La ganadora del Premio Alfaguara 2021 por su novela Los abismos, se dio cuenta de que la maternidad no era un tema menor dentro de la literatura. Escribir no es solo su vocación sino su lugar en el mundo, el único donde puede ser ella sin sentirse inapropiada.
Cuando leyó la última línea de Crónica de una muerte anunciada, Pilar Quintana volvió a la primera página y empezó de nuevo. Tenía 14 años y acababa de descubrir su vocación: quería escribir un libro así, que obsesionara al lector y fuera irresistible de principio a fin.
Gabriel García Márquez le mostró el camino, pero fue Andrés Caicedo quien encendió una luz en la habitación oscura. ¡Qué viva la música! le mostró a Pilar que la literatura no solo ocurría en las campiñas inglesas del siglo XVIII, ni en pueblos mágicos de la costa Caribe. Cali, su ciudad, e incluso su colegio, podían ser escenarios de una novela. Ahí entendió su primera lección sobre crear ficciones.
Quintana escribió La perra en su celular, en los pocos ratos que le dejaba su rol de mamá. La novela se publicó en 2017 y tuvo varios reconocimientos: premio de Narrativa Colombiana EAFIT 2018, PEN Translates Award 2019, y finalista en el National Book Award. También fue traducida a diez idiomas. Antes había publicado Cosquillas en la lengua (Planeta, 2003), Coleccionistas de polvos raros (Norma, 2007), Conspiración iguana (Norma, 2009) y la colección de cuentos Caperucita se come al lobo (Cuneta, 2012 y Random House 2020).
Luego publicó Los abismos, que ganó el prestigioso premio Alfaguara en 2021. “Ser mamá fue definitivo para mi producción”, admite acomodada en el sofá de su casa. Salvador, su hijo, que justo hoy cumple siete años, pregunta qué es ese artefacto pequeño. “Es una grabadora”, le dice Pilar entre cosquillas y besos.
Quintana colecciona discos de vinilo, adora el chonta - duro y la salsa, y le han dicho que es agresiva porque dice las cosas sin rodeos. Desde pequeña se sintió como “un mosco en leche”, muy diferente a su familia, a sus compa - ñeras de estudio y a Cali. La lectura fue un refugio, quizás el lugar donde podía ser ella. Siendo muy joven vendió todo y se fue a recorrer el mundo en busca de su lugar en él.
Hoy, con 50 recién cumplidos, sabe que no puede ir contra su naturaleza: no se maquilla, lleva su pelo al natural, no usa tacones y, sobre todo, escribe su verdad, le guste o no a su círculo.
Una prima psicóloga la definió de una forma que Pilar encontró acertada. Fue cuando vivía en la selva, frente al Pacífico: “Vos sos una loba herida en su cueva, lamiéndose las heridas”.
¿Herida por qué o por quién?
Es muy difícil crecer siendo la niña que no es adecuada. “Mírenla subida en los árboles, con esas botas. En cambio, mira a tu prima, tan linda, peinada con moñitos”, “¿Por qué estás en el piso jugando carros?”. Mi mamá me decía algo muy doloroso: que a mí nadie me iba a querer por la manera en que yo era. Y de adolescente, con granos en la cara, incómoda con tu cuerpo y que tu mamá te diga eso. Después era “¿Y por qué escribís esas novelas horribles donde decís cosas que no deberías decirle a nadie?”.
Ha dicho que la escritura también es su forma de terapia. ¿En qué momento fue consciente de eso?
Yo encontré una profesión maravillosa. Cuando tenía 28 dije voy a escribir una novela donde diga toda la verdad. Ahí me sirvió mucho el escritor Charles Bukowski, porque me mostró que la literatura también era la senda de los perdedores y que uno podía escribir sobre su fracaso en el mundo real; que la literatura era ese refugio para los canallas, los marginales, los que estábamos por fuera. Y entonces ahí yo dije la escritura es mi refugio, ahí soy libre, no miento, no tengo que fingir, ni sentirme mal por ser quien soy.
Y así llegó la primera novela Cosquillas en la lengua. ¿Qué significó?
Fue muy importante porque fui capaz de decirle a mi mamá, a mi papá, a mis amigas del colegio, a Cali, “esta soy yo y no me jodan más”. Fue un acto tremendo de rebeldía y de valentía. Y eso fue valioso. Yo no sé si sea buena o mala esa novela, no creo que la vaya a reeditar nunca, porque me avergüenza lo poco pudorosa que es. Pero ahí decidí dejarme el pelo crespo para siempre.
“Hay ciertas verdades que pueden ser muy dolorosas y no quiero nunca causarle daño a nadie con mis libros”.
Literal y metafóricamente hablando… No alisarse el pelo parece algo superficial, pero era una forma de rebelarse.
El pelo crespo es mi mayor acto de rebeldía. Porque es gritarle a toda esa cultura y sociedad que piensa que es feo, pues no, esto soy yo, fea o no esta soy yo. Es un gran acto de rebeldía y eso no lo pueden entender sino las crespas, las negras y las mestizas crespas. Pareciera superficial, pero no lo es. ¿Cómo le vas a decir a una niña que lo que ella es por naturaleza, es inapropiado? Eso es como misoginia básica. Te marcan de por vida diciéndote que lo que vos naturalmente sos está mal y tenés que cambiarlo.
Ha dicho que Los abismos fue una forma de reconciliarse con esa generación que había criticado mucho porque no se parecía en nada a usted. ¿Pudo canalizar esa inconformidad con la generación que la precedió?
Yo creo que sí. Mirá que la literatura nos sirve a los lectores y a los escritores para ponernos en el lugar del otro. Y yo nunca había hecho el ejercicio de poner - me en el lugar de mi mamá, de mi papá, ni de nadie de esa generación. Yo los veía con la distancia con la que los hijos juzgamos duramente a nuestros padres. La novela me sirvió para ponerme en su lugar y para reconciliarme con la idea de la maternidad.
En esa novela se reflexiona sobre el lado menos luminoso de la maternidad.
Una de las cosas más difíciles para mí de ser mamá fue descubrirme siendo mi mamá. Era una figura que yo rechazaba, decía “nunca voy a ser como ella”. Y me descubro en un lugar de la maternidad como el de ella. Yo digo, estoy fracasando. Pero entonces creo que esa es una gran lección de la maternidad; en la maternidad uno se cree buen papá hasta que es papá. Es que uno ni siquiera se ha preguntado cómo es la maternidad hasta que lo vive. La maternidad nos da una lección de humildad muy grande. Yo me demoré desde la adolescencia hasta ser mamá en darme cuenta de que no era superior y de que mi mamá hizo lo que pudo y que yo también hago lo que puedo.
Muchas veces me pregunto cómo lo ven. Mi hermana menor, que es editora y escritora, siempre lee mis libros de primera y me dijo que le ha costado muchísimo trabajo leer la novela. Porque en la novela narro traumas que son de nosotras, miedos que tuvimos en la infancia, dolores. Hay un personaje que no es mi mamá, pero claro que también es mi mamá. No sé si mi mamá la leyó, no le pregunto. Pero claro, hay ciertas verdades que pueden ser muy dolorosas y no quiero nunca causarle daño a nadie con mis libros. Y por eso hago ficción. Mi primera novela es de no ficción y yo vi cómo la herida que abría era mayor.
¿Cómo saca tiempo para la escritura?
Muchas veces uno se obliga a escribir porque es escritor, y si no está escribiendo nada, se angustia. Cuando uno es de verdad escritor por vocación, algo que viene con uno —y yo soy esa escritora que no puede evitarlo, porque es mi manera de procesar el mundo—, ese libro que tienes por escribir va a salir, aun en las condiciones más adversas.
¿Y después de escribirlo siente como si se quitara un peso de encima?
Es como correr 16 kilómetros, que es duro todo el proceso, pero termino y digo qué alivio. Pero siempre tengo la sensación de que no escribí lo que quería sino lo que pude. Siempre hay una distancia entre lo que querés escribir y el resultado. Y siempre el resultado te deja un poquito de insatisfacción porque uno dice “no era esto”. O no del todo.
“Uno no es el escritor que quiere ser sino el que puede ser”, es la frase que ha dicho antes. ¿Cuánta distancia hay entre uno y otro?
Es lo más difícil que tuve que entender para ser escritora. Yo siempre apuntaba a ser la escritora que yo quería, pero había algo que yo le imponía a mi escritura porque quería ser esa escritora, hasta que me dije “voy a escribir lo que puedo, a conformarme con la escritora que soy”.
“La maternidad nos da una lección de humildad. Yo me demoré desde la adolescencia hasta ser mamá en darme cuenta de que no era superior y de que mi mamá hizo lo que pudo”.
¿Siempre está insatisfecha con el resultado?
A mí siempre me parece que es insuficiente. Y me sorprende por qué le gusta a la gente. Cuando tenía 20 años yo era mejor que Gabo, luego fui creciendo y me di cuenta de que Gabo era un genio y yo soy una mortal que hace lo que puede. Ahí mi expectativa era ser una autora de nicho que vendiera suficientes libros como para que le publicaran el siguiente. En estos días una editora me dijo que había superado mi sueño porque me leen más personas de las que yo aspiraba. Y eso para mí es increíble.
Su primer cuento lo escribió a los siete años, ahí contaba la historia de un payaso triste. Parece que el gran tema de su obra son las máscaras, las poses frente a la sociedad. ¿Se siente un poco víctima de esas imposiciones y convenciones?
No sé si mi obsesión sea porque me parecía que había una contradicción muy grande entre lo que la gente decía y lo que hacía. En el colegio nos enseñaban que la verdad era el valor más importante y todo el mundo mentía. Nos decían que los seres humanos nacían libres y era mentira. Me parecía que había mucha distancia entre el afuera y el adentro. El modelo de mujer era la virgen María, dulce y tierna, y yo no conocía a mujeres tiernas. Había grandes distancias y eso me obsesionó. No sufrí una discriminación terrible, pero sí me puso en el lugar para poder ver la distancia y la hipocresía. Me cuesta ser mentirosa. No digo que no mienta, obviamente que miento, pero me cuesta mucho trabajo, me siento muy mal diciendo lo contrario de lo que pienso. Y eso siempre me ha costado caro, pero también me ha dado muchos réditos.
¿Por qué?
Porque mi profesión, mi escritura, está basada en decir la verdad; lo que yo pienso que es mi verdad y eso me ha dado todos los réditos profesionales. Pero socialmente en mi ciudad me ha costado. Y en Bogotá. Algunas veces me decían que yo soy muy agresiva porque digo lo que pienso.
“Quiero cultivar lo que yo soy aparte de ser mamá: tengo la escritura y quiero correr y quiero viajar y tener mi propia vida aparte de ser mamá”.
¿Le importa menos lo que piensen de usted?
Yo voy a Cali muy poco, lo menos posible, porque ahí me siento mirada. No voy a reuniones de mis compañeras del colegio, salgo con una, máximo con dos, porque si hay una reunión ya empiezo a sentir la presión. Y no es una presión que me invente. Cuando opinaba me decían “vos, cállate, porque vos sos la loca”. Y yo no quiero ser la loca, soy una persona válida que tiene opiniones. Entonces tanto me importa todavía que evito estar ahí.
¿Haber sido mamá a los 43 años le dio una perspectiva diferente de ese rol?
Quiero cultivar lo que yo soy aparte de ser mamá: tengo la escritura y quiero correr y quiero viajar y tener mi propia vida aparte de ser mamá, que era algo que nuestras mamás no concebían. Y si tenían alguna ambición profesional, tenía que ser muy disimulada, porque una mujer que estuviera fuera de su casa mucho tiempo y que ganara dinero, era mal vista en la sociedad donde yo crecí. Me parece que muchas mamás latinas no sueltan a sus hijos nunca. Y yo creo que eso es porque el rol principal de la mujer es ser madre, y no pueden desprenderse de ese rol. Si no son mamás, no son nada.
¿Qué significa correr en su vida y en su producción literaria?
Es mi momento de felicidad del día y de estar sola. Correr me permite sentir la naturaleza en Bogotá. No soy una escritora corriendo, soy un ser humano, como los gansos que vi esta mañana en el parque recibiendo la lluvia y el viento, felices. Me llegan las ideas, se aclara la mente, sabés qué querés.
Ahora las mujeres somos más conscientes de cuidarnos antes de cuidar a los demás.
Voy al médico, me cuido. Mi cardióloga dice que solo existe una manera de retardar la vejez: el ejercicio. Cuidarme es una forma de ser mejor mamá. Tengo un deber y es cuidarme a mí y a mi hijo, pero primero yo. Y eso es algo difícil para muchas mujeres de nuestra generación y mucho menos en la de nuestros padres y nuestras madres.
¿Sigue siendo una mujer rebelde?
No, mírame. Si le preguntas a una de mis compañeras de colegio te van a decir que soy rebelde, pero no es verdad. Soy una señora de su casa. Con la edad, la vida me parece más bacana, más libre, tengo autonomía y libertad, me importa poco lo que piensen y digan. Después de cierta edad uno hace lo que se le da la gana.
¿Puede escribir en cualquier circunstancia?
La perra la escribí en el celular. Esa novela necesitaba salir y esa fue la manera en que la pude escribir. Cuando vivía en la selva tenía todo el tiempo del mundo para escribir y dejaba de hacerlo cuando salía de viaje porque me daba ansiedad, no me podía concentrar, y al volver pasaba una semana en pausa hasta retomar mi rutina. Ahora escribo en los aviones, en los aeropuertos y en los hoteles. La gente que solo escribe en ciertas condiciones es porque se puede dar el lujo de esas neurosis. Si tenés un hijo y llega una pandemia, si sos escritor, vas a poder escribir. La escritura siempre encuentra un camino.
Pilar es una escritora con una vocación férrea: “Yo soy esa escritora que no puede evitarlo, porque es mi manera de procesar el mundo”.
Biblioteca de escritoras colombianas
Pilar Quintana estuvo al frente de la Biblioteca de Escritoras Colombianas, del Ministerio de Cultura. Reúne 18 títulos de autoras representativas del país nacidas entre la Colonia y la primera mitad del siglo XX. Los libros están disponibles en la Red Nacional de Bibliotecas Públicas, y diez de ellos pueden encontrarse en librerías del país.
“La principal enseñanza que me dejó editar esta colección es que a las mujeres se nos exige ser excelentes para poder estar. Los hombres que figuran pueden ser excelentes, normales o malos. Ellos tienen derecho a estar. ¿Por qué yo leí en el colegio a Eduardo Caballero Calderón y no a Elisa Mújica, que me parece mejor? ¿Por qué él tenía derecho a estar en la lista y ella no? Hay libros que necesitamos leer ahora.
“Me identifiqué con todas. Me maravilla que estas mujeres en 1948 tenían el feminismo tan claro como yo ahorita, 50 o 70 años después. Una holandesa en América, publicada en 1876, tiene como protagonista a una lectora voraz, que no quiere casarse, que trabaja y es independiente. Cómo me hubiera servido leer ese libro en el colegio. Otro indispensable es Ángela y el diablo, de Elisa Mújica, que me hubiera servido para refutar la idea de que los temas de mujeres eran menores o no literarios. La “M” de las moscas, de Helena Araújo, una señora de clase alta que con un humor muy ácido le dice a la sociedad que son unos estúpidos. Me hubiera servido leerlo a los 16 años para mandar a mucha gente al carajo”.
Un libro para…
Ir de viaje: Southamerican handbook. Las reseñas, rutas, restaurantes, mapas de ese libro en papel de biblia lo hacen perfecto para recorrer el continente.
Darle a un extranjero para que entienda a Colombia: La paz, la violencia, testigos de excepción, de Arturo Alape. Debería ser reeditado, cuenta la historia de violencia de Colombia.
Enamorarse de la literatura: hay que empezar desde niño y yo empezaría con Anthony Brown. Es un autor extraordinario, sarcástico, profundo.
Regalar: depende de la persona, pero me gusta regalar Matadero cinco porque me parece el mejor libro. Es sobre la Segunda Guerra Mundial y yo odio los libros de guerra, pero es mi libro favorito en el universo.
Un libro…
Sobrevalorado: Ulises de James Joyce.
Que te hubiera gustado escribir: Matadero cinco, de Kurt Vonnegut.
Que es una joya, pero casi nadie lo conoce: Catalina y Ángela y el diablo, de Elisa Mújica, era una gran escritora y nadie la ha leído. Que se debería reeditar: Una holandesa en América, está gratis en internet porque está libre de derechos. Pero debería estar editado y disponible en las librerías.
Escrito por una colombiana que todos deberían leer: Les puedo recomendar los 18 que conforman la Biblioteca de Escritoras Colombianas.
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