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Microscopio

Microscopio, historia de un juguete

Ilustración
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La superposición de algunos lentes nos permitió ver lo pequeño y así expandir la comprensión sobre la vida.

Como en la historia de casi todo, una sucesión de nombres aparece al buscar el origen y desarrollo de los microscopios. Los primeros en aparecer son Zacarías Janssen, Hans Janssen y Hans Lippershey, quienes a comienzos del siglo XVII construyeron un instrumento con tubos concéntricos y un par de lentes que amplificaban diez veces la imagen que se tenía al frente.

Unas décadas más tarde, un tipo de microscopio muy adornado se hizo popular entre curiosos aristócratas que los usaban como si fuera un juguete. Fue en uno de esos, en 1663, sobre el que Robert Hooke puso muestras de musgo y luego corcho y vio por primera vez células, nombrándolas con la palabra con la que las conocemos hoy.

Dos años más tarde, Hooke lanzó el libro Micrographia con dibujos de detalles de insectos, plumas, hojas y otros objetos que ayudó a popularizar aún más este instrumento que ya era común entre científicos.

Poco después, Anton van Leeuwenhoek, un fabricante de telas holandés, quien contaba con un microscopio para ver las fibras de su materia prima, vio una muestra tomada de un lago y aparecieron ante él unos “pequeños animalitos”. Este se considera el descubrimiento de los microorganismos.

En la misma época, el italiano Marcello Malpighi usó el microscopio para estudiar tejidos vivos. A partir de ese momento empezó un camino inacabado por mejorar este instrumento.

Al microscopio óptico a base de lentes le siguió el eléctrico, que emite luz para amplificar las imágenes; el digital, que las proyecta; el de efecto túnel, que permite ver estructuras atómicas; el de rayos X, el de luz ultravioleta y muchos otros que han hecho posible la comprensión de la vida a escalas imposibles para el ojo humano.

El microscopio y sus avances son el portal hacia lo cada vez más minúsculo.