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Bienestar Colsanitas

Cómo ver ballenas jorobadas sin molestarlas

Fotografía
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Entre junio y noviembre, unas 800 yubartas, o ballenas jorobadas, provenientes del Polo Sur, Chile y Argentina viven y se reproducen cerca de las playas del Golfo de Tribugá, en el Pacífico colombiano.

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Una ballena jorobada, de 15 metros de largo y 40 toneladas, debe salir cada 30 minutos del agua para respirar. Mientras dormimos, nosotros nos acurrucamos en la cama y el cuerpo inhala y exhala por horas el aire que nos mantiene vivos. Esto ocurre sin que nos demos cuenta. Pero no pasa lo mismo con las ballenas del Pacífico. Cuando duermen, cada una de sus respiraciones
es consciente. Requiere de esfuerzo e intención. La ballena debe impulsar su enorme cuerpo hacia la superficie y sacar la parte de la cabeza donde se encuentra su espiráculo, que es el orificio por el que toman aire antes de volver a sumergirse. Para descansar, las ballenas desarrollaron un sistema en el que son capaces de apagar la mitad de su cerebro y dejar que la otra se encargue de respirar e identificar peligros. Sin esta capacidad de tener un sueño unihemisférico, las jorobadas se ahogarían.

Quince turistas prestamos atención mientras Ann Carol Vallejo, bióloga marina y directora de la fundación R&E Ocean Community Conservation, nos explica este y otros datos impresionantes de las ballenas que veremos mañana en el Golfo de Tribugá. Es agosto, llueve, y estamos en el kiosco principal de Casa Balae, en Guachalito. Este es uno de los últimos corregimientos de Nuquí (Chocó), a una hora en lancha del casco urbano, bien al sur, casi donde termina el golfo.

Ann Carol sostiene en la mano un prototipo de una ballena jorobada, o yubarta, en el que señala cada una de las partes del cuerpo. Nos explica que las manchas blancas en las colas funcionan como huellas digitales que se fotografían para identificar si un mismo animal vino el año pasado a Nuquí. Lo más probable es que haya ido hasta el Polo Sur a alimentarse y, luego de haber recorrido 8.500 kilómetros, regrese a Colombia para aparearse, tener sus crías en aguas cálidas y enseñarles a los recién nacidos cada cuánto tiempo deben respirar, cómo saltar y cómo nadar junto a ellas para protegerse.

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Es distinto prepararse para un avistamiento con esta información en la cabeza. La curiosidad que habita en mi cerebro y la expectativa de ver de cerca los saltos de las jorobadas comienzan a comportarse distinto porque nos han hecho un llamado a la conciencia. Para realizar un avistamiento responsable debemos controlar las ansias de capturar las acrobacias de jorobadas en fotos que luego terminarán en Instagram.

“Este no es un parque de diversiones en el que las ballenas hacen lo que queramos, estamos en su hábitat, visitando su casa. Así que cualquier comportamiento que podamos observar contiene información valiosa”, dice Carlos Montoya, director de Colombia Inspira, una agencia de ecoturismo que lleva dos años promoviendo los avistamientos responsables en el Golfo de Tribugá.

R&E y Colombia Inspira diseñaron una experiencia multisensorial en la que, antes de lanzarnos al mar, los turistas aprendemos sobre el comportamiento de los delfines y ballenas que viven en Nuquí y recibimos un entrenamiento corto sobre cómo identificarlas mar adentro. Durante un avistamiento responsable, los turistas somos sujetos activos. Ojos abiertos y presentes para avisar al resto de la tripulación si vemos un animal. Mientras estemos en la lancha no debemos ponernos de pie, tampoco gritar. Lo mejor es mantenerse en silencio, estar presentes y observar. Al identificar un soplo es muy probable que luego se puedan ver los lomos, las aletas dorsales y pectorales y las colas. Si se tiene paciencia podrán aparecer las cabezas y los saltos.

Ya en la lancha los avistamientos son acompañados por Valentina, bióloga marina y voluntaria de la R&E, quien nos va entregando más información sobre lo que tenemos al frente. En Panamá, Colombia y Ecuador, la temporada de ballenas inicia en junio y todos los años va hasta noviembre, cuando las manadas comienzan su migración estacional hacia Argentina, Chile y la Antártida. En los tres últimos años, la Fundación ha publicado y distribuido guías de avistamiento entre los operarios del Golfo de Tribugá, que contienen inventarios de buenas prácticas e información sobre la anatomía y comportamiento de las ballenas y delfines del Pacífico. R&E, junto a la World Cetacean Alliance (WCA), está trabajando para lanzar un programa de formación que permita certificar a jóvenes locales como Guías de Avistamiento Responsable. La recomendación es que en cada embarcación siempre haya un capitán, un marinero y un guía de avistamiento. Todos capacitados en cómo reducir nuestro impacto mientras nos aproximamos a las ballenas.

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Alguien dice emocionado “¡soplo a las 12!”, usando la clave que nos dieron de imaginar esta lancha como si fuese un reloj. Conteniendo la emoción, todos observamos al frente y vemos una marca de agua vertical suspendida en el aire. Los soplos que emiten cuando respiran son la manera más fácil de saber que ahí están. “¡Soplo a las 2. Lomo a las 2!”, la ballena se va moviendo y la lancha se acerca manteniendo una distancia de 100 metros para no perturbarla. Esta es una de las reglas que más se rompen cuando operadores y turistas insisten en cruzar ese límite para verlas y tomarles fotos.

“Estar muy cerca puede provocar que cambien la trayectoria de desplazamiento. Las ballenas no deberían invertir energía en evitar las embarcaciones. Por eso la recomendación de los 100 metros. Si una madre le está enseñando a su ballenato a nadar, necesita espacio para moverse. Los ballenatos nacen con capas muy delgadas de grasa corporal. Así que en sus meses en Colombia van ganando habilidades  y grasa para sobrevivir el largo viaje que les espera hacia el sur. Interrumpir ese entrenamiento puede generar que el ballenato arranque débil su primer ciclo de migración”, explica Ann Carol.

En el Golfo de Tribugá es común ver a las madres mostrarle a su ballenato cómo saltar. Primero salta ella, luego su cría imita el movimiento. Las ballenas tienen un potente músculo en la cola, llamado pedúnculo, que tiene la fuerza suficiente para levantar todo el peso del animal y expulsarlas fuera del agua en un movimiento extraordinario. En esta parte de Nuquí vimos también competencias entre machos que luchan por impresionar a las hembras. Nadan juntos y luego se atacan entre sí usando colas y aletas.

En nuestro caso, los saltos y las luchas las vimos desde la playa, cerca de Cabo Corrientes. Observar el comportamiento de un animal salvaje sin nuestra presencia produce en el cuerpo una sensación especial. Se siente bien contemplar sin intervenciones. “Colombia tiene unas condiciones muy afortunadas. Son realmente escasos los lugares del mundo donde se pueden hacer avistamientos desde las playas. Normalmente hay que adentrarse en el mar para encontrarlas, pero en el Pacífico colombiano las ballenas se acercan muchísimo a la costa. Si se presta atención, se pueden ver desde la playa a cualquier hora del día. Este es el mejor avistamiento posible. Sentarse y observarlas con o sin binóculos”, dice Ann Carol.

Las ballenas que llegan hasta Colombia hacen parte de un grupo extenso de unas 3.000 yubartas que los científicos nombraron Grupo G, y que pueden encontrarse a lo largo de todo el Pacífico, principalmente en las costas de Panamá, Colombia, Ecuador y Perú. La familia G viaja en manadas, aunque algunos de sus individuos se mueven solos. Todos comparten una misma canción que solo cantan los machos. Los científicos han identificado que algunos modifican partes de la melodía, pero la estructura principal del canto del Grupo G permanece.

En un momento inesperado Valentina sumerge en el mar un micrófono conectado a un parlante. Un cable de 15 metros entra al océano e inmediatamente comenzamos a escuchar a un macho cantando la canción. Se siente muy extraño. Casi irreal. Algunos preguntan si estamos ante una grabación. La bióloga aclara: “No. Es aquí, en algún lugar de este mar, no sabemos qué tan lejos, donde ese macho está cantando. Está pasando en este momento”. Es el primer año en que Colombia Inspira y R&E incluyen este avistamiento sonoro en la experiencia. El plan es que el próximo año el resto de operadores sumen los micrófonos a los recorridos, ya que pueden habilitarse con bajo presupuesto.

Nos quedamos en silencio y algo en mi cabeza comienza a imaginar la vida submarina de esos seres enormes que producen canciones. El mar se vuelve una imagen sensorial mucho más amplia que se mezcla con el ya exuberante horizonte de olas y selva tropical que tenemos al frente. El canto de las ballenas completa la experiencia, nos recuerda que así no las veamos, ellas están ahí todo el tiempo. 

 

 

 

 

 

 

 

*Periodista científica y ambiental independiente. Su trabajo ha sido publicado en El Espectador, El Tiempo, Vice News y Dejusticia.

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