A través de mis experiencias personales, y en un mundo que se complica cada vez más, propongo que dejemos de ser hipócritas y reconozcamos que todos lo somos.
Amaría ser una persona evolucionada que supera toda tentación mundana y no se rebaja a la rabia ni a la mentira, ni a decir cosas por quedar bien para luego hacer otras.
Pero he caído, caigo y caeré. No me consuelo pensando que mi vida está hecha para el perfeccionamiento de mi alma. No voy a darle duro a quien lo logra, seguro existen personas así, pero yo ya me reconocí en mi humanidad. Tengo claro que mi idea de sobrevivir en este mundo es causar el menor daño posible a quienes me rodean, pero también entiendo que a veces seré hipócrita para evitar precisamente eso.
Confieso que, en mi cotidianidad, me he visto en conversaciones en las que he vendido humo. Por ejemplo, soy maravillosa dando consejos, plena en construir caminos de seguridad para otros… y en no aplicarlos a mí misma.
Le he dicho a alguien: “No vale la pena que celes a X, es inseguridad tuya”. Y mientras tanto, ahí mismo estoy yo, incendiándome por dentro, convertida en violencia, porque agarré al otro coqueteando en redes.
He preguntado con un poco de desprecio: “¿En serio te gusta el reggaetón?” Y luego, minutos después, estoy oyendo en loop “Me rehuso” de Danny Ocean en la casa, porque eso sí, ¡qué canción tan buena!
Esa hipocresía nos eleva el ego, pero igual tiene el dedito sobre la llaga. Cuando ya estamos solitos mirándonos en el espejo, reconocemos que es pura paja y nos damos cuenta que sería chévere ser esa persona que estamos vendiendo.
Creo que a todos nos tocó ser hipócritas para encajar, para ser aceptados en muchos espacios cercanos, laborales, de estudio, de pareja, familiares, lo que sea. En el día a día esa hipocresía va mermando, según la confianza que uno va construyendo con el de al lado. Llegan confesiones después de un tiempo y eso está bien. Así como Shrek le intenta explicar al burro intenso en la película: “Los ogros son como las cebollas: tienen capas.” Los humanos somos ogros con capas. La persona/ogro que afirma, “yo sí voy diciendo lo que voy sintiendo” (para defender su guachada) seguro siente las peores inseguridades del mundo y al final solo tiene a la mano ese discurso como capa exterior.
Ahora, tampoco la tenemos fácil: este mundo es cruel, vivir en él es complejo, ser parte de algo se complica cada vez más y se puede perder un montón en el proceso. Por eso la hipocresía es a veces necesaria, es como entrar con machete al monte para ver cómo se abre camino en una sociedad que está bien podridita. De ñapa, además, hay que sumarle el peso de las redes sociales: ese lugar escabroso en el que gente que uno no conoce entra a opinar sobre la vida, “yo de ti haría tal cosa”, “deberías hacer esto”, “yo sé que no me incumbe, pero”... y así. Una pausa acá. Si usted está leyendo esto y es de esos, por favor, deje de ser autoinvitado y bien pueda primero arregle su realidad antes de meterse en la vida de los otros. Gracias y permiso. Fin de la pausa.
Hoy en día todo se triplicó, la aceptación es un tema jodido, tanto la externa como la interna. A mí no me gusta como me veo, no hago nada para cambiarlo, y tampoco acepto que no me gusto. Esa es otra pata que le salió al cojo, ahora toca “aceptarnos”. Y si no lo hacemos, entonces tampoco podemos pertenecer a ese lugar del mundo en el que toca estar orgullosos de nuestros defectos físicos. Yo sé que construir toda la dinámica alrededor de este tema es muy importante y ha llevado tiempo, no busco demeritar este necesario trabajo, pero, sin querer, termina siendo una presión para quien no lo consigue. Y por eso toca echar mano de la hipocresía, porque entonces toca encajar en los desencajados.
La idea obviamente no es darnos palo todo el tiempo, tampoco. Menos se trata de entrar con los taches arriba. En vez de eso, deberíamos relajarnos con el tema. Si necesita ser hipócrita para conservar su trabajo y poder pagar cuentas, hágalo. Si la comida de su suegra es terrible pero ella la hizo con todo el cariño del mundo y a usted no le gusta, pues sonría y agradezca. Pase el trago amargo. Si simplemente no quiere hablar pero resulta que hay alguien que lo necesita por lo menos para ser escuchado, preste su oído. Seguramente su gesto sumará y probablemente a usted también le ha pasado, lo han escuchado sin querer.
Claramente todo tiene un límite, hay casos en los que la hipocresía puede ser contraproducente. Pienso en momentos sociales en los que uno dice: “No doy más”. En una instancia como esa, la hipocresía dejará de ser útil.
Ejemplo: Yo soy bipolar y cuando me diagnosticaron, no quise que nadie se enterara. Yo no quería ver a personas, pero mentía para que no se sintieran mal. Hipócritamente les vendía un discurso que no era, solo para que mi vulnerabilidad no quedara en evidencia. Mientras hacía eso, me estaba perjudicando a mí misma, no le estaba ayudando a mi salud mental. Ese esfuerzo hipócrita no era necesario. Así que, con el paso del tiempo, decidí presentarme como si tuviera antecedentes penales. Ahora entro de una con un “hola, yo soy bipolar”.
Dicho esto, pienso que, en general, ser hipócrita no está del todo mal, ayuda a sobrevivir en esta sociedad jodida. Nos falta mucho y no estoy segura que lo logremos, pasamos por una pandemia y no salimos mejores seres humanos. Ahora nos toca encontrar nuevas maneras de interactuar.
Todos somos hipócritas en mayor y menor medida, eso hace parte de ser humanos. No se jodan el coco intentando alejar eso de sus vidas.
-Gracias por leerme y recuerden que los quiero. Mentira, eso es hipocresía porque no sé quienes son.
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