El sudor es una respuesta incómoda, necesaria e ineludible ante un cambio de temperatura. Aunque con frecuencia lo desestimemos, es fundamental para actuar y pensar con claridad mientras nos ejercitamos o nos morimos de miedo o de vergüenza.
Podemos estar de acuerdo en que por lo general el principal motivo para llegar a tiempo a un compromiso poco tiene que ver con la puntualidad, si no con evitar la sensación pegajosa del sudor secándose en la ropa luego de correr por la ciudad preguntándonos si alcanzaremos a llegar. El calor, la humedad y a veces las manchas bajo las axilas y en el centro de la espalda permanecen durante un rato que parece ser eterno, sobre todo si hay alguien mirando, por ejemplo, cuando el compromiso en cuestión es una entrevista de trabajo.
El sudor es una de esas reacciones corporales que miramos de reojo con vergüenza en nosotros y en el resto. Aun así, es lo único que nos protege de cocinarnos a fuego lento mientras nos ejercitamos o, incluso, mientras nos morimos de pena o de miedo o de estrés un día cualquiera en la oficina. Su función es vital en tanto regula la temperatura del cuerpo. Aunque algunos sueñen con un mundo libre de sudor y la industria publicitaria nos diga que el producto adecuado nos permitirá correr sin transpirar, la realidad es que es imposible. El famoso “Sin dolor no hay victoria” escrito en las paredes de ciertos gimnasios debería reescribirse a esta única verdad: “Sin sudor no hay victoria”.
Pensemos que quienes padecen anhidrosis (la incapacidad para sudar) o hipohidrosis (una capacidad reducida para hacerlo), ya sea por enfermedades en la piel, trastornos neurológicos o enfermedades genéticas, están lejos de vivir una fantasía. Pasan los días completamente secos, pero con el riesgo latente de sufrir los síntomas que anteceden a un golpe de calor: confusión, desorientación, náuseas, irritación o infección de la piel, solo por mencionar algunos. Esa es la manera real en la que se ve un mundo sin sudor. Así que vale la pena intentar una respuesta breve ante esas preguntas que nos hacen transpirar: ¿para qué?, ¿cómo?, ¿por qué?
Lo dicho, el sudor es un mecanismo de regulación de la temperatura activado involuntariamente como respuesta ante procesos físicos y emocionales. Esto quiere decir, por un lado, que no podemos controlar cuándo o cuánto sudamos: nadie cierra los ojos y suda espontáneamente; y, por el otro, que el sudor depende del movimiento externo o interno del cuerpo: caminar puede hacernos sudar tanto como el miedo. El sudor es un líquido producido por las glándulas sudoríparas para enfriar el cuerpo gradualmente y así evitar una pérdida de las funciones cognitivas y motoras. A menudo se dice que un deportista “se quemó” cuando dejó de pensar con claridad o de moverse con eficiencia durante el ejercicio.
Hay dos tipos de glándulas sudoríparas: ecrinas y apocrinas. Las primeras se encuentran en casi toda la superficie del cuerpo, aunque con mayor prevalencia en las palmas de las manos, las plantas de los pies y la frente, y producen un sudor inoloro compuesto principalmente por agua y sal. Las segundas se localizan en las axilas, la ingle y alrededor de los pezones, y producen un sudor más espeso que se descompone en la piel generando mal olor. Por lo general vienen en combo. A veces una glándula se activa más que la otra dependiendo del detonante. Esto le sucede con frecuencia a las personas a las que les sudan las manos casi por inercia.
En todo caso, la lógica parece bastante simple: cuando el cuerpo se calienta las glándulas se activan por orden del sistema nervioso autónomo. Mediante la experiencia lo hemos aprendido. Si afuera el sol es inmisericorde, sabemos que habrá sudor; si estamos envueltos en cinco capas de ropa y nos montamos a un bus, sabemos que habrá sudor; si salimos a practicar algún deporte o si vamos al gimnasio, sabemos que habrá sudor. Nada qué hacer. Estamos acostumbrados a él, estamos resignados ante él, somos muy conscientes de él: nuestra atención está en la humedad que crece bajo la ropa.
Ese sudor es el que vemos en las transmisiones deportivas cuando enfocan la cara de los atletas, sean futbolistas o basquetbolistas o ciclistas. Los tenistas usan bandas en la frente y en las muñecas para secarlo; de hecho, es posible ver cómo esas bandas cambian de color a medida que avanza el juego. El gesto también es un cliché para los actores cuando deben interpretar a alguien que trabaja bajo el sol: la cámara los enfoca, levantan la mirada, se pasan una toalla o la manga de la camisa por la frente. Hay una escena diminuta en El coronel no tiene quien le escriba en la cual el coronel escribe una carta: “El calor se hizo insoportable en la sala cerrada. Una gota de sudor cayó en la carta. El coronel la recogió en el papel secante. Después trató de raspar las palabras disueltas, pero hizo un borrón. No se desesperó”.
“El sudor es un mecanismo de regulación de la temperatura activado involuntariamente como respuesta ante procesos físicos y emocionales”.
Y también está el otro sudor, el que muchas veces pasa desapercibido porque la atención está en algo más. Es el sudor provocado por un movimiento interno. Quien vive con las manos sudadas probablemente también vive con algún grado de ansiedad. Nos sucede a todos: la ansiedad, el miedo, la vergüenza y el estrés nos ponen a sudar, sin embargo, nos concentramos tanto en lo que sea que nos haya provocado la emoción que solo después nos damos cuenta de que estamos empapados. Con este sudor la lógica parece menos simple, a pesar de ser la misma. El sistema nervioso autónomo está encargado de controlar las funciones involuntarias del cuerpo, incluida la respuesta de huida o de lucha ante situaciones de emergencia. Cuando se activa esta respuesta, el sistema nervioso ejecuta una liberación de hormonas, entre ellas la adrenalina, que aumentan la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la respiración para preparar el cuerpo ante cualquier amenaza al mejorar parcialmente el rendimiento físico. Este aumento implica también uno de temperatura que trae su buena dosis de sudor, por supuesto.
Lo interesante del asunto es que la respuesta es tan rápida que el sudor aparece casi de inmediato, como una especie de anticipación al aumento de temperatura corporal con el objetivo de prevenir un mal desempeño físico en caso de que sea necesario huir. En principio, los cambios fisiológicos de la respuesta de huida tienen el propósito de mejorar el suministro de oxígeno y nutrientes a los músculos y al cerebro. En esos casos se trata de actuar rápido y pensar bien.
Eso explica por qué después de vivir un susto o una vergüenza sentimos la boca seca y la espalda húmeda. O por qué nos despertamos a medianoche bañados en sudor luego de una pesadilla, sea que hayamos huido de Barney el dinosaurio o presentado un proyecto ante un auditorio (por increíble que suene, para muchas personas hablar en público suele ser una situación de emergencia ineludible). La buena noticia es que este otro sudor podría llegar a regularse si aprendemos a manejar mejor ciertas emociones; la mala es que esa clase de control emocional es una tarea de toda una vida. Mientras tanto, lo mejor será tener una toalla a la mano.
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