¿De qué sirve volver con tanta frecuencia al pasado, romantizar todo lo vivido, huir del presente? El autor explica cómo se relaciona con la memoria y los recuerdos que atesora.
Desde mi punto de vista, y como resultado de mi experiencia personal, considero que uno de los mayores peligros de quienes estamos entrando en la recta final de la vida es la nostalgia. Yo fui muy nostálgico cuando crucé el umbral de los 30. Nostalgia romantizada de lo que había vivido y también de muchos episodios de los que había leído, mas no vivido. Vivía melancólico, queriendo regresar a mis 20, época que coincidía, más o menos, con los tiempos del nacimiento del punk. En 1987 me parecía terrible que el álbum Sgt. Pepper’s, de los Beatles, cumpliera 20 años de publicado. 20 años… tanto tiempo…
Hoy veo las cosas de manera bastante diferente. Por eso ahora intento huir de la nostalgia. Ver el pasado, sí, recordarlo y evocarlo, pero con ojo crítico. Es decir, recordar también los malos tragos de aquellas épocas. Lo considero necesario para no caer en la tentación de añorarlos y echarme a la pena porque aquellos “eran buenos tiempos que jamás podrán volver”. Así decía la letra de una canción de Radio 15, o Radio Tequendama, cuyo nombre no recuerdo y tampoco he logrado encontrar en Google ni en YouTube.
Y ya que andamos en modo cancionero, cantemos: “Yo también tuve 20 años y un corazón vagabundo”. Cuando miro las cosas con espíritu crítico y algo de objetividad, me cuesta añorar lo que viví cuando tuve 20 años. ¿Corazón vagabundo yo?, ¿a mis 20 años? La sola idea me produce risa. La verdad, salvo por la mata de pelo que tenía entonces y que añoro desde que la empecé a perder con el cambio de siglo, yo no quisiera volver a ser aquel personaje enclenque y langaruto, tímido hasta los tuétanos, plagado de inseguridades y complejos que miraba su futuro con una incertidumbre que bordeaba el mismísimo terror. Con enormes problemas para comunicarse con las personas y escondido en una frágil máscara de excentricidad para intentar destacarse por su supuesta originalidad.
Pero… esos recuerdos almibarados de un pasado maravilloso muchas veces no son más que construcciones que nosotros mismo hacemos. Eso que llamamos memoria suele ser una trampa, un artificio que, por decir cualquier cosa, convierte en recuerdo una foto mía de niño que me tomaron en una finca en 1965 y que, al verla en 1990, con el paso de los años, convertí en un recuerdo real de 1965.
Una expresión que me encanta por su carga poética es la de “infancia perdida”. Me pongo a pensar en ella y, en efecto, me lleva a lugares, imágenes y personas que atesoro en mi memoria. Pero… ¿de verdad quiero volver a ser niño en aquella ciudad de apenas dos millones de habitantes? La verdad, no mucho. Sería divertido, eso sí, poder viajar en el tiempo a 1969 cuando la selección de Brasil, durante la eliminatoria para el Mundial de México 70, se alojó en el Hotel Comendador y Pelé, Gerson y Rivelino salían al vecino Parque del Brasil para jugar con los niños del barrio. Lindo poder viajar a ese pasado, pero como un turista con tiquete de ida y vuelta. Volver a ver el Crem Helado, la casona de La Gata Golosa, las muy pocas quintas de Chapinero que aún sobrevivían; volver a comprar vinilos prensados en Colombia en el Disco Club de la calle 92 con carrera 15 y, de pronto, aprovechar para darle uno que otro consejo a ese yo tímido y acomplejado que era entonces. Algo muy distinto a querer recuperar el pasado y volver a él para huir del presente.
Quién quita, una opción para no caer en la melancolía podría ser aprender a sentir nostalgia del futuro y cantar: “Yo también tendré 100 años y un corazón operado con cambio de válvula aórtica con malformación congénita por válvula aórtica mecánica y refuerzo de PVC en una sección de la aorta”.
- Este artículo hace parte de la edición 192 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.
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