La meditación es una práctica para conocernos más, para aprender a gestionar de mejor manera el cúmulo de emociones y estímulos que la vida nos trae todos los días.
Cuando mi hija Deva conoció el mar recién había aprendido a caminar. Recuerdo que se quedó parada, muy quieta, en la orilla. Se le veía feliz de sentir el agua entrando y saliendo, lamiéndole los pies. Durante esas vacaciones, cada vez que íbamos a la playa se quedaba sentada en el mismo punto, solo sintiendo el movimiento de las olas. A veces sumergía la mano en el agua y se la llevaba a la lengua. Ella también lamía el mar.
Meditar es reconocernos, como Deva y el mar. Es aprender a asentarnos, por fuera y por dentro. Es cultivar el acto de volver al momento presente y atender con cuidado. No se trata de “poner la mente en blanco”, como muchas personas creen, sino de un entrenamiento para observar y reconocer lo que nos ocurre por dentro: nuestras sensaciones, emociones y pensamientos, nuestras actitudes y tendencias. A medida que afinamos esa mirada interna, serena y sincera, meditar se transforma en el acto de abrirnos a una dimensión más amplia de nosotros mismos: un mar interno en donde nos sentimos a gusto, lúcidos, con energía y el corazón abierto.
La meditación no es una religión. No necesitamos creer en el Buda o en los ángeles para meditar. Dice un dicho que si somos cristianos y meditamos, nos volveremos mejores cristianos. Y si somos ateos y meditamos, seremos mejores ateos. Lo único necesario para meditar es querer asumir nuestra vida de un modo más pleno y real, salir por unos minutos de la extraña manía de estar siempre haciendo algo, pensando algo, planeando algo, y experimentarnos a plena conciencia así sea por un instante. Se trata de una práctica personal.
Ciencia y conciencia
Ser felices es cuestión de método. En 2004, científicos de la Universidad de Princeton conectaron 128 electrodos en la cabeza calva de un lama tibetano. El monje empezó una clásica meditación en el amor incondicional y la compasión. Entonces sucedió algo inesperado: los monitores registraron una actividad tan intensa que los investigadores creyeron que las máquinas se habían dañado.
Descubrieron que el lama activaba de manera extraordinaria la corteza prefrontal izquierda, un área del cerebro asociada a las emociones positivas y a la gestión del estrés. También registraron ondas gamma de alta amplitud, relacionadas con estados de atención muy focalizada y comprensión. Y observaron niveles inusuales de coherencia entre lugares distantes del cerebro.
La capacidad del lama para sentir bienestar y poner a funcionar su cerebro de modo altamente armónico estaba muy por encima de lo normal. La materia gris, como sabe hoy la ciencia, es muy plástica: puede modificarse con un entrenamiento regular. Es posible generar y mantener en nosotros altos estados de atención, coherencia y salud emocional con una práctica de meditación habitual.
Solo respirar de manera profunda ralentiza el ritmo cardíaco, ayuda a estabilizar la presión arterial, disminuye significativamente la producción de adrenalina y cortisol (las hormonas del estrés) y estimula la producción de endorfinas (las hormonas del bienestar). Estudios recientes muestran cómo unos minutos de respiración larga y profunda invitan a los sistemas circulatorio, respiratorio y nervioso a una danza coordinada y eficiente, un estado que se conoce como coherencia fisiológica.
Con apenas unos minutos de meditación diaria, en pocas semanas notaremos que podemos gestionar mucho mejor nuestros estados emocionales, que conseguimos concentrarnos sin estresarnos, que padecemos menos y disfrutamos más de toda la experiencia humana.
¿Cómo empezar?
Todos podemos meditar. Apenas necesitamos un rincón silencioso en nuestra casa con un cojín o una silla. Bastarán unos cuantos movimientos para soltar las tensiones y encontrar una postura cómoda y estable. No hace falta meditar por largos períodos: 5 a 15 minutos por sentada serán suficientes.
Luego vienen las técnicas. Hoy disponemos de cientos de herramientas de meditación, incluidas aplicaciones y tutoriales en redes sociales. Las aprovecharemos mejor si nos concentramos en una técnica durante algunos días. La meditación es una exploración muy personal, y vale la pena ir despacio. Una buena guía nunca está de sobra. Sin embargo, solo la práctica recurrente nos dará las pistas para saber qué tipo de meditación nos viene mejor.
Ante todo, necesitamos apreciar el acto de mirarnos por dentro. Meditar no es una varita mágica: es un cultivo cotidiano, como cuidar una planta o aprender a tocar un instrumento musical. Cuando practicamos con interés y constancia, descubrimos por nosotros mismos que podemos vivir esta vida, con sus desafíos y dificultades, desde un lugar interno más grato, más coherente y más feliz.
Respiración coherente
Esta es una técnica muy simple y agradable de meditación. Siéntese cómodamente, con la columna erguida, en una silla o un cojín. Cierre los ojos y descanse su atención en la respiración. Deje que poco a poco se alargue, poniendo el acento en la exhalación. No se fuerce ni retenga el aire.
Solo permítase respirar de un modo más largo y ligero. Movilice el abdomen bajo: al inhalar, intente expandirlo; al exhalar, intente contraerlo. Hágalo con cariño
Ahora intente que la inhalación dure 5,5 segundos, al igual que la exhalación. Es un ritmo muy agradable, que invita al corazón a sincronizarse con el sistema respiratorio. Disfrute del cuerpo nutriéndose de vida. Si se distrae, no se angustie: observe, y vuelva tranquilamente a concentrarse en su respiración. Casi seguro que va a experimentar un estado de atención amplio y sereno. Ya está meditando.
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