La arena es el material principal de las ciudades modernas y el segundo recurso global más utilizado. La arena cuenta la historia de la atmósfera tras el enfriamiento de la Tierra.
A menos que vivamos a orillas de una playa o en medio del desierto, a simple vista no solemos percatarnos de la presencia ubicua de la arena. Pero lo cierto es que nos rodea. De hecho, nos contiene. La arena está en las paredes y ventanas de nuestras casas. Es tan invisible como omnipresente. Miles de objetos que utilizamos a diario requieren de ella para su fabricación. En las pantallas, en los microchips de los dispositivos y los electrodomésticos, en los elásticos de la ropa interior y hasta en la crema dental –en la que actúa como abrasivo– hay rastros de su majestad la arena.
Nuestras vidas dependen de ella más de lo que imaginamos. Estados y empresas han convertido la arena en soporte primordial del desarrollo económico. Desde la Segunda Guerra Mundial, la sociedad de consumo global no ha hecho sino incrementar la extracción de arena para atender las necesidades de infraestructura de una población en rápido crecimiento. Diversos estudios coinciden en que los seres humanos consumimos cada año alrededor de 50.000 millones de toneladas de arena, uno de los elementos principales en las mezclas de concreto u hormigón. Esta escala cobra aún mayor dimensión si se tiene en cuenta que hace apenas dos décadas utilizábamos la mitad.
La arena es un sedimento constituido por granos sólidos e irregulares, cuyos tamaños, según la escala geológica Udden-Wentworth, van desde los 0,0625 a los 2 milímetros de diámetro. En la arena no solo hallamos variedad de tamaños, también de colores, procedencias y composiciones. En un puñado de arena puede haber cuarzos, restos esqueléticos de diversos organismos, fragmentos de rocas graníticas, trozos de coral, etc. Cada grano de arena tiene un origen geográfico y geológico distinto. En un lecho del río Magdalena puede haber arenas procedentes del río Cauca, del Nevado del Ruiz o del Macizo de Garzón, en el Alto Huila. A diferencia de otros sedimentos, como los limos y las arcillas, las partículas de la arena se pueden ver, con sus brillos minerales, de manera separada en el microscopio.
Sebastián Zapata, paleogeógrafo y profesor de la Universidad del Rosario, es especialista en sedimentología y en sus salidas de campo recolecta arenas que luego observa bajo el microscopio. En los cerros orientales de Bogotá, por ejemplo, toma muestras de areniscas que pueden tener 100 millones de años. “Como son tan viejas están muy duras y por eso han sido capaces de generar cerros”, dice. Zapata también analiza en el laboratorio arenas de los ríos para conocer las claves del pasado: “Una arena guarda mucha información e historia sobre cómo eran las cuencas hidrográficas, el clima o los fósiles, porque un fósil solo puede preservarse en rocas sedimentarias”.
Un dato curioso. El microscopio que usa Sebastián Zapata es un invento que hay que agradecerle, precisamente, a la arena. Gracias a una pila de arena de sílice, un artesano italiano del Renacimiento logró elaborar el vidrio transparente que hizo posibles los microscopios, los telescopios y otras tecnologías posteriores.
Arquímedes, el ilustre matemático de la Antigüedad, acometió la ambiciosa desmesura de calcular la cantidad de granos de arena que podría llenar todo el universo: esta orilla del océano cósmico de la que hablara Carl Sagan. La respuesta aproximada a la pregunta del genio siciliano sería algo así como 1 seguido de 80 cuatrillones de ceros. Una cifra que, según otro calculista ocioso, el científico Doug Stewart, si se escribiera, ocuparía 380.000 páginas. Ahora bien, hasta donde tenemos noticia, todavía no hay respuesta a la pregunta sobre el número de granos de arena que caben, ya no en el universo sino en la superficie del planeta, y las reservas de arena contenidas en la corteza terrestre siguen sin cuantificarse. Lo que sí sabemos es que, aunque parezca una obviedad, la arena no es un recurso inagotable, razón por la cual la ciencia ha prendido alarmas acerca de su futura escasez en regiones donde es mayormente explotada por la industria de la construcción.
Es probable que, de mantenerse la escala actual de extracción de sedimentos, empujada por la demanda de consumo y la ocupación per cápita por uso urbano, que amenaza con duplicarse en los próximos 40 años, los ecosistemas sobreexplotados sufran daños irreversibles, como el déficit significativo de arena. Un llamado de atención al respecto proviene de un artículo, bastante difundido a través de medios especializados y redes sociales y publicado en 2021 por una decena de académicos de Europa y Estados Unidos, sobre la sustentabilidad global de la arena en el Antropoceno. Entre sus conclusiones, el texto señala que “hacia mediados de siglo la demanda podría superar la oferta y los precios se van a disparar”. Sin embargo, lejos de pronosticar escenarios fatalistas de escasez global de arena, los investigadores insisten en poner la lupa sobre las fuentes de extracción más problemáticas, como los ríos, y en aprovechar de manera eficiente, si es el caso, la roca triturada, también proveedora de arena para la construcción y un recurso geológico más abundante. Una de las autoras del artículo es la ecóloga española Aurora Torres, quien destaca que en la mayor parte de Europa la extracción de arenas de los ríos está prohibida, y asegura que a pesar de la información recogida hacen falta estimaciones globales de la cantidad de arena disponible en el mundo.
Extraer arena de ríos o costas en forma indiscriminada causa erosión, salinización de acuíferos y, en definitiva, deterioro de la biodiversidad, lo que supone graves consecuencias para el abastecimiento de agua, la producción de alimentos, la pesca o el turismo, de acuerdo con un informe divulgado por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
“La arena es a las ciudades lo que la harina al pan, lo que las células a nuestro cuerpo: un ingrediente invisible pero fundamental que constituye la mayor parte del entorno construido en el que vivimos la mayoría de nosotros”, dice Vince Beiser en su libro El mundo en un grano: historia de la arena (2019). Beiser aporta suficientes datos para argumentar hasta qué punto esta civilización global se ha erigido a base de cantidades hiperindustriales de arena.
Solo para levantar un kilómetro de autopista se necesitan 30.000 toneladas de ella.
Si bien desde el antiguo Egipto se ha construido con arena, esta nunca se empleó tanto como ahora. China utilizó más arena entre 2011 y 2013 que Estados Unidos en todo el siglo XX. No en balde el apabullante crecimiento económico de la potencia asiática en los últimos años estuvo jalonado en gran medida por la industria de la construcción. Hasta principios del siglo XX la mayoría de las grandes estructuras del mundo estaban hechas en piedra, ladrillo, arcilla o madera y no había rascacielos. Pero con la explosión demográfica de mediados de siglo y el inicio del modelo urbano industrial, comenzó a usarse arena en proporciones cada vez más colosales.
No toda la arena es idónea para construir. Por su alto contenido de sal, la arena de playa puede corroer las estructuras de hierro. Tras un terremoto en Italia, se concluyó que la mayoría de edificaciones que habían colapsado eran aquellas construidas con arena de playa. La arena del desierto, por su parte, está conformada por granos tan redondos que no consiguen cohesionarse tan bien entre sí como los angulares, que se extraen de ríos o canteras.
Una posible respuesta a los esfuerzos por garantizar el suministro de arena sin que ello implique seguir contribuyendo a la crisis climática podría buscarse en la llamada “economía circular” y, particularmente, en la arena reciclada o en materiales de origen biológico, como la madera artificial, “un alternativa de construcción prometedora para edificios de baja y media altura, que contribuiría al almacenamiento de carbono”, como sugiere el ya citado artículo de Aurora Torres. Otra alternativa es el plástico reciclado. En Zwolle (Países Bajos) ya hay una ciclorruta construida con plástico reutilizado. “Se estima que este tipo de vías son tres veces más duraderas que las de asfalto tradicional”, afirma el PNUMA. No obstante, este material debe estudiarse más a fondo, pues se teme que, con el calor, pequeñas partículas de plástico se filtren al suelo y al agua. Por otra parte, previsiones más optimistas indican que la isla de Groenlandia podría convertirse en una extraordinaria proveedora de arena. “Debido al poder erosivo del hielo, hay mucha arena allí, y con la crisis climática, que está acelerando el derretimiento de la capa de hielo groenlandesa, habrá mucha más”, comentó en The New York Times la geomorfóloga danesa Mette Bendixen.
Cualquiera que haya estado en el desierto sabe cuán árido e inhóspito es ese territorio inmenso, mar de arena y viento, de silencio y soledad. El desierto es una metáfora del horizonte expandido, pese a sus límites naturales. En las arenas de los desiertos del mundo descansan tiempos remotos: la historia misma de la creación. En las arenas de Egipto se fundó nada menos que el cristianismo primitivo. En la arena del desierto se perdió para encontrarse consigo mismo el piloto y escritor Antoine de Saint-Exupéry. “En el desierto valgo lo que valen mis divinidades”, dijo. Contemplando las arenas del Sahara como único paisaje cultivaron su sabiduría los tuaregs. En las majestuosas arenas del desierto guajiro han aquilatado su cosmogonía los indios wayuu. Sobre la arena moldeamos nuestras primeras fantasías en forma de castillos en la niñez. Con relojes de arena se midió el tiempo desde la alta Edad Media hasta el final del Renacimiento. De la arena venimos, seguramente, porque alguna o muchas de las partículas minerales que conforman este sedimento ayudaron a dar origen a la vida en la tierra. O sea que los granos de arena que pisamos en la playa o los que están en los bloques de concreto con que están hechos los barrios que habitamos pueden ser casi tan antiguos como los primeros meteoritos. Dice un poema árabe de autor desconocido: “Piensa en los miles de años que han sido necesarios para que la lluvia, el viento, los ríos y el mar hicieran de una roca esa capa de arena con la que estás jugando”. Buda dijo haber sido un árbol en otra vida. Quizás podríamos decir también que fuimos granos de arena después de haber sido estrellas. Ora en el planeta sobrepoblado, ora en medio de la inmensidad del cosmos –constituido por millones de galaxias–, cada uno de nosotros es apenas un granito de arena.
- Este artículo hace parte de la edición 191 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.
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