El psicólogo Daniel Ossa, director del Programa de cuidado del adulto mayor de Keralty, reflexiona sobre la búsqueda de un camino interior o espiritual y nos recuerda que vivir es un don que vale la pena poner al servicio de los demás.
El camino interior o espiritual, como expresión y ruta en la búsqueda de trascendencia, es común en todas las culturas y es la esencia misma de las religiones y de algunas filosofías. Trasegar este camino puede tomar numerosas formas; algunas pueden ser complejas e incluso estar acompañadas de engaños. La mayor tentación siempre será “tomar el camino más corto”, lo que va en detrimento de la esencia misma del camino espiritual, es decir, de la búsqueda del sentido y del propósito que demanda hacer ese recorrido sin tomar atajos. Siempre que se nos ofrezca una forma rápida de crecer espiritualmente, como mínimo deberíamos dejarnos acompañar por el beneficio de la duda.
Otra tendencia que cobra valor en la cultura del individualismo es la tentación de “hacer el camino solo”. Frente a ello vale la pena recordar que quien corre solo puede llegar más rápido, pero no siempre más lejos. Finalmente, surge un fenómeno creciente asociado al culto de la autoimagen. De ninguna manera se trata de volver a la dicotomía entre cuerpo y espíritu como expresiones simbólicas del bien y del mal. La salud y el bienestar están íntimamente asociados al autocuidado y este se hace efectivo cuando se practican hábitos de vida saludable. Pero una obsesión compulsiva con la imagen puede conducir al trágico desenlace que nos recuerda el mito griego de Narciso.
¿Cómo cultivar una espiritualidad que nos conduzca a encontrar sentido y propósito, es decir, experimentar tranquilidad al reconocer que tenemos un por qué y un para qué en nuestra vida? Para esto, podemos identificar algunos conceptos que, lejos de ser “fórmulas mágicas” o “atajos que abrevian el camino”, tienen la intención de ayudar a iluminar nuestra propia búsqueda de sentido y propósito.
La autenticidad implica ser fiel a uno mismo sin olvidar que nuestras decisiones tienen un efecto en los demás. Y este es un trabajo que no termina.
El discernimiento
La primera clave para saber distinguir entre una espiritualidad auténtica y una espiritualidad que puede terminar por oscurecer el camino es el discernimiento. Discernir es distinguir una cosa de otra. Este ejercicio está relacionado con esas decisiones que tomamos a diario. La joya de la corona en el camino del discernimiento es tener la capacidad para reconocer que no siempre “todo lo que brilla es oro” y que el discernimiento se constituye como la capacidad para saber distinguir entre aquello que me hace bien y termina potenciando mi identidad y realización de aquello que, aunque en apariencia es bueno, al final va a terminar degradando mi autoestima, mi amor propio y, por lo general, va a conducirme a un estado de ansiedad y depresión.
Quien se ejercita en el discernimiento aprende a identificar si las experiencias del día a día le están proporcionando las sensaciones y emociones adecuadas para un buen vivir. Si después de una experiencia, cualquiera que sea, tienes una especie de subidón, (comparable con una llamarada de hojas secas), pero luego cuando dicha sensación intensa te abandona y terminas en ansiedad, es bastante probable que dicho camino no sea el más adecuado a la hora de buscar tu realización personal. Por lo general, el camino del autoconocimiento demanda formación, disciplina y constancia y, aunque no faltan los momentos de lucha, las emociones que experimentas de forma cada vez más recurrentes son la alegría, la plenitud y la tranquilidad.
La autenticidad como coherencia
Los sinónimos de autenticidad son verdad, certeza, evidencia, legitimidad, seguridad, realidad. Si miramos estos conceptos con respecto a nosotros mismos, la autenticidad podría significar el acercamiento a nuestra capa más profunda, la evidencia de que, debajo de las capas de la identidad, tenemos la seguridad de ser nosotros mismos. En su libro El Banquete, Platón pone en palabras de Fedro un discurso sobre el amor (como motor de búsqueda de la verdad), en el que dice que “lo que debe servir de guía a quienes pretenden llevar una vida honesta durante toda su existencia es algo que ni los parientes, ni los honores, ni la riqueza, ni ninguna otra cosa son capaces de inculcar tan bien como el amor. ¿Y qué es eso a lo que me refiero? La vergüenza ante las acciones vergonzosas y el deseo de emular lo que es noble; porque sin estos sentimientos no es posible que ninguna ciudad ni persona particular realice obras grandes y hermosas”. En otras palabras, la autenticidad implica ser fiel a uno mismo sin olvidar que nuestras decisiones tienen un efecto en los demás. Y este es un trabajo que no termina.
Siempre que se nos ofrezca una forma rápida de crecer espiritualmente, como mínimo deberíamos dejarnos acompañar del beneficio de la duda.
La gratitud
Otro pilar importante de la vida, conforme con el curso de la naturaleza, es la gratitud.
La pseudoespiritualidad tiene dos expresiones características: la primera es el camino del apocamiento, en el que siento que debo renunciar, desaparecer, invisibilizarme, y esto lleva a perder potencia y energía. Este camino es riesgoso porque podría conducir a perder las ganas de vivir y ninguna espiritualidad auténtica conduce al aniquilamiento. La segunda es la sensación de superioridad al tener la autopercepción de ser “mejor” que los demás. Aquí quienes sufren son los otros. A lo que conduce la espiritualidad auténtica es a hacer respetar y valer la presencia y los derechos sin apocarnos, pero también sin pisotear, porque la gratitud nace del reconocimiento y el reconocimiento nace de la humildad.
Las bondades del mundo natural
En un mundo cada vez más saturado de información, el contacto con la naturaleza emerge como una alternativa para encontrarnos con nuestra esencia e identidad. Los pies sobre tierra firme, el fuego que enciende nuestra creatividad, el agua que nos enseña sobre el cambio y el viento que va y viene con entera libertad nos conectan con el mundo que nos rodea y esa conexión nos enseña a volver a lo esencial.
En mi proyecto personal y mi vida profesional tengo presentes estos principios espirituales, no solo por mi labor como director del Programa de cuidado del adulto mayor de Keralty, sino por el Elan Vital, mi casa, donde vivo rodeado de manantiales, vegetación, flores y animales y en donde empiezo a recibir personas que llegan para experimentar la tranquilidad que ofrece la Montaña. La experiencia consiste en saber llegar, abrazando estar allí como un don que se recibe; saber estar, con atención plena, y saber soltar, desde la gratitud. Cada experiencia está acompañada por tres ejercicios de conciencia. El primero se llama El sendero del Ser, una caminata consciente para contactar con el sentido y el propósito personal en medio de la naturaleza. El segundo se llama Los cuatro elementales, en el que se hace conciencia de las enseñanzas que nos ofrecen los cuatro elementos esenciales (tierra, fuego, aire y agua). El tercero, y último, se llama El círculo de gratitud, un espacio para reconocer la vida como un don que nos fue dado y que, al volver al día a día, vale la pena poner al servicio como el camino más efectivo de realización personal.
- Este artículo hace parte de la edición 193 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.
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