El cerebro humano es esa máquina maravillosa que nos trae un recuerdo de hace veinte años sin que lo estuviéramos buscando, y nos esconde el lugar donde dejamos las llaves de casa hace apenas treinta minutos.
Quiénes somos es, en una inmensa medida, el resultado de aquello que recordamos. Nuestros hábitos, idiomas, rostros familiares, espacios y recuerdos del pasado conforman un estrecho tejido en el cual construimos una individualidad, una personalidad y un lugar en el mundo.
Pero hay muchas formas en las que podríamos perder ese patrimonio frágil que llamamos memoria. Y sobre la memoria y el olvido en nuestro cuerpo hay mucho que observar y qué pensar.
“Desde el punto de vista histórico y fisiológico, recordar es bellísimo”, anota el doctor Leonardo Palacios, neurólogo adscrito a Colsanitas y profesor de la Universidad del Rosario. “Durante quince siglos se pensó que casi todo lo que hace el cerebro lo hacía el corazón: un órgano caliente que producía la sangre y la llevaba a todo el cuerpo, impulsando nuestros ánimos. La acrópolis del cuerpo, decía Aristóteles. A esta visión del cuerpo humano la llamamos cardiocentrismo. En cambio, se pensaba que el cerebro era un órgano frío que le hacía contrapeso a los influjos sanguíneos del corazón. La etimología de la palabra recordar (de la misma raíz de cardio) es interesante: quiere decir volver a pasar por el corazón”.
Según explica el doctor Palacios, en el proceso de fraguar y tejer los recuerdos intervienen muchos factores. “Lo que nos impacta emocionalmente es recordado con mayor precisión. La atención es determinante, y con los celulares esto sí que se ha caído. Incluso hoy se habla de amnesia digital: es tal la cantidad de información que tenemos registrada en esos aparatos y la que podemos consultar a través de ellos, que no hacemos mayores esfuerzos por memorizar muchas cosas”.
Me dice el doctor Palacios que la motivación también es crucial para fijar mejor los recuerdos, es decir, para fortalecer nuestra memoria: “Cuando un tema nos interesa, lo que tiene que ver con ese tema también queda mucho mejor registrado. Los recuerdos se forman por unos mecanismos bien establecidos. Cuando registramos hechos, nombres, números de teléfono, oraciones, el cerebro se modifica. Este concepto se denomina plasticidad neuronal. Investigaciones recientes han probado que con tres semanas aprendiendo a navegar en internet, por ejemplo, es suficiente para cambiar el cerebro de alguien que nunca ha estado en contacto con la red, incluso si ya sabe leer y escribir. Y esto debido a que el cerebro crea áreas nuevas para estas nuevas actividades”.
Ahora bien, hay distintas formas en las que este proceso podría verse afectado o deteriorado. Tener claridad al respecto puede ayudarnos a preservar esta capacidad de la que tanto dependemos, y ayudarnos a comprender mejor cómo funciona nuestro cuerpo para cuidarlo.
Declive natural por la edad
Todos hemos oído o visto a algún familiar mayor con dificultades para recordar información lejana o reciente. “Es relativamente común que, después de cierta edad, la memoria comience a ser más lenta, y se vuelve más difícil para ella recuperar los recuerdos. En resumen, esto sucede porque existe algo que los médicos llamamos el declive cognitivo normal por la edad”, me explica Palacios.
“A partir de los 55 años en especial, las personas seguimos siendo muy productivas, pero la velocidad del procesamiento de la información y de evocación es ligeramente más lenta” continúa el profesor Palacios. “Y mucha gente consulta por esto, pero es algo completamente normal. Por eso hay que aprender a envejecer con dignidad dentro de las limitaciones que se nos imponen de manera natural”.
Ahora bien, una cosa es tener estos olvidos ocasionales y otra, comenzar a notar cierta regularidad y dificultad para sobreponerse a ellos en temas concretos o áreas de nuestra vida. Incluso valdría la pena consultar con un especialista, pues podría tratarse de un deterioro cognitivo leve, padecimiento que, aunque su nombre lo presente poco amenazante, puede ser indicativo de pronósticos más complejos.
“Es una condición médica perfectamente definida y bastante extendida”, retoma Palacios. “Siete de cada diez casos de deterioro cognitivo leve se pueden manejar y controlar a través de programas de rehabilitación neurocognitiva, que ofrecen ejercicios y posibilidades para mejorar o mantener la memoria. Hay que chequearse y hacer seguimientos porque, en muchos casos, pueden señalar el primer paso hacia la enfermedad de Alzheimer”.
Enfermedades neurodegenerativas
Con la edad también pueden aparecer enfermedades neuronales degenerativas que no son curables pero sí tratables. Al respecto anota el doctor Palacios: “Las condiciones actuales de salud pública y prolongación de la vida han hecho que la prevalencia de la enfermedad de Alzheimer haya subido de manera considerable. La segunda en prevalencia es el Parkinson, y entre los que la padecen, un 25 % aproximadamente puede desarrollar una demencia asociada a esta enfermedad. La tercera es la demencia por cuerpos de Lewy y la cuarta la demencia vascular, esta última asociada a niveles altos de colesterol, sedentarismo —tan grave o peor que el tabaquismo—, diabetes y otras enfermedades crónicas no transmisibles que también pasan factura y aumentan el riesgo”.
En general, toda enfermedad degenerativa que pueda dañar el tejido neuronal puede producir problemas en la memoria o dificultad para usarla o recuperarla.
Golpes, traumas y disfunciones
Golpes en la cabeza, accidentes cerebrovasculares, infecciones, tumores, falta de oxigenación e incluso la terapia electroconvulsiva (los electroshocks) pueden afectar nuestra memoria.
Todos ellos pueden dañar o lastimar zonas del cerebro donde tenemos almacenados nuestros recuerdos. “Todo depende del grado de la lesión y su extensión”, explica Palacios. “Aunque está lejos de ser la norma, hay casos de personas que han sufrido un accidente cerebrovascular u otro evento muy grave y quedan en un estado vegetativo, por ejemplo, o que han perdido tejido cerebral y que han sido operados varias veces, y se han recuperado. Hay casos de personas que han estado muy mal mucho tiempo y finalmente se recuperan”.
Le pregunto al doctor Palacios si hay posibilidad de recuperar los recuerdos y habilidades después de un golpe, trauma, infección que haya afectado nuestra memoria. “Sí es posible y es por esa facultad: la plasticidad cerebral o neuronal. Cuando a uno se le daña un pedazo del cerebro, la parte buena que queda empieza a aprender inmediatamente para suplir las necesidades que dejó la otra. Por eso con fonoaudiología, terapia ocupacional y neurología se rehabilita a las personas después de un accidente o intervención”.
Por otro lado, hace aproximadamente quince años se descubrió la neurogénesis: se comprobó que las neuronas sí se reproducen. “Y se ha comprobado” me cuenta Palacios, “que existe una relación estrecha entre neurogénesis, buena memoria, salud general, bienestar mental y estilo de vida. Pero no deje de anotar que en el proceso de recuperación o rehabilitación de alguien que ha sufrido un accidente así, el entorno favorable y el amor son muy importantes. Aunque no parezca que tengan incidencia, sí pueden hacer una diferencia enorme”.
Por consumo de sustancias farmacológicas y no farmacológicas
Otro de los motivos por los que es posible perder la memoria o reducir su capacidad es el consumo de sustancias químicas, farmacológicas o no, que interfieran en el corto o el largo plazo en el funcionamiento neuroquímico de nuestro organismo. “Hay sustancias que son permitidas y que afectan mucho la memoria, y entre ellas principalmente el alcohol”, señala Leonardo Palacios. “El consumo regular de altas cantidades de alcohol produce efectos en su mayoría negativos. Las sustancias psicoactivas ilegales destrozan el cerebro: la heroína, la cocaína son terribles. Y una de las que más afecta el cerebro es la escopolamina, la famosa burundanga extraída del cacao sabanero o borrachero. Tiene una gran capacidad para borrar transitoriamente la memoria, y en dosis altas puede dejar rezagos notables”.
Distintos tratamientos farmacológicos también pueden interferir en el correcto funcionamiento de los neurotransmisores que fraguan los recuerdos: entre ellos se pueden contar ansiolíticos como las benzodiacepinas, los analgésicos opiáceos o los antidepresivos tricíclicos, así como algunos anticonvulsivos, medicamentos como los agonistas de la dopamina usados en el tratamiento del Parkinson, los antihipertensivos betabloqueantes, los sedantes hipnóticos no-benzodiacepinas, anticolinérgicos y antihistamínicos de primera generación.
Algunos tratamientos para el cáncer pueden inducir un letargo y dificultad para concentrarse que puede afectar especialmente la memoria, como la quimioterapia: un testimonio impresionante al respecto se encuentra en el libro Desmorir, ganador del premio Pulitzer en 2020.
Le pregunto a Leonardo Palacios por qué se prescriben estos medicamentos a pesar de los efectos en nuestra memoria. “Paracelso tiene una máxima que es muy recordada en medicina: nada es veneno, todo es veneno. Todo depende de la dosis. Los médicos prescribimos las dosis de los fármacos para manejar bien una condición. Y todos estos medicamentos pueden inducir ciertas dificultades en la memoria, pero especialmente por consumo prolongado o dosis altas. Es el caso, en especial, de las benzodiacepinas. Se consumen mucho porque disminuyen la ansiedad, el estrés, inducen al sueño muy bien, pero a largo plazo intervienen de manera notable como adicción. Hoy son un problema mayor en los Estados Unidos. Son maravillosas por tres semanas, pero ya más de eso, hay que advertir que pueden generar dependencia y deterioro en la memoria, porque alteran los flujos de neurotransmisores”.
Una breve nota sobre el estrés y los trastornos de la salud mental
Precisamente porque la atención es fundamental para fraguar recuerdos duraderos y claros, dos factores más deben ser incluídos aquí: el estrés y la depresión, o el trastorno bipolar o de estrés postraumático, entre muchos otros.
En cuanto al primero, Palacios anota que el exceso de estrés prolongado “resulta en una sobrecarga de sustancias secretadas por nuestro cuerpo que sólo deberían presentarse por picos en situaciones de emergencia como la cortisona”, con lo cual se interfiere en el correcto flujo de neurotransmisores.
Los trastornos de la salud mental pueden involucrar tanto un desequilibrio en los flujos químicos del cerebro como somnolencia o desatención por exacerbación del estado de ánimo, sin mencionar la alteración general que puede generar un episodio más grave y fuerte como un brote psicótico. Por todo esto es normal suponer una alteración transitoria de la memoria que puede ser manejada con la ayuda de especialistas, el tratamiento y la terapia necesaria.
Hay mucho que hacer para cuidarnos
Cuidar nuestra memoria pasa por cuidar nuestro cuerpo. Las acciones que pueden ayudarnos en este sentido son a veces tan sencillas como usar un buen casco a la hora de montar bicicleta. Y hay otras que pueden cultivarse todos los días. Todo tipo de estudios prueban que una dieta saludable, el ejercicio e identificar a tiempo síntomas que valga la pena tratar tempranamente, son todos recursos valiosísimos para preservar nuestra salud mental, cerebral y física. Y sin embargo, hay actividades que, a parte de disminuir el estrés y propiciar espacios de ocio y recreación saludables para cualquiera, pueden robustecer las funciones cerebrales y potenciar su capacidad para recuperarse ante un evento adverso.
“Como te explicaba antes, la estimulación y el aprendizaje inducen al cerebro a crear nuevas asociaciones y áreas para cada nuevo saber, además de trabajar la plasticidad neuronal que resulta fundamental en los procesos de rehabilitación cognitiva. Los resultados se ven a cualquier edad, de modo que no hay motivo por el cual resignarse en ningún momento de la vida. Entre los deportes, el ping pong requiere tanta atención y reactividad que exige una actividad mental bestial, y es un deporte que puede practicar cualquiera a cualquier edad. Y fíjate que las artes también pueden promover todo esto: en especial se ha estudiado muy bien los beneficios inmensos que la interpretación musical y el baile, en especial en pareja, le ofrecen a nuestro cerebro”.
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