Tenemos cuerpos que sufren, pero también cuerpos a los cuales les toma muy poco sentirse dichosos.
El placer que obtenía del paseo se reducía al ejercicio y a disfrutar de la belleza del día, a contemplar las últimas sonrisas del año en las hojas pardas y en los setos marchitos y a repetirse a sí misma mil descripciones poéticas del otoño (...)
Jane Austen, Persuasión
Deberíamos sentirnos afortunados. Tener cuerpos que nos recompensan por cosas tan simples como beber agua y comer podría calificarse como eso: una fortuna. Que la salida del sol o el café de la mañana o las caricias inesperadas o un olor familiar nos genere sensación de placer es uno de los gestos más amables que tiene el cuerpo con él mismo y es para nosotros la guía sobre la cual construimos la cotidianidad.
Nada de esto, sin embargo, pasa porque sí. Nuestros cerebros y la traza de la memoria que heredamos nos han guiado, en primera instancia, a reconocer las cosas que nos generan miedo: qué deberíamos evitar, cómo llamar la atención, qué hacer para sobrevivir y por supuesto, cómo sentir placer. Según Leonardo Palacios, profesor de Neurología de la Universidad del Rosario y neurólogo adscrito a Colsanitas, existen dos tipos de placer “están los esenciales para la vida u homeostáticos que son comer, respirar e hidratarnos, y están los placeres hedónicos”.
El primer grupo, los placeres esenciales para la vida, está directamente asociado con la sobrevivencia. Respirar cuando el aire escasea es placentero porque nos permite continuar con la vida, que es el principal objetivo de un cuerpo en funcionamiento. Sentimos placer al realizar estas actividades porque ayudan a preservar el cuerpo sano. Es una recompensa por lo mínimo. La investigadora en psicología Sarah E. Hill PhD, lo cuenta así en el documental The Principles of Pleasure: “El placer es una recompensa del cerebro por hacer algo que ayuda a sobrevivir o a la reproducción. Nuestros cerebros están conectados de una manera que lo que nos parece placentero, es aquello que, a través de la evolución, ha sido significativo en nuestra vida”.
En el segundo grupo de placeres están los hedónicos, que parten de una evolución de los primeros y se constituyen como prescindibles e innecesarios pero agradables y afortunados. El cine, la música, la observación de un paisaje que se corresponde con lo que consideramos tranquilizador o emocionante, el ASMR o el paso del viento fuerte en un día de calor entran en esta categoría.
El placer, además de su presencia constante y su evocación fácil, tiene esa increíble posibilidad de ser despertado aún con el pensamiento. Palacios dice que el solo hecho de pensar en algo que deseamos empieza a mover círculos de placer en el cerebro y en el momento de acceder a lo que se desea, es que se activa el circuito de gratificación dopaminérgica también llamado circuito de recompensa.
Este circuito, que se activa a través de los estímulos que llegan del sistema sensorial, se distribuye en el cerebro así: el sistema límbico que ayuda a regular las emociones y todo lo relacionado con el aprendizaje y además juega un papel protagónico en el sexo y la comida; el área tegmental ventral que regula los impulsos dopaminérgicos y responde a lo emocional y afectivo; y el núcleo accumbens que se involucra en la sensación propia de la recompensa y la risa.
Este sistema es importante y se activa de acuerdo a la cantidad de neurotransmisores liberados. La dopamina, asociada con la sensación de placer, de agrado, de actividades que queremos repetir y de amor a largo plazo como el de la madre (en muchos casos); la serotonina, que en niveles altos hace que estemos bien emocionalmente y se produce haciendo actividad física o saliendo al sol; las endorfinas, que son sustancias que activan unos receptores en el cerebro que se superponen al dolor o al estrés y dan bienestar; y la oxitocina, que está más relacionada con el placer de las relaciones sexoafectivas y la empatía.
Es importante tener en cuenta que el placer no tiene un efecto duradero, sino que tiene una duración inmediatista y perecedera, aunque siempre se pueda volver a él. El coordinador de la especialización en Psicología Clínica de la Fundación Universitaria Sanitas, Oscar Castro, afirma que “tenemos unas redes neuronales que se activan en ciertos momentos y la activación de esas cadenas se denominan esquemas, los esquemas son las interpretaciones que tenemos de la situación, y puede ser que la interpretación sea el placer. Una situación de placer es corta y momentánea y no significa que cuando se acabe genera displacer, sino que surgen otros elementos como el logro, o fluir y conectarte”.
La sensación de placer en el cuerpo humano, aunque se activa en el cerebro y es allí donde realmente cobra sentido, es capaz de producirse gracias a estímulos de muchos tipos. Cuando disfrutamos del ritual del café, por ejemplo, cuenta Palacios, se involucran casi todos los sentidos y el placer puede experimentarse en muchos niveles: está el primer impacto del deseo, la delicia del olor, la comodidad de la taza un poco tibia, el sabor amargo e incluso la emoción por escuchar las cafeteras haciendo su trabajo. El placer puede ser extensivo, expandible y múltiple.
Esta multiplicidad también deja en evidencia que muchas veces el placer proviene de actividades o sustancias que para muchos son desagradables. Continuando con el ejemplo del café, su sabor fuerte y amargo es un suplicio para muchos e incluso para quienes lo disfrutan, pues adquirir ese gusto fue un proceso. Esto puede deberse, en parte, al papel de las endorfinas que en su liberación para bloquear situaciones de malestar sigue causando algo de euforia. En el libro How Pleasure Works: Why we like what we like, Paul Bloom escribe: "Algunos alimentos y bebidas muy comunes son aversivos. Pocas personas disfrutan, al principio, del café, la cerveza, el tabaco o el chile. El placer del dolor es exclusivamente humano. Ningún otro animal come voluntariamente esos alimentos cuando hay alternativas. Los filósofos han buscado a menudo el rasgo definitorio de los humanos: el lenguaje, la racionalidad, la cultura, etc. Yo me quedo con esto: el hombre es el único animal al que le gusta la salsa Tabasco".
Basado en la diversidad de estímulos que nos generan placer y en la necesidad de experimentarlo con las actividades más básicas, queda la responsabilidad de suplir los placeres esenciales para mantenernos vivos pero también buscar esos placeres hedonistas que permiten el disfrute. Por fortuna nos equiparon con estos cuerpos que convierten la sobrevivencia en una dicha.
Dejar un comentario