En menos de cinco años, Mónica, Martha y Luz Mireya Barreto tuvieron que enfrentarse al cáncer de mama. Dos de ellas son portadoras de una mutación en un gen que las predispuso a desarrollar la enfermedad. Las tres ya la superaron.
A la familia Barreto García se le ha movido el piso tres veces en los últimos cinco años, porque las tres hijas, de un grupo de cinco hermanos, han tenido que enfrentar el diagnóstico de cáncer. Y no cualquiera: cáncer de mama, el que tiene mayor incidencia en Colombia y fue la causa de muerte en el país de 4.111 mujeres en el año 2020, según información de la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer de la OMS.
En 2018, Mónica, la hija del medio, a sus 34 años, recibió un golpe en el seno que le sirvió de señal para detectar una masita. Con los días el dolor no cesaba y recurrió a un médico para que le recomendara qué hacer. Una ecografía encendió las alarmas, una mamografía intensificó las sospechas y una biopsia permitió corroborar que se trataba de un cáncer de mama en estadio IIB, o sea que el tumor medía más de 20 milímetros pero menos de 50. En su natal Santa Marta fue sometida de inmediato a cuatro ciclos de quimioterapia, que lo único que le quitaron fue el cabello, porque el tumor más bien creció.
Luego siguieron otros seis ciclos de medicación que sí lograron reducir el tamaño de la lesión. Y el 22 de julio de 2019, esta mujer ingresó a un quirófano para que los especialistas sacaran de su cuerpo lo que quedaba de la bola de células malignas, el seno derecho y todos los ganglios de la axila del mismo lado. Los estudios patológicos determinaron que Mónica era portadora de una mutación de un gen llamado BCRA1, que se transmite de generación en generación, y que aumenta hasta en un 70 % la posibilidad de desarrollar cáncer de mama o de ovario a edades tempranas, o sea, antes de los 50 años.
Debido a este resultado, los especialistas le recomendaron una segunda intervención para extraer preventivamente la mama izquierda, o sea mastectomía radical, reconstruir ambos senos con tejido extraído del abdomen, en un procedimiento que se llama reconstrucción con colgajos y, además, una histerectomía total, para evitar que el cáncer pudiera volver a instalarse en el útero, los ovarios o las trompas de Falopio. Mónica no dudó en aceptar lo que sugería el criterio médico, a pesar de que eso implicaba renunciar a ser madre de manera natural. Aunque se curó, todo el proceso de la enfermedad la dejó emocionalmente muy apaleada, y quería evitar a toda costa volver a pasar por esos momentos.
Mónica Barreto
“Mi recorrido fue muy largo porque lo atravesó la pandemia del Covid-19. Dos veces me sacaron del quirófano donde me iban a operar, bien porque las Unidades de Cuidado Intensivo estaban saturadas de enfermos o porque había cambios en los protocolos clínicos. Además, yo estaba en Bogotá, lejos de mis afectos, de mi red de apoyo. Era fácil desfallecer”, dice con nostalgia Mónica, la más bajita de las tres hermanas.
Ella cuenta que antes del cáncer tenía una pareja “que no aguantó el proceso”. Terminada esa relación, y con tantos “ires y venires” entre Santa Marta y Bogotá, también se fue alejando de las amistades. Y las difíciles circunstancias la fueron acercando más bien a su familia y la llevaron a valorar más “aquello que parece insignificante pero que es muestra de la perfección: un amanecer, por ejemplo”.
“Sé que es posible vencer el cáncer de mama, pero no soy la misma que antes de la enfermedad, sin duda. Ahora soy menos amargada, más paciente y también menos soñadora. Hoy en día, he deshecho mis planes de tener una familia propia. Me veo en el espejo y lo que veo no me gusta y dudo que le guste a otro. Entonces los cambios que me dejó el cáncer por fuera también me cambiaron por dentro. Así que me enfoco en el amor de mis sobrinos, de mis hermanos, de mis padres, de aquellos a quienes no les importa si tengo una cicatriz o cinco, porque para encontrar un compañero tendría que ser alguien que conozca por todo lo que he pasado y creo que es muy difícil de explicar”, comenta Mónica con los ojos aguados.
Actitud de vencedora
Estaba Mónica en espera de una tercera cirugía para corregir la reconstrucción del seno izquierdo que estaba deforme, cuando su hermana mayor, Luz Mireya, resultó con un hallazgo que de nuevo alteró la cotidianidad familiar: una masita en el seno derecho revivió el fantasma de la tragedia. Un autoexamen de rutina le había hecho caer en cuenta de que algo no iba bien. De nuevo, una ecografía, dos mamografías y una biopsia daban paso al diagnóstico que todos temían: cáncer de seno, con patología positiva para la variante dañina del gen hereditario BRCA1.
Ya Mónica, con su cabello largo y sus heridas cicatrizadas, se montó al hombro el tratamiento y la recuperación posoperatoria de su hermana de 40 años, así como el apoyo en el cuidado de sus sobrinos, el varón de 10 años y la niña de 6 años. Igual que un par de años atrás lo habían hecho sus hermanas con ella. En julio de 2022 comenzaron los seis ciclos de quimioterapia que reducirían el cáncer de mama que afectaba a Luz Mireya. Desde la primera sesión la bolita redujo su tamaño. O sea que el tratamiento surtía efecto.
“En la segunda sesión de quimioterapia llegaron las directoras de la Fundación Corazón Rosa, que es una organización que lidera la lucha contra el cáncer de mama en Santa Marta. Les llamó la atención que yo estuviera arreglada y maquillada mientras me pasaba esa droga fortísima por las venas. Entonces me propusieron ser imagen de la fundación durante la campaña 2023. Así que con mi cabeza rapada me hice más fotos y videos que todos los que me he hecho con pelo. Eso me dio vida, me distrajo, me animó y me brindó la posibilidad de sentirme útil, en medio de un camino que está repleto de obstáculos y altibajos emocionales”, dice Mireya con una sonrisa que deja ver dos huequitos en las mejillas.
Luz Mireya Barreto
En febrero de 2023 fue la cirugía de Luz Mireya: una mastectomía radical bilateral junto con la histerectomía total de abdomen, lo que implicó la extirpación de los dos senos, 17 ganglios linfáticos, el útero y los ovarios. Todo en la misma sala de cirugía, la misma mañana, en el mismo cuerpo.
A los dos días ya estaba de vuelta a casa, pensando en que quería estar del todo recuperada para volver a su trabajo como jefe de personal en una asociación de caficultores de la Sierra Nevada de Santa Marta. Con algunos cambios visibles, que no le quitaban el sueño, quería dejar atrás el episodio. El cabello, por ejemplo, creció de nuevo y ya no tenía ganas de tinturarlo, así que ahora lo luce con su bello color gris natural. Y sobre la cirugía reconstructiva de senos, dice que tiene tiempo para pensarlo, en ocho meses decidirá qué hacer. Sus energías están concentradas en completar las 25 sesiones de radioterapia que “arrasarán con lo que quede del cáncer, si es que algo queda”.
“Lo más duro de este camino ha sido tratar de sostener a mis hijos para que esto les afectara lo menos posible. Lo mejor ha sido el fortalecimiento de la fe, el cariño de los amigos, el apoyo incondicional de mis médicos, de la empresa, la solidaridad de mi esposo. Darme cuenta de que estoy rodeada de gente que me quiere. Aunque está el temor de que la mutación del gen pueda causarles daño a nuestros hijos, en mi familia somos muy creyentes y sabemos que Dios nos hará el milagro de poner fin a esa herencia. De todos modos, combinaremos la fe con la ciencia, y a partir de los 16 años le haré a mis hijos los estudios necesarios para evaluar sus riesgos. Desde ya estamos modificando sus hábitos alimenticios en favor de su salud y educándolos para que conozcan su realidad”, apunta Luz Mireya.
La tercera no es la vencida
Mientras Luz Mireya lidiaba con los síntomas de la quimioterapia, Martha, la menor de las tres hermanas, solicitó a su EPS una mamografía de control. Como apenas tenía 37 años, primero le practicaron una ecografía mamaria que no dejó a los médicos conformes. De una vez le ordenaron una mamografía, por el antecedente de “síndrome de cáncer familiar” que había sido detectado en sus hermanas. Y luego, ante la detección de una diminuta masa, también siguió una biopsia. Y otra vez el temido diagnóstico: cáncer de mama.
“Como ya había pasado por la situación de Mónica y de Mireya no sentí miedo sino rabia. Lo primero que pensé fue en la angustia de mis padres, en el hecho de que mi enfermedad reviviría los malos ratos que vivió Mónica, que fue quien la pasó peor de las tres. Y luego se me desató la inconformidad, estaba negada a someterme a esos duros tratamientos que salvaron la vida de mis hermanas. Que va, yo no soy tan fuerte, aunque por mis tres hijos rápidamente cambié de opinión”, dice Martha.
Martha barreto
Antes de que llegara el resultado de la patología el mastólogo tratante le propuso una intervención quirúrgica en la que extirparon el pequeño tumor y, preventivamente, tres ganglios linfáticos. Reconstruyeron con grasa de su propio cuerpo el cuadrante del seno afectado. Para completar el proceso, se sometió a cinco sesiones de radioterapia. Sus controles oncológicos, por ahora, serán cada tres meses porque en el estudio genético no hubo rastros de la mutación del gen BRCA1 o BCRA2.
“Pienso que uno reacciona tarde ante el hecho de que el cáncer te puede arrancar la vida. Con los días es que uno cae en cuenta del riesgo que corrió, de la suerte que ha tenido de sobrevivir, de haber sido atendido a tiempo, de tener una familia que mete el hombro. Pero también me hago mi autoevaluación, y quisiera haber aprovechado mejor mi tiempo a los 20, haber estudiado una carrera profesional, tener hoy mayor estabilidad económica para disfrutar más a mis hijos, más tiempo libre, más paseos, más calidad. Esas son las vainas de esta enfermedad, que le pone a uno los pies en la tierra”, reflexiona Martha en voz alta, mientras acaricia su pelo largo.
La previsión que ofrece la oncogenética
La genetista de Colsanitas Orietta Ivonne Beltrán dice que las hermanas Mónica y Luz Mireya Barreto optaron por la opción más radical al someterse cirugías de extirpación total de los órganos reproductores y los senos, con tremendas implicaciones físicas y emocionales, pero también es la alternativa que reduce al mínimo la posibilidad de que estas mujeres vuelvan a padecer algún tipo de cáncer.
La especialista resalta que también los hombres pueden tener este tipo de predisposición genética para desarrollar cánceres de próstata o de piel, principalmente. Por lo tanto, las personas de cualquier sexo deben considerar los estudios oncogenéticos cuando en sus familias haya diagnósticos de tumores malignos en personas menores de 50 años, en varias generaciones de una misma ala familiar y en órganos como mamas, útero, próstata, piel y, con menos frecuencia, en cerebro, estómago y colon.
Con respecto a los hijos de las mujeres de una familia donde se comprueba la presencia del gen BRCA1 o BRCA2, la recomendación de la especialista es esperar hasta los 20 años de edad para hacer los estudios genéticos: “Las acciones a tomar serán decisiones muy personales, porque tienen que ver con el plan de vida de cada quien, la experiencia que hayan tenido otros familiares y la confianza en los médicos que los asesoren”, finaliza.
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