Cosas que hubiéramos querido saber cuando éramos niñas. Temas para conversar con niñas, niños y adolescentes.
No hace mucho empecé a preguntarme por la niñez y el feminismo. ¿Qué hubiera pasado si mis amigas y yo hubiésemos crecido entendiendo al menos una parte de lo que entendemos ahora? ¿Cómo hubiéramos respondido a todas esas demandas que nos hacían, y que sigue haciendo un entorno construido sobre principios masculinos? “Si sigues vistiéndote así ningún muchacho te va a tomar en serio”, “qué rica te quedó la comida, ya te puedes casar”, “¿pero ese deporte no les pone el cuerpo como de hombre?”, “las niñas no se sientan así”, “las niñas no dicen esas palabras”. Las niñas, las niñas, las niñas.
Tal vez muchas cosas que se atravesaron en nuestras vidas hubieran sido diferentes, porque sabríamos poner límites, identificar cuándo estábamos cediendo en algo por voluntad y cuándo había tejidos difusos en nuestras decisiones. También porque habríamos aprendido a trabajar de la mano con otras mujeres, a entender el poder de lo colectivo.
Diana Hoyos Valdés es doctora en Filosofía de la Universidad de Oklahoma, parte de las redes colombiana y latinoamericana de mujeres filósofas, y hace parte de Las Hijas de Lilith, un colectivo de profesoras de filosofía feministas de la Universidad de Caldas. Diana dice que aunque tiene cierta reserva con la palabra feminismo para hablar con niñas y niños, porque tiende a prevenir a los niños y a los padres, cree también que se deben ir ganando esos espacios precisamente para derribar los prejuicios.
Para ella, es clave que en la infancia se les presenten a las niñas, niños y adolescentes otros relatos, no solamente el de la princesa que espera al príncipe y son felices para siempre. Compartir con ellos historias que perfilen de modos más amplios y complejos los personajes femeninos y su relación con el mundo.
También señala que hay algo poderoso en mostrarles a las niñas lo que están haciendo otras mujeres. Diana ha trabajado con comunidades indígenas y afro, “Me he encontrado con mujeres fuertes, que están defendiendo su territorio, que hacen cientos de cosas juntas, y que no se reconocen como feministas, y está bien. Visibilizar eso que están haciendo las mujeres en Colombia, en el mundo, es también acercar a las niñas y a los niños a otras formas de realidad”.
Para Victoria Arroyave, periodista y cofundadora de Ítaca, un laboratorio de periodismo pedagógico enfocado en género y violencia, haberse acercado al feminismo hace relativamente poco hace que sea más difícil desaprender ciertas estructuras con las que creció, y que sea más difícil, por supuesto, identificar violencias que desde niñas normalizamos: que hay que saludar a los familiares de beso así no queramos, que si alguien nos tocó como no debía seguro fue porque se equivocó —“él no es así”—, que es la hermana la que le lleva jugo a la visita, no el hermano. “Hace poco al hijo de una amiga lo molestaron en el colegio porque en un huevo Kínder le salió una mariposa morada y se puso a jugar con ella. ¿Ahora entonces hasta los animales tienen género? Tener ciertos conceptos del feminismo en la infancia es importante porque no solo permite llevar el proceso del crecimiento de forma más liviana, sino que evita que repliquemos violencias”.
Con Diana y Victoria construimos estas cinco ideas del feminismo que hubiésemos querido tener mientras íbamos creciendo. Una suerte de feminismo para niñas.
1. No hay juguetes específicos para niños y para niñas. Algunas niñas preferirán no jugar con muñecas y algunos niños sí, y está bien que esos primeros acercamientos con el mundo físico exterior se hagan desde nuestros deseos y no desde lo que “se puede” o no por nuestro género. Prohibir ciertos juguetes solo porque son “de niño” o “de niña” es, además, imponer estereotipos.
2. Las niñas son tan buenas para los deportes extremos, las matemáticas y las ciencias como quieran serlo los niños para cuidar plantas o cocinar. Abrir las actividades cotidianas, los oficios y sus posibilidades es otra gran conquista que nos hubiera ahorrado varias inseguridades al crecer. Aquí es clave que niñas, niños y adolescentes puedan tener a la mano historias diversas de muchas personas que decidieron hacer cosas diferentes a las que se supone que el mundo esperaba de ellas: cuentos sobre mujeres en la ciencia, sobre hombres bailarines. Crear nuevas narrativas y normalizarlas.
3. Reconocer el brillo de otras niñas no te quita el tuyo. Uno de los grandes triunfos del patriarcado ha sido enemistarnos entre nosotras, hacernos creer que las otras mujeres son una competencia. Dentro de los pilares más grandes del feminismo está el pensamiento de colectivo, y juntarnos con otras mujeres no solo nos hará sentir que no estamos solas para enfrentar situaciones molestas a las que, por desgracia, nos vemos expuestas con frecuencia, sino que construirá lazos que nos enseñarán cosas sobre otras y sobre nosotras mismas. “Somos como fueguitos, y entre más fueguitos se junten, más poderosa será la luz y el brillo”, dice Diana.
4. Algunas niñas sueñan con ser mamás, otras con ser exploradoras del mundo, y otras con ambas o con ninguna de las dos, y está bien. Dentro de las presiones más difíciles que experimentamos en la infancia, está lo que los demás esperan de ti: familia y amigos cercanos. Cómo es que vas a acomodar tu vida para cumplir con expectativas ajenas. Crecer entendiendo que somos nosotras las que decidimos, defendemos y abrazamos nuestras decisiones, hará más liviano el camino.
5. El amor viene en muchas formas, aunque en cientos de partes nos hablen solo del amor romántico. Descubrir y cultivar el amor de la familia, de amigas y amigos y el amor propio, es una de las formas más poderosas de enfrentar etapas difìciles mientras crecemos, y nos abre un mundo de posibilidades tal vez más honestas y cercanas: el amor no como un lugar al que se llega para “cumplir” sino como algo que nos rodea y que va con nosotras a donde sea que vayamos.
* * *
No solo hubiese querido compartir estas ideas con la Sara del pasado; también quiero compartirlas con mi mamá, mis tías, mi abuela. Mujeres que también siguieron creciendo mientras yo lo hacía. Y entonces tal vez un mundo en el que replicamos esto se parezca un poco al final hermosísimo de Chicas muertas, una novela de Selva Almada: “Seguimos caminando, más apretadas la una con la otra, los brazos pegajosos por el calor. El viento norte frotaba entre sí las hojas ásperas de las plantas de maíz, cimbreaba las cañas maduras, sacándoles un sonido amenazador que, si afilabas el oído, podía ser también la música de una pequeña victoria”.
Dejar un comentario