Libros sobre la naturaleza que enseñan a mirar mejor, a sentir más vivamente eso que camina por el lado salvaje, tan cerca y tan lejos de nosotros los seres humanos.
Hace 150 años, un hombre en los Estados Unidos, específicamente en el Estado de Massachussets, abandonó su hogar en la ciudad y se fue a vivir al bosque con lo mínimo. Vivió allí dos años con una sencillez extraordinaria, caminando todos los días, cultivando su propia comida, observando los alrededores de su casa, el paso de las estaciones, las estrellas. Llevó diarios.
Esta experiencia le sirvió para escribir un libro, Walden o la vida en los bosques, que habría de crear toda una tradición, un hilo inmenso de ensayos y testimonios que invita y lleva a muchos a buscar un vida más sencilla, a apreciar la inteligencia y la riqueza de la naturaleza y a fomentar lo que más tarde se convertiría en el espíritu conservacionista, que nos ha legado parques naturales y zonas de protección de todo tipo en todas las latitudes.
La nature writing, la escritura sobre naturaleza, es esa tradición de ensayos, diarios y testimonios que comenzó con Henry David Thoreau en Walden (1854), y continuó cinco años más tarde con El origen de las especies de Charles Darwin (1859). A diferencia de las obras de Alexander von Humboldt, Goethe y los demás naturalistas que los precedieron, estos libros y sus sucesores han nacido desde entonces para comunicarle al gran público, a los lectores no especializados, los hallazgos que aficionados y científicos, investigadores y escritores han encontrado del lado salvaje de la vida.
Hay de todo tipo: unos enfocados en la sencillez de una vida más natural y otros que militan por el conservacionismo; unos más filosóficos y otros más científicos; unos muy profundos y otros más desenfadados. En todos los casos, al acercarse a ellos, sorprende cuánto ignoramos del mundo en que vivimos, la humanidad y extrañeza de los demás seres con los que compartimos nuestra casa, y lo mucho que podemos aprender sobre la existencia de la mano de quienes han dejado todo para vivir más ligeros en las inmediaciones de lo salvaje. Algo en nuestra mirada cambia con su lectura: los paisajes y sus detalles, los ecosistemas y sus integrantes comienzan a ofrecernos un espejo múltiple, mientras dejan de ser meros escenarios para nuestras fotos.
El siguiente es un listado breve de estas obras con algunos de sus más bellos fragmentos. Es un pequeño resumen de distintas formas de ver lo que nos rodea, y aunque su intención no es exhaustiva, guarda la esperanza de despertar una mirada más profunda a un mundo del que seguimos siendo parte.
1. Walden – Henry David Thoreau
Thoreau fue uno de esos autores que vivió mucho antes de que su obra pudiera ser apreciada. Estudió en Harvard a mediados del siglo XIX, y aunque era brillante, no encontró grandes opciones laborales en su ciudad natal. Trabajó toda su vida en la fábrica de lápices de su padre y como agrimensor. Pasó su vida leyendo y caminando, llevando diarios y discutiendo con su maestro y amigo personal, Ralph Waldo Emerson. Fue este amigo quién le permitió vivir en unos terrenos boscosos suyos cerca de la laguna de Walden.
Walden es su libro cumbre, aunque Thoreau escribió una obra mucho más extensa ( que hoy se consigue en todas partes). En él se revela tanto la mirada aguda de un hombre cautivado por los bosques, los ríos, las marmotas, los pájaros y las estrellas, como la sensibilidad privilegiada del individuo que encontró aquello que caracterizaría los libros de todos sus herederos: un universo plagado de criaturas y relaciones capaz de reflejar y contrastar lo mejor y lo peor de la condición humana, el sufrimiento, la placidez, la amistad, la sencillez y la abundancia de la vida en sí misma.
Walden es además una invitación a la calma y a la acción, al sosiego y la simplificación, a renunciar a la resignación y optar por una vida más real, sin dejar de ser el hermoso testimonio de un pionero capaz de apreciar lo salvaje cuando nadie lo hacía aún.
2. La inteligencia de las flores – Maurice Maeterlinck
Esta historia de amor botánico que termina en “suicidio” fue escrita por un hombre atípico entre su generación. Nacido en Bélgica a mediados del siglo XIX, Maurice Maeterlinck fue un premio Nobel de literatura (1911) que además de poeta, dramaturgo, ensayista y traductor, dedicó una parte de su obra a la apreciación biológica de las plantas, las abejas, las hormigas y las termitas. Sus descripciones son amenas y agudas, a la vez que revelan una multitud de formas no humanas (y muy humanas, por lo demás) de sociabilidad y cooperación botánica o animal que podrían sorprender a cualquier persona la próxima vez que vuelva a dirigir su mirada allí donde se arremolina en verdores el paisaje.
3. Una temporada en Tinker Creek – Annie Dillard
Annie Dillard abandonó la ciudad, como Thoreau, pero después de haber sobrevivido a una neumonía que por poco la mata a sus veintiséis años. Durante sus paseos por el valle del río Tinker, donde vivió y pasó los años siguientes, Dillard encontró el material para escribir este clásico de la escritura sobre naturaleza.
Se trata de un libro agudo de una observadora sigilosa y una estudiosa sistemática de la biología, la física, la teología y la filosofía, el de una mística que busca a Dios en el entendimiento de su creación. Este libro de Dillard, el más filosófico de esta selección, ofrece una oportunidad única para comprender mejor las dimensiones de la vida, la multiplicación de sus formas, el extraño caos en que funciona como conjunto. Es también una amplia reflexión sobre la belleza y la crueldad que parece caracterizar todo en el mundo salvaje.
4. Medio Planeta: la lucha por las tierras salvajes en la era de la sexta extinción – Edward O. Wilson
Este es tal vez el libro de vocación más militante de esta breve lista, en una rama en la cual la escritura de naturaleza se ha vuelto de relevancia política: la conservación. Edward O. Wilson es uno de los biólogos más respetados de su generación, investigador entomólogo especializado en hormigas, pero también activista claro y afilado, capaz de explicar las dimensiones del conocimiento biológico actual y de la extinción masiva que sucede delante de nosotros.
Lleno de toda suerte de ejemplos para explicar la actual situación de cara al calentamiento global, su libro plantea una oportunidad para reevaluar nuestro lugar en el planeta, el peso desmedido que tenemos sobre cientos de miles de seres, y para comprender una cantidad de sistemas que no sólo les garantizan una vida sostenible a esas especies: nos la garantiza a nosotros mismos.
El libro puede resultar iluminador para quien quiera entender por qué es necesario y estratégico salvar el mayor número de especies (y no sólo aislar el mayor número de ecosistemas) para nuestra supervivencia y bienestar a largo plazo.
5. Invierno – Rick Bass
Jóvenes y sin dinero, pero dispuestos a vivir juntos en una zona rural para dedicarse a sus obras, un escritor y una artista se mudan a una casa en la frontera entre Canadá y los Estados Unidos. Así, esta pareja llega a vivir a un remoto y minúsculo pueblo de leñadores en el bosque, donde se espera ansiosamente la llegada del invierno, del crudo invierno del Norte que ninguno de los dos conoce (ambos son de tierras más cálidas y sureñas).
Día tras día van apareciendo los rigores y bellezas de un mundo helado que resiste y se transforma. De la lista, este es el libro menos biológico, un diario escrito por alguien que no es naturalista pero vivió y vio con sus propios ojos algunas de las condiciones más extremas y bellas que pueda ofrecer nuestro planeta, para corroborar que la vida siempre encuentra un camino, incluso en las circunstancias más difíciles.
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Esta lista podría ser mucho más larga. Para la muestra, basta con ver los hermosos catálogos de editoriales que se han dedicado a recoger esta tradición: los españoles Errata Naturae (que hacen, además, los libros más ecológicos disponibles en el mercado comercial de habla hispana), los argentinos Fiordo y Ediciones Godot, las también españolas Capitán Swing y Editorial Nórdica, y el colombiano Taller de Edición Rocca, entre otros.
En todos ellos encontrará caminos por bosques y litorales para volver a mirar el paisaje y sus detalles con ojos nuevos. Y si se pierde por esos caminos que la maleza oculta, seguro que tampoco querrá volver ni se arrepentirá. Eso seguro.
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