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mujeres indígenas

Tres mujeres indígenas que reivindican la identidad a través del arte

Fotografía
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 A través de sus obras, tres mujeres indígenas expresan su creatividad, reivindican su identidad, rinden honor a sus ancestros y nos inspiran desde sus creaciones artísticas para cuestionarnos sobre nuestras identidades y el mundo que nos rodea. Sus historias son un testimonio de resistencia y orgullo cultural.

Doreiby Perafán

Nació el 5 de abril de 2002 en la vereda Aguas Regadas, corregimiento de Los Milagros, municipio de Bolívar, Cauca. Forma parte de una comunidad campesina y actualmente estudia Artes Plásticas en la Universidad del Cauca. Fue ganadora del Premio Arte Joven 2023 organizado por Colsanitas y la embajada de España en Colombia, con su obra Cogerle Corte, una instalación que abarca aproximadamente tres metros de extensión y está conformada por 120 piezas cerámicas en forma de mazorca cuestionando las importaciones de maíz en Colombia. 

“Busco mi propia identidad, archivando memorias, prácticas, vivencias e historias familiares que permiten reconstruirme, reforzar mi relación con la tierra y la producción, dar voz a la sabiduría tradicional cosechada en el campo, sabiduría que se relaciona directamente con el hacer artístico, lo cual posibilita depurar heridas contenidas dentro de mi historia y engrandecer el honor de ser campesina con raíces indígenas”, explica la artista.

Doreiby vive en los límites del sur del Cauca y el norte de Nariño, en las altas montañas del páramo que forman parte del Complejo Volcánico Doña Juana Cascabel, en la vereda Aguas Regadas. Allí, la economía de los campesinos se debate entre lo legal y lo ilegal, el pancoger y la mercantilización, lo ancestral y lo colonizado, todo bajo una mirada capitalista de la producción y el trabajo. En las prácticas de la comunidad campesina se pueden observar vestigios de la herencia indígena, que se reflejan en la vestimenta, los tejidos, los caminos, los modos de trabajar, la siembra y la comida.

“Todas estas prácticas con las que he crecido forman una identidad y unos intereses particulares, vivir en la montaña es cosechar una sensibilidad especial cargada de unas imágenes entre siembras, arados, campesinos y campesinas que hoy día son mi punto de partida”.

Los campesinos desarrollan constantemente una imagen del territorio que no tiene existencia material y, por ello, no puede ser percibida por otros. Es necesario acercarse a ellos, compartir su comida, caminar sus senderos, escuchar los vientos y sentir su sol y su lluvia. Esta experiencia etnográfica me permite seguir ampliando el bagaje que da voz a los saberes populares, conduciéndome a reflexiones desde diferentes ámbitos, como lo social, lo político y lo productivo.

“Al crear, me interesa construir formas cercanas con materiales que contienen historias. Observar el entorno que me vio crecer y extraer elementos de un estado natural se presentan en diferentes soluciones cartográficas relacionadas con la escultura, la pintura y el video”, dice la artista. Agrega que materiales como la arcilla, el yute y las telas generan conexiones entre el espectador y la obra, actuando como elementos que poseen conocimientos sensibles y simbólicos.

A los 11 años, Doreiby dejó su vereda Aguas Regadas para irse lejos de sus padres. El tránsito de la vereda al pueblo y luego a la ciudad genera una discordancia en su identidad. “Gracias a mis exploraciones artísticas, regreso constantemente al territorio. Esta experiencia me ayuda a clarificar las características de las que me despojo al seguir la voz de contextos urbanos y a entender cómo se transforman mis percepciones mientras me resiembro”.

Toda su familia, tanto materna como paterna, tiene orígenes campesinos e indígenas del pueblo de Los Milagros, antiguamente conocido como Jayo. Desde allí traen consigo prácticas tradicionales como el tejido, la música, la alfarería y la danza, que alimentan su sensibilidad y su labor manual.

“Nosotras debemos recordar la mujer salvaje que llevamos dentro para sembrar, cuidar y cosechar desde nuestra historia”.

Marbel Vanegas Jusayu

Nacida en 1997, Marbel es indígena del pueblo wayuu y se desempeña como realizadora audiovisual, productora y directora de contenidos para cine y televisión. Ha dirigido la serie documental El buen vivir en su cuarta y sexta temporada, así como el cortometraje Aquel cuatro de noviembre, que actualmente se exhibe en diversos festivales de cine. Además, es cofundadora de Aguacate Audiovisual, una productora que no solo crea contenido, sino que también se centra en la formación de talentos emergentes en La Guajira.

“Vivo en el resguardo indígena Cuatro de Noviembre, una comunidad conformada por Río de Janeiro, Cobeña y Cerrejón. Esta comunidad ha sido desplazada por el descubrimiento de la reserva de carbón a cielo abierto más grande de La Guajira. Estamos en un espacio de resistencia y resiliencia desde nuestro territorio wayuu”, menciona la artista. Este resguardo se encuentra muy cerca de la zona minera del municipio de Albania, donde convergen varios clanes wayuu. Su territorio ancestral wayuu se sitúa en el municipio de Uribia, que presenta una historia fuerte y ciertas fracturas sociales a consecuencia de la minería y el olvido estatal.

“Estoy en una etapa de explorar la narrativa de los pueblos indígenas, por medio de las técnicas audiovisuales. Con estas herramientas que vienen desde afuera de nuestro pueblo, se fortalecen las tradiciones propias de nosotros como wayuu, en la tradición oral”.

Marbel también se enfoca en la salvaguarda del acervo de la memoria, contada desde su perspectiva. “Es importante resaltar que los pueblos indígenas han sido narrados desde afuera y folclorizados. Este es un proceso de memoria que realizan muchos productores y realizadores indígenas, como una responsabilidad social para preguntarnos cuál es la memoria que vamos a dejar para los pueblos indígenas, y no para el consumo folclorizado. Ser comunicadora audiovisual, junto con mi deseo de contar historias, me ha revelado que hay muchas memorias de La Guajira que deben ser narradas desde adentro, desde quienes hemos vivido y crecido en la realidad actual como wayuu, como jóvenes y como pueblo, esforzándonos a pesar de las difíciles condiciones”, explica.

Ser mujer wayuu significa ser portadora de conocimiento y sabiduría. Este conocimiento, que no es gratuito, se obtiene a través de muchas horas de escucha, observación y aprendizaje. “Cada una tiene sus propias fortalezas”, menciona y recuerda a su abuela, quien siempre fue aventurera y le enseñó a cambiar su perspectiva sobre los tatuajes: “En la educación occidental se considera que tatuarse está mal, pero al encontrar los tatuajes de mis abuelas, me sorprendo con esa inocencia. Entonces comprendí que eso es otra forma de arte, lo que me inspiró a hacer un largometraje documental basado en la memoria de mi abuela”.

Creció en el resguardo y entendió cómo funciona el liderazgo, lo que le ha permitido conectar con la herencia de sus ancestros y transmitir sus conocimientos a las nuevas generaciones. Es una firme creyente en el fortalecimiento de los procesos desde la niñez. En el resguardo está implementando un semillero de audiovisuales, porque ha observado que los niños tienen disposición, talento y muchas ganas de aprender.

Para ella es importante recordar lo transversal que son las mujeres. Desde todos los espacios, lo importante que son desde la memoria, desde la construcción, desde la escucha, desde el diario oriental”.

Hay mujeres indígenas jóvenes con ganas de aportar, y generar diálogos que encaminen hacia una construcción social igualitaria, equitativa y hacia una mujer empoderada, fuerte y decidida, que se impone ante muchas desigualdades.

Julieth Morales

Nació el 6 de noviembre de 1992 en el resguardo indígena de Guambia. Proveniente del pueblo Misak, Julieth se formó como artista plástica en la Universidad del Cauca en Popayán. Su obra Nay Srap (Tejiéndome) fue seleccionada para el Premio Arte Joven 2022, una video instalación más dos kilos de mochilas destejidas que constituye un cambio en los paradigmas de lo que significa ser mujer en la comunidad Misak.

“Mi trabajo plástico es un proceso de reflexión sobre la identidad cultural femenina y el contexto sociocultural indígena en Colombia. Creo obras en performance, video, fotografía, serigrafía e instalaciones que se desarrollan a partir de una inquietud hacia la cultura Misak, con el fin de deconstruir y reconstruir mi identidad como mujer Misak”, explica la artista. La etnografía y los estudios socioculturales marcan su producción, ya que recurre a las ritualidades sociales, políticas, religiosas y culturales de su comunidad para resaltar las expresiones corporales y artísticas que contienen. Aborda de manera crítica el cuerpo femenino Misak y utiliza su propio cuerpo mestizo como medio denunciante.

La realización de Nay Srap le tomó tiempo, ya que no había un reconocimiento real de lo que representaba su cuerpo sobre el territorio Misak. “Pude pensar en mí misma a través del tejido, una actividad que se espera de las mujeres, pero de la que yo nunca había formado parte. Mi abuela solía decirme, durante mis últimos años de colegio, que era perezosa porque mi mamá no me había hecho el ritual del primer período, y que por eso no sería una buena mujer indígena; que tal vez me esperaba un esposo que me maltrataría o que sufriría de machismo. Por esta razón, ella insistía en que aprendiera a tejer, cocinar y conocer sobre la huerta, para que, cuando tuviera hijos, no sufriera tanto”, explica.

Entonces, le pidió a su mamá que le trajera todas las mochilas que estaban regadas o pérdidas en su casa, porque ya las había abandonado y nunca las terminó. Su idea era irse a destejer todas las mochilas, lo que representó un paso importante para ella, ya que primero reconoció su cuerpo y luego destejió ese significado para revisar la memoria de su mamá y de su abuela, y cómo ambas habían sido afectadas por un contexto social y político que las golpeó fuertemente.

Llegó un momento de la acción en que decidió que ya no quería destejer, y las mochilas quedaron solo hasta el ombligo. No quiso terminar de borrar eso que había intentado dejar atrás, ya que, siendo una niña que creció sin haber tejido mochilas y que no disfrutaba de ello, hoy en día se encuentra tejiéndolas junto a su mamá y hermana como forma de trabajo. Para ella, el Premio Arte Joven fue un escenario importante que permitió que estos procesos de cuestionamiento de identidad salieran de su territorio y le brindaran la oportunidad de entender que hay otras mujeres que están en ese proceso de redescubrir sus identidades, sean de comunidades indígenas o no.

“Las artes me han permitido hacer una retrospectiva de mi vida, revisar y reconocerme como mujer indígena, me ha permitido abrir diálogos con mi abuela y con mi mamá: preguntar qué fue lo que pasó desde mi niñez y qué pasó en la niñez de mi mamá, de mis tías y mis abuelas para que hubiera esa insistencia de tener que salir del territorio y aprender otras costumbres, otros modos de vivir”.

A través de estas preguntas y de entrevistas a su familia, comenzó a comprender que todo está ligado a un contexto social y político, y es una historia que empieza a recoger con su mamá, quien ha estado presente en todo su proceso creativo. “Una de mis tías ha sido un pilar fundamental en mi hogar, en cuanto a la cultura, y con ella he aprendido lo que significa ser una mujer autónoma. Desde ahí parte mi trabajo; empiezo a entenderlo mejor. No es que las mujeres deban cargar con un peso cultural, sino que tenemos el deber de heredar ese conocimiento. Esto se convierte en una apropiación más desde adentro, y ella me enseña eso”, concluye la artista.