El Director Técnico de Geoamenazas del Servicio Geológico Colombiano evalúa y monitorea los volcanes y los movimientos en masa que ocurren en Colombia.
John Makario Londoño se ha convertido en una cara familiar para los colombianos pues, como Director de Geoamenazas del Servicio Geológico Colombiano (SGC), ha tenido que explicar a la opinión pública los cambios recientes en la actividad del volcán Nevado del Ruiz y atender las consultas sobre los movimientos de tierra que usualmente ocurren en un país sísmicamente activo como Colombia.
Londoño lleva un año en este cargo, pero 34 de carrera profesional vinculado al SGC, entidad que investiga y monitorea la actividad geológica en el país. Fue de los primeros geólogos graduados de la Universidad de Caldas y, desde muy joven, tiene una fascinación especial por los volcanes que lo llevó a obtener dos becas del gobierno japonés para estudiar una maestría y un doctorado en ciencias geofísicas.
Dice que los volcanes se parecen un poco a los seres humanos porque tienen su propia personalidad y porque no hay uno igual a otro. Precisamente, gran parte de su vida académica la ha dedicado a entender el funcionamiento y el temperamento impredecible del volcán Nevado del Ruiz, al cual estuvo a punto de ir el 13 de noviembre de 1985, día en el que hizo erupción y provocó el peor desastre natural de la historia de Colombia, la tragedia de Armero. Se salvó porque ya había visitado el volcán un par de días antes de ese fatídico momento y prefirió quedarse en Manizales.
Su experiencia estudiando las entrañas de la Tierra lo ha hecho consciente de la incertidumbre propia de la vida y por eso, dice, trata de vivir el tiempo presente tanto como pueda.
Tradicionalmente se ha dicho que Colombia tiene una actividad sísmica importante. ¿A qué se debe este fenómeno?
Colombia está localizada en una región muy compleja porque se encuentra en la parte noroccidental de Suramérica y justo en ese sector hay un choque de tres placas tectónicas: la del fondo oceánico Caribe, que está al norte de Colombia; la del Pacífico, conocida como la placa de Nazca, que está al occidente, y la placa de Suramérica. Entonces, imagínese, Colombia está como en un sándwich, por decirlo así. Por otro lado, Colombia hace parte de lo que se llama el cinturón de fuego del Pacífico, que es el borde del océano Pacífico, donde ocurren la mayor cantidad de sismos y donde están ubicados la mayoría de los volcanes activos del planeta.
Los choques entre las placas crean un montón de fracturas en Colombia que nosotros llamamos sistema de fallas. Esas fracturas pueden estar quietas y, de repente, moverse un poquito, pero ese poquito puede convertirse en un sismo importante. Además, otra particularidad muy relevante es que Colombia tiene un nido sísmico, que es una zona donde siempre está temblando. Solo hay tres nidos sísmicos en el mundo y nosotros tenemos uno ubicado, aproximadamente, a 150 kilómetros de profundidad en el municipio de Mesa de los Santos, en Santander.
Todo esto hace que Colombia, desde el punto de vista sísmico, sea muy activo. Hablando de los volcanes, actualmente tenemos entre 25 y 30 activos en el país. No tenemos una estimación de cuántos volcanes hay en total porque eso requiere mayor investigación, pero puede haber más de 50 entre activos e inactivos. En el SGC monitoreamos 25.
En el 2023 se conmemoran los 30 años de la Red Sismológica Nacional. ¿Podría explicarnos cómo funciona y cómo se hace el análisis de los temblores?
La Red Sismológica Nacional nació en 1993. Empezó con 14 estaciones. Actualmente tenemos alrededor de 222 sensores instalados y, más o menos, 108 estaciones sísmicas en todo Colombia que permiten la detección de sismos en cuestión de segundos. Tenemos una red general que está diseñada para detectar la mayor sismicidad que se produce en Colombia y otras redes temporales cuando hay sismicidad anómala o cuando se generan muchas réplicas después de un sismo.
Los sensores están enterrados en la tierra; cuando hay un movimiento generan un impulso eléctrico y mandan esa señal a través de ondas de radio que llegan al satélite y en el SGC las capturamos con la antena parabólica que tenemos aquí. Funciona como si fuera un electrocardiograma. Si el sensor se mueve, ahí mismo hace que aumente una señal, como cuando late el corazón, entonces inmediatamente hay algoritmos que detectan que esas señales están por encima de lo normal. Ahí es cuando se activa una bocina que les avisa a los funcionarios que están de turno que algo está pasando, y ahí empiezan a llegar las señales sísmicas de todas las estaciones donde efectivamente se detectó un sismo. El sistema procesa la información, emite un reporte preliminar menos de dos minutos después de la ocurrencia del sismo y, posteriormente, entrega un reporte final entre cinco y ocho minutos después del evento.
¿Cómo funciona el análisis y monitoreo de los volcanes?
Son otras redes totalmente distintas, con muchos más sensores. Para los volcanes usamos 13 tipos de sensores diferentes y, como ya sabemos dónde está el fenómeno, entonces se puede analizar mucho más. Hay sensores de geoquímica, de deformación de la corteza, de sismicidad, de gases, entre otros.
Se ha vuelto una costumbre que el SGC le pregunte a los ciudadanos a través de las redes sociales si sintieron un temblor en su ciudad. ¿Por qué es importante este reporte?
Los reportes que da la comunidad son clave para nosotros porque nos permiten generar mapas de intensidad. La magnitud se refiere al tamaño del sismo y la intensidad, a los efectos que tuvo en la superficie: cómo se sintió, si fue fuerte o leve, si el movimiento fue horizontal o hacia arriba. Eso nos permite entender qué efectos pudo haber tenido un temblor.
¿Cómo obtenían esa información antes de que existieran las redes sociales?
No se podía. Por ejemplo, cuando ocurrió el sismo de Armenia en 1999, se hicieron análisis, por supuesto, pero no eran así de rápidos y oportunos como son ahora.
¿Eso quiere decir que hoy estamos mejor preparados para enfrentar un sismo o una erupción volcánica?
Sí, hoy en día estamos más preparados. El sistema es mucho más efectivo que hace 10 o 12 años. Desde el 2012, con la creación del Sistema Nacional de Gestión de Riesgo de Desastres, hay una política y una ley que hace operativo el sistema y eso se ha visto reflejado en la manera como se ha actuado cada vez que ocurre un evento natural. Cada entidad tiene un papel definido y ahora nos coordinamos para atender una emergencia. Eso antes no existía.
En las redes sociales también circula mucha información dudosa o falsa como, por ejemplo, que está temblando más en Colombia. ¿Esto es verdad?
En las estadísticas que tenemos no hay ninguna variación en la sismicidad en ninguna región. Todo está dentro de la normalidad de la actividad sísmica de un país activo como Colombia. Hay factores que hacen creer a la gente que puede estar temblando más. Primero, la inmediatez de las noticias. Segundo, hay más personas viviendo en diferentes zonas del país, es decir, que son más personas las que pueden sentir un temblor. Tercero, el SGC reporta prácticamente cualquier sismo que se pueda detectar, entonces hay más información disponible sobre sismicidad y la gente cree que está temblando más, pero no es así.
También se afirma, sin pruebas, que el supuesto aumento de los temblores está relacionado con el aumento de la temperatura. ¿Qué dice la ciencia al respecto?
El clima en la superficie no tiene nada que ver con lo que ocurre a kilómetros de profundidad en la Tierra, donde las temperaturas son de cientos de grados y las condiciones son completamente diferentes a las del exterior.
Usted lleva cerca de 15 meses como Director de Geoamenazas y tuvo que enfrentar la crisis del volcán Nevado del Ruiz y dos temblores que ocurrieron en agosto de este año. ¿Cuál fue el momento más difícil en esas contingencias?
La naturaleza es impredecible y no siempre se comporta de la misma manera. Hay momentos en que los datos son más complejos de interpretar y no nos podemos demorar. Cuando cambiamos el nivel del Ruiz de amarillo a naranja fue un momento crítico porque había incertidumbre, teníamos los datos en tiempo real, pero tomar una decisión era difícil porque simplemente no sabíamos qué podría pasar después. Sin embargo, creo que la sorteamos bien, subimos el nivel cuando había que subirlo y lo bajamos cuando había que bajarlo.
Precisamente, usted vivió una experiencia muy difícil con la erupción del Nevado del Ruiz que desató la avalancha de Armero en 1985. ¿Qué pasó?
Yo era estudiante de geología de la Universidad de Caldas y estuvimos con otros estudiantes 25 días apoyando a Ingeominas (la entidad anterior al SGC) para hacer el mapa de amenaza del volcán, porque ya sabíamos que Armero podría destruirse si pasaba un flujo de lodo. Cuando terminamos, el profesor nos propuso que volviéramos para asistir a otra salida de campo con otro grupo. Varios decidimos quedarnos en Manizales porque estábamos cansados, pero el otro grupo se fue para Ibagué.
El día de la erupción recuerdo que llovía mucho en Manizales y caían unos truenos impresionantes; los volcanes producen eso cuando están en erupción y el Ruiz empezó a las tres de la tarde. Mis compañeros se fueron por tierra a Ibagué, pero, por la lluvia tan fuerte que caía, pararon en Armero, se quedaron allí a dormir y murieron. Muchos de ellos habían empezado la carrera conmigo, eran mis compañeros y desaparecieron producto de la erupción de un volcán que se sabía que podía causar una tragedia de esa magnitud y en la que pocos creyeron por la desinformación. Eso fue un impacto muy grande.
¿Qué lecciones de vida le ha dejado estudiar los volcanes y los movimientos telúricos?La conclusión que yo saco es que el futuro es incierto. No sabemos qué va a pasar con un volcán o si va a haber un sismo mañana. Así es la vida, uno no puede estar planeando tantas cosas. Mi lema es carpe diem, disfruta el momento. Tampoco es que uno se enloquezca y se tire irresponsablemente a hacer de todo. Cuando digo disfruta el momento quiero decir viva la vida intensamente y ayude a otros. Viva una vida que sea fructífera y que pueda dejar huella, porque mañana no sabe si va a estar o no.
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