Nunca pensé que iba a querer revisitar mi diagnóstico de infertilidad. Y sin embargo, acá lo cuento todo… hasta cómo finalmente llegaron mis dos hijas.
Yo no quería tener hijos. Estaba segura de que para mí no era importante tener descendencia ni dejar un legado en el mundo, más allá de mi trabajo como actriz y escritora. Pero de la misma forma en la que pasa en una película, no es sino que la protagonista tome la decisión de que no quiere algo, para que la vida le demuestre lo contrario.
Mi padre murió en mis brazos el 4 de agosto de 2005. Ese día todo cambió. Lo acompañé en esa insondable transición hacia la muerte y, por la manera cómo me miró al morir, supe que el amor de un hijo le da sentido a la vida. Tuve la certeza de que yo no me quería perder de eso.
Escena uno
Bogotá. Consultorio médico ginecológico. Año 2007.
Dr. X: Hemos hecho todos los exámenes pertinentes y, desafortunadamente, hemos encontrado que los conductos de las trompas de Falopio están obstruidos y no hay manera de recuperarlos. Es imposible que quedes embarazada.
Adriana no puede creer lo que está escuchando. Mira a su esposo, que permanece callado porque sabe que cualquier cosa que diga puede ser utilizada en su contra. Adriana se pone de pie, camina de un lado al otro, quiere decirle mil cosas a este doctor que tiene que estar equivocado… pero simplemente le extiende la mano a su esposo para que se vayan.
Adriana (llena de rabia): No estoy de acuerdo con su diagnóstico, voy a buscar una segunda opinión.
Adriana y su esposo salen del consultorio. Su esposo le dirige una mirada al doctor pidiéndole excusas, pero ambos saben que ninguno de los dos puede comprender lo que ella está sintiendo en ese momento.
Después de esta primera escena vino una oleada de confusión y angustia. No solamente quería tener hijos, sino que ahora era mi anhelo más grande. No imaginaba mi vida sin poder tener la dicha indescriptible de compartir el camino al lado de un hijo o una hija, de verlo o verla crecer, de transitar a su lado por las tristezas y las grandes dichas. Ya no había vuelta atrás: yo estaba decidida a tener hijos y cuando me propongo algo, no hay nada que me detenga. Y entonces, llegó la pelea con Dios.
Escena dos
Bogotá. Iglesia católica.
Adriana se encuentra arrodillada en una de las sillas traseras de una iglesia que está medio vacía. Al frente de ella, una enorme imagen de una cruz con un Cristo redentor, más abajo la imagen de la Vírgen. Adriana siempre había sido católica, pero ahora tiene una mezcla de sentimientos, y el que predomina es la rabia. Adriana mira fijamente las imágenes, es inevitable llorar. Siente este diagnóstico como un castigo por haber dicho tantas veces que no quería tener hijos. Ahora esas frases se vuelcan en su contra, como un castigo de un Dios punitivo.
Adriana (para sí misma): Dios mío, te pido con todo mi corazón que me perdones todas mis faltas. Yo sé que muchas veces expresé que no quería tener hijos pero ahora te pido aquí, de rodillas, que escuches mis súplicas y que me ayudes a quedar embarazada porque es lo que más deseo.
Detrás de esa súplica hay un silencio profundo. El mismo silencio que había en su corazón porque Adriana estaba rota, tenía rabia y estaba perdida.
Siempre que había perdido el camino, mi herramienta era la fuerza. Levantarme y llenarme de un poder, que nunca entendí de dónde salía, que me ayudaba a recuperarme de cualquier cosa que me ocurriera. Y esta no era la excepción. Decidí visitar a otro doctor y, efectivamente, encontré un diagnóstico diferente.
Escena tres
Bogotá. Consultorio médico ginecológico. Año 2009
Dr. Y: En mi opinión, el diagnóstico que te dieron es parcialmente correcto. Efectivamente, las trompas están obstruidas; pero puedo hacer una operación en donde intentemos recuperarlas. Según mi experiencia, estoy convencido de que lo podemos lograr y quiero proponerte que hagamos una intervención para buscar un embarazo natural.
Los ojos de Adriana se iluminan, su esposo le corresponde, sabiendo que esto le ha devuelto el alma y el cuerpo a su mujer.
La cirugía se realiza. La recuperación es supremamente compleja: no solo tengo que tener el tiempo y el reposo de cualquier procedimiento quirúrgico, además debo lidiar con una intensa ansiedad por saber si el procedimiento logró los resultados. Sin embargo es tan inmensa la felicidad que tengo en mi corazón que no me importa lo que estoy viviendo y solamente espero que me digan cuándo puedo volver a intentarlo.
Pero hay algo que no contemplé. Entendí en ese momento, o tal vez un poco después, que un diagnóstico de infertilidad no solamente pone en juego cómo se siente uno como madre, o como no madre, sino como mujer. Extrañamente la infertilidad está vinculada, como otras muchas cosas de la biología femenina, con la manera como una mujer se siente frente al mundo y, en particular, frente a su pareja. Un diagnóstico de infertilidad lo enfrenta a uno con ese concepto de “darle hijos al hombre”, esa supuesta obligación fundamental que tiene una mujer en el matrimonio. Y cuando uno recibe ese diagnóstico se siente disminuida como madre, pero principalmente como mujer, esposa y pareja. Por eso esa cirugía me devolvió la ilusión de poder ser madre, pero también me hizo sentirme más mujer y más pareja para mi esposo.
Hasta que llegó el nuevo diagnóstico: la cirugía no había sido exitosa. Volvíamos al punto cero, y hasta peor. Reconocer (nuevamente) que el primer diagnóstico era cierto, y que pese a todo lo que había intentado era imposible para mí quedar embarazada, fue devastador. No sólo me derrumbé físicamente, también me vine abajo emocionalmente. Caí en un lugar del que pensé que nunca podría salir. Me sentía poca cosa, y utilizo la palabra “cosa” porque así me sentía: como una cosa que no funcionaba. Sin embargo, recurriendo a esa fuerza de la que hablaba anteriormente, volví a levantarme. En mi corazón había una voz que me decía que debía seguir adelante y, por fortuna, mi corazón siempre ha sido el capitán de este barco. No me dejó hundirme en un mar de angustia y desesperación.
“Ya no había vuelta atrás: yo estaba decidida a tener hijos y cuando me propongo algo, no hay nada que me detenga. Y entonces, llegó la pelea con Dios”.
Escena cuatro
Bogotá. Consultorio de medicina para la infertilidad. Año 2011.
Dr. Z: Adriana, efectivamente es imposible que tengas un hijo de forma natural, pero acá te podemos ayudar con tratamientos y, si es necesario, recurrir a un in vitro. En un procedimiento in vitro se utiliza el esperma del hombre para fertilizar los óvulos de la mujer por fuera del cuerpo femenino (paso que usualmente ocurriría naturalmente en las trompas). Una vez fertilizados, los óvulos se instalan dentro del útero de la mujer para que ocurra el proceso del embarazo. Creo que lo podremos lograr, en la mayoría de veces después de uno o dos intentos logramos tener éxito. Dicho esto, es probable que sean más.
Adriana mira a su esposo. Él le sonríe, dándole todo su apoyo porque sabe que por fin escuchaban una voz de aliento. Es un procedimiento muy complejo a nivel físico y emocional, además de la parte económica que es muy onerosa, pero ambos están dispuestos a seguir adelante.
No fueron ni uno, ni dos in vitros, fueron seis. Después de la última pérdida, después de someterme cinco veces a inyecciones de hormonas, a los trastornos que eso trae, a la caída y el dolor emocional de cinco pérdidas con la ilusión previa de que finalmente se hubiera dado el milagro de la vida y del embarazo, me volví a reunir con Dios y le di un ultimátum.
Escena cinco
Bogotá. Habitación. Noche.
Adriana está sentada con los ojos cerrados, su cuerpo está cansado, ella está triste y profundamente agotada.
Adriana (orando): Sé que nos hemos peleado, sé que he maldecido, pero en el fondo siempre he sabido que estás ahí para sostenerme. Este es un aprendizaje muy doloroso y muy difícil, pero también te lo agradezco porque me ha demostrado la fuerza y la resistencia que tienen mi cuerpo, mi alma y mi ser. Reconozco la divinidad que hay dentro de mí, que viene de tí, Dios mío, y a tí madre santa, Virgen María, con toda la fuerza femenina que me has dado para recuperarme. Quiero decirles que hoy me entrego porque ya no puedo más. Voy a hacer un último intento, ustedes me guían, porque hay algo en mi corazón que no me permite parar. Así que les pido que me den una señal: ¿Cómo y de qué manera debo hacerlo? Después finalmente podré rendirme o recibir el santo regalo de un hijo o una hija.
La señal llegó. Fue un reto gigantesco. Esta vez debía someterme al in vitro de una manera mucho más compleja. Pero cuando recibí la propuesta, y se me explicó cómo era, supe que esa era la señal que había pedido. La mayoría de pacientes declinan esta propuesta, no están dispuestas a llevarla a cabo porque el procedimiento es más arriesgado, el tratamiento con hormonas es más intenso y el cuerpo y el estado de ánimo se afectan mucho más. Sin embargo, por mi encuentro espiritual el día anterior, sabía que debía seguir adelante y acepté.
Última escena
Bogotá. Casa familiar. 24 de diciembre de 2012.
En medio de la reunión de Navidad de las dos familias, Adriana se voltea a mirar a su esposo. Él ha estado muy pendiente de ella toda la noche. Pronto van a llegar a este mundo sus dos hijas: Martina y Guadalupe. La mirada confirma que ha llegado el momento, le avisan a toda la familia. Son las 11:53 de la noche, está a punto de nacer el niño Dios y también están a punto de irse para la clínica juntos para el nacimiento de sus hijas. En medio de la algarabía, la familia los despide, y ellos dos, de la mano, se suben al carro para irse a la clínica. Tres días después reciben a las dos niñas más maravillosas, las que hicieron que todo valiera la pena.
Escribir este texto ha sido profundamente doloroso pero también me ha permitido mirar en retrospectiva una etapa de mi vida que me hizo transformarme desde lo más profundo de mi corazón y de mi alma, hasta lo más ligero de mi cuerpo y de mi espíritu. Soy otra mujer después de que nacieron mis hijas, no sólo por las razones más evidentes, sino porque también aprendí que no hay nada más peligroso que hacer las cosas por la fuerza. Es peligroso porque hace el camino mucho más largo, más lleno de obstáculos. Mi transformación espiritual después de esta aventura ha sido quizás el regalo más grande que recibí, aparte, por supuesto, de mis dos hijas. Ellas son mi motor, mi fortaleza y mi faro.
Cuando conozco mujeres que han recibido un diagnóstico de infertilidad, sé perfectamente lo que sienten. Quisiera a todas y cada una poder abrazarlas, acompañarlas en ese proceso. Pero también sé que independientemente del resultado, después de esto saldrán diferentes, fortalecidas, sin duda más mujeres y más poderosas. Al final, para mí, mi diagnóstico se ha convertido en el regalo más grande.
Para Martina y Guadalupe. Bogotá, julio de 2022
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