Una reflexión sobre cómo las relaciones saludables nos revelan heridas, fortalezas y formas nuevas de amor propio a través del vínculo con el otro.

SieSiempre escuché que la verdadera claridad llega en soledad.
De conocer qué quieres, a dónde quieres llegar durante tu soltería, para estar “lista” para una relación.

Y sí, la soledad me mostró mis heridas, mis pasiones, mis virtudes y mis límites.
Pero fue caminando acompañada donde realmente me conocí.

En pareja entendí que las conexiones profundas nacen en esas conversaciones “incómodas”.
La vulnerabilidad, al final, es el puente que une corazones.

Descubrí que las palabras de quien te ama también sanan.
Hay heridas que no se curan a solas.

Abrirme por completo me mostró que cada persona es un universo.
Amar al otro —con su dolor y su luz— también me enseñó a ser compasiva conmigo.

No sabía que acompañar no es salvar.
Es quedarte al lado sin juicios ni prisa.
Si me caigo, te sientas conmigo hasta que podamos levantarnos, juntos.

En el otro encontré un espejo que nutre mi identidad.
Una mirada que me recuerda quién soy cuando lo olvido.

La autosuficiencia suena fuerte, pero es en el vínculo donde se moldea el carácter.
Crecemos de manera personal… y también conjunta.

Creemos que enamorarnos nos quita algo, pero no: el amor no resta, expande.
Y no hay vía más honesta de conocerte que esa: amando(te).





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