, y en menor medida hombres, las caídas son las que desencadenan las fracturas. Un estudio realizado en Bogotá en mayores de 50 años mostró la presencia de osteoporosis en columna vertebral en el 15,7 % de la población y, en la cadera, del 11,4 %.
Lo más importante en los días posteriores a la fractura de mi madre fue el manejo del dolor, que es profundo hasta las lágrimas. De repente la mujer independiente y fuerte que fue toda la vida nos necesitaba a su lado para todo. Nos turnamos para acompañarla. Tuvimos que descubrir la mejor forma para que durmiera, para que se acomodara en las sillas, adivinando con almohadas y cojines la posición más compasiva con su columna. Por suerte, después de los primeros tres meses todo comenzó a mejorar. Lentamente.
La osteoporosis, como todas las enfermedades, nos cuenta historias. Historias personales sobre las decisiones que tomamos en la vida. Otras sobre la cultura en que vivimos y las costumbres que adoptamos y se manifiestan en nuestros cuerpos. Pero también nos cuentan secretos de la vida misma. Y la osteoporosis oculta una historia que nos conecta con estrellas lejanas en el universo, con la evolución sobre este planeta y con el misterioso proceso de engendrar una nueva vida. Es, en últimas, la historia del calcio.
La ciencia nos ha dejado saber que el calcio que hoy forma nuestros huesos, el calcio que usan nuestras neuronas para comunicarse, el calcio que circula por nuestra sangre, el que está en la cáscara de los huevos, en los corales, se formó en explosiones de estrellas hace millones de años y, como otros elementos químicos, una parte quedó atrapada durante la formación de nuestro planeta hace 4.500 millones de años.
“El calcio es importante para toda la vida en la Tierra”, escribieron Alison Doherty
y sus colegas en un artículo sobre la evolución de los huesos. En algún remoto y perdido pasado los primeros organismos descubrieron cómo sacar provecho de este elemento. Mediante canales y bombas, las células aprendieron a mantener un activo comercio de calcio con su entorno. Es uno de los atributos más primitivos de todas las células. El calcio está involucrado en prácticamente todo el ciclo celular.
Los biólogos que estudian la evolución no están muy seguros si los huesos aparecieron primero para cumplir una función de almacenamiento de calcio y fósforo —tan cruciales en tantos procesos de nuestro cuerpo— o surgieron como una solución para la locomoción cuando los organismos acuáticos comenzaron la conquista de los ecosistemas terrestres. En cualquier caso, sabemos que aunque luzcan tan tiesos, los huesos en realidad son “un órgano muy dinámico y metabólicamente activo”, de ellos depende que la gravedad no nos aplaste contra el piso como a una lombriz y además mantengan vivo el intercambio de calcio con muchos otros órganos.
Entonces, nuestro esqueleto es un edificio viviente en constante remodelación. Este proceso básicamente depende de dos grupos de obreros distintos: los osteoclastos y los osteoblastos. Los primeros se encargan de disolver las zonas deterioradas mientras los segundos las reconstruyen con nuevo material proveniente de nuestra alimentación. De ahí que uno de los primeros exámenes que pidan los médicos a pacientes con osteoporosis sea para averiguar el nivel de calcio en sangre y así estar seguros de que está disponible el material de construcción básico. En consecuencia, una parte fundamental del tratamiento para mujeres entrando en la menopausia y con riesgo de osteoporosis es asegurar un suministro de calcio adicional y de vitamina D, que facilita su absorción.
¿Por qué la osteoporosis afecta más a las mujeres? La osteoporosis de mi madre me recordó que tengo huesos y dientes gracias a ella. “El embarazo y la lactancia”, anotaron Doherty y sus colegas, “plantean importantes retos a los mamíferos en cuanto a la regulación del equilibrio interno del calcio y la calidad del esqueleto”. Durante el embarazo aumenta la demanda de calcio, lo que obliga al cuerpo de las madres a aumentar la absorción en el intestino, pero también a poner a disposición del feto parte del calcio almacenado en sus propios huesos. El suministro de calcio que comienza a través de la placenta luego se extiende al periodo de lactancia. Hoy a las embarazadas se les recomienda tomar un suplemento de calcio. Durante años, mi madre guardó en una cajita mis primeros dientes y los de mis dos hermanas. Ahora que lo pienso, esos dientes representaban su “generosidad ósea”.
Con el paso de los años, con las fluctuaciones de hormonas como los estrógenos que desencadena la menopausia, ante la reducción de la actividad física, ese sutil equilibrio entre los osteoblastos y los osteoclastos se ve afectado. Los huesos pierden densidad y calidad ósea. Aparece la osteoporosis.
Por suerte, la misma medicina que prolongó nuestras vidas en el siglo XX y trajo como consecuencia el incremento de enfermedades asociadas a la longevidad, como cáncer y osteoporosis, también se ha encargado de ofrecer alternativas. En el arsenal médico de hoy, además de suplementos de calcio y vitamina D existen fármacos que estimulan la formación de hueso y otros que reducen la pérdida del hueso ya formado.
Cada mañana, desde diciembre del año pasado, mi madre toma una dosis de calcio y vitamina D, y aprendió a autoaplicarse una inyección de Teriparatida, un fármaco que simula la hormona paratiroidea humana y básicamente estimula a los obreros que forman hueso, los osteoblastos. Si la evidencia médica resulta cierta, se supone que puede reducir hasta un 65 % el riesgo de otra fractura en los próximos años. También inició fisioterapia.
Es un alivio, después de todo, saber que vivimos en una época en que la medicina aprendió a manipular un elemento que se formó en la explosión de estrellas hace millones de años para permitirnos mantenernos en pie unos años más sobre este planeta.
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