Mientras le tomamos algunas fotos en su estudio abierto de par en par sobre la terraza, María Clara Jaramillo señala un diseño que cubre la pared del fondo. “Representa nuestra vida: comienza en ese árbol que tenemos delante de la casa, y pasa por el yoga, los cactus (que son mi debilidad), los deportes (que le encantan a mi marido), el acordeón (mi hijo es fanático del vallenato), entre otras cosas… Lo mandé a hacer con una diseñadora colombiana que vive en Suiza y mira que cuando hablamos me preguntó, ‘¿Tú eres cirujana maxilofacial?’ Yo la había operado hacía veinte años, cuando era una adolescente. Imagínate la coincidencia”.
María Clara Jaramillo es odontóloga de la Pontificia Universidad Javeriana especialista en cirugía oral y maxilofacial de la Universidad Militar Nueva Granada. Su experticia incluye la cirugía oral y ortognática, la implantología y el diseño digital 3D. Es parte del grupo multidisciplinario de Colsanitas de Apnea Obstructiva del Sueño. Tiene treinta y cinco años de experiencia profesional a los cuáles sumó en 2013 el uso de herramientas digitales 3D para planeación de cirugía y diseño de dispositivos personalizados para pacientes. Desde 2017, ofrece este servicio a otros cirujanos para ayudarles a preparar sus procedimientos.
Mujer ágil para las palabras y risueña, Jaramillo nos lleva de las salas de cirugía a páginas de narrativa histórica entre las que cuenta algunas de sus lecturas predilectas, del yoga a los viajes que ha hecho a muchos de los Parques Naturales Nacionales de Colombia, y también de paso por el deporte y el mar, dos de sus grandes amores, mientras tomamos un café y terminamos la tarde en su apartamento bogotano.
¿Cómo influyen treinta y cinco años de experiencia en su práctica con la planeación tridimensional?
Los software de planeación y diseño empezaron a ser desarrollados para ingenieros biomédicos. Tenían un lenguaje y unos procesos que eran muy intuitivos para un ingeniero, pero no tanto para un cirujano. Por eso, para aprender a usarlos tuve que pedirles que me entrenaran. A partir de ahí creció una relación de aprendizaje mutuo que nos ha permitido conocer el alcance y las limitaciones de los programas, y los procesos que se planean. Porque es muy importante que lo que planeas se pueda aplicar de forma segura en el quirófano. Así que es muy gratificante poder aplicar treinta y cinco años de experiencia en beneficio de ese trabajo en planeación 3D y cirugía.
¿De dónde vino su interés por dar ese paso?
Siempre estuve al día en lo nuevo que había. Antes yo ya usaba herramientas de planeación 2D, pero me parecía que faltaba algo: la tridimensionalidad. Y las universidades de países desarrollados ya estaban trabajando en eso. Yo me metí en la cabeza que tenía que acceder a esa tecnología y lo logré. Cuando empecé a usarla, quedé convencida de que era la forma más apropiada de hacerlo. Durante años nos las arreglamos para preparar los casos de forma análoga… Y funcionaba, pero con la tecnología actual no hay motivo para volver atrás. Por eso me hice el firme propósito de difundirlo en la profesión para que los cirujanos colegas míos, tuvieran acceso también. Que estemos en un país en desarrollo no quiere decir que tengamos que soportar estar atrasados en tecnología.
A usted le encanta operar anomalías dentofaciales, ¿en qué consisten exactamente?
Pueden ser de tamaño o posición. Por ejemplo, si yo veo a alguien de frente y veo que su cara no está derecha, es una anomalía por asimetría. Hay personas que cuando las miras de perfil tienen la mandíbula muy prominente o muy pequeñita. Ahí es una anomalía de posición. Otros pacientes tienen trastornos del sueño secundarios a esas anomalías, porque sus maxilares están ubicados muy atrás y estrechan la vía aérea. Entonces, con estas últimas, por ejemplo, lo que nosotros hacemos es llevar todo esto hacia adelante para aumentar el volumen de la vía aérea. Estos procedimientos son lo que llamamos cirugía ortognática.
¿Eso cuenta como cirugía estética?
Es clarísimo que es funcional, porque en los maxilares está la masticación, la articulación del lenguaje, la deglución, la respiración. Hay muchas funciones que confluyen ahí y que se ven afectadas por estas anomalías. Pero la pregunta es interesante. ¿Cómo puedes cambiar la posición o el tamaño de los maxilares sin intervenir en la estética de un paciente? Mi paciente debe quedar por lo menos como estaba o mejor, pienso yo. Así que por supuesto que estas cirugías tienen que ver con la estética, pero ese no necesariamente es el móvil. Y por otro lado, puede que el móvil sea estético, pero haya una consecuencia funcional. Si yo soy una adolescente de 16 años y mis pares me hacen matoneo porque mis maxilares no tienen la posición o el tamaño adecuado, pues eso también tiene una repercusión emocional. Corregir una cosa repercute en la otra.
¿Qué otro problema ve en sus pacientes del que usualmente no se habla?
Existe una tendencia de los profesionales de la odontología a tratar de evitarle cualquier cirugía al paciente, incluso cuando ese es el tratamiento apropiado para lo que tiene. Y por eso tratan condiciones como las anomalías dentofaciales de manera inadecuada. Cuando recibo a esos pacientes no solo están con un tratamiento que no era el adecuado, sino que terapéuticamente están fatigados, puede incluso que maltratados y con una actitud frente al tratamiento que ya no es la ideal.
Hace un tiempo usted se hizo mastectomía y reconstrucción sin tener un diagnóstico de cáncer de mama. ¿Podría contarnos un poco sobre su decisión?
A mis dos hermanas les diagnosticaron cáncer de mama casi al tiempo. Ninguna de nosotras tenía antecedente familiar y a pesar de que el estudio genético fue negativo, nadie me aseguraba que yo no lo fuera a desarrollar también. Yo no estoy segura de que llegara a hacerme un tratamiento para cáncer si me diera. En cambio, pensaba: si no dejo que me dé, no tengo que tomar esa decisión. Por eso escogí hacerme la mastectomía. Pero no significa que fuera fácil. Mi marido y mi hijo me presionaron mucho para que lo hiciera. Y yo les dije que esa era una decisión mía, porque es mi cuerpo, mi decisión y mi momento. Aprecio mucho que me apoyaran, pero si no hubiera tenido el apoyo de ellos, lo hubiera hecho igual y en mis tiempos. No creo que nadie más tenga por qué intervenir en una decisión como esa.
Por otro lado, usted es una devota del deporte y el yoga. A este último llegó con una motivación muy concreta, distante de la búsqueda espiritual y mental que lleva a muchos otros. ¿Podría contarnos un poco sobre eso?
Yo subestimé el yoga toda la vida. Me parecía que al lado de todo lo que yo hacía, era demasiado calmado y fácil. Pero eso era pura ignorancia. Fíjate que una de las grandes consecuencias que tenemos las mujeres con los años es la pérdida de densidad ósea, sobre todo después de la menopausia. Se ha estudiado que existen formas de evitarlo. Influyen la alimentación, el estilo de vida, el ejercicio, por supuesto. Sin embargo, lo más interesante es que se han identificado algunos ejercicios que estimulan el metabolismo óseo: el tai chi, el pilates y el yoga, que te permiten ganar fuerza, equilibrio y elasticidad. Cosas que se pierden muy fácilmente con la edad y vuelven a las personas más inseguras y propensas a las caídas. Y yo también necesitaba algo que me ayudara en la recuperación con mis rutinas de ejercicio y mi hermana me insistía que me vendría bien algo que me calmara un poco, que porque yo vivía a mil [risas]. Por eso me animé.
Antes de sentarnos a conversar nos contó una historia muy curiosa, ¿cómo es que usted vino a descubrir que tiene déficit de atención por medio del diagnóstico de su hijo?
En mi casa había hora para todo, había un estándar mínimo de calidad que había que igualar o superar. Yo era la menor de todas y era la díscola [risas]. Académicamente respondía muy bien, pero era muy necia, muy distraída. Me dejaba el bus, mis cosas del colegio eran sacadas de objetos perdidos, porque todo lo perdía. Mis papás sufrían mucho conmigo porque yo era totalmente impredecible. Y bueno, pasaron los años, hice mi estudio, me casé y tuve a mi hijo. Y cuando él empezó su colegio, en preescolar, nos dijeron que no se concentraba, no dejaba dar clase, necio, loco… Le hicieron toda clase de pruebas y le diagnosticaron déficit de atención. Nos contaron que no es una enfermedad, sino una condición y que hay que aprender a manejarla, porque eso es incurable… Y cuando empecé a leer sobre la condición de mi hijo, porque quería ayudarle, comencé a identificarme ahí y me dije: pobre criatura, es un heredero de mi condición. Gracias a eso lo pude entender muy bien y hoy en día nos reímos de eso, porque ninguno de los dos ha superado su condición.
Y sin embargo, ser disperso y distraído es algo que se juzga comúnmente como una elección de los niños o de los adolescentes, ¿no?
Así es y es absurdo. Uno no decide ser así. A uno le toca. Y lo que le tocó, lo tiene que asumir, bueno o malo. Y eso no tiene porqué ser desastroso. Para nada.
A pesar del déficit de atención, su madre le cultivó desde muy niña el gusto por la lectura…
Así es, ella leía y estaba suscrita a Círculo de lectores. Ahí escogíamos los libros con mis hermanas y nos los rotábamos. Recuerdo mucho a Julio Verne, la saga de los Reyes Malditos de Maurice Druon…
Usted tiene una predilección por la novela histórica, en especial las ambientadas en guerras y protagonizadas por familias. ¿Qué la cautivan de estos relatos?
Cuando uno lee la historia personalizada en familias, descubre que pueden ser como la de uno. Es algo que me impactó especialmente de Patria de Fernando Aramburu, una novela sobre el conflicto español en el País Vasco, o en Dispara, yo ya estoy muerto de Julia Navarro, sobre el conflicto palestino-israelí. Es muy conmovedor, porque a veces uno toma posturas en favor o en contra alrededor de cualquier conflicto sin conocer las historias de las personas envueltas en ese mundo y que son válidas. Estas novelas le contrastan a uno esas dos historias y hacen más difícil tomar partido tan fácilmente. Algo que me parece muy valioso ejercitar en un contexto como el nuestro.
Todos los meses usted viaja al mar, ¿qué encuentra allá que la motiva a viajar constantemente, incluso sola o, más bien, especialmente sola como nos comentó antes?
Tenemos hace muchos años un apartamento allá y para todos nosotros es como un nido, un refugio. Siempre he disfrutado mucho ir, sola o acompañada, porque no le temo a la soledad y me encanta estar en el mar. Cuando estoy allá leo, hago deporte, nado, escucho el mar, duermo mucho [risas]. Mira que en una época, hasta me sentía culpable cuando estaba allá y no estaba trabajando con mis pacientes o con mi esposo y mi hijo. Las mujeres no nos permitimos disfrutar tanto de nuestra soledad. Aprendemos a sentir que siempre tenemos que estar cumpliendo un rol. Entonces yo un día decidí meter eso también dentro de mi rol. Y no le tengo que pedir permiso ni dar explicaciones a nadie. Mientras tenga cómo disfrutarlo, lo voy a disfrutar. El día que no se pueda, pues me queda la tranquilidad de haberlo disfrutado todo lo que pude. Me importa disfrutar el aquí y el ahora, el momento. Eso es el mindfulness, ¿no?
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