¿Por qué nos causan curiosidad la vida y los pensamientos de ellas? ¿Qué nos impulsa a seguir sus romances, rupturas y opiniones? ¿Tenemos expectativas irreales de alguien que solo vemos por pantalla? Una mirada al fenómeno de las celebridades y nuestro vínculo emocional con ellas.
En un mundo hiperconectado como en el que vivimos, donde las redes sociales amplifican cada acción, palabra y error humano, nuestra relación con las celebridades se vuelve mucho más directa y su influencia positiva o negativa puede desencadenar emociones intensas en el público. Por eso es pertinente revisar la conexión que desarrollamos con las celebridades que admiramos y apoyamos virtualmente, para mitigar la influencia que pueden tener sobre nuestras vidas.
Nuestra necesidad de pertenecer
Los vínculos intensos que entablamos con las celebridades fueron denominados bajo el término relación parasocial por los psicólogos Donald Horton y Richard Wohl en los años 50. “Esta relación parasocial es totalmente unidireccional porque, en realidad, no hay una conexión recíproca”, explica Byron Sánchez, especialista en Psicología Clínica de Colsanitas. “Puede explicarse a partir de varios factores sociales, como la necesidad que tenemos de pertenecer y sentir que somos parte de algo más grande que nosotros mismos”. Además, los seres humanos somos eminentemente sociales, por eso nos comparamos constantemente, para autoevaluarnos, por el temor a ser rechazados. Así pues, podemos entender que las grandes comunidades de fanáticos que siguen a un artista musical y se autodenominan como pertenecientes a un grupo en común, lo hacen porque quieren pertenecer a un grupo que reafirme su identidad: Beliebers (Justin Bieber), Directioners (One Direction), KG Gang (Karol G), Shakifans (Shakira) o Swifties (Taylor Swift).

Otro factor que nos ayuda a entender esta curiosidad por la vida de alguien que no conocemos está centrado en la proyección de nuestras propias vidas en las celebridades, ya sea por empatía o carencia.
Las celebridades: entre la identidad y la idealización
Las personas que admiramos se convierten en referentes y formadores de nuestra identidad, a veces, sin siquiera notarlo. Esto se debe a que desde nuestra niñez aprendemos con el ejemplo. Aquello que vemos de nuestros padres o cuidadores y el contexto en el que crecemos definen nuestros gustos e intereses. Este aprendizaje se extiende a todo lo que consumimos a diario y permea nuestro comportamiento, hábitos y estilo de vida. Incluso, se convierte en un aspecto de nuestra cultura.
Podemos ver esto en personajes como Simón Bolívar, quien era constantemente retratado como un hombre blanco, muy alto y refinado, pero, en realidad, su estatura era promedio y su procedencia mestiza. Para el profesor Alfonso Conde Rivera, doctor en Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia, “la admiración que sentimos hacia una persona suele estar posibilitada por cierto grado de desconocimiento”, lo que nos impide ver la imagen completa de una persona con todos sus matices, lo que contribuye a una mirada idealizada.
Las celebridades representan aspiraciones y deseos de éxito, fama, riqueza y poder. Al ver esto, las personas imaginan o idealizan sus propias ambiciones y viven indirectamente los logros de estas, lo que les permite escapar de la rutina de la realidad del día a día.
Eaedem res maneant alio modo. At hoc in eo M. Non potes, nisi retexueris illa. Scrupulum, inquam, abeunti; Quantum Aristoxeni ingenium consumptum videmus in musicis?

Ser fan o juez
Las celebridades cuentan con privilegios gracias a sus fans, seguidores y apoyo. Esto puede resultar en una relación en la cual la celebridad se sienta en deuda con su fanaticada, quienes a su vez generan expectativas en cuanto a su comportamiento. Un artista que se enorgullece de su identidad nacional, por ejemplo, debería mostrar coherencia al alzar su voz frente a los problemas sociales de su país. No hacerlo puede ser percibido como hipocresía, especialmente, cuando la autenticidad es cada vez más valorada por las audiencias. No se trata de pedirle a los famosos que hagan el trabajo del gobierno, sino que contribuyan a la visibilización de problemáticas que sus comunidades pueden estar viviendo.
Para algunos fans es legítimo cuestionar el impacto cultural de ciertos productos artísticos. Por ejemplo, canciones como “+57”, de Karol G, o producciones audiovisuales y contenidos que alientan comportamientos morales perjudiciales y perpetúan estereotipos dañinos para nuestra sociedad. Como espectadores podemos señalar estas problemáticas, siendo radicales en nuestras opiniones. Si rechazamos ciertas actitudes o contenidos de un artista o director, debemos aplicar los mismos principios a otros, independientemente de su género, popularidad o contexto. Para otros fans, juzgar a los artistas no es necesario porque prefieren separar la obra del artista, de manera que puedan disfrutar su contenido sin tomar partido cuando hay comportamientos cuestionables por parte de la persona que lo crea. Lo ideal es que cada persona pueda ser coherente con sus propios valores y que sean estos el criterio para consumir o dejar de consumir cierto contenido.
Admirar con un balance emocional
La fama es poder, pero ese poder depende de quienes la otorgan: nosotros, el público consumidor. En esta relación unidireccional existe una ventaja clave: podemos tener un control total sobre ella. “Es fundamental construir una autoimagen basada en valores personales y significativos, desarrollada a partir de un pensamiento crítico. Además, debemos ser conscientes de la naturaleza selectiva y, a menudo, poco realista de la vida que se nos presenta a través de la virtualidad”, enseña el doctor Byron. Parte de este control está en poner los límites necesarios y evaluar qué comportamientos estamos dispuestos a tolerar de una celebridad: desde algo mínimo, como no compartir los mismos gustos, hasta algo que se convierta en un problema para nuestra vida o la de alguien más, como una actitud violenta. Así mismo, no idealizar la vida de un famoso, de manera que se convierta en un argumento en nuestra cabeza para rechazar la nuestra.
Adicionalmente, es necesario reconocer y gestionar nuestras emociones ante cada noticia que vemos en redes. En un mundo donde la intimidad de las personas famosas es expuesta constantemente, debemos recordar que detrás de cada figura pública hay un ser humano con derecho a la privacidad. Al compartir o comentar este tipo de contenido es esencial actuar con respeto y evitar contribuir a dinámicas de odio innecesario, que no solo dañan a la persona expuesta, sino que también perpetúan un ambiente tóxico en línea.
En lugar de reaccionar impulsivamente desde el enojo o el dolor, podemos reflexionar antes de interactuar con el contenido y, si es necesario, expresar nuestra opinión de manera constructiva.
Para esto es importante desarrollar una inteligencia emocional, que implica identificar y comprender nuestras emociones, regular nuestras reacciones impulsivas y ser capaces de ponernos en el lugar del otro. Además, nos permite discernir cuándo una crítica es válida y cuándo solo estamos alimentando una espiral de odio que no aporta soluciones.
Lo más importante es recordar que conociendo a otros podemos aprender de nosotros mismos y de nuestra historia como humanidad, para no repetir errores e inspirarnos en la vida de aquellos que apreciamos.

Este artículo hace parte de la edición 199 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.


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