Se conoce como lenguaje inclusivo, incluyente, no discriminatorio o no sexista. No importa mucho la denominación sino lo que busca: nombrar sin excluir.
El lenguaje inclusivo o igualitario es una forma de hablar y escribir que tiene en cuenta a todas las personas que hablan una lengua. En nuestra sociedad ha existido históricamente una jerarquía que ha priorizado a una parte de la población: los hombres han tenido mayor acceso a derechos, oportunidades y recursos, mientras que las mujeres han debido luchar para ganar igualdad de condiciones.
Esa realidad social (que los hombres y lo masculino se ha puesto jerárquicamente por encima de las mujeres y lo femenino) es el sexismo y se reproduce de diferentes maneras y en distintos espacios; uno de ellos es el lenguaje. “El lenguaje no sexista, entonces, intenta hacernos conscientes de esa jerarquía y transformarla hacia la igualdad”, dice Juliana Martínez, profesora de género y sexualidad, y estudios culturales de American University (Washington, D.C), y directora de investigaciones de Sentiido.
Orígenes
La popularización del lenguaje no sexista surge durante la visibilización y masificación de los movimientos feministas en el norte global en la década de los 70. Las mujeres exigieron que se les nombrara de manera acorde cuando ocupaban posiciones que comúnmente se asociaban a los hombres como policía, bombero o ejecutivo, que en inglés serían policeman, fireman y businessman.
En los 90 y principios de la década de los 2000, se hace más popular en América Latina con el slogan “lo que no se nombra, no existe” buscando, justamente, que se nombrara más a las mujeres cuando se referían a la población en general: todos y todas, ciudadanos y ciudadanas.
Ya para la década del 2010, especialmente en los últimos cinco años, el tema se ha expandido hacia las discusiones en torno al género y las identidades no binarias: personas que no se identifican con el género femenino ni con el masculino. Y es cuando se populariza el uso de la “x”, el “@” y la “e”, en español, para nombrar a estas personas. “Esta práctica lleva muchos años y progresivamente ha ido creciendo hacia otras preguntas sobre qué sería verdaderamente un lenguaje inclusivo para todas las personas”, sostiene la directora de investigaciones de Sentiido.
Lo masculino como lo universal
A través del lenguaje, la sociedad ha asumido lo masculino como universal y lo femenino como específico o excepcional. Por ejemplo, los libros de texto muchas veces hablan de “la historia del hombre” para contar hitos históricos, como el Imperio Romano, la Ilustración o el Renacimiento. Pero cuando se dice “la historia de la mujer” se asocia con momentos específicos que atañen solo a las mujeres, como las luchas por el voto, la equidad laboral o los derechos reproductivos.
En este caso, el lenguaje no sexista propone hablar de “la historia de la humanidad”, por ejemplo. “No es una estructura radical del lenguaje: es una medida sencilla pero que nos recuerda que lo masculino no necesariamente es universal”, sostiene Martínez.
Más allá del binarismo de género
Usar la “e” para decir “todes” o la “x” para “chicxs” ha encontrado no pocos detractores que abogan por el buen uso del lenguaje. Sin embargo, la inclusión de términos no binarios en la lengua da cuenta de una transformación social, de personas que con mayor firmeza están diciendo que necesitan opciones más allá del binario de género para nombrarse a sí mismas.
Pero “decirle a una persona que la manera en que se está nombrando a sí misma es una imposibilidad lingüística, es decirle que su vida es una imposibilidad social. Si yo no me puedo nombrar a mí mismo, no puedo existir”, señala Martínez.
Sin embargo, lo que suena raro muchas veces no es la gramática, sino el cambio social que esas palabras nombran. “Porque no podemos separar la búsqueda de un lenguaje no sexista de la búsqueda de una sociedad n o sexista”, dice la profesora.
El lenguaje perpetúa estereotipos de género
A través del lenguaje una sociedad se comunica, pero también se refleja. Y esto se hace evidente en las expresiones coloquiales que inciden en reforzar los estereotipos de género.
Entre estas, encontramos frases como “qué machera” para referirse a algo positivo o “esa persona actúa como una niña” para hablar de algo negativo o de menor valor.
También el uso de lo femenino como algo peyorativo, ilustrado en el uso de los nombres comunes de los animales en su versión femenina como insulto: perra o zorra, por ejemplo. Una sociedad que en el lenguaje expresa lo femenino como negativo refuerza esa idea en sus hablantes.
El papel de las academias del lenguaje
Las academias de la lengua y quienes corrigen el uso “todes” y “chicxs”, suelen confundir la función descriptiva del lenguaje, con la prescriptiva: lo descriptivo define el uso de la lengua; lo prescriptivo busca determinar las reglas del uso de una lengua. Pero las lenguas son de los hablantes, no de las academias que pretenden regularlas; por eso lo natural es que las lenguas cambien, muten y se acomoden a las necesidades de sus hablantes, pues la única lengua que no cambia es aquella que no tiene hablantes, que ha muerto.
Hoy existen en nuestro vocabulario palabras que hace 10 o 20 años no concebíamos, como ‘influencer’, ‘youtuber’ o ‘emoji’. Han nacido conforme la sociedad, la tecnología y el mundo han avanzado.
Otras formas del lenguaje no discriminatorio
Una de las formas del lenguaje inclusivo o no discriminatorio es el lenguaje no sexista. Pero la búsqueda por hacernos una sociedad dispuesta a revertir la discriminación, expresada como racismo, capacitismo o edadismo en el lenguaje está presente en otras formas. Una vez más: busca incluir a todas las personas que hablan una lengua. Por eso las discusiones sobre cómo referirse a las personas con discapacidad o que buscan eliminar las formas despectivas de referirse a los adultos mayores son también vertientes del lenguaje inclusivo o no discriminatorio.
El debate en torno al lenguaje no discriminatorio no se ha dado únicamente en el español. Es una conversación que ha detonado cambios en otros idiomas y sociedades. Y es, ante todo, una invitación a cuestionar cómo hablamos, cómo nos referimos a otras personas y qué tan dispuestos estamos a reconocer y actuar frente a las desigualdades.
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