El cambio demográfico es imparable. Ante una población cada vez más longeva y más solitaria, urge entender mejor el cuidado, aprender a cuidar. Hablamos con un experto.
Mientras tomamos café bajo el sol en una terraza bogotana, Wilson Daniel Ossa se queda mirando la calle y nos dice: “como que amanecí distinto”. Cuando le preguntamos qué quiere decir con eso, se toma un minuto para pensar y agrega: “Cada día nos pasan cosas tremendas, irrupciones de lo extraordinario que nos recuerdan lo esencial, o la importancia de quitarse pesos de encima y conectar con lo esencial…”.
Con calma, Daniel cuenta la cantidad de historias que ha cosechado por caminos muy diversos. A sus cuarenta y tres años, es el director global del Programa de Cuidado del Adulto Mayor de Keralty.
Originario de Tesalia, Huila, este filósofo de la Javeriana, psicólogo, especialista en administración en salud y magíster en salud pública de la Universidad Nacional de Colombia, pasó dieciséis años entre formación y servicio en el seno de la vida religiosa, en seminarios y universidades, pero también en territorios golpeados por la violencia y la pobreza.
Y hoy en Paicol, municipio vecino de su natal Tesalia, adelanta un proyecto personal. Desde hace dos años trabaja con sus propias manos y recursos un pedazo de tierra al que adecúa poco a poco para convertirlo en “un hogar, pero también un lugar para retiros y turismo de naturaleza”. Lo llamó Élan Vital, “aliento vital” en francés, inspirado en el concepto del filósofo Henri Bergson. Espera pronto poder abrir sus puertas “para todos aquellos que sienten que han perdido el sentido de su existencia o que necesitan eso: un respiro para hallar fuerzas”.
¿Cree que deberíamos cambiar la mirada que tenemos sobre la vejez hoy en día?
Yo no quería llegar a ser viejo. Me aterraba. Por eso hoy digo que soy más bien un converso. Mi interés y vocación estaba más cerca de los cuidadores. Fue trabajando en Keralty con los geriatras Robinson Cuadros, Mauricio Cárdenas y Arlet Cañón, entre otros, que comenzó a cambiar mi percepción. Hoy creo que todos deberíamos pensar que es una parte más de la existencia, y que así como aceptamos sus etapas “chéveres”, ¿por qué no aceptar la vejez sin caer en el prejuicio de que no es chévere?
La verdad no es que sea mala, lo que pasa es que no nos preparamos para ella. Si nos la tomáramos en serio, uno podría llegar a ser un viejo que vive ese tramo de la existencia de la manera más exitosa posible, con amigos, haciendo cosas, con buena calidad de vida y siendo funcional, independiente.
¿Y por qué lo aterraba?
Mientras fui jesuita, los fines de semana me gustaba ir a cuidar sacerdotes mayores en la Casa Pedro Arrupe, una especie de lugar de retiro para sacerdotes de la Compañía de Jesús. Algunos necesitaban ayuda para vestirse o asearse, pero a otros les gustaba la compañía, leer poesía o simplemente contar su vida. Yo lo disfrutaba mucho. De hecho, ahí nació mi interés por el cuidado.
En esos días, acompañé y escuché a hombres que un día tuvieron responsabilidades y cargos relevantes, que hicieron cosas importantes, que habían sido rectores o catedráticos de universidades como la Gregoriana o la Javeriana, pero que entonces sufrían varias enfermedades y que, salvo por los excelentes cuidados que les ofrecía la Compañía, estaban muy solos. Verlos funcionalmente reducidos me impactó mucho.
¿Cuál es el mayor reto de cara al cuidado de los mayores hoy, y cómo cree que deberíamos comenzar a enfrentarlo?
Se están dando transformaciones muy importantes dentro de la sociedad. Está aumentando la esperanza de vida y con la vejez aumenta la multimorbilidad y la cronicidad de las enfermedades. Además, habrá cada vez menos jóvenes entre nosotros.
Por eso el Estado, los servicios de atención y las empresas van a estar sometidas cada vez a presiones mayores. Pero el sistema no está haciendo casi nada para cambiar o generar alternativas que respondan mejor a esas transformaciones. Aún vivimos dentro del paradigma piramidal en que está montado todo el modelo de seguridad social en este momento, esa idea que presupone una amplia base que tiene las condiciones necesarias para sostener una pequeña cúspide de adultos mayores o personas dependientes.
Así que hay que pensar alternativas para generar y construir el cambio desde ámbitos diferentes al institucional, porque las adaptaciones estructurales necesitan más tiempo y liderazgos fuertes que los implementen. Pero ojo, no se trata de eximir a las instituciones de su responsabilidad. Para nada. Se trata de enfocar nuestra mirada a dos actores y ámbitos que tienen el potencial de compartirla: la familia y la propia persona.
¿Y qué hacer en específico con esos actores?
Es importante concientizar a aquellos adultos que ya son mayores o se acercan a serlo y están en ventana de oportunidad para envejecer bien y conservar su funcionalidad e independencia.
La idea es ayudar a que las personas mayores y sus familias desarrollen las capacidades necesarias para asumir parte del cuidado. Si nos quedamos quejándonos de los cambios institucionales que no pasan, nos va a llegar nuestra propia vejez sin las herramientas necesarias para vivirla de manera plena y exitosa.
Estudios muestran que la falta de lazos comunitarios empeora los cuadros clínicos de las personas mayores o con enfermedades crónicas. ¿Qué se puede hacer desde las instituciones para mejorar esto?
Hay que mirar hacia un principio humano, demasiado humano: la solidaridad. Y también a esa emoción que nos hace actuar conectando con el sufrimiento ajeno: la compasión. Pero desde el ámbito de la salud también hay que cambiar otro paradigma: no se trata de atender, sino de cuidar. El acto de cuidar trasciende el concepto tradicional de atención en salud. Cuando tú atiendes, vas sobre algo puntual; pero cuando cuidas vas sobre un proceso.
¿Y esto cómo se ve reflejado, por ejemplo, en el trabajo que adelantan en Keralty? ¿O desde Versania Cuidado y Vida?
Hemos trabajado por dejar de pensar que sabemos qué necesitan las personas mayores y sus cuidadores, para crear un modelo y unos instrumentos que nos permitan preguntarle a las personas cómo están, qué necesitan, y desde allí adaptar o crear programas de cuidado integral. Eso hace la diferencia, porque cuando tú preguntas por las necesidades de las personas, identificas sus capacidades y tomas en cuenta sus preferencias, no solo ofreces un mejor servicio, sino que haces que ellas se sienten mejor cuidadas.
Sin embargo, el usuario debe pagar de su bolsillo muchos de estos servicios, porque la política pública no permite otra cosa. Lo ideal sería poder apalancarlo económicamente en un modelo de aseguramiento como se hace ya con la atención en salud. Lo importante es que, para el momento en que se pueda, estamos listos para responder con un portafolio de servicios de altísima calidad.
¿Qué cree que le aporta la mirada filosófica al universo de la atención en salud, o mejor, del cuidado?
La filosofía enseña a mirar con ojos analíticos y de asombro la realidad, lo que pasa, las dinámicas cambiantes del mundo. Pero también, como base del método científico, la filosofía invita a construir la mirada más objetiva posible e intentar así una comprensión profunda y detallada de diversos fenómenos, hechos, ideas.
Hay quienes dirían que se queda hasta ahí, en revisar y analizar, y no avanza significativamente en las respuestas. Pero no es así: esta mirada analítica te lleva a integrar mejor respuestas que se han generado en otros lugares y momentos para construir modelos, planes e instrumentos —como los de procesamiento de datos, que requieren de mucha lógica, otra rama de la filosofía— que hagan funcionar esas respuestas en el contexto de tu interés.
Eso es lo que he tratado de hacer respecto a la comprensión del envejecimiento como tendencia global. Si se desea asegurar la sostenibilidad del sistema, lo cual no es otra cosa que asegurar el cuidado de las generaciones futuras para cuando estas lo necesiten, hacen falta análisis agudos de las condiciones, factores y variables que ponen en riesgo dicha sostenibilidad. Ahí la filosofía tiene muchas herramientas para aportar.
¿Cuáles han sido los autores que más lo han inspirado?
Podría mencionar a Hannah Arendt, por su llamado a narrar nuestra vida como forma de encontrar sentido; o a Henri Bergson y Baruch Spinoza, por su reflexión sobre la fuerza vital. Pero estaría diciendo mentiras, o al menos quedándome corto.
Más que autores, hay tres personajes que han marcado mi vida. A mí me enseñó a pensar la existencia, su sentido político, y a no conformarme, una niña muy aguda llamada Mafalda. Tintín me enseñó a vivir la vida como una aventura que nos lleva a recorrer el mundo desde la curiosidad y el asombro, investigando. Pero sin duda mi maestro de vida, mi biblia personal, mi referente total es El principito.
¿Y por qué?
Lo que hace el Principito en su periplo por los planetas es acercarse a las distintas etapas del curso de vida. Cada uno de los personajes que conoce nos muestra una etapa de la vida desde distintas metáforas y perspectivas. Y es muy bello porque además la relación que él tiene con su rosa es una relación de cuidado: no la entiende, se siente agobiado porque sabe que tiene que volver de sus viajes porque está sola y necesita de él… Ese libro es un espejo impresionante.
¿Cuáles fueron sus mayores hallazgos en su paso por la vida religiosa?
El primero es descubrir que Dios es providencia. Yo he quedado en ceros económicamente por lo menos unas cuatro veces en mi vida, y esa lección sí que me ha servido en esos momentos. Lo descubrí cuando estaba de jesuita: varias veces me enviaron en misión a lugares remotos donde las condiciones de seguridad eran precarias, en el alto Orteguaza, el Magdalena Medio y el Sur de Bolívar, por ejemplo, en las que, a pesar de todo, nunca me faltó ni techo ni comida. Obvio, pasé dificultades: me acuerdo mucho de las pulgas, de que me tocó cargar panela o madrugar a ordeñar a cambio de alimento, pero eran cosas que yo sabía hacer.
La providencia no es que caigan cosas del cielo; ella se da cuando tú pones lo que tienes al servicio de otros, del todo, das de lo que tienes y recibes mucho más de lo que has dado. Además, eso te enseña mucho de una práctica y disposición mágica: la gratitud. Es la oración y la meditación por excelencia, la fórmula magistral para experimentar la paz que trae reconocer que Dios siempre provee.
Otra lección importante, de humildad esta vez, es que tú no puedes ayudar a personas que no quieren dejarte hacerlo, porque querer ayudar o sanar a quien no está dispuesto es soberbia. Y esto es tan valioso en la vida de personas que desean construir o generar cambios: te evita desgastes y estrellones fútiles… Y otra más: cuando logras ser coherente, todo fluye. Las personas, espacios y oportunidades que deben llegar, llegan.
*Historiador y escritor. Colaborador permanente de Bienestar Colsanitas y de Bacánika.
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