El hielo de la Tierra se está derritiendo más rápido que nunca por cuenta del calentamiento global. ¿Es posible detener el proceso? ¿Cómo están los glaciares en Colombia? ¿Por qué Islandia está tan preocupada por la situación?
En medio de un paisaje de playas negras, cascadas, ríos, rocas cubiertas de musgo y prados cortos donde pastan caballos y rebaños de ovejas, se levanta el glaciar más grande de Europa: el Vatnajökull, cuya superficie corresponde al 8 % de Islandia. Extendido sobre una cadena de volcanes a muy corta distancia del Océano Atlántico, el imponente Vatna, como también se le conoce, es un intrincado sistema de cuevas, grietas y túneles esculpidos por el agua y el hielo durante milenios.
El sol de una mañana de otoño se posa parco sobre estas moles congeladas. Mientras baja por una falda resbalosa del glaciar, el guía que nos acompaña, Mark, comenta que en los últimos quince años ha podido atestiguar la pérdida paulatina de cobertura de hielo en el Vatna y otros glaciares nórdicos. Mark es arqueólogo y montañista.
—¿Ven esa laguna? —señala hacia un punto a unos 200 metros ladera abajo—. Hasta allá llegaba el glaciar.
—Wow —dice una turista.
—Y solo a unos pocos metros debajo de donde estamos pisando, quizás pronto el hielo se calentará bastante y debido a la compresión, una grieta comenzará a extenderse y esta área del glaciar se va a resquebrajar.
La ruptura de una porción ínfima de un glaciar es un evento tan natural como inevitable. Incluso bello visto de lejos. Pero que ocurra con la frecuencia y en la magnitud que registran actualmente los glaciólogos en ambos hemisferios de la Tierra es una verdadera catástrofe.
Según la Oficina Meteorológica de Islandia, desde 1989 el Vatnajökull ha perdido entre 150 y 200 kilómetros cúbicos de hielo, y su superficie se ha reducido en más de 400 kilómetros cuadrados. Verano tras verano, a medida que el termómetro planetario sube, los bordes del gran Vatna se derriten, deslizando toneladas de agua y sedimentos hacia el océano.
El glaciar Cerros de la Plaza del Paqrue Nacional natural El Cocuy. A la izquierda en 1959 y a la derecha en 2015.
Efectos globales
Abunda la evidencia del deshielo glaciar. Desde que las temperaturas y los niveles de CO2 en la atmósfera iniciaron su escalada en los años noventa hasta la crisis climática actual, cientos de glaciares alrededor del planeta han desaparecido y otras decenas de miles vienen encogiéndose. Son enfermos terminales.
Un amplio estudio publicado en Nature en 2020 sostiene que Groenlandia y la Antártida (Polo Norte y Polo Sur) perdieron 6,4 billones de toneladas de hielo entre 1992 y 2017. En total, el mundo ha sufrido la desaparición de 28 billones de toneladas de hielo, lo que equivale al tamaño del Reino Unido.
Chad Green, experto en hielo y nivel del mar vinculado a la NASA, resume así el fenómeno en el Polo Sur: “la Antártida se está desmoronando; cuando las plataformas de hielo disminuyen y se debilitan, los glaciares masivos del continente aceleran e incrementan la tasa de aumento del nivel del mar global”.
Inundaciones, avalanchas, pérdida de biodiversidad, sequías o erosión costera son ya y seguirán siendo algunas de las consecuencias del deshielo. Los glaciares constituyen reservas de agua dulce y alimentan los ríos, pero de continuar derritiéndose al ritmo desmesurado de nuestros días, más y más zonas montañosas correrán el riesgo de perder su equilibrio y causar aluviones de barro y desprendimientos de piedras. Asimismo, al incrementar su volumen, los mares arrasarían poblaciones costeras, provocando migraciones, enfermedades y destrucción de cultivos. Islas como Tuvalu, las Maldivas o las Solomon se podrían borrar del mapa, y sus habitantes convertirse en refugiados.
“La subida del nivel del mar se acelera, el deshielo de los glaciares bate récords y los fenómenos meteorológicos extremos causan devastación”, advirtió desde Egipto la Organización Metereológica Mundial (OMM) en la pasada Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27). Chile e Islandia anunciaron, al cierre de la cumbre, la creación de un grupo de alto nivel político y científico conformado por 16 países, llamado Ambición Sobre el Hielo Derretido, que buscará impulsar acciones tendientes a ralentizar el deshielo. Ambiciosa pero necesaria tarea.
Mientras algunas buenas intenciones emergen, y nuestros hábitos de consumo continúan alterando el equilibrio del planeta, la ciencia no ceja en su labor de arrojar luz sobre una materia tan compleja como el deshielo.
El geólogo y glaciólogo Oddur Sigurdsson publicará este año el Atlas de glaciares de Islandia, en el que ha trabajado por veinte años.
Nuestros nevados
Los glaciares en Colombia también son víctimas del calentamiento global, como lo pueden constatar montañistas, científicos, campesinos o, en el caso de la Sierra Nevada de Santa Marta, los indígenas que habitan cerca de sus cumbres blancas. El documento Tercera comunicación nacional de cambio climático, del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM), reporta un marcado retroceso de los seis principales glaciares de Colombia, y proyecta su desaparición total en las próximas décadas.
Esos sofisticados reguladores hidrológicos de alta montaña que son los glaciares han perdido espesor de forma consistente desde que el glaciólogo Jorge Luis Ceballos comenzó a monitorearlos hace casi 30 años. Su trabajo consiste en observar, caminar, fotografiar los glaciares, y medir el agua, la temperatura, la radiación solar, el viento, la humedad relativa, la densidad de la nieve: qué tanto se cristaliza o se funde. Si alguien en Colombia ha visto de primera mano y evidenciado con método científico cómo viene cambiando la superficie de los nevados, es este investigador senior del IDEAM, que una vez al mes se adentra en las masas de hielo que coronan las montañas más altas del país.
—La nieve es muy sensible a la troposfera (parte baja de la atmósfera) y cualquier cambio que experimente la troposfera lo sienten los glaciares —explica Ceballos por Whatsapp antes de subir al glaciar Santa Isabel, o Poleka Kasue (Doncella de la Montaña) en lengua indígena quimbaya. Ceballos ha recorrido este glaciar, próximo a extinguirse, unas 200 veces, y ha detectado allí, entre otras tendencias, la disminución de precipitaciones de nieve y granizo.
Las mediciones del IDEAM indican que la superficie glaciar de Colombia se ha reducido en un 68 % desde los años 50 del siglo pasado. Solo entre 2010 y 2020, la pérdida ha sido de 12,5 km2.
—Los cambios más dramáticos los he visto en el Santa Isabel —dice Jorge Ceballos—. Cuando llegué por primera vez tenía paredes de hielo fuertes. Ahora está plano y decaído.
Los glaciares o “nevados” colombianos empezaron a formarse hace 70.000 años. El Atlas geográfico e histórico de la República de Colombia, de Agustín Codazzi, publicado a finales del siglo XIX, describe 13 montañas glaciadas. El IDEAM, por su parte, da cuenta actualmente de seis zonas glaciares ubicadas sobre montañas con picos por encima de 4.800 metros: Sierra Nevada de Santa Marta, Sierra Nevada El Cocuy, Volcán Nevado del Ruiz, Volcán Nevado Santa Isabel, Volcán Nevado del Tolima y Volcán Nevado del Huila. En su conjunto, son 37 km2 de hielo, que constituyen un laboratorio idóneo para investigar los efectos del cambio climático.
En total, el mundo ha sufrido la desaparición de 28 millones de toneladas de hielo, lo que equivale al tamaño del Reino Unido.
La tierra del hielo
En Islandia los glaciares se han estudiado con rigor científico desde 1930, debido en parte a que quedan cerca de zonas habitadas. Forman parte del patrimonio cultural y natural de Islandia, así como de sus rentas, bien por vía de la energía hidroeléctrica, o bien por el turismo.
Este país de volcanes, géiseres y fiordos imponentes está cubierto de hielo en un 11 %. Los glaciares alcanzaron su máxima extensión al inicio del siglo XIX, y desde entonces se han ido retirando. Al principio lentamente y ahora a toda velocidad. En los últimos 30 años, 50 glaciares dejaron de existir: un 7 % del manto de hielo islandés se evaporó. Desde el 2000, han disminuido en 800 km2 las áreas glaciares.
Cerca de 300 glaciares circundan la bella y a la vez indómita geografía islandesa. La mayoría son pequeños. Entre los más grandes figuraba uno que pasó a ser un célebre difunto: el Okjökull, Ok para abreviar. Oddur Sigurdsson, un geólogo y glaciólogo con más de cincuenta años de experiencia en su campo, fue quien le anunció al país, a través de la televisión, que el Ok era un glaciar muerto.
—En 2014 confirmamos que el Ok había dejado de moverse —cuenta el doctor Sigurdsson en el restaurante con la vista más completa de Reikiavik—. Tras el anuncio escribí un certificado de defunción del glaciar y subí con algunos ministros del gobierno para darle una especie de funeral. Como todos los niños, aprendí en la escuela los nombres de los glaciares y uno de esos fue Okjökull. Era mi favorito, porque tenía la misma inicial de mi nombre, así que fue una especie de golpe ver morir el glaciar que tanto me gustaba.
Sigurdsson publicará en 2023 el Atlas de glaciares de Islandia, en el que ha trabajado por veinte años. Sin alarmismo, da por hecho que, inevitablemente, estos se derretirán, correrán hacia el océano y elevarán su nivel.
—El agua salada se volverá más ácida, los moluscos no crecerán ni formarán caparazón, pues este se disolverá por el ácido —explica—. Sabemos que estos hechos se avecinan, pero muchos otros no los podemos anticipar. Sucederán, independientemente de lo que se haga, porque la temperatura seguirá aumentando incluso si detenemos las emisiones de gases de efecto invernadero así —y hace un chasquido con los dedos.
Cada primavera, el especialista en hidrología glaciar e investigador de la Oficina de Meteorología de Islandia, Bergur Einarsson, y su equipo hacen balances de masa glaciar, miden cuánta nieve cayó en invierno y regresan en otoño para determinar cuánta se derritió durante el verano.
—Los glaciares islandeses durarán tal vez unos 150 años, más o menos —dice—. Perderlos no sería catastrófico para Islandia —afirma Einarsson—. O al menos no tanto como para otros países. Porque el problema serán las aguas que irán a otra parte: a pequeñas islas en el océano Índico, por ejemplo, o a las llanuras aluviales de Bangladesh. Perder nuestros glaciares es un problema mucho menor para nosotros que para otras poblaciones.
—¿Ve una solución cercana?
—Tenemos que cambiar nuestro comportamiento: conducir menos, volar menos, comer menos carne, cambiar las industrias, el transporte, todos nuestros sistemas. La solución es difícil y afectará la calidad de nuestra vida material. Pero debe haber un cambio. Los occidentales estamos viviendo la vida de los reyes del pasado. Hoy una comida normal en una fiesta en Islandia es como la de un rey de Francia en el siglo XVI. Y esto lo hacemos todos los días. Así que tenemos que cambiar.
- Este artículo hace parte de la edición 186 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.
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