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Andrea Herrera

“Los estándares están para romperlos”: Andrea Herrera

Fotografía
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Pole dancer profesional, modelo y activista son solo algunos de los títulos de Andrea Herrera, quien sufrió una pérdida progresiva de la visión. Esta es la historia de una mujer que superó todas las barreras.

Irónicamente, la clase que no le gustaba a Andrea en el colegio era educación física. Resulta paradójico porque la misma niña de grandes gafas, nacida en Zaragoza, Antioquia, que prefería evitar los 60 minutos de entrenamiento físico del colegio, a sus 33 años se convirtió en subcampeona mundial de su deporte. Andrea practica pole sport, la disciplina deportiva del pole dance que combina danza, acrobacia y gimnasia en una barra vertical, en la categoría de parapole (una modalidad ajustada para personas con cualquier tipo de discapacidad). “Recuerdo que cuando nos ponían a correr o me lanzaban el balón, lo único que recibía era golpes porque no podía ver”, recuerda emocionada su niñez.

Leidy Andrea Herrera perdió la visión completamente a los 25 años a causa de una enfermedad degenerativa llamada retinitis pigmentosa. Actualmente vive en Medellín, donde se desempeña como deportista profesional de pole sport, es locutora para radio y televisión, actriz de doblaje, modelo, presentadora y gestora social. Para ella no es suficiente actuar en una sola función, pues su esencia se resume en buscar todas las experiencias que le brindan bienestar y satisfacción, sin pensar en limitaciones de ningún tipo.

“Siempre digo que la vida es una, no hay otra. Y si hay otra, no nos vamos a enterar. Por eso yo quiero aprovecharla haciendo lo que deseo, no importa si no me sale perfecto o al final no me gusta, lo importante es acumular la mayor cantidad de vivencias posibles”, afirma.  Esa firme convicción no llegó de un momento a otro, fue producto de años de trabajo interno, reflexión y aceptación. Incluso cuando la rabia fue la emoción predominante a lo largo de ese camino en el que poco a poco perdió visión, esa misma rabia se convirtió en un agente transformador y en punto de partida para ser la mujer que ella quería y no la que la sociedad esperaba que fuera.

Tenía 18 meses cuando le formularon gafas para poder mejorar su visión. Siempre fue una niña inquieta, que gozaba treparse en cada árbol, correr y jugar. Sin embargo, sus padres prendieron las alarmas cuando empezaron a notar que se golpeaba y tropezaba constantemente con los objetos, especialmente en las noches o cuando había poca luz. Aunque su visión fue empeorando con el paso del tiempo, no fue hasta los 13 años que fue diagnosticada con retinitis pigmentosa. 

“Desde que tengo memoria usé gafas y mi mayor deseo era no utilizarlas. Tuve una respuesta a ese deseo porque ya no las iba a necesitar, lamentablemente no fue porque mi salud visual fuera a mejorar sino porque me iba a quedar ciega”.

“Desde que tengo memoria usé gafas y mi mayor deseo era no utilizarlas. Tuve una respuesta a ese deseo porque ya no las iba a necesitar, lamentablemente no fue porque mi salud visual mejorara sino porque me iba a quedar ciega”, afirma Andrea. La retinitis pigmentosa es una rara enfermedad genética que no tiene cura y que según cifras de la Universidad de Stanford, afecta a aproximadamente dos millones de personas en el mundo. 

De acuerdo con la Academia Americana de Oftalmología, esta enfermedad hace que “las células que detectan la luz en la retina se descompongan progresivamente y destruyan la visión. Las mutaciones en más de 60 genes pueden contribuir a esta condición”. En el caso de Andrea, la enfermedad la llevó a perder totalmente su sentido de la vista de manera progresiva. Y aunque no quedó ciega inmediatamente, pasó toda su adolescencia y el inicio de su adultez con una condición de baja visión, una discapacidad visual significativa que no puede corregirse con lentes convencionales, cirugías ni tratamiento médico. 
“La baja visión es una condición muy incomprendida porque aún cuando no estás ciego, sigues sin poder ver adecuadamente; eso dificulta desplazarse o hacer ciertas tareas con normalidad. En mi caso, yo tenía un campo visual reducido conocido como visión de túnel, aún cuando podía leer un documento, no podía identificar a una persona desde lejos o caminar en un espacio sin tropezar con cosas”, relata Andrea.

La actividad física es esencial para el bienestar físico y emocional de Andrea. Además del pole dance e ir al gimnasio, ha practicado deportes como la natación y el atletismo.

Además de las dificultades que la enfermedad representaba en la cotidianidad, después de graduarse del colegio, con 17 años, pasó por una etapa emocional muy retadora en la que sentía una gran frustración por su condición y un desprecio por sí misma. El desafío continuaría en Medellín, ciudad a la que llegó para estudiar traducción. Aunque sus años universitarios fueron desafiantes, también se convirtieron en el punto de quiebre para dejar de ver su discapacidad visual como una limitación y asumirse como una mujer ciega, llena de feminidad, fuerza y seguridad. 

“Yo sentía que por mi ceguera las otras personas no me iban a ver como una mujer. No quería que simplemente me vieran como una persona con una discapacidad, así que me esforzaba por verme femenina, bonita y arreglada todo el tiempo; sentía que eso iba a cambiar la percepción de la gente. Pero el cambio real llegó cuando dejé de esperar la mirada de los demás y me concentré en mi propia percepción”, comenta Andrea. En este proceso, obtuvo una beca de intercambio para ir a estudiar a Suecia, un viaje que fue el impulso necesario para trabajar en su rehabilitación e independencia, y en el que ganó una gran libertad física y emocional.

Sumado a lo anterior, el deporte también ha sido fundamental en su vida. La actividad física es esencial para su bienestar físico y emocional. Además de entrenar en el gimnasio, ha practicado natación y atletismo, pero su verdadera pasión la encontró en el pole dance cuando tenía 30 años. “Un día me desperté y tomé la decisión de inscribirme en pole dance. Aún cuando sentía temor al pensar que, tal vez, no me abrieran un espacio en la academia. Pero en ese punto sabía que no era un favor que me tenían que hacer, sino una cuestión de derechos. Así que me animé”, cuenta. Este miedo se esfumó rápidamente, pues desde el primer día en la academia la recibieron con total apertura.

“El pole sport es un deporte muy riguroso, todas las coreografías tienen que montarse bajo parámetros específicos y esto también desarrolló en mí disciplina y control sobre mi cuerpo”.

Al principio, Andrea veía el pole dance como una práctica artística que la llenaba de fuerza, sensualidad y libertad, pero tiempo después descubrió que había mucho más: un campeonato mundial de pole sport con una categoría de parapole destinada a los atletas con discapacidad. En 2019, viajó a Canadá para representar a Colombia en el Mundial de Pole Sport, competencia en la que obtuvo la medalla de plata. 

“Esto marcó un antes y un después en mi vida; el pole me empoderó, me hizo verme, respetarme y entender que yo no tenía que hacer nada para verme sensual, eso estaba en mí, así como está en cualquier mujer. Además, hay que recordar que el pole sport es un deporte muy riguroso, todas las coreografías tienen que montarse bajo parámetros específicos y esto también desarrolló en mí disciplina y control sobre mi cuerpo”, afirma. Para aprender las coreografías, principalmente se utilizan los sentidos del tacto y la audición. Sus entrenadoras describen con precisión cómo debe acomodar su cuerpo en cada figura.

El haberse coronado como la subcampeona mundial de parapole no solo representó una enorme satisfacción, sino que le abrió la puerta a otras oportunidades profesionales. A sus 33 años se inscribió a una academia y empezó a modelar. Y no solo eso, también ha trabajado como actriz de doblaje, locutora y entre sus sueños está ser presentadora de un canal internacional. El activismo se ha convertido en otra de sus pasiones. Desde su papel como gestora social lidera un grupo de mujeres y trabaja en proyectos de cooperación internacional.

“Dentro de mi filosofía siempre ha estado hacer las cosas de la mejor manera, no es simplemente que me abran un espacio por mi discapacidad, por eso la formación académica es muy importante para mí”.

Después de un largo camino, a sus 37 años Andrea se siente cómoda y agradecida con el cuerpo que habita. Su ceguera se convirtió en una característica más, sumada a su cabello crespo, su piel trigueña y su voz serena. “El mensaje que yo quiero llevar en todos los escenarios en los que esté es que la clave de la vida no está en esperar que las personas te vean; lo fundamental es verse a uno mismo y entender que los estándares están para romperlos”, concluye Andrea Herrera.

- Este artículo hace parte de la edición 193 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.