Mónica Vargas tuvo que someterse a una ileostomía (una abertura en el vientre) para salvar su vida. Hoy, en el día mundial del paciente ostomizado, revive los sentimientos que ha atravesado en este proceso de adaptación.
Un estoma u ostomía es una abertura que permite la comunicación artificial entre algún órgano y la pared abdominal, y que, transitoria o definitivamente, facilita la expulsión de los desechos corporales de forma diferente a la natural. Las ostomías hacen parte de intervenciones quirúrgicas indicadas para solucionar enfermedades y anomalías como el cáncer colorrectal, la colitis ulcerosa, los traumatismos anorrectales, la incontinencia fecal severa o la diverticulitis complicada. También pueden ser la mejor alternativa para hacer frente a enfermedades como el cáncer de ovario, de la uretra, de la vejiga, uropatías obstructivas o incontinencias urinarias severas.
El primero de octubre se celebra el Día mundial del paciente ostomizado y por eso quisimos darle voz a Mónica Vargas, una paciente con ostomía, quien cuenta la experiencia de su operación, recuperación y adaptación.
Mi celebración de la vida
Es la madrugada del 22 de noviembre de 2020. Con náuseas y fuerte dolor abdominal, me preparo para una histerectomía en la clínica Colombia, en manos de los médicos Juan Pablo Ruiz Pineda y Carlos Fernando Bonilla.
Como si hubiesen pasado unos pocos segundos, despierto mareada y desorientada. Sin caer en cuenta todavía de mi estado, fui conducida a la Unidad de Cuidados Intensivos para monitorear y estabilizar mi condición. En el camino mi esposo es quien me cuenta que la cirugía ha sido muy compleja por una peritonitis. Que salvaron mi vida y que iba a estar bien, pero que en el lugar de la perforación, mi intestino estaba muy frágil y el doctor decidió realizar una ileostomía… ¿Ileosto qué?, fue todo lo que pude preguntarle. El médico había dicho que era temporal y que debía tener paciencia. Mi esposo me hablaba de tener tranquilidad. No entendí mayor cosa. Estaba exhausta.
Los tres o cuatro días que estuve en la UCI fueron duros. Insomnio, máquinas, sondas, canalizaciones, baño en la cama. Hasta que por fin llegué a un cuarto. Y llegó el momento de ver lo que nunca pensé tener en mi cuerpo: un estoma en el abdomen. Me enojé, sentí tristeza, me deprimí, creí que era la única en el mundo con eso, ¿cómo viviré en adelante? Solo me reconfortaba saber que lo habían hecho para salvar mi vida.
El doctor Ruiz Pineda me explicó el procedimiento y me animó a tener optimismo y paciencia mientras mi intestino sanaba. Estuve hospitalizada 20 largos días, bajé cinco kilos; me dolía la cintura, el cansancio era mucho y el sueño escaso. Hubo días de llanto, aunque agradecí a Dios por haberme dado otra oportunidad de vida. Pero también sentía tristeza porque no entendía por qué me había complicado tanto. Sin embargo, el apoyo de mi esposo Nelson, de mi familia, amigos y el de la Iglesia fueron esenciales en el proceso. Tanto como el doctor Ruiz y la veintena de jefes y auxiliares de enfermería que día y noche animaron con su humanidad y vocación mi recuperación.
Miedo, incertidumbre y muchas preguntas me acompañaron de regreso a casa. Era mi nueva normalidad. Lo superé y lo agradecí. El doctor Ruiz y el grupo ERAS, liderado por la doctora Ángela Navas y la jefe de enfermería Vivián Pineda, me prepararon para esta segunda parte del desafío.
Por más de ocho meses aprendí a vivir, aceptar y cuidar mi estoma. Ya no me causaba horror. Llegué a desenvolverme por mí misma sin ningún tipo de desagrado. Adapté mi guardarropa y estética para ajustarme a mi nueva condición. Recuerdo el primer día que hice el cambio de bolsa, me paré frente al espejo, organicé todos los implementos y empecé. Sin embargo, tardé más de una hora y media, y hasta tuve que pedirle a mi mamá que me ayudara. Mi esposo ya era un experto haciéndolo, pero no estaba cerca.
Lograrlo me dio mucha tranquilidad y confianza. Empecé a tener autonomía en todas mis actividades, retomé el trabajo, conduje sola mi carro, eso sí, siempre portando un maletín con mis elementos básicos para hacerle frente a cualquier vicisitud.
Unos días antes del cierre de la ileostomía tuve miedo y ansiedad. Como si se tratara de un viejo amigo, le hablé al estoma por varios días y le dije que volvería a casa, al mundo que pertenece, que allí estaría bien. El anestesiólogo me explicó que me pondrían analgésico epidural. El tiempo pasó tan rápido que cuando me di cuenta ya era la hora de la anestesia general.
Al despertar, expectante, dirigí mi mano izquierda al lugar donde tenía mi estoma, quería asegurarme de que ya no tenía nada sobre la piel. Me sentí feliz y agradecida y sé que Dios puso las mejores manos en mi camino. “Celebra la vida Mónica”, fue la última indicación médica.
A los doctores Ruiz, Barrios, Navas y Bonilla, a las amables enfermeras, así como a todos los médicos, jefes, auxiliares y responsables de experiencia de la Clínica Reina Sofia, toda mi gratitud por mí, por los que han pasado por este difícil camino y por los que tendrán la suerte de tenerlos como guías en situaciones semejantes.
*Periodista y profesora universitaria. Colaboradora permanente de Bienestar Colsanitas.
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