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Bienestar Colsanitas

José Nelson Rivera y el arte de sanar el dolor

Fotografía
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La visión de José Nelson Rivera sobre el manejo del dolor, su trabajo durante la pandemia y su propia experiencia con el cáncer lo llevaron a encontrar una nueva perspectiva en la medicina.

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La última vez que José Nelson Rivera utilizó una bata blanca fue en su último año de residencia de medicina interna. A primera vista, esta decisión podría parecer sólo un rasgo más entre los muchos que desbordan la idea convencional de un médico, que podría sorprender a algunos al conocerlo. En su consultorio hay pinturas abstractas y figurativas de gran formato, todas de su autoría, y también libros de poesía e historia de las culturas indígenas del país. Sin embargo, basta con preguntarle por qué dejó de usar la bata blanca para descubrir que: “la prevalencia de bacterias resistentes a los antibióticos, como las pseudomonas y los estafilococos aureus, es altísima en las mangas y los cuellos de las batas de los especialistas que trabajan en hospitales”.

José Nelson Rivera estudió medicina en su natal Bucaramanga y fue al poco tiempo que su interés por la cirugía lo comenzó a llevar hacia su especialidad. Se mudó a Bogotá y se especializó primero en medicina interna. Más tarde se entrenó como intensivista en Nueva York y finalmente hizo un doctorado en dolor en la Universidad de Salamanca, en España. Sin embargo, ninguno de estos títulos cuelga en su consultorio. Como él mismo explica, allí prefiere mantener la consulta en términos mucho más personales, independientemente de las credenciales y logros que ha alcanzado. 

Tiene 27 años de experiencia en Cuidados Intensivos, 20 en manejo del dolor y la pandemia encima dirigiendo la Unidad de Cuidados Intensivos de la Clínica Reina Sofía, donde escogió vivir la emergencia sanitaria desde la primera línea de atención. Allí donó una serie de pinturas suyas, Fantasmas del Covid, memoria de lo que habían vivido médicos, enfermeros y pacientes en esos pasillos.

En su casa están la mayoría de sus cuadros, donde aparecen algunos motivos recurrentes entre figuras de la cultura Guane de Santander o animales cuyo simbolismo lo cautivan. “El toro es la lucha por la supervivencia”, dice mientras señala un cuadro de gran formato que cuelga a espaldas de su cama. “Pero el cóndor somos todos nosotros: carroñeros que vuelan tan alto que olvidan de dónde vienen, quiénes son”. Comenzó a pintar durante el tratamiento de un cáncer de estómago que culminó en una gastrectomía total, momento a partir del cual su vida como jefe del servicio de Cuidados Intensivos de la Clínica Reina Sofía cambió drásticamente. 

Usted ha dicho antes que se entrenó toda la vida para una pandemia, ¿qué quiere decir con eso? 

Cuando yo me entrené en medicina interna y en cuidados intensivos, viví el terror del SIDA. Una pandemia llena de miedo, de incógnita. Cuando tuve la oportunidad de estar fuera del país, había pisos llenos donde lo único que veíamos era pacientes con SIDA. Después fui parte del grupo de cuidados intensivos del Hospital de Kennedy: era como otra pandemia, esta vez de trauma y de guerra, en donde teníamos que decir cuál paciente sí y cuál no, hasta dónde íbamos con cada uno. Porque hay 20 camas, 20 ventiladores. Tú decides a quién metes, a quién sacas. Y no es una decisión concertada. Si no mejora, uno tiene que tener la capacidad de tomar la decisión de parar con ese paciente y darle la oportunidad de mejorar a quien mejor la pueda aprovechar.

Y por eso, a pesar de recién salir de su cáncer, tomó la decisión de vivir la pandemia desde la UCI…

Así es. Yo había salido de una enfermedad muy grave, dos años en plena recuperación. Imagínense, si después de pesar 40 y tantos kilos, llegué a pesar 52 y de ahí no he pasado. Solo en la pandemia perdí como dos kilos. Cuando tomé la decisión de hacerlo, todo el mundo me criticó. Y cuando hablo de todos, fueron absolutamente todos. Me dijeron que estaba loco. A lo mejor sí, seguramente estoy loco, pero quiero tanto lo que hago que no me lo iba a perder. “Pero se va a morir”, me respondían. Y sí, les dije una y otra vez, me muero, pero me muero haciendo lo que me gusta. Creo que no hay una mayor felicidad en la vida que uno morirse haciendo lo que le gusta.

También ha mencionado que la pandemia fue una experiencia muy dura, pero bella, ¿podría hablarnos de la belleza que usted encontró allí?

Fue un aprendizaje todos los días. No hubo un día que no pasáramos una, dos, tres, cuatro, cinco horas leyendo, porque lo que decíamos hoy, mañana no era cierto. No hubo un día en donde todo no cambiara. Cuando lo entendimos, cuando lo comprendimos, paradójicamente comenzamos a encontrar cómo manejar a los pacientes, cómo pronarlos (rotarlos para mejorar la respiración)… A partir de ahí, comenzamos a tener un trabajo estructurado, a hacer una cantidad de cosas que no se hacían en el mundo. Y también a compartirlas. Era la primera vez que yo podía hablar de tú a tú con mis compañeros en Italia, en Estados Unidos, en España... Ellos sabían tanto como yo. Por primera vez, teníamos la oportunidad de estar académicamente al mismo nivel y no a que nos ganaran por la tecnología. Eso fue muy importante. Pero la verdad, la pandemia me hizo encontrarme a mí de nuevo. Hoy soy lo que soy por ella. Hoy le doy las gracias, porque ahí me reencontré conmigo mismo.

¿Para usted cuándo comienza el trabajo de Cuidados Intensivos con un paciente?

Desde que el paciente llega a la clínica, no cuando lo bajan a la unidad de CI. Es un trabajo de todos los días, porque consiste en entender que un paciente se está complicando. Es decir, que tengo la oportunidad de adelantarme o de tratar de hacerlo para evitar que se complique. No es saber intubar o poner antibiótico. Tiene mucho de olfato para el diagnóstico temprano.

dr jose nelson cuerpotexto

¿Tiene alguna historia que lo muestre?

Hay muchas. El más reciente: un paciente en un postoperatorio de tumor de fosa posterior. Hizo una fístula (abertura anormal). Tuvimos que cerrarla. Iba bien. Y de pronto, se deterioró. Y ya iba para la casa porque estaba bien. Pero seguía con dolor de cabeza, taquicardia, y no entendíamos por qué. Hablé con el neurocirujano que le había dado el alta, porque me llamaron y yo pedí que no le dieran salida. Bajé a patología y a microbiología. Los cultivos negativos. Pero había una placa donde se veía crecimiento de un bacilo Gram negativo. Mierda. Tenía una meningitis. ¿Y cuál era la molestia? Tan solo pesadez, dolor de cabeza, y taquicardia. Ni fiebre ni leucocitosis. Nada.

Le hicimos un TAC, llamé al neurocirujano, le dije que algo no iba bien, que lo operara. Y efectivamente ya tenía una cerebritis. Hoy completa 48 días de antibiótico, ahora sí está perfecto, a cuatro días de irse para la casa. Es probable que si no hubiéramos detectado eso en ese momento, no hubiera sobrevivido. Como tantos… ¿Y por qué? Porque nadie escucha a los pacientes. Yo me puedo ver bien, pero tengo que estar es perfecto. 

Hablemos del dolor. ¿Qué hace un especialista en dolor?, ¿cómo lo aborda?

El dolor es una experiencia subjetiva, es decir, individual y que está influenciada por el entorno, por las experiencias y por lo que ha vivido cada uno. ¿Qué quiere decir todo esto? Que el dolor no es igual para todos, que cuando yo tengo dolor, lo que para mí es dolor puede que para la otra persona no sea dolor. Eso es importante. Por eso lo primero que tengo que hacer es creer en el paciente, creerle que tiene dolor. Si tú no crees en tu paciente, entonces tú no eres el médico para ese paciente. El dolor es una señal de alarma, y por eso, aunque los especialistas en dolor demos una pepa o apliquemos algo para aliviarlo, nuestra esencia es buscar la causa para tratarla.

¿Qué le enseñó su cáncer sobre el dolor humano?

Eso: que nadie sabe lo que es tener dolor, el dolor de otro, y que por eso es tan importante que nos crean. Después de una cirugía tuve mucho dolor. Mucho. Pedí muchos analgésicos. Inclusive a las personas que estaban cerca de mí, les dije que si me quedaba dormido, estuvieran pilas, porque ese era un efecto de la medicación. Pero el dolor fue tal que nunca me dormí. Algo había. A media noche me hicieron un TAC. Diez minutos después, mi cirujano llegó y me dijo que tenía que operar. Efectivamente, estaba sangrando por dentro. 

Hay tantos pacientes con dolor de aquí para allá que siguen esperando un diagnóstico. La mayoría de los que tienen dolor crónico están en el psiquiatra porque tienen un problema cerebral, pero también porque hoy se sabe que el 85 % de los pacientes con dolor crónico se deprimen. Y mucho más si no les creen. Afortunadamente me creyeron y por eso hoy estoy aquí.

Una de las grandes causas de dolor es uno de sus temas de mayor interés, la inflamación. ¿Por qué siente que es tan relevante, en la actualidad, entender mejor este fenómeno?

Porque el estrés genera inflamación. Y para sentir ese estrés basta con nacer: ahí ya empiezas a tener esa respuesta metabólica del organismo a un estrés o agente extraño, que es lo normal. Nuestro cuerpo se defiende así. El problema es que cuando es todo el tiempo, eso se convierte en una inflamación crónica. Y eso abre los canales para que se activen todas nuestras predisposiciones corporales a enfermedades y condiciones. La única posibilidad que tenemos es cambiar nuestro entorno y hábitos. 

Como por ejemplo…

La mala alimentación, el sueño insuficiente, las cargas de trabajo excesivas, las sobrecargas por responsabilidad del cuidado, o la crianza que pesan más, mucho más sobre las mujeres, entre muchas otras cosas. Tenemos que cambiar nuestro estilo de vida, que es lo que nos está matando. Y sobre todo olvidarnos de los ultraprocesados, que es lo más grave de ese estilo de vida.

 

 

*Historiador y escritor. Colaborador permanente de Bienestar Colsanitas y de Bacánika.

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Jorge Francisco Mestre

Escritor, periodista e historiador. Fanático de las historias contadas con calma, hondura y gracia. Escribe entrevistas, crónicas, ensayos y artículos de análisis para Bacánika y Bienestar Colsanitas. En 2022, publicó Música para aves artificiales, su primer poemario.