Aprender a identificar y transitar las emociones que experimentamos día a día es una tarea necesaria para vivir una vida más tranquila.
La rueda de las emociones es una herramienta creada por el psicólogo y profesor norteamericano Robert Plutchik que me ha servido para entender los estados con los que me encuentro cotidianamente y para idear formas de sentirme mejor. La gráfica ha tenido distintas variaciones y esta versión está publicada en la página web del Instituto de Psicoterapias Avanzadas (IPSIA), de Madrid.
La rueda se divide en seis emociones primarias: felicidad, sorpresa, miedo, ira, asco y tristeza. En principio pareciera que tenemos más emociones negativas que positivas, porque hemos aprendido que la tristeza, el asco, el miedo y la ira nos hacen daño, pero sobre eso hay una explicación interesante. Elsa Punset, escritora, filósofa y divulgadora, en su charla Las emociones impactan mucho en la inteligencia de los niños, del programa Aprendemos juntos 2023, explica que cada emoción tiene su función y llega a ser positiva o negativa según el manejo que le demos y no según la representación social que tenemos de ella. En palabras de Punset “La ira puede ser el germen de la justicia social y la tristeza es necesaria cuando hay una pérdida que asumir”. Por tal razón, nos conviene más catalogar las emociones como útiles o perjudiciales, pues, como en el ejemplo, la ira y la tristeza pueden llegar a ser bastante productivas.
La charla de Punset está dirigida a padres de familia y, en ese sentido, recomienda a los adultos ser los entrenadores emocionales de los niños. Sin embargo, el consejo es útil para quienes apenas en la adultez estamos aprendiendo a reconocer y sentir libremente las emociones. Primero debemos aprender a identificarlas para, luego, ser nuestros propios traductores emocionales.
Los nombres de las emociones son conocidos y nos ayudan a entender lo que sentimos. Mientras que las emociones secundarias y terciarias que se mencionan en la rueda nos abren un panorama mayor para puntualizar lo que nos sucede internamente o para movernos de un lado a otro. Cuando digo que la rueda me ha ayudado es porque, por ejemplo, al darme cuenta de que estoy siendo demasiado dura o crítica con las personas que quiero, ahora sé que esa sensación puede tener origen en la rabia o la ira que no he sabido comunicar o sacar de mi cuerpo. O que me siento herida o amenazada por algo en particular. Es como una suerte de brújula que nos ayuda a encontrar una respuesta según nuestra ubicación.
Después de descubrir a cuál emoción primaria pertenece mi malestar, puedo encontrar maneras de acercarme a emociones más placenteras. La felicidad, por ejemplo, no tiene que ver necesariamente con desbordarme de alegría o reír a carcajadas, sino que es posible estimularla buscando maneras de sentirme valiente, curiosa, optimista, satisfecha o inspirada. En ese caso elijo actividades como pintar, bordar, hacer ejercicio, escribir o estudiar. Sola o acompañada. Estas ocupaciones estimulan mi curiosidad, me permiten ver el proceso con optimismo y me hacen sentir satisfecha con el resultado. No obstante, como todos somos distintos y tenemos preferencias particulares, lo importante es identificarlas para que esta brújula funcione de la mejor manera.
Esto no quiere decir que esté mal sentirnos muy tristes o muy felices. Más bien es un recordatorio de que las emociones son pasajeras y que, así como las placenteras se acaban y nos dejan grandes recuerdos, las más retadoras también van a pasar y, en el mejor de los casos, nos van a dejar lecciones o nos obligarán a transformarnos. El tiempo que dura cada emoción depende, en gran medida, de nosotros mismos, y la manera de transitarla requiere de autoconocimiento para ofrecerle a nuestro cerebro nuevas opciones en el camino.
“Una persona que sabe darle lugar a su ira, tristeza, miedo, ansiedad,
alegría, probablemente tiene mayor bienestar”.
Según el psicólogo Óscar Castro, Coordinador de Posgrados de la Facultad de Psicología de Unisanitas, lo que acabo de describir desde mi experiencia se llama “proceso de regulación” y se divide en tres fases:
- Etiquetar la emoción: en ocasiones nos cuesta identificar lo que sentimos y lo insertamos todo en el saco de la rabia o la felicidad, pero vale la pena preguntarnos qué es exactamente, así nos cause algo de vergüenza nombrarlo.
- Identificar su detonante: casi siempre viene de una situación puntual ocurrida recientemente, pero en otras ocasiones es algo más profundo que no pudimos etiquetar en el momento. ¿Fue el correo que recibí? ¿La conversación que tuve? ¿La discusión con alguien cercano que ocurrió hace un tiempo?
- Gestionarla: se trata de canalizar esa emoción y evaluar las herramientas que tenemos para resolver la situación; lo que en psicología se conoce como estrategias de afrontamiento.
Cada persona sigue una ruta diferente para gestionar las emociones. “Dentro de ese abanico de estrategias de afrontamiento podemos encontrar varios matices que la persona, por su historia de aprendizaje, tiene frente a esa situación”, comenta Castro. En ocasiones, la confrontación inmediata no es la mejor estrategia y tampoco es inadecuada la evitación en todos los casos. El especialista pone un ejemplo: “Si estás discutiendo con tu pareja desde la emoción, con unos pensamientos fuertes que se escalonan cada vez más, sería buena una estrategia evitativa como la de tiempo fuera: parar la discusión, reconocer que en ese momento no van a llegar a ningún acuerdo y resolver el problema cuando ambos estén en mejores condiciones para hablar”.
El camino hacia adentro
Una persona que aprende a gestionar sus emociones tiene mejores relaciones, mayor habilidad de resolución de conflictos y capacidad de movilizar un equipo porque puede proponer soluciones viables. Una persona que sabe darle lugar a su ira, tristeza, miedo, ansiedad, alegría, probablemente tiene mayor bienestar. Ahora, al bienestar no se llega sin esfuerzo, y no se trata de un sacrificio tortuoso, sino de pensar el autocuidado como una labor constante que poco a poco se hace más placentera.
Educación emocional para los hijos
El primer paso para enseñar a los hijos a gestionar sus emociones es aprender a hacerlo nosotros, pues no se puede enseñar algo que no se ha aprendido. En lugar de decir cómo se hace algo, es mejor mostrarlo en la cotidianidad. Por ejemplo, si los padres tienen un desacuerdo o están en medio de una discusión, pueden decidir juntos que la mejor estrategia es aplicar el tiempo fuera para calmarse o resolver el problema de inmediato con una comunicación respetuosa.
Cuando los padres logran gestionar sus emociones, sostienen conversaciones abiertas en familia que se convierten en un hábito fundamental para la comunicación entre padres e hijos. Esta herramienta permite hablar con comodidad de temas difíciles como la sexualidad y los conflictos en el colegio e, incluso, ayuda a evitar que sus hijos se relacionen con personas abusivas, siempre y cuando se sientan escuchados y acompañados.
Elsa Punset explica que, en general, en una casa son bienvenidas algunas emociones y otras no, sobre todo cuando los padres están cansados y los hijos requieren contención. Pero agrega que los niños necesitan que les dejemos expresar sus emociones y les ayudemos a reconocerlas: “A menudo les damos las soluciones, pero educar es ayudar al niño a encontrar sus propias soluciones, a ser cada día más autónomo”.
“El tiempo que dura cada emoción depende, en gran medida, de nosotros mismos, y la manera de transitarla requiere de autoconocimiento para ofrecerle a nuestro cerebro nuevas opciones en el camino”.
En mi caso, que no tengo hijos y vivo sola, también me he encontrado cerrándole la puerta a las emociones más retadoras, reprochándome el llanto, juzgándome por no ser más “fuerte”. Pero un terapeuta me dio un consejo que intento poner en práctica y divido en dos:
- No ser mi enemiga, mejor ser observadora de mis emociones para descifrarlas.
- No ser presa de mis pensamientos, mejor tener presente que puedo dejarlos pasar y quedarme solo con los que están en sintonía con mi camino.
Esto no significa que sea fácil, pero descubrí que el autoconocimiento es una labor diaria que cada tanto me deja grandes satisfacciones.
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