En la vida se pueden tener muchos sueños… y aunque ya estoy cumpliendo varios, no estaría viva si no fuera porque hace 15 años logré recuperarme de la adicción a las drogas y al alcohol.
El 19 de julio de 2007 me encontraba en una habitación del Miami South Hospital. El cuarto tenía tres camas, pero la mía era la única ocupada. En la madrugada llegaron las enfermeras con una paciente de aproximadamente 18 años, internada por una sobredosis de drogas.
Yo había ingresado dos días antes para iniciar un tratamiento de recuperación de mi adicción al alcohol y a otras drogas. Recuerdo claramente que esa madrugada di gracias a Dios por darme la oportunidad de estar allí. Los adictos, en la mayoría de los casos, terminan en hospitales, cárceles e incluso muertos por el consumo. Así que haber llegado a un hospital era una ganancia y una esperanza.
Luego de un par de días de desintoxicación y estando ya en uno de los grupos de trabajo, con unos 30 participantes, el terapeuta nos preguntó: “¿Cuántos de ustedes creen que lograrán recuperarse del consumo?” Todos tirábamos cifras: 10, 15, 20, etc. Hasta que el terapeuta contestó: “solo dos o tres”. En ese momento pensé, “yo voy a ser una de esas dos o tres” y le puse pies a mi sueño de recuperarme. Hoy, después de 15 años sin consumir ninguna sustancia que me saque de la realidad, comparto mi historia.
La primera vez que consumí alcohol tendría unos diez años. Le insistí tanto a mis padres que me permitieran probarlo. Desafortunadamente me pasaron la copa del Dubonnet, aperitivo preferido de mi madre. Todavía recuerdo el “calorcito” que recorrió mi cuerpo. Pero lo más importante de ese momento, aunque yo no era consciente de ello, fue descubrir el antídoto a mis miedos: al rechazo, al abandono, a sentirme el patito feo, a no hacer las cosas bien y, sobre todo, a ser la hija no deseada.
Quedé “enganchada” a esta maravillosa sensación de libertad irreal que me produjo el alcohol… y así empezó mi historia de consumo. Un par de años después apareció el Diazepam, pastilla tranquilizante que vendían en las droguerías sin fórmula médica. A los trece años llegó la marihuana y con ella mi primera alucinación. En mis años universitarios conocí la cocaína (a la que llamé “la más”). No me dio la tranquilidad de las otras, en vez fue una explosión de superioridad: me volvía la más bonita, la más inteligente, la más chistosa, una creación mental de ser una súper mujer.
Empezaron las lagunas mentales, uno de los primeros síntomas que indican que estás cruzando esa raya invisible que deriva en la adicción. De ser una buena estudiante, empecé a perder materias y como consecuencia (una de las tantas), nunca me gradué.
“Hoy, después de 15 años sin consumir ninguna sustancia que me saque de la realidad, comparto mi historia”.
Mi vida laboral era un completo caos, de trabajo en trabajo, de negocio en negocio. Es aquí donde aparece el bazuco. Tengo la suerte de poder decir que luego de seis meses de consumo, logré dejarlo. Pero a la vez tengo que admitir, con tristeza, que el consumo de alcohol, cocaína, marihuana y poppers, me tenía atrapada.
En medio de este descontrol aparecieron lo que llamo mis “acciones temerarias”. Salía sola en la madrugada a comprar drogas, montaba en mi carro a desconocidos a quienes llevaba a su casa a cambio de una dosis cuando no tenía dinero, me requisaba la policía y yo terminaba comprándoles droga a ellos, con una botella de licor y un gramo de cocaína me iba de paseo a recorrer la Sabana o lo que llaman hoy día “pueblear” cerca de Bogotá.
Un 24 de diciembre me desperté en un cuarto desconocido, no recuerdo nada; me intentaba levantar y no podía, estaba amarrada, como en las películas de los centros psiquiátricos donde atan de brazos y piernas a los locos. La loca era yo. Había llegado la noche anterior por una sobredosis. El regalo de Navidad para mi familia.
Todavía tuvieron que pasar varios años de consumo de sustancias físicas, esas que se toman, se fuman, se aspiran, para que llegara la droga que me mandaría a la lona, mi gran fondo: una relación nociva, codependiente, lo que llamamos la adicción a otro ser humano, la cereza de mi postre.
Ya condensados mis años de consumo, vuelvo a ese momento del año 2007, donde empezó este maravilloso proceso de recuperación. Recuerdo que el día de mi llegada me tomaron una fotografía. Dos meses después me la mostraron y me puse a llorar. No podía creer ese antes y después. La mujer que veía en la foto tenía un rictus de dolor, o tal vez de tristeza, de miedo, de rabia, de vergüenza, de culpa, de impotencia, o de todas las anteriores.
Recuerdo esos casi tres meses como el mejor regalo de mi vida. Me bajé del mundo sin importar que siguiera su camino sin mí. Finalmente me derroté y entendí que no podía volver a subirme hasta que no atendiera el mío. Eso hice durante 87 días.
Terminé mi tratamiento y volví a Bogotá, donde vivía. Mi sueño continuaba, ya no consumía y había una firme convicción de que así seguiría. Había llegado el momento de volver a subirme al mundo. Tomé al pie de la letra las recomendaciones de mi terapeuta: un trabajo de pan y mantequilla (evitar el estrés), asistir a grupos de apoyo todos los días durante un año, evitar relaciones de pareja, vivir sólo por 24 horas con conciencia, esa palabra de la que me enamoré.
Como les dije antes, han pasado 15 años, y aunque en algunos momentos tuve situaciones difíciles, los considero los mejores de mi vida. Años de muchos aprendizajes: cómo sanar mis heridas, cómo lidiar con mis errores de pensamiento, con el carrusel de mis emociones, con mis creencias limitantes, entre otros.
Luego de haber trabajado toda mi vida en el área de la publicidad, un día cerré esa página y decidí ponerle pies a otro sueño: ser coach. Me certifiqué en programación neurolingüística, hice un curso en inteligencia emocional, soy facilitadora de comunidad terapéutica y encontré el propósito de mi vida: apoyar a otros para que logren los cambios que necesitan para tener una vida mejor.
Para finalizar, hace unos días escribí en un chat que este año quería ponerle pies a mi sueño de escribir… y aquí estoy dando el primer paso.
Gracias por estos minutos que dedicaste a leer mi historia.
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