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Bienestar Colsanitas

Todos necesitamos a Ana

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¿Aceptar que el día avanza entre luces y sombras es acaso nuestra tarea principal en la vida? Esta lectura de Ana Karenina es una invitación a vivir conforme al cambio natural del mundo y de nosotros mismos.

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Cerca del final de Ana Karenina, Dolly, la cuñada de Ana, se pregunta si no podría desear la felicidad que cree ver en aquella, si es que no ha sido igualmente querida o pretendida o cortejada por otros hombres diferentes a su desatento esposo. Al recordarlos, dice el narrador, una sonrisa maliciosa aflora en sus labios mientras imagina las novelas más apasionadas, las más inverosímiles, en las que ella es una heroína que lleva una vida descansada y brillante. 

Para este punto de la novela, Ana ya ha abandonado a su esposo Karenin por el conde Vronski, ha tenido una hija con él, han vivido juntos en Italia y finalmente han regresado a Rusia sin ser conscientes de que también esta relación será dolorosa a causa de la desilusión y el desencanto que con frecuencia arrastra el paso del tiempo. Ana no es del todo feliz y no lo será en el futuro, pero Dolly no lo sabe aún o prefiere ignorarlo, por lo menos durante el instante en que imagina una vida distinta a la que vive ahora. De eso va la novela: desear y ver cómo lo deseado con frecuencia no es lo que se necesita. 

Probablemente nunca aprendamos a notar la diferencia. Ninguno de los personajes de la novela lo hace, ni los cuatro principales ni los ocho o diez secundarios, todos se estrellan en algún momento contra un muro de vergüenza, tristeza y rabia que solo algunos superan para alcanzar cierto sosiego y la vida descansada y brillante con la que sueña Dolly. Ana Karenina, ese novelón de Tolstoi, como dijo una amiga, es un chisme de 800 páginas con diálogos profundos y descripciones preciosas en el que nos enteramos de la historia de amor y desamor de las dos parejas principales, Ana-Vronski y Kitty-Levin, y del grupo de amigos y familiares rusos que viven alrededor de ellas. 

AnaKarenina CUERPOTEXTO

Ana conoce a Vronski siendo una mujer casada durante la temporada en que este anda detrás de Kitty, la hermana de Dolly, y la historia de ambos termina (luego del engaño, la hija, el viaje a Italia y el regreso a Rusia) en el suicidio de ella y en la marcha al campo de batalla de él. Por el otro lado, la historia de Kitty y Levin comienza con el rechazo de ella hacia él, luego de elegir a Vronski, y finaliza con su posterior (muy posterior) reencuentro y vida medianamente feliz en pareja. Ninguno de los cuatro consigue lo que desea al principio y cuando lo hacen tardan en reconocer que todo sonaba mucho mejor como deseo, es decir, como posibilidad. Tal vez Levin sea la excepción, pues después de un largo recorrido atravesado por la decepción y la resignación consigue casarse con Kitty y así alcanzar el tan perseguido “vivieron felices para siempre”; no obstante, la trampa está en que al final del libro se da cuenta de que también necesitaba encontrarse en la fe, a la que accede gracias a su esposa. Durante la lectura de la novela es imposible no pensar en ese coro poderoso de los Rolling Stones que dice “You can''t always get what you want/ But if you try sometimes you might find/ You get what you need”, como si la canción hubiera sido escrita con Ana Karenina en alguna repisa del estudio de grabación.  

Tolstoi, al igual que Levin, fue un hombre que encontró la fe lo suficientemente temprano como para dedicar el resto de su vida a cultivarla, pero lo suficientemente tarde como cargarse con culpas e inquietudes. Sus libros, comenzando por Ana Karenina, están escritos bajo la luz de un código moral que se balancea entre el Tolstoi asceta y el Tolstoi novelista. De ahí que a primera vista el resumen de sus novelas parezca un camino atravesado por espinas, en donde nadie alcanza la felicidad sin una buena dosis de desasosiego. 

Sin embargo, como señala Nabokov, el arte de Tolstoi es tan poderoso y deslumbrante que fácilmente trasciende el sermón, mostrándonos sin disfraz ni ropaje la pura carne del tiempo. Esto para decir que lo que vemos en sus novelas es más que un camino espinoso, es el tiempo pasando sobre los personajes, sobre nosotros, con sus horas de sombra y de luz. Por eso no importa cuantos spoilers nos hagan de Ana Karenina o de Guerra y paz o de La muerte de Iván Ilich, la fuerza de la narrativa de Tolstoi no está en los eventos sino en cómo el tiempo transforma a los personajes a raíz de ellos, parecido a cómo nos transforma el amor, la amistad o el duelo. 

El mismo Nabokov dice que Tolstoi descubrió un método de representación de la vida que se corresponde con nuestra idea del tiempo. “Es el único escritor que conozco cuyo reloj está puesto en hora con los innumerables relojes de sus lectores”, dice. “La prosa de Tolstoi lleva el compás de nuestro pulso, los personajes parecen moverse con el mismo andar de la gente que pasa bajo nuestra ventana mientras estamos leyendo el libro”. Así se explica que, al leer la escena de un baile, por ejemplo, terminemos con la sensación de que la noche ha sido larga y placentera, aunque al cerrar el libro notemos que en realidad ha pasado poco, un par de páginas, diez o quince minutos.

La vida de los personajes sucede tan cerca de nosotros que casi podemos oler sus perfumes y sentir el frío de la nieve que cae de sus abrigos, efectivamente, como si abriéramos la ventana para saludarlos al pasar. Lo que vive Ana o Vronski o Kitty o Levin acontece con la proximidad suficiente como para que lleguemos a esperar que su suerte nos salpique. No sería un chismononón si no lo sintiéramos así de cerca. Ana bien podría ser nuestra vecina o la amiga de un conocido y, a lo mejor, si prestamos atención suficiente, veremos pasar su carruaje por la esquina rumbo a un gran baile, con ella adentro vistiendo un traje hermoso. 

A raíz de dicha cercanía con los personajes es normal escuchar decir a los lectores de la novela que la muerte de Ana es uno de los acontecimientos más trágicos y tristes que han presenciado en la vida, como si en verdad hubieran estado presentes en ese momento. La manera en la que están escritas sus últimas páginas, ese flujo de conciencia en el que escuchamos lo que piensa y lo que siente mientras recorre la ciudad en un carruaje, nos pone a su lado y nos obliga a preguntarnos realmente qué es lo que necesita mientras se encamina a la muerte. Sabemos qué quiere, siempre fue así. 

En el monólogo se recrimina a sí misma porque su amor hacia Vronski se hace cada día más egoísta y apasionado mientras el de él se apaga poco a poco. A pesar de que Ana reconoce que el amor puede cambiar cuando aparece una nueva pasión o se afinca el tedio, no desea otra cosa que ser amada. Es precisamente eso lo que antes le ha sido negado, tanto por Karenin como por el mismo Vronski. En una de las escenas más impactantes del libro, cuando Ana acaba de confesar el engaño a su esposo, se decide por abandonarlo y aceptar la propuesta de Vronski de huir juntos. 

Ella lo busca y, en medio de un jardín cuidado, le cuenta que Karenin lo sabe todo, que fue ella quien se lo dijo, y lo hace con la ilusión de la huida golpeándole el corazón. El primer pensamiento de Vronski, contra todo pronóstico y ridiculez, es retar a Karenin a un duelo. Dice el narrador: “Si en el momento en que recibió la noticia, Vronski hubiera contestado sin la menor vacilación: «Déjalo todo y ven conmigo», ella habría abandonado a su hijo y se hubiera marchado con él. Pero no hubo nada de eso”. Ana le entrega la carta en la que Karenin la amenaza si decide irse y, mientras él la lee, ella se da cuenta de que él no había tomado ninguna decisión, y ve desvanecerse su última esperanza. Todo seguiría como antes, piensa con lágrimas en los ojos.   

Es necesario repetirlo: al final, Ana conseguirá el amor de Vronski, tendrá una hija, vivirá un romance apasionado en Italia, volverá a Rusia y morirá por decisión propia. Volviendo a los Rolling Stones, tal vez no sea amor lo que necesita, sino otra cosa, algo distinto. Podríamos lanzar hipótesis, una tras otra, pero no servirá de nada, porque nadie sabe lo que necesita hasta que lo encuentra (y en ocasiones ni siquiera así). Ese es el trabajo del tiempo: cambiar con nosotros. Nuestro trabajo es aceptar que el día avanza entre luces y sombras. La novela de Tolstoi es un recordatorio de que la mala suerte no sigue nuestros pasos, como las nubes negras que persiguen a un personaje en las caricaturas, y, en ese sentido, de que es una falsedad enorme afirmar que algo nos pasa solo a nosotros. 

Si las desgracias no le ocurren únicamente a Ana Karenina, que es la protagonista de un libro maravilloso, ¿por qué habrían de hacerlo con nosotros? El tiempo de Tolstoi es lento, igual que el nuestro. En vez de rastrear nubes lluviosas sobre la cabeza, usemos los ojos para ver la llegada de lo que sea que necesitamos, es decir, para ver el movimiento natural del mundo, sus cambios, los nuestros. Y tal vez en algún momento nos demos cuenta de que para empezar necesitamos a Ana.

 

*Periodista y filósofo. Colaborador frecuente de Bienestar Colsanitas y de Bacánika

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Brian Lara

Periodista. Colaborador frecuente de Bienestar Colsanitas y de Bacánika.