Este es un breve recorrido por el Manual de Epicteto, una guía filosófica que nos invita a ejercitar nuestro carácter para elegir el camino hacia la vida plena.
Entre todas las cosas que existen hay algunas que dependen de nosotros y otras que no dependen de nosotros. Así, dependen de nosotros el juicio de valor, el impulso a la acción, el deseo, la aversión, en una palabra, todo lo que constituye nuestros asuntos. Pero no dependen de nosotros el cuerpo, nuestras posesiones, las opiniones que los demás tienen de nosotros, los cargos, en una palabra todo lo que no son nuestros asuntos.
Esto sería la piedra angular de la felicidad, nada mucho más complejo que eso. Y aunque para muchos puede sonar contra intuitivo que nuestras posesiones o cuerpo no están en nuestro control, han sido legión a lo largo de la historia los que han encontrado que sí, que a partir de esta distinción se puede ser feliz.
Ese párrafo es el inicio de uno de los libros más influyentes de la historia del pensamiento universal, uno que habría de inspirar a grandes pensadores y ayudar a soportar la dureza de la vida a distintos seres humanos durante casi dos milenios. Se trata del Manual de Epicteto o Manual para la vida feliz del esclavo liberto y maestro oral del estoicismo romano Epicteto.
Transcrito por su discípulo Arriano, es una de las cimas de la sabiduría universal y sus enseñanzas las puede aprender cualquiera. Quienes se han acercado a él saben que sus páginas ofrecen un compendio breve de consejos y principios brillantes y sencillos para vivir en el éxito y la desgracia, en la abundancia y la escasez, la salud y la enfermedad. Incluso ojeando apenas el libro, podría cambiar su forma de ver la vida.
Milenios antes de que apareciera la autoayuda, la filosofía antigua de distintas escuelas buscó ofrecer al individuo las claves para vivir bien. Una de las que lo hizo fue la estoica, escuela filosófica griega que entró en auge más tarde durante el Imperio Romano, ampliamente caracterizada por el temple y control que sus adeptos mostraban en todo momento. De hecho, aún hoy es común oír personas que se refieren a otros como un estoico por su serenidad inquebrantable.
Este texto se propone llevarlo de la mano por algunos de los pasajes más notorios de ese Manual que tanto sosiego y fuerza le ha traído a los hombres en las adversidades más diversas, seguro de que algo quedará sonando en sus oídos después de pasar por esas líneas.
1. El principio de todo: juzgar correctamente (o ni siquiera tener que hacerlo)
Lo que perturba a los hombres no son las cosas, sino los juicios que hacen sobre las cosas. Así, por ejemplo, nada temible hay en la muerte [...] Sólo el juicio que nos hacemos de la muerte —a saber: que es algo temible— resulta temible. Cuando nos enfrentamos a alguna dificultad, o nos sentimos inquietos o tristes, no debiéramos hacer responsable a otro, sino a nosotros mismos, es decir, a nuestros juicios.
Para esto serviría la distinción entre las cosas que están en nuestras manos y las que no: para ocuparnos de no juzgar precipitadamente y desde nuestros miedos y apegos las cosas que pueden suceder o que es normal que sucedan, como la enfermedad o la muerte. Para Epicteto, como para todos los demás estoicos, sentirse mal ante la pérdida de un ser querido, por ejemplo, estaba bien, pues es algo normal. Pero no lo es torturarse pensando de más las cosas, porque muy fácilmente nos volvemos nuestros peores tormentos con cosas menores o graves.
Lo importante de este principio es reconocer que podemos evitarlo: nuestros pensamientos están en nuestras manos. La responsabilidad de ver el mundo en sus justas proporciones (y no echarle leña a las emociones e impulsos que nos gobiernan con nuestros pensamientos apegados y dolorosos) era el tesoro más grande del individuo para Epicteto, como para muchos otros maestros estoicos. Y de hecho, por ese motivo, la psicología cognitivo-conductual es una de las terapias herederas (y más notables) de este pensamiento.
2. La aceptación y el realismo
No pretendas que lo que ocurre ocurra como tú quieres, sino quiere que lo que ocurre ocurra como ocurre. Así el curso de tu vida será feliz.
Han sido muchas las religiones, ramas de la sabiduría y escuelas filosóficas que lo han dicho: las expectativas son una trampa muy peligrosa para nuestra tranquilidad. Recibir las cosas que no están en nuestro control debería ser, por eso, liberador. Pero para que lo sea hace falta cultivar la aceptación y el realismo. Y esto no debería ser nunca inmovilizante o decepcionante, al grado de impedirnos actuar. Al contrario: solo si renunciamos al deseo de que la vida se ajuste a nuestras expectativas, podemos apreciar mejor cada momento y elegir caminos en nuestro beneficio y el de los otros.
3. La finitud de la vida
A lo largo de una travesía, cuando el barco atraca en un puerto y desciendes a buscar agua fresca, y quizás te entretienes recogiendo algo al borde del camino, una concha o una raíz, bien sabes que debes estar en todo momento pendiente de la llamada del capitán, y si la escuchas, dejarlo todo [...] Del mismo modo, en la vida, si en lugar de una concha o raíz recibes una mujer o un hijo, no deben suponerte ninguna limitación. Y si eres ya viejo, no te alejes de la playa ni un momento, no sea que no llegues a tiempo al aviso.
No hay tiempo mejor vivido que el que gastamos de viaje. Sabemos que cada instante es potencialmente el único o el último con personas y en lugares que no sabemos si volveremos a ver. Por ese motivo, aunque sintamos nostalgia adelantada por saberlo de antemano, no dejamos de vivir esa experiencia intensamente. Aunque la imagen de la vida como viaje es una de las que más oímos, poco pensamos que la brevedad y la finitud de la vida pueden aportar un brillo único a cada día, independientemente de las circunstancias. Y a veces nos perdemos varios de esos momentos, por vivir pre-ocupados y no ocupados en vivir lo que tenemos delante.
4. La serenidad como reemplazo de la preocupación
Si quieres progresar, deja de pensar así: “Si descuido las cosas que me pertenecen, no tendré con qué mantenerme”, o bien “Si no castigo a mi esclavo, se convertirá en un mal esclavo”. Es preferible morir de hambre tras haber vivido sin pena ni miedo que vivir en la abundancia asediado por la inquietud. Y más vale que tu esclavo se convierta en un mal esclavo antes de que tú te conviertas en un desdichado.
El estoicismo comenzó en la Grecia Antigua con un hombre caído en desgracia: Zenón de Citio fue un comerciante ateniense que vio toda su mercancía naufragar en un barco. Triste, confundido y sin norte, entró en una librería y ojeó un libro que contenía algunas enseñanzas de Sócrates. Sorprendido por esas palabras, pidió que le presentaran a alguien que hablara así. Comenzó sus estudios de filosofía y terminó enseñando en la puerta del mercado de Atenas, la stoa, las bases de lo que llegaría al Manual de Epicteto. Las enseñanzas del estoicismo están hechas a la medida de cualquiera, porque nadie debería olvidarse de vivir la vida que tiene por su propia inquietud, incluso durante y después de la peor caída (por no hablar del absurdo que es vivir prevenido por las que puedan llegar).
Los tres maestros estoicos vivieron épocas muy difíciles. Epicteto fue esclavo y sufrió el exilio. Marco Aurelio fue emperador en tiempos revueltos. Séneca fue condenado a muerte por Nerón. Pero en sus vidas y palabras podemos descubrir que se puede obrar bien, incluso sumidos en la peor desgracia y hasta el último minuto, y que hay oportunidades en cada instante. Y podríamos desaprovecharlo por gastar el tiempo y las fuerzas pensando en lo que no está en nuestras manos, lo que ya sucedió o lo que podría suceder.
5. Sobriedad en la abundancia, magnanimidad en la frugalidad
Recuerda que en la vida debes comportarte como si estuvieras en un banquete. La bandeja circula y llega hasta ti: extiende la mano y sírvete con moderación. ¿Avanza hacia los demás comensales? No la retengas. ¿Tarda en acercarse al lugar donde estás sentado? No proyectes tu deseo sobre ella, simplemente espera a que llegue junto a ti. Compórtate igual en lo que tiene que ver con los hijos, las mujeres, los cargos, la riqueza. Y un día serás un digno convidado de los dioses.
No solo existe el sufrimiento, en el mundo también están el placer y la gloria. Saber que existen, que otros los tienen, puede sembrar en nosotros otra terrible trampa para la felicidad: el deseo de querer la suerte o el fruto del esfuerzo de otros, sensación mejor conocida como envidia. Es obvio que el mundo es injusto, pero el llamado a la serenidad de los estoicos no debería interpretarse como un elogio a la quietud y a la aceptación de la desigualdad, por ejemplo. Es un llamado, una vez más, a no torturarnos por cosas que no están en nuestro control y no perder la posibilidad de vivir bien y actuar correctamente, independientemente del contexto. Siempre podemos hacer algo y es en eso que debemos pensar, no en la vida de los otros.
Actuar así, de hecho, permitiría disfrutar de la abundancia y compartirla, pero también de la salud, la belleza, el amor, la familia, los amigos y el éxito sin caer en la arrogancia ni en el apego de aquello que por suerte hemos logrado o nos ha tocado. Y es más, también nos haría reevaluar nuestra propia percepción de la frugalidad y la sencillez que tantos encuentran vergonzosa o motivo de comentarios.
6. Ser la montaña en medio de la tormenta
Recuerda que no te ofende quien te insulta o quien te azota, sino tu juicio, que te hace pensar que aquellos te ofenden. Por tanto, que sepas que cuando alguien te irrita, es en realidad tu juicio quien lo hace. Recuérdalo y a continuación ejercítate en no dejarte arrastrar por tu representación: si en ese momento consigues ganar algo de tiempo y distancia, te será mucho más fácil gobernarte a ti mismo.
Un gran problema es, usualmente, la opinión de los demás y las afrentas que otros seres humanos pueden hacernos por los más diversos motivos. Son cosas que nos importan porque somos seres sociales y nuestros círculos son una parte fundamental de nuestras vidas. Sin embargo, más que dejar que las cosas nos resbalen, Epicteto insiste en que, sin importar lo que otros digan de nosotros, hemos de actuar tranquilamente y vivir nuestra vida sin reparar en la opinión de los demás, pues debe prevalecer el ejercicio de nuestros asuntos para sentirnos seguros allí.
Sin embargo, como todos somos vulnerables a los otros, Epicteto resalta el saber tomar distancia y tiempo para procesar —es decir, evaluar tranquilamente aquello que nos afecta, nuestros propios juicios—. Es lo mejor que podemos hacer. Probablemente descubramos en este proceso que hemos aprendido a ver algo vergonzante o malo en nosotros mismos. Y eso también es una señal para cambiar nuestra forma de vernos y juzgarnos, de manejar nuestra vulnerabilidad y condición.
7. La muerte como medida para la vida
Ten presente cada día la muerte, el exilio y todo aquello que parece temible, pero sobre todo la muerte. De este modo no habrá mezquindad en tu pensamiento ni exceso en tus deseos.
¿Cuántas peleas, afanes, inquietudes y desasosiegos nos habríamos ahorrado en las últimas horas si supiéramos que viviríamos solo hasta hoy? Seguramente muchas. A todos nos gustaría irnos de aquí habiendo vivido tan bien como se pudo y con el menor número de reproches y cuentas pendientes posibles. Es para eso que debería servir saber que la vida terminará sí o sí un día que ignoramos.
No dar por garantizado el mañana puede servirnos para evitar malgastar nuestro tiempo o sobredimensionar cosas que nos impidan aprovechar cada minuto como si fuera el último. Por eso valdría la pena vivir sin miedo y sin pena.
Esto y mucho más se puede aprender de Epicteto y su Manual, o en los textos de los otros dos maestros estoicos, Marco Aurelio y Séneca. Es una invitación a tener el valor de vivir bien y apersonarnos de nuestros pensamientos y posibilidades, a quejarnos menos y actuar más y mejor. El premio no es otro que el placer de vivir más tranquilos y aplomados. De hecho, fue en el Imperio Romano donde floreció y se popularizó en todos los niveles sociales el pensamiento estoico, que se acuñó la famosa frase Carpe Diem, “vive el día” en latín, que justamente resume y significa todo esto.
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