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Lo mejor que le pasó a mi empresa fue mi divorcio

Ilustración
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Después del baldado de agua helada de un divorcio, todo se puede derrumbar… a menos de que tengas una convicción y otro amor (propio) que te saque al otro lado renovada.

SEPARADOR

5 de enero de 2018, 8:19PM. “Como debes saberlo, ya saqué algo de ropa y algunas cosas que requiero para instalarme fuera …” Así iniciaba el mensaje de Whatsapp que me envió mi ex esposo el día que se fue de casa. 

Yo estaba con una amiga cenando. Había visitado a mi terapeuta en la tarde. Las cosas ya se habían puesto complejas, él llevaba dos noches durmiendo en la otra habitación. No sabía que se iba a ir, o que esa era su intención. Vibró mi celular. Vi el mensaje. Mi amiga Karina me miró y le mostré el mensaje, quedamos en shock. Yo no le respondí, un silenció nos acompañó, mi amiga me abrazó.

Fui a casa, lloré en el camino. Me enfrenté al closet vació. No tenía palabras, no tenía pensamientos. Me pregunte: “Carol, ¿qué vas a hacer?” Me quedé ahí. No hice nada.

De niña me enseñaron que llorar no soluciona nada, que tienes que seguir, porque siempre hay que seguir. Lo aprendí de mi madre y de las mujeres de mi familia materna. Es un mal hábito, porque hay que dejarse sentir… por eso también fui a terapia, para resolverme. Al final, muy al final (cuatro años después), entendí el mensaje y cómo la vida me había preparado para vivir esto. 

Al día siguiente de ese mensaje manejé, por varias horas de la tarde, por la sabana de Bogotá. Pensaba, divagaba. No me dejaba en paz la pregunta: “¿Qué iba a hacer con el apartamento que estábamos pagando, con mi empresa, con mi vida, con lo que sentía?” No tuve respuesta. Esa noche una gastroenteritis y altos niveles de deshidratación me enviaron a una clínica. Permanecí allí todo el fin de semana. Me dieron de alta con la condición de que tenía que parar de llorar e hidratarme. 

Respiré. Sobreviví a un fin de semana largo, con feriado incluido, a punta de caldo de pollo y la compañía de dos amigas cercanas, una de ellas la que estuvo el día de la noticia, y otra, la que me había presentado a mi ex marido (y que era muy cercana a ambos). El martes me puse mi mejor versión: la niña a la que le enseñaron que siempre hay que seguir adelante, no importa lo que pasé, y me fui trabajar… como cualquier día. 

Mi socio sabía de mi situación, también mi mejor amiga, mi terapeuta de la época, y dos personas más. Eso sí, nadie de mi equipo, ni mis clientes. Manejé mi crisis como un escenario empresarial interno. Usé toda la asesoría que le daría a un cliente para mí misma. 

Sí, me quería morir (lenguaje figurativo, no literal). Sin embargo, transformé toda esa energía de tristeza y dolor en correr la medía maratón de Miami. Me volqué a ello en enero, viendo el deporte como catalizador y sabiendo que correr ayuda a una mente productiva.  

También acudí a lo que llamó “adagios populares con estilo”. La mamá de una amiga decía: “Una pena de amor con dinero, es sólo una pena de amor. Una pena de amor sin dinero, es una desgracia”. Tomé sus palabras como un lema de batalla. Me convertí en una humana que sólo lloraba abrazada a la almohada. Como escape, comía comida chatarra, aunque fuera contradictorio con mi entrenamiento. Seguía entrenando y entregaba mi mejor versión ejecutiva, día a día. 

En ese momento sentía que no tenía rumbo. Tenía rabia, estaba furiosa con él, conmigo, con la vida. Pero tenía un amor, y ese amor era mi trabajo. Amaba mi empresa y lo expresaba con un compromiso leal a mi socio. Mi emprendimiento era el motivo para hacer que algo brillara en mí, en medio de tanta oscuridad.

Lo mejor que le pasó a mi empresa fue mi divorcio - Carol Cifuentes Melo

Mi camino al divorcio fue pesado, incluyó divorciarme de mi terapeuta de esa época. El pragmatismo me fue más útil. En mi “mundo conitos” (como le digo a las ideas que uno tiene en la cabeza y que sólo uno puede entender), le puse foco a lo que, para mí, era importante: llamó un cliente antiguo, que ahora estaba en otra compañía, y vi una oportunidad. Vino la creación de un área nueva dentro de mi compañía. Se abría la posibilidad de nuevos negocios para nosotros, la expansión de una idea que por fin se podía realizar. Poco a poco fui viendo el vaso medio lleno. 

No obstante, los debates aparecían en mi mente: “¿Qué mujer eres y qué mujer quieres ser?” El divorcio te muestra más de lo que jamás has visto de tí misma. Es algo que realmente no te planteas como proyecto de vida, como un paso en tu plan, pero resulta que, a veces, hay que volver atrás para revisar ese plan.  

En mis debates internos, muy a menudo se me venía a la cabeza una entrevista que me hicieron a mi socio y a mí sobre la empresa. Nos preguntaron si habíamos fracasado en algún momento. ¿Habíamos pensado en tirar la toalla? Mi respuesta fue: “Sí, a principios de 2014. El proceso iba muy lento. Estaba sentada en un restaurante con Sergio y, con el corazón en la mano, le conté algo que estaba sintiendo – en esa época yo estaba en pareja, recién casada – : quería generar los mismos aportes económicos que mi esposo, y esto no se estaba dando. Le negocié a Sergio una fecha y me puse un límite para tomar una decisión final. Luego de una semana pasó algo extraordinario: llegó un gran proyecto. Seis meses después, abrimos la primera oficina física”. 

Abracé a mi empresa para salvar mi vida, me aferré a mi confianza en mí misma (algo que recién divorciada era impensable). Canalicé mi energía en el trabajo, porque era mío. Hasta entendí un poco lo que mencionan sobre las grandes obras artísticas de la humanidad: muchas de ellas se crearon en el caos emocional. Toda mi energía vital, que no era mucha claramente, la logré enfocar.

No hubo coach, terapia o estudios universitarios. Fue pura convicción y responsabilidad. Ahora, hay que decirlo: ese actuar te pasa factura. Cuando la intensidad de eventos, reuniones, campañas y viajes para, te encuentras de vuelta en tu apartamento… sin sala, sin comedor, con las paredes vacías y las puntillas de los cuadros que significaban algo en tu vida ahí, peladas. Sumando a los sucesos que no puedes controlar, llegó la pandemia. Obviamente todas las empresas fueron golpeadas. Nosotros, por fortuna, pudimos sostener al equipo, entregar la oficina en arriendo y no bajar el ritmo de trabajo, aunque sí los ingresos. Y ese momento fue fundamental.

No podía huir de la casa, no había actividad fuera, debía trabajar adentro y reconciliar mi alma con esas cuatro paredes que había comprado en el pasado con una persona que ya no estaba. Fue el momento de hacer el espacio mío, debía conciliarme con esos ladrillos. 

Como mucha gente, me sume a las nuevas oportunidades. Cocine más – ahora lo veo como un acto de amor sagrado – el alimento es vida. Tenía mi trotadora en casa, así que ahí estaba el movimiento y, en poco menos de un año, había empezado a hacer bicicleta. Unos amigos me presentaron unos rodillos y los armé en casa. Había empezado tímidamente con algo de meditación y me sumé a un grupo de meditación virtual todos los días. 

Al final, abracé a mi empresa como si me abrazara a mí misma. Tenía una idea interior con la que sabía que si yo estaba mal emocionalmente como empresaria, la compañía lo reflejaría (sobre todo en empresas pequeñas). Así que no podía flaquear. 

El divorcio es un hecho de la vida que me enseñó, lo agradezco, porque todo lo vivido valió la pena. Sin duda mi voluntad, mi disciplina, mi resiliencia y mi fe se vieron reflejadas. Mi empresa florece, mi salud mental y emocional también. Y después del totazo, estoy viva y más fuerte. 

 

*Carol Cifuentes trabaja en comunicaciones y marketing. Se volvió a casar hace menos de un año y está embarazada. Siente que “Adiós” de Gustavo Cerati resume esta columna.

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