El psiquiatra Bruce Greyson relata cómo llegó a estudiar numerosas “experiencias cercanas a la muerte”. Aquí un resumen de sus observaciones y hallazgos.
En los inicios de su carrera como psiquiatra, a comienzos de los años setenta, el doctor Bruce Greyson tuvo una experiencia que le cambió la vida. Un mediodía, mientras estaba a punto de llevarse a la boca un tenedor lleno de espaguetis, vibró de repente el beeper que tenía colgado en su cintura, asustándolo. El tenedor se le cayó de las manos, salpicando su corbata con salsa de tomate. Luego de limpiarse miró el mensaje: le pedían que fuera pronto a atender el caso de Holly, una joven que había intentado suicidarse. Atormentado por la mancha en su corbata, el doctor Greyson llegó a urgencias, donde le indicaron que la muchacha estaba inconsciente pero que la joven que vivía con ella lo esperaba en un cuarto contiguo para hablar de lo sucedido. Antes de encontrarse con su compañera dio una rápida mirada a Holly, y luego se dirigió a la habitación donde ella le contó los detalles: dijo que había llegado a casa y la había encontrado inconsciente. Al ver que no reaccionaba, decidió llamar una ambulancia.
Eso fue todo. Al día siguiente Greyson regresó a la clínica, donde Holly descansaba ya en un cuarto. Estaba consciente. Él la saludó cordialmente: «Hola, soy el doctor Greyson, del equipo de psiquiatría», le dijo. «Sé quién eres», respondió ella. «Te vi ayer». Desorientado, el doctor Greyson le recordó que había entrado a verla pero ella estaba inconsciente, así que no resultaba muy probable que lo recordara. Ni siquiera habían hablado. «No te vi aquí —le aclaró ella—, sino en el cuarto de al lado, hablando con mi compañera». Y entonces le repitió la conversación que habían tenido, con todos los detalles, añadiéndole uno más que lo dejó estupefacto: «Tenías una corbata con una mancha de salsa roja».
¿Cómo pudo saberlo? Holly le relató con naturalidad que se había salido de su cuerpo y los observó mientras conversaban. A Greyson le pareció una explicación descabellada y no quiso decirle nada a sus superiores. Sin embargo, la revelación le hizo surgir una duda que no lo dejó tranquilo, ¿y si fuera cierto? Desde ese momento, decidió dedicarse a estudiar las ECM (Experiencias Cercanas a la Muerte), a pesar de la reticencia de sus colegas frente a temas que, para ellos, estaban más en el ámbito de la fe y la superstición que de la ciencia. Su pregunta inicial fue sencilla, ¿es posible aplicar el método científico para evaluar este tipo de experiencias y encontrar elementos comunes?
No resultó fácil que lo tomaran en serio, a pesar de sus amplias credenciales: a la fecha, Greyson ha publicado más de 100 artículos en revistas científicas; dirigió el servicio de urgencias de psiquiatría en la Universidad de Michigan y fue director clínico de psiquiatría en la Universidad de Connecticut. Sus trabajos le han valido numerosos premios y fue nombrado miembro distinguido y vitalicio de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría. A pesar de lo mucho que le costó que sus investigaciones sobre las ECM fueran tomadas en serio por la comunidad científica, casi cincuenta años después varias de ellas han servido para revelar similitudes en este tipo de experiencias compartidas por personas de distinta etnia, credo y condición social.
El más allá, un misterio
Durante décadas, el doctor Greyson ha escuchado las historias de personas que han experimentado las ECM, muchas de las cuales han estado clínicamente muertas y luego “regresado” a la vida. De todas, ha podido extraer ciertos elementos en común.
El primero de ellos es la sensación de estar “fuera del tiempo”, en un estado más lúcido de lo habitual. “Tres cuartas partes de las personas que me han narrado sus ECM me han hablado de una alteración en la percepción del tiempo y más de la mitad han afirmado tener una sensación de atemporalidad”, relata Greyson en su libro Más allá de la muerte, editado por Penguin Random House. No solo experimentan una lucidez anormal, sino que muchos hablan de que sus sentidos se agudizan y les permiten percibir las cosas de una manera diferente. El segundo elemento es un viejo conocido: el repaso de la propia vida, como si fuera una película que pasa delante de nuestros ojos en pocos momentos. Una situación que ayuda a quienes la han vivido a “encontrar significado a su vida, así como a implementar cambios en su comportamiento”.
Están también “el intenso sentimiento de paz y amor que a menudo irradia un ser de luz; formas de percepción extraordinaria, como el conocimiento de hechos que están sucediendo en otro lugar y la sensación de separación del cuerpo físico. Y las experiencias extrasensoriales, como ver a seres queridos ya fallecidos o a determinadas figuras religiosas”.
De todo, sin embargo, Greyson rescata un elemento primordial: experimentar una ECM cambia la vida de la gente tanto o más que la medicación psiquiátrica o la psicoterapia. Y no solo la de ellos; también, a menudo, la de quienes los rodean.
Cuerpo y mente, una dualidad problemática
La dicotomía entre mente y cuerpo ha sido analizada hasta la saciedad por filósofos, médicos y psiquiatras a lo largo de la historia. ¿Son dos cosas distintas? ¿O quizás la mente es, como se ha venido demostrando, tan solo una compleja red de conexiones neuronales? Si fuera solo eso resultaría difícil explicar las ECM, ya que muchas de ellas se producen cuando, teóricamente, el cerebro físico ha dejado de funcionar. En la amplia disertación que hace al respecto, el doctor Greyson afirma que “la asociación entre mente y cerebro es un hecho. Pero la interpretación de que el cerebro es el que crea la mente no es un hecho científico”. Quizás eso explique por qué muchas de las personas que experimentan una ECM sienten que la mente sigue existiendo por fuera del cuerpo físico; en otras palabras, que su “yo” consciente se mantiene más allá de la caducidad del cuerpo.
Ese elemento conduce, a su vez, a otra pregunta: ¿sigue existiendo la conciencia después de la muerte? “Casi sin excepción, aquellas personas que han tenido una ECM mantienen la firme creencia de que una parte de ellas seguirá viviendo una vez que mueran”, escribe Greyson. Es probable que varias de las percepciones que tengamos sobre lo que hay más allá estén atravesadas por siglos de influencia religiosa, pero resulta curioso que muchos de los sobrevivientes a una ECM —independientemente de su credo o falta de fe— que han participado en las investigaciones de Greyson, encuentren ciertos elementos en común: “las tres cuartas partes de los participantes han afirmado que el más allá es un estado dichoso de paz y tranquilidad. […] Dos tercios de estas personas afirmaron que seguimos existiendo de alguna forma que puede identificarse con nuestros propios pensamientos, sentimientos y rasgos de personalidad, pero que, después de la muerte, seguimos aprendiendo y creciendo espiritualmente”.
Cambio de vida
Una consecuencia inevitable es que las ECM hacen que las personas vean su existencia con nuevos ojos. “Les dan una nueva perspectiva sobre lo que hace que esta vida tenga un propósito”, escribe Greyson. Para el doctor, estas experiencias no tienen solo que ver con la muerte, sino con la vida que viene después y el sentido que le damos a ella. Experimentarlas aumenta el valor que se tiene sobre el momento que pasamos en este mundo terrenal y el propósito de nuestras acciones en este plano.
Cinco décadas después de escuchar miles de historias sobre personas que han vivido una ECM, de clasificarlas y contrastarlas, el doctor Greyson apunta ciertas enseñanzas que le han dejado sus estudios. La primera es que “las ECM son experiencias comunes que pueden ocurrirle a cualquiera”. Les sucede a hombres y mujeres de todas las edades, etnias y credos, sin distinción. La segunda es que los recuerdos de las ECM “son como los recuerdos de las cosas reales y no como los de las fantasías o las cosas que imaginamos”. Son experiencias tan vívidas que quienes las experimentan las sienten reales y no como un producto de su imaginación. La tercera es que suelen dejar “una serie de secuelas profundas y duraderas”. La cuarta es que tenerlas hace que disminuya el miedo a la muerte: “Saber que, cuando nos morimos, el proceso suele ser pacífico e incluso dichoso puede hacernos pensar que no debemos tener miedo a morir”, escribe Greyson. Y, finalmente, una última lección valiosa: “tener una ECM hace que las personas lleguen a vivir más plenamente el momento presente, en vez de dedicarse a vivir en el pasado o fantasear con el futuro”.
Es cierto que nadie puede saber con certeza qué hay después de la muerte. Sin embargo, que existan tantos elementos comunes entre las personas que han vivido una ECM resulta, como mínimo, inquietante. Queda claro que el tema seguirá siendo un misterio, al menos hasta que a cada uno le llegue el momento.
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