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María Isabel Rueda

María Isabel Rueda, el arte de empezar de cero

Fotografía
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La curadora del premio Arte Joven, organizado por Colsanitas y la Embajada de España en Colombia, es una mujer que cree que el arte como la naturaleza es una oportunidad para relacionarse de forma distinta con los otros.

María Isabel Rueda considera que su trabajo como artista y curadora es ser un canal por el que fluye información ininterrumpidamente. Tal información puede contener impulsos creativos, sensibilidades diversas y preguntas irresueltas. Su carrera es una exploración constante sobre las posibilidades del arte en relación con su entorno. Fue la curadora de las dos últimas ediciones del Premio Arte Joven y desde ese rol siguió el hilo que lleva al lugar donde reposan las búsquedas del arte hoy en Colombia.

Su carrera en artes inició muy joven: a los 20 años era publicista, cursaba Artes Plásticas y exponía su trabajo desde el primer semestre. ¿Cómo influyó en su obra iniciar tan temprano?

No sé cómo sería de otra forma. Así se dio. Yo me gradué del colegio a los 16 años y entré prematuramente a la universidad. Me mudé de Cartagena a Bogotá e hice un semestre de Diseño Gráfico, pero luego me cambié y me gradué de Publicidad. Trabajé como creativa en dos agencias. Sin embargo, aun siendo bastante joven, me di cuenta de que había estudiado algo que no se acercaba a lo que quería hacer. Ahí me enteré de que existía una carrera que se llamaba Artes Plásticas. Empecé a hacerla y casi desde el primer semestre comencé a exponer porque ya tenía un background en la producción de imágenes gracias a mi experiencia en la publicidad.

En alguna entrevista señaló que la juventud también le permitió trabajar desde una libertad que no veía en todos los que la rodeaban.

Yo creo que todavía tengo esa libertad. Hoy es una libertad que viene con tener claridad de hacia dónde voy como artista. Pero en esa época fue lindo porque con la poca trayectoria que tenía participé en exposiciones junto a artistas que tenían mucho más bagaje; el tema es que para mí todo era nuevo y podía tomar muchos riesgos. Ese es un lujo que no todos pueden darse, porque en artes no puedes cometer errores. Como no tenía consciencia de eso, tomé riesgos y lo disfruté sin el estrés de que cometer un error podía ser un problema. En ese sentido, mi escuela fue en vivo y en directo.

¿Cómo se transformó esa libertad con el tiempo?

También puede ser algo de mi personalidad. Hace poco hice el premio Luis Caballero, que es un certamen en el que participa un artista cuando está en una etapa madura de su carrera, y yo hice un Spoken word con performance, música en vivo, fotografía e instalación. El caso es que era la primera vez que incursionaba en ese tipo de expresión y para un premio de este tipo era algo riesgoso, podía salir muy mal. Esa experiencia me hizo recordar que ese riesgo sí está en mi espíritu. Y me gusta poder contar con él: me parece indispensable para llegar a lugares desconocidos.

Usted es artista y curadora; ha experimentado con fotografía, cine, dibujo, literatura, performance; tuvo marcas de ropa; fue teclista de grupos musicales a comienzo de siglo; ahora practica surf… ¿Qué la impulsa a probar cosas tan diversas?

Me gusta no definirme o consolidar un Yo que sea específico, sino poder ser cada vez una persona completamente nueva. Al empezar algo que nunca he hecho deconstruyo lo que otras personas creen que soy. Me gusta ese momento en el que tengo que olvidar todo lo que sabía o creía que sabía para empezar de cero.

En esa exploración también se retrasa la consciencia del error de la que hablamos antes.

A mí eso me interesa a nivel conceptual y filosófico como una manera en la que quiero habitar el mundo: la idea de vaciarme, de no conformarme como algo rígido, sino de creer que tengo la posibilidad de ser transformada por cualquier información que venga. Eso es muy emocionante. La información que va entrando también va saliendo y no hay que cargar con nada. Es como si fueras un canal para que la información pase a través de ti: no la guardas, ni la consolidas, ni la solidificas, sino que circula luego de alcanzarte.

Desde que está en la universidad promueve espacios de exposición para el arte joven, ¿qué impulsos ve en el arte que hacen los jóvenes, los de hace 20 años como los de ahora?

Es lindo ese momento en que un joven se quiere comer el mundo y tiene toda la energía para hacerlo. Me seduce muchísimo la energía de creación que tienen las personas cuando están comenzando y aún no ven la complejidad inherente a todo el proceso, porque no hay nada que la detenga. Por eso me gusta trabajar con gente joven: uno se recarga con esa energía. Además, si algo mostró la pandemia es que vivimos en un mundo colectivo y la mayoría de las cosas sucede en ese espacio compartido; y, si uno se abre a eso, puede llegar a lugares a los que jamás llegaría solo.

¿Esa colectividad se ve en un premio como el Arte Joven?

Como se presentan más de 800 propuestas, uno se da cuenta de lo que piensa la colectividad en el arte en el país. Es como una pulsión; la de este año estaba entre lo rural y lo urbano. Y, si yo soy como un canal que de alguna forma permite hacer visible lo que una colectividad trata de mostrar, mis decisiones apuntan a ir más allá de lo que me gusta o lo que me interesa. Procuro rastrear el camino hacia el que esas personas se dirigen. Cuando comienzo a armar el diálogo de los artistas en la sala, la manera en la que unos apoyan lo que otros dicen valiéndose de medios diferentes, me doy cuenta de que la exposición es una especie de organismo conectado.

Uno, además, al que se suma el espectador cuando ve la obra.

Claro, el trabajo del artista empieza en el momento en que entra en contacto con otro, en que hay un diálogo con esa persona que accede a lo sensible a partir de lo que está viendo y recibe una información que la lleva a una transformación.

¿Por ahí podría haber una definición del bienestar?

Para mí bienestar es poder vibrar en la misma frecuencia de lo que me rodea. Yo vivo en Puerto Colombia y vivo en contacto con los animales y la naturaleza; siento bienestar cuando veo mi entorno y siento una vibración con él. Pero eso se construye tomando las decisiones respecto a cómo me rodeo y cómo me relaciono con el mundo que me rodea.

¿Fue difícil vibrar con ese entorno luego de vivir más de veinte años en Bogotá?

Crecí rodeada de árboles, animales. En mi casa se comía la comida que traían de la finca que teníamos en Turbaco: tomates, frutas, huevos... En Puerto Colombia también tengo una finquita en donde hay árboles de tamarindo, mango, níspero, ciruela, limón, papaya. Adicionalmente, tengo tortugas, dos perros, cuatro gatos, ardillas, pájaros y loros. Ese es mi día a día. Yo vivo sola. Mis relaciones diarias son con plantas y animales. Puedo pasar muchos días de la semana sin encontrarme con personas.

¿Qué ha descubierto al pasar a relacionarse menos con personas y más con la naturaleza?

Da como una limpieza de la mente y de la mirada. Comienzas a percibir la información de manera más limpia. Comienzas a ver los movimientos de tu entorno: sabes en qué época se da cada fruta o por qué se cayeron las hojas de una planta. Comienzas a observar los equilibrios y los desequilibrios de lo que te rodea, de lo que está conectado. Y por eso hay gente que cree que ves cosas o que ves el futuro, cuando simplemente recibes la información de tu entorno con mayor limpieza. Porque normalmente tú ves con la información que tienes de lo visto, ósea que casi no ves.  Si limpias la mirada, vas a abrir la mirada.

Eso también es vibrar con el entorno.

Claro, eso es hermoso. Los humanos pensamos que al consolidar un ego nos volvíamos humanos y que el Yo era la razón de nuestra supervivencia. En cambio, otros reinos, como el vegetal, sin un Yo consolidado, saben armarse en redes y trabajar colectivamente. Vivir en un lugar en donde están presentes esos procesos naturales te permite cambiar tu forma de relacionarte con otros. A mí siempre me preguntan si me siento sola, pero hay tanta vida a mi cuidado que siento mucha compañía. Yo todo el tiempo me comunico con todos los seres que habitan en mi casa, aunque no sea con un lenguaje verbal.

¿Incluso con los insectos o las plagas que también habitan en su casa?

Yo no quito las telarañas de mi casa y a veces hay muchas. Ellas estaban ahí antes que yo, yo soy la invasora. Aunque le tengo miedo a las arañas, no puedo matarlas. No puedo matar una cucaracha. Las agarro y las dejo fuera de la casa. Incluso una vez me picó una escolopendra, que son unos animales terroríficos, una mezcla de ciempiés gigante con alacrán, y tampoco pude matarla. Que me haya picado es parte de vibrar con el entorno.

Y también es parte de su recorrido artístico y de sus intereses, como el gótico o el terror, el hecho de convivir con criaturas que uno rechazaría bajo otro estilo de vida.

Cuando la escolopendra me picó yo estaba dormida. Me caminó por la cara y bajó hasta la mano y me picó en el dedo. Me dolió muchísimo. Pero yo no la vi. Pensé que podía ser una culebra. Eran las 3 AM y me tocó esperar hasta que amaneciera para ir al hospital. Yo dije: “Si no me morí, entonces no fue una culebra”. Y la noche siguiente volví a dormirme y volvió trepar por mi cara y ahí sí la vi y la pude sacar de la casa. Después investigué y resulta que ese animal es el dios del inframundo. Sin embargo, así mismo como me pasó eso, una mañana estaba metida en la mitad del mar y de repente unos delfines saltaron junto a mí. Ahí es donde uno piensa: hay muchas formas de vida, ¿por qué no escoger esta?

Hábleme de su relación con el mar.

Yo nací en frente del mar. Cuando me vine a vivir a Bogotá no pude dormir al principio. Cuando volví a mi casa en vacaciones me di cuenta de que olas sonaban por la noche; yo no sabía que las olas sonaban, pensaba que así sonaba la vida. Yo siempre he estado con el mar. El agua es lo que conecta todo. Toda la información se transmite por el agua y cuando entras al mar está toda la información ahí. Por eso también hago surf: es la manera más fácil de conectarte con el mar. Sobre la tabla aprendes a dejarte llevar por las olas. Y a veces necesitas solo eso: vaciarte y dejarte llevar.

- Este artículo hace parte de la edición 191 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.