Tres expertos disertan sobre la conveniencia o no de que los niños menores de 6 años hagan planas, dictados o memoricen números fuera del aula de clases.
Una tarde escuché a mi hijo de cuatro años reclamar con llanto a su papá que no quería hacer una plana que implicaba escribir 50 veces la letra u. Al día siguiente la escena se repetía, pero por una página repleta de números 7 punteados que había que rellenar. Al final de esa misma semana, en el comedor había una batalla campal porque el padre intentaba a toda costa que el niño escribiera diez veces las sílabas ma y me. Y ante ese panorama me pregunté ¿tendrá esto sentido?
Un comentario en el chat de los padres del curso Jardín, del colegio de mi hijo, me hizo percatarme de que otros acudientes están muy conformes con que sus hijos hagan tres y cuatro tareas diarias en casa. De hecho, una de esas madres comentó “no me molestan las tareas porque pienso que los padres tenemos que involucrarnos y reforzar lo que los niños aprenden en el colegio”. ¡Ups! Alguien le encuentra sentido.
Entonces, googleé y revisé un poco de la literatura disponible y encontré que el controversial académico, conferencista y escritor estadounidense Alfie Kohn dice que las tareas escolares tienden a causar agotamiento, frustración, conflicto familiar, poco tiempo para explorar otros intereses y, quizás, una pérdida de interés en el aprendizaje. El experto explica que “los deberes (o tareas) escolares pueden ser el mayor destructor de curiosidad jamás inventado”. Dice que la creencia de que las tareas son necesarias o incluso útiles para conseguir logros académicos se basa en conceptos erróneos sobre el aprendizaje. “Y resulta que no hay ninguna razón convincente para hacer que los estudiantes trabajen un segundo turno de tareas académicas en sus casas, después de pasar cuatro, seis y hasta ocho horas en un colegio”, dice.
Por otra parte, Julián de Zubiría, pedagogo, empresario y columnista colombiano, opina que la discusión no debe basarse en si las tareas son o no funcionales, porque sería confundir la enfermedad con los síntomas. Más bien invita a reflexionar acerca del modelo pedagógico mecánico y doctrinal que aún persiste en muchas instituciones educativas, y aquellas tareas que no ayudan al aprendizaje “porque no favorecen la reflexión, la convivencia, el diálogo o la lectura reflexiva”.
Para ofrecer una mirada panorámica del asunto, conversé con tres expertos cuya práctica profesional está muy orientada a la asesoría de familias, maestros e instituciones educativas en Colombia.
“El cerebro de un niño hasta los seis años aprende sobre todo jugando”
Karen Ortiz es licenciada en Educación Preescolar especialista en Neuropsicología escolar y Terapia de estimulación cognitiva, directora del Centro de Estimulación Cognitiva y Apoyo Escolar Happy Therapy en Bogotá.
—Muchas de las familias que acuden a mi consulta llegan rotas, en la mayoría de los casos porque no han podido cumplir con los estándares que les impone la sociedad. Y eso aplica para niños y adultos.
Así que me gustaría empezar diciendo que la funcionalidad cerebral (o neurofuncionalidad) es progresiva y hay que tenerlo en cuenta si estamos pensando en la educación de niños que no llegan a los seis años de edad. En esta etapa el cerebro está condicionado para aprender las habilidades necesarias para la supervivencia, y eso incluye caminar, hablar, comer solos y controlar sus necesidades fisiológicas.
Después llega la época en la que aprenden a interactuar con los demás, ser autónomos, tomar pequeñas decisiones, autoregular sus emociones y desarrollar el pensamiento. Después habrá tiempo para aprender habilidades complejas como la escritura y las matemáticas.
Si yo entiendo que el niño en la etapa preescolar lo que necesita es madurar habilidades que va a necesitar para su desenvolvimiento social, entonces me ocuparé de establecer rutinas para que sea disciplinado, que cumpla normas básicas de respeto hacia los demás, que sea organizado y cuidadoso con sus cosas y consigo mismo. Esa es una función que tenemos padres y educadores, pero no quiere decir que hacer tareas escolares en casa sea la forma de lograrlo.
El cerebro es una plastilina moldeable que responde a la genética y a la experiencia en el medio, y aun cuando no tenga suficiente maduración, desarrolla su punto reflexivo a través de la interacción. Por eso, lo que necesita un niño hasta los seis años de edad es lo concreto, que se le provee a través del juego y la exploración. Si queremos que aprenda a pensar, a socializar y a reflexionar, tenemos que preocuparnos menos de que repita, memorice y haga caso.
Hay evidencia suficiente de lo que los niños necesitan experiencias, porque aprenden haciendo, y para eso el juego es el mejor aliado. Pero el método tradicional que incluye planas, copias y dictados solo va a cambiar si el maestro se transforma, porque con prácticas mecánicas podemos estar aplacando dotes y talentos.
A tan temprana edad, ese tipo de actividades escolares ocupan tiempo que podrían dedicar a lo que verdaderamente los forma, que es el compartir en familia, el juego con otros niños de su edad, la actividad física y las expresiones artísticas. La tarea obligada los intoxica con un cortisol que los vuelve irritables e irreverentes, en lugar de prepararlos para lo que les va a ser útil en la vida real. Tengamos en cuenta que el cerebro aprende aquello que le emociona, y estoy convencida de que un niño que crece motivado será un adulto exitoso.
“La tarea no es buena ni mala, es un recurso”
Margarita Acosta es psicóloga especialista en psicología educativa, agremiada del Colegio Colombiano de Psicólogos y miembro del equipo de profesionales del Centro Terapéutico Salud Mental y Emocional adscrito a Colsanitas.
—Los paradigmas de la educación han cambiado y hay que adaptarse a estas nuevas generaciones que responden a estímulos diferentes. Desde el desarrollo terapéutico, hemos evidenciado que niños y niñas responden a lo que les muestra el adulto, porque la personalidad es una construcción de características basadas en la experiencia, y se refleja en los gustos, la empatía, las reacciones y los comportamientos. Entonces, es un error etiquetar a los niños como aquellos a quienes les gusta hacer tareas y los que odian hacer tareas, porque es más bien un manejo que se debe dar desde el sistema educativo y no atribuirlo a la personalidad.
Las tareas para la casa no son ni buenas ni malas. Su pertinencia depende del objetivo que se quiera conseguir y el tipo de actividad que se programe. En ese sentido, las actividades escolares deben estar segmentadas acorde con los intereses y las destrezas de los niños. En el primer ciclo, por ejemplo, lo que necesitan es mejorar su motricidad. En la primaria, en cambio, ya tienen esas habilidades motrices consolidadas y pueden empezar a apropiar conceptos. Considero que la tarea como instrumento pedagógico es válida si se sabe aprovechar.
Algunas tareas pueden involucrar el trabajo en equipo con la familia, otras son para repasar lo aprendido en la clase, algunas para completar lo que no alcanzaron a hacer en el aula y otras son para incentivar una curiosidad que luego se verá satisfecha en la clase.
Para tomar decisiones en casa frente a las tareas, yo les recomiendo a las familias que definan sus objetivos con respecto a la educación de sus hijos. Si la familia es muy conservadora serán muy importantes las rutinas y las responsabilidades, y en ese sentido la tarea puede ser un mecanismo para lograrlo, pero no el único. Otras familias son más orientadas al aprendizaje a través de las artes o del deporte, y es así como quieren que sus hijos aprendan de disciplina y compromiso. Así que esto es como un prisma, porque cada familia puede tener ritmos, expectativas, creencias y opiniones diferentes.
Por otra parte, debemos considerar que los maestros, en estos tiempos, tienen un desafío muy grande por el acceso que tienen los niños a las tecnologías sin la supervisión adecuada, incluida una sobre oferta de información en la que abundan los contenidos basura. Por eso, aumenta su compromiso en discernir la capacidad del estudiante acorde con sus edades, a fin de ofrecer actividades de su interés que lo preparen para hacer frente a los retos del entorno.
La tarea deja de ser útil cuando es el único recurso del docente para la evaluación. Cuando se vuelve un método para poner notas, perdemos la perspectiva y dejamos de ser considerados con lo que el niño o niña necesita. Dejemos a un lado la obsesión de encasillarlos y pongamos el foco en valorar el ser sin olvidar el sistema, porque en la formación de los niños el ambiente lo es todo.
“La educación preescolar debe hacer énfasis en la curiosidad”
Carlos Alberto Segura es psicólogo clínico especialista en Orientación psicoanalítica con 26 años de experiencia en la asesoría de parejas, familias y de instituciones educativas. Director de Ingeniería Psicológica.
—Podemos referirnos a cuatro etapas académicas: En el preescolar los niños viven el aquí y el ahora, están atados a su presente. Por eso, hay que aprovechar esa energía y esa disposición orgánica para adaptar la metodología de enseñanza a la cancha, al jardín, al aula, al parque, para que estén permanentemente sometidos a experiencias que les provean de aprendizaje. A esa edad, la enseñanza consiste en fomentar su curiosidad y orientarlos para que el conocimiento que adquieran sea trascendente para su vida.
Por esto es que la tarea escolar deja de tener sentido cuando es monótona y repetitiva, pero enriquecedora si se trata de actividades que promueven experiencias en familia, entre amigos y con su entorno social.
En la etapa preescolar todavía los niños no están en capacidad de aplazar sus necesidades más básicas. Más adelante tendrán razonamiento simbólico y podrán priorizar. Pero en esa etapa de la educación inicial lo más valioso es que los niños puedan adaptarse a las condiciones del aula, puedan cumplir las reglas asociadas a vivir en comunidad y las normas al interior de los grupos. Poco a poco se podrán ir incorporando tareas y compromisos, pero que no sean fatigantes, porque el efecto será exactamente contrario al que deseamos.
Los primeros años de la primaria, con niños con edades entre siete y diez años, es la etapa para enseñarles a cumplir los deberes contractuales, los acuerdos simbólicos, reconocer las recompensas, los premios y también las consecuencias negativas de incumplir las reglas. Al final de la primaria ya se pueden ir incorporando tareas relacionadas con sencillas investigaciones, interpretaciones de lecturas poco complejas, experimentos y proyectos muy sencillos que permitan reforzar el conocimiento adquirido en el aula.
La tercera etapa de la educación formal es el bachillerato, el momento de profundizar en esos compromisos con un nivel de exigencia mayor, para desarrollar habilidades como el análisis, la argumentación, la interpretación. Y la cuarta etapa es la formación universitaria, en la que se multiplican las exigencias, con mayor alcance y mayor complejidad, para convertirlos en profesionales que aporten soluciones para el mundo en el que se desenvuelven.
Pero, la etapa del preescolar debe enfocarse en brindar felicidad a los niños. Es la oportunidad de demostrarles que la escuela es el espacio donde van a aprender jugando, riendo, compartiendo. Motivarlos a que quieran volver, porque es un lugar donde se les protege, se les valora y se les da libertad. Y alimentar lo más valioso que tienen los niños en ese momento: ganas de aprender, de descubrir, de saber. Más adelante podrán adquirir información y capacidades que les sirvan para destacarse en áreas específicas del saber.
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