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anestesiólogo Jairo Muñoz

Morir varias veces, una conversación con el anestesiólogo Jairo Muñoz

Fotografía
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Ha dedicado su vida a intereses tan diversos como la medicina, el derecho a morir dignamente, el arte y las reflexiones sobre los finales y los duelos.

“Todos morimos varias veces en nuestra vida y vivimos varios duelos a medida que dejamos de ser lo que éramos”, me dice Jairo Muñoz, sentado en la sala de su casa, con aire sereno, mirada vivaz y voz suave. En esa frase podría caber mucho de lo que hablamos mientras pasa la mañana en su casa. Del derecho a morir dignamente, del trabajo de anestesia en los quirófanos, del retiro. Pero también del arte, de la belleza que puede ser captada, atrapada, figurada en una sala de cirugía, en una buena página o en una escultura. Justamente la serie en la que ha estado trabajando Muñoz es reveladora al respecto. Se llama Memoria del fuego y es un conjunto de tallas en madera que podrían calificarse de abstractas de no ser por su capacidad para evocar en un ramaje vegetal esbelto y cuidadosamente trabajado, el tránsito efímero de la combustión que podría consumirlas. 

Jairo Muñoz Escobar, es bogotano, tiene 72 años y hace cinco que se retiró de la actividad clínica que desempeñó por tres décadas y media como anestesiólogo. Estudió medicina en el Rosario y después de dos años de trabajo en un hospital rural en Garzón, Huila, cursó la especialización en anestesiología en el Hospital Universitario San Ignacio de la Javeriana en su ciudad natal. Actualmente se desempeña como vicepresidente de la junta directiva de la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente. A la fundación llegó hace una década, buscando aprender y servir, motivado por las experiencias complejas y difíciles que había vivido en el ejercicio profesional. 

En su casa, por otro lado, el arte es el protagonista. Sus obras hablan de una mirada a las dualidades que cifran nuestro mundo: lo lleno y lo vacío, lo perenne y lo efímero, la vida y la muerte. Pintor, escultor y lector insaciable, no hay rincón de su hogar que no incluya una escultura, un cuadro o un par de libros que hable de las inquietudes estéticas que han sido, además de una larga compañía, motivo de varias de sus mayores satisfacciones y búsquedas.

anestesiólogo Jairo Muñoz

¿Qué es para usted morir dignamente? 

Morir dignamente quiere decir que se respete nuestra integridad dentro de los límites que nosotros mismos ponemos. En un país como el nuestro, donde hay tanta violencia, no se puede decir que muramos dignamente. La violencia corta la vida personal, la vida familiar, los lazos sociales de un modo terrible. Eso no es dignidad. Pero también hay que pensar que morir dignamente es un acto individual. Cada persona tiene un concepto de dignidad y lo que es digno para mí no tiene por qué serlo para otro.

¿Puede ilustrarlo con un ejemplo?

Imagine un paciente con ELA, una esclerosis lateral amiotrófica. Cuando le hacen el diagnóstico, esa persona aprende que es irreversible, que su proceso de muerte llegará lentamente y que su conciencia se va a conservar hasta el último momento. Es decir, esa persona entiende que se va a ver morir. Eso es importante. Puede que esa persona diga: ‘El día que yo no me pueda asear solo, para mí no es posible, no es deseable continuar viviendo de esa manera’. Pero para otra persona en otras circunstancias o incluso con el mismo diagnóstico el límite está en otro lugar... Lo mejor en cualquier caso sería elaborar una voluntad anticipada, un documento muy importante que quizá todos debemos tener. 

¿Por qué buscó la Fundación Pro Morir Dignamente? 

Como anestesiólogo uno tiene muchas ocasiones de participar en situaciones críticas que buscan prolongar la vida de la gente y tienen recuperaciones difíciles o accidentadas. Y muchas veces se llega al momento en que el paciente no tiene posibilidades de recuperar su bienestar. Entonces es muy común que los médicos tratantes se abstraigan y transfieran la responsabilidad a otros especialistas: al psicólogo, al psiquiatra, a cuidados paliativos. Yo sentía que ahí había un vacío que debía llenar para poder responsabilizarme como médico de las necesidades de los pacientes. Comencé estudiando por mi lado, luego busqué lugares donde pudiera aportar, y así llegué a la fundación. Me presenté, les dije que me interesaba el tema, y que si podía aportar algo estaba listo y quería aprender. Ahí encontré que ese era un espacio al que podía dedicarle un tiempo al retirarme de mi actividad clínica. 

¿Cómo ve la eutanasia hoy en Colombia? ¿Falta mucho por recorrer o le parece que ya hay una situación bastante ideal? 

Yo diría que es un gran progreso, somos uno de los siete países del mundo donde es legal dentro de ciertas consideraciones que son muy claras en la ley. Es curioso en una sociedad tan conservadora como la nuestra, signada por una gran influencia cristiana que hace que aún hoy se considere que la vida no es un patrimonio nuestro. Esa idea está en la raíz de toda una serie de barreras que hay para acceder a la eutanasia: médicos que no quieren hacerlas, comités que niegan procedimientos válidos, instituciones que no quieren que se practiquen en sus instalaciones, administrativos que traspapelan las solicitudes... ¿Y por qué? Porque muchos no entienden que cada persona es autónoma, que puede definir en qué condiciones quiere vivir su vida y que sus consideraciones pueden ser perfectamente válidas dentro de un marco legal. 

Es decir, poder elegir no morir “feamente”... 

La eutanasia es más que un acto técnico. Hay que construir un entorno humano que acompaña el acto de morir. Así que ahí hay un acto estético y afectivo indudable. Es procurar un momento en el que idealmente estoy con mi familia o por lo menos con los que respetan mi autonomía y me quieren acompañar. Es un momento que me reúne alrededor de una familia, un entorno que yo he ayudado a construir, en un momento en el que estoy aseado, cómodo en la medida de mis posibilidades, en una cama limpia, en un espacio que conozco.

Usted empezó el ejercicio de la anestesiología en un hospital rural, modesto, en Garzón, Huila. ¿Cómo recuerda los inicios de su ejercicio?

Era modesto en el sentido de que no lo puedo comparar con una clínica urbana, con grandes pasillos y equipos. Pero permitía una cercanía a la comunidad que le confiere a uno cierta preeminencia. Eso se pierde en una ciudad tan grande como Bogotá. Allá el médico, el cura, el abogado salen a la puerta y en la esquina hay quien los reconoce. Y eso tiene varios efectos: la idea del servicio es más clara, el impacto del trabajo clínico se nota y tiene más relevancia. En una ciudad grande, se hace parte de un equipo con una capacidad y exigencia clínica y técnica mayor. Claro que sí. Pero con una cercanía más abstracta respecto del papel y el impacto. Allá es mucho más tangible: si sanas a alguien es muy claro que le devuelves un integrante a esa sociedad.

Antes usted me dijo que le cautivaba la estética que rodea el acto quirúrgico. ¿Qué belleza ve en un quirófano?

Una sala de cirugía es como un escenario donde ocurren diferentes movimientos. Allí el anestesiólogo es un personaje que ocupa un área, usualmente a la cabecera del paciente. Desde ahí es muy claro que hay cirujanos que hacen muy bellamente el acto quirúrgico y otros que no. Cómo lavan y delimitan el área que van a operar, cómo fijan unos textiles que llaman campos quirúrgicos con las pinzas, cómo limpian la sangre y se lavan las manos cada tanto, cómo la instrumentadora puede realizar un acto eficiente y bello, cómo se toman los instrumentos, cómo se ejecuta cada corte, cada paso. Ciertamente el quirófano deja muy poco margen para la improvisación o para la libertad que ofrece la creación artística, pero yo siempre he encontrado un goce estético en todo esto, y especialmente cuando hay un gran cirujano ejecutando.

anestesiólogo Jairo Muñoz

 “La eutanasia es más que un acto técnico. Hay que construir un entorno humano que acompaña el acto de morir. Así que ahí hay un acto estético y afectivo indudable”.

Su fijación por la belleza y el arte no solo es constante al conversar, sino que ha sido transversal a su vida. ¿Cómo se hizo artista?

Para mí el arte es libertad creativa y por eso llegó a ser un contrapunto vital muy importante frente al rigor que demanda la práctica clínica. Todo empezó más o menos una tarde en que vi a mi padre durmiendo una siesta. Él, por una condición que tenía, debía hacer su siesta sentado. Y recuerdo que me llamó la atención su gesto al descansar, el libro en las piernas, las gafas encima... Quise plasmar eso, y más que lo que veía, el acto de descansar en sí mismo. Con greda que conseguí en la calle, porque yo no sabía cómo era la cuestión de la arcilla ni nada de eso, hice mi primer intento y me di cuenta de que se podía conseguir algo muy plástico, estético, muy bonito. Empecé por ahí y fui viendo que tenía cierta habilidad. Entonces ya comencé a reproducir cosas en plumilla, con lápices de colores e incluso con los años me puse a tomar clases. Sin embargo, fue leyendo que me di cuenta de que el mundo se rendía a los pies de Pablo Picasso, ante una obra que es todo menos bonita en los términos de belleza, digamos, habituales. 

Me puse a leer biografías de artistas, cautivado cada vez con sus vidas, con sus preocupaciones e inquietudes que eventualmente cristalizan en eso que alguien llama una epifanía, pero fue después que encontré respuesta al interrogante que nació en mí en ese momento. Fue en una clase de apreciación que tomaba con el crítico e historiador del arte colombiano Álvaro Medina. Después de la sesión le mostré una escultura mía y me dijo: “Listo, usted sabe hacer todo esto muy bien, la proporción, el manejo de la arcilla, la figura humana, pero ¿para qué?”. Había que buscar y expresar un mensaje, conjurar una idea, un concepto.

Su trabajo reciente está enfocado en el fuego, desde la escultura …

Sí. En la escultura hay algo que me interesa… Siendo de un solo color, tiene muchos colores, porque el volumen produce sombra. Ese tipo de confrontaciones, de diálogos, me gustan mucho. La serie que he estado trabajando se llama Memoria del fuego. Memoria es interpretación, en este caso la mía, del movimiento del fuego. Es decir del diálogo que hay con el aire, que puede ser tan violento y tan fuerte que arrase todo. Pero si ese balance es muy equilibrado y tranquilo, algo bello se forma: la llama. Eso es lo que exploro en algunas de estas tallas. 

Se retiró temprano y lo hizo porque ya se sentía realizado. ¿Qué clase de satisfacción y realización encontró para decir no más?

La vida es efímera y todo tiene un momento. En mi trabajo clínico vi muchas personas que no aceptaban el paso del tiempo y se exigían a seguir desempeñando su profesión a pesar de la pérdida de numerosas cualidades y habilidades que se requieren para reaccionar en un momento dado. Y eso es inevitable. La vida está llena de muertes chiquitas en las que vamos percibiendo el paso del tiempo y en las que también podemos ir sentando las bases del futuro que queremos. Hay que aceptar que como profesional yo tengo que morir en un momento dado, así como lo hacen los deportistas cuando ya no están en edad de competir, por ejemplo. Creo que hay que hacerlo con dignidad, no esperar a que la vida lo saque a uno. Y yo no quise esperar a que la vida me sacara. Cuando consideré que había cumplido con lo que quería hacer, tomé la decisión de “morir” voluntariamente como anestesiólogo.

Quisiera cerrar con una pregunta más. Usted transmite una sensación de plenitud y sosiego que es muy poco frecuente. ¿Cómo la encuentra?

Cada momento de la vida se va cumpliendo y en lo posible hay que preparar el siguiente, para poder tomarlo sin frustraciones cuando llegue. Y preparar ese momento implica hacer un compromiso con lo que haces al día. O sea, el día a día tiene que ser con compromiso para poder terminar el día bien, satisfecho. Ahí te toca escoger a qué le das mayor relevancia según pasa el tiempo: a tu vocación, tu trabajo, tus intereses, tu carro, tu dinero, tu pareja o tu familia… Eso te permite renunciar a lo superfluo sin angustias y tomar las mejores decisiones para tu propia vida. 

Jorge Francisco Mestre

Escritor, periodista e historiador. Fanático de las historias contadas con calma, hondura y gracia. Escribe entrevistas, crónicas, ensayos y artículos de análisis para Bacánika y Bienestar Colsanitas. En 2022, publicó Música para aves artificiales, su primer poemario.