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El conocimiento ancestral que mantuvo con vida a los niños indígenas

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La historia de Lesly Mucutuy y sus hermanos, que sobrevivieron 40 días en la selva amazónica, más que un milagro, es un logro que evidencia su relación con el entorno, con la selva, en la que el conocimiento ancestral fue preponderante.

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La única hazaña similar contada recientemente es la de un piloto brasileño que fue rescatado después de 35 días en una zona remota de su país. Y es que la explicación de esta historia de supervivencia de cuatro niños durante más de un mes en la selva la da el general Pedro Sánchez, quien comandó la búsqueda y rescate, “los niños son indígenas y tienen conocimiento de la selva”.

Por eso él, su grupo de hombres entrenados en zonas selváticas, y los indígenas de las comunidades cercanas a Araracuara, no desfallecieron. Lo suyo fue la suma de creencias ancestrales: una visión distinta de la magia de la selva; la protección hacia los niños, la tecnología del ejército y la fe inquebrantable en que esos niños “hijos de la selva”, estaban vivos y podrían encontrarlos.

Aprender por naturaleza

Los niños que crecen en comunidades cercanas o asentadas en la selva conocen su entorno y desde pequeños se reconocen como parte de la naturaleza que les rodea. Así lo explica el director de la Fundación Tropenbos, Carlos Rodríguez, quien trabaja en la Amazonía colombiana desde 1981 en temas relacionados con los conocimientos tradicionales y el manejo del bosque tropical por parte de las comunidades indígenas.

“Los niños que nacen y crecen en zonas selváticas aprenden a nadar, remar, pescar y todo el tiempo reciben instrucción de sus mayores”, explica Carlos. Y agrega que en sus andanzas por la selva durante tantos años no se atreve a caminar lejos de un guía indígena jamás. 

Ahora bien, Lesly de 13 años tuvo que ser apoyada por hermana de nueve, porque desde esa edad saben cargar a sus hermanos, una práctica que no se considera excepcional o negativa, sino necesaria, pues es la manera de sobrevivir en un terreno lleno de retos, tal como lo explican mujeres de la comunidad indígena Huitoto.

La etnoeducación es su contexto 

Como lo relató el antropólogo israelí Eliran Arazi, investigador de la Universidad Hebrea de Jerusalén, quien ha pasado más de un año viviendo en la población indígena Andoque de la región en Colombia, “me cuesta calificar el desenlace de este suceso como un acontecimiento milagroso, así sin más”.

“Al menos, no se trata de un milagro en el sentido convencional de la palabra. Más bien, la supervivencia de estos niños puede atribuirse al conocimiento profundo del bosque y a las habilidades de transformación de generación en generación por los indígenas”, escribió Arazi en uno de sus relatos sobre la supervivencia de los niños.

Niños de selva, niños de ciudad 

“Los niños amazónicos no suelen tener acceso al tipo de juguetes y juegos comerciales con los que crecen los niños de las ciudades. Por eso se convierten en expertos trepadores de árboles y participan en juegos que les enseñan a fabricar herramientas con materiales naturales, como remos o hachas. Esto fomenta su comprensión de las actividades físicas y les ayuda a aprender qué plantas sirven y para qué fines específicos.

Sin los juegos de la ciudad, en medio de la naturaleza, sus actividades giran alrededor de construir cambuches con palmas expuestas o inclinadas que pueden agarrar, y lo hacen por repetición, tal como lo ven hacer a sus padres. 

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Una selva virgen

Pensar que alguien vive o estuvo cerca de los niños es otra idea que controvierten los investigadores de la región amazónica. “Este es un territorio cercano a la Serranía de Chiribiquete, en donde no hay ni ha habido noticias de comunidades ni de grupos aislados", comenta Carlos Rodríguez de la Fundación Tropenbos. Son bosques primarios, así los caracterizan los propios indígenas, que si bien tienen palmas y frutos comestibles, no tiene buenos suelos para cultivar. 

“Debieron comer muchos frutos selváticos, algunos cogollos de palmas como el palmito, que se encuentran en esa zona específica. Incluso, dice Carlos, debieron comer insectos, los mismos que aprenden a reconocer gracias a la orientación de sus mayores. 

Con esas mismas palmas también lograron hacer un cambuche, incluso vieron un toldillo cuando los encontraron, según lo que se sabe, Lesly sacó de la avioneta todo lo que podía servirles. 

El día y la noche

Pero si para unos padres citadinos pensar en sus hijos extraviados en la selva por 40 días era ya una situación extrema, imaginarlos durante 39 noches es una pesadilla.

Sin embargo, explica Carlos Rodríguez, para los indígenas el día es para la gente y la noche para los animales, por eso saben que tienen que protegerse y se resguardan en su maloca, ese es un conocimiento que se transmite de generación en generación. Los niños debieron asumirlo, buscar un espacio protegido para resguardarse. 

Se dejaron encontrar

Y si el manejo de su entorno, el conocimiento de los frutos y las palmas, caminar cerca a fuentes de agua o llevar consigo lo que pudieron de la avioneta (como la harina de yuca) hizo parte de su supervivencia, los investigadores de comunidades indígenas aseguran que el papel de sus ancestros fue vital para que “se dejaran encontrar”.

Durante 40 días y 39 noches, mientras los cuatro niños estaban perdidos, los ancianos y los chamanes realizaron rituales basados en creencias tradicionales que implican relaciones humanas con entidades conocidas como duendes en español, y con diversos nombres en las lenguas nativas (como i''bo ño̰e , que significa “personas de allí” en andoque), escribió el investigador israelí Eliran Arazi.

“Se cree que estos dueños son los espíritus protectores de las plantas y animales que viven en los bosques. Los niños son presentados a estos poderosos propietarios en ceremonias de entrega de nombres, que garantizan que estos espíritus reconozcan y admitan la relación con el territorio y su derecho a prosperar en él”, afirma Arazi. 

Como enfatiza Arazi, “a los no indígenas nos puede resultar difícil aceptar estas ideas tradicionales. Pero estas creencias habrían inculcado en los niños la fe y la fortaleza emocional cruciales para perseverar en la lucha por la supervivencia. Y hubieran animado a los indígenas que los buscaran a no perder la esperanza. Los niños sabían que su destino no era morir en la selva, y que sus abuelos y chamanes moverían cielo y tierra para traerlos vivos de vuelta a casa”.

 

*Periodista especializada en maternidad y crianza.

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