Están más que comprobados los beneficios de tejer para controlar la ansiedad y otros estados de alto impacto emocional. De hecho, en la pandemia muchas personas encontraron en el tejido un refugio para la incertidumbre.
En muchos pueblos originarios de Latinoamérica el tejido es una creación que responde a un sentimiento, un llamado espiritual y una necesidad básica de supervivencia. Se concibe como un lenguaje no verbal que integra la cosmovisión, la identidad, la relación cuerpo-mente-naturaleza de comunidades enteras.
Afortunadamente, en contextos urbanos también podemos conectarnos con el tejido de distintas maneras. Y, además de conocer el legado cultural que lleva consigo, también podemos aprovechar sus beneficios para la salud mental y para crear redes de apoyo en nuestro entorno. Significa retomar uno de los oficios más hermosos y primigenios, que nos devuelve un pedacito de la esencia humana más pura.
Mi experiencia. Atar los cabos sueltos
El acto de tejer puede verse como una manera activa de mantenerse atado al presente.
Cuando yo era adolescente, mi madre me contó un sueño recurrente que tenía a sus 20 años, cuando empezó a tejer. Soñaba con una enorme madeja de hilo enredado. En ese espacio onírico, mi mamá deshacía los nudos pacientemente para organizar rollos y tejer. Cuando ya casi tenía todo listo, la madeja volvía a enredarse sola en un solo movimiento. “Era una pesadilla”, me aclaraba.
Inés Margarita, mi madre, llegó al tejido después de recorrer varias artes manuales. Se especializó primero en la técnica de papel maché. Luego, pasó a lo textil elaborando mullidos tapetes y almohadones con un método a base de nudos. Aún recuerdo esos diseños de patrones orgánicos, casi siempre dibujos abstractos. De miles de hebras de hilo muy suave donde mis dedos podían jugar a recorrer caminos y mi cuerpo pequeño podía hundirse.
Una tía le regaló a “Inesita” su primer libro sobre tejido en dos agujas. Luego, mi bisabuela paterna la ayudó en varias lecciones a perfeccionar la técnica cuando se dio cuenta de su disparatado modo de tomar las agujas. Es ahí cuando empieza la confección de los clásicos escarpines y ropa de bebé. Muchos años después, mi madre encontró otras escuelas más flexibles, donde no importa cómo coges la aguja sino que lo importante es lograr la secuencia de puntadas.
En el tejido se da de una manera muy natural la transmisión de conocimiento, traspasar los legados de técnicas y trucos, la enseñanza. Como mi madre, también aprendí a tejer con una familiar. Las sesiones de crochet se acordaron de manera espontánea y nunca falté a la cita.
Mi prima Flor me enseñó a hacer pequeños manteles que parecían de flores de encaje. De ella aprendí la dura búsqueda de la perfección. Desde la primera puntada hasta el almidonado, garantizaba un resultado impecable. Todo acompañado de esas carcajadas suyas y sus modales exquisitos.
A lo largo del camino, mis arañas tejedoras siguieron apareciendo. Cómo olvidar a esa amiga que decía “Todo tiene un patrón en la vida”. Mientras su aguja se movía sin descanso analizábamos el chisme del momento, como si ese evento fuese un punto dentro de un gran tapete del que pronto descifraríamos un diseño mucho más complejo y panorámico.
Mi madre dice que a veces prefiere tejer sola, porque cuando va a su grupo conversa demasiado, mucho más de lo que teje. Sin embargo, si no hubiese estado en ese grupo sería imposible haber hecho la conexión que la ha llevado ahora a donar la mayoría de prendas que hace a maternidades y a unidades oncológicas infantiles de hospitales.
“Con los gorritos cubrimos y arropamos sus cabezas para que por un rato olviden que están enfermos. Y con las mamás, logramos que sus bebés recién nacidos puedan vestir algo bonito o que en lugar de usar una sábana reciclada, tengan una linda cobija tejida. Con esas donaciones siento que estoy haciendo algo productivo para que alguien tenga al menos un momento agradable. Es más una satisfacción propia que caridad”, cuenta Inés Margarita.
"Tejer a partir de los nudos es como encontrar oportunidades en cualquier problema"
Los nudos como oportunidad
María Camila Mejía es una arquitecta recién graduada. Su especialidad se llama “arquitectura vernácula”, que es aquella que imita formas de la naturaleza y usa materiales del entorno, como las hermosas estructuras de guadua que vemos en algunas regiones de Colombia.
Cuando era pequeña le gustaba el macramé. Y luego de enfrentarse a una encrucijada profesional posterior a la pandemia, decidió dedicarse de lleno y en serio a retomar este oficio de tejer con nudos. De ahí nace su proyecto Ahínco Estudio. “Ahínco es una palabra que usan los campesinos cuando hacemos algo con amor, con perrenque, con dedicación”, nos explica.
Desde Ahínco Estudio María Camila elabora tapetes con diseños únicos, asesora en diseño de interiores y dicta cursos en los que los asistentes inician un proyecto tejido desde cero.
En el tejido se da de una manera muy natural la transmisión de conocimiento… desde las puntadas hasta el almidonado.
“A partir de cinco nudos básicos podemos hacer cualquier cosa. El resto es una investigación individual y creatividad. Mis nudos favoritos son el festón y el plano, porque puedes hacer muchas cosas con ellos. Lo que más me enseñan esos nudos es la adaptabilidad y la transformación”.
Y continúa María Camila: “Así todos usemos los mismos nudos básicos, cada persona produce algo completamente diferente, según su esencia. Empezamos desde lo básico y llegamos a cosas muy complejas. Y eso es lo que realmente somos”.
Para ella el acto de tejer es una meditación activa, de mindfulness, una manera efectiva de mantenerse atenta al presente. Cuando los alumnos están distraídos en sus problemas cotidianos, eso se ve reflejado en el resultado final, con puntadas más apretadas y otras más sueltas, por ejemplo.
Para esta emprendedora es mágica la metáfora del nudo: “Si lo trasladamos a la vida, es sacar oportunidades de los problemas. Porque a veces uno se queda atascado en el nudo y no sabe qué hacer. Acá el arte y todo proyecto empieza justo ahí: desde el nudo, desde el conflicto”.
Pienso en Inés Margarita, mi madre, y en un futuro me veo un poco como ella. Cuando se pone nerviosa, teje; cuando está triste, teje; cuando no sabe qué decisión tomar, teje. Parece que en ese acto se esconden algunas respuestas. Quizá sea simplemente existir, existir creando.
*Periodista, realizadora audiovisual, profesora certificada de yoga.
Dejar un comentario